LA CAJA CRÍTICA
“Los escritores estamos para hilar fino”
La autora de ‘Cara de pan’ se entrevista a sí misma
Sara Mesa 23/03/2019
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Esto de las autoentrevistas no es muy original. Bien sabe usted que, entre otros, las hicieron antes Mario Levrero y Antonio Orejudo. No pretenderá compararse con ellos...
Lo sé, lo sé, y por supuesto que no quiero compararme, pero sí imitarlos, por qué no. Admiro profundamente a esos dos caballeros.
El problema es que, en la autoentrevista, el que pregunta ya sabe dónde tiene que pinchar para hacer pupa; otra cosa es que no lo haga porque la otra mitad del desdoblamiento lo retenga. ¿Usted quiere coartarme o me da cancha libre?
Bueno, mitad y mitad. Tampoco nos pasemos.
Vamos a hablar entonces de Cara de pan. Eso es lo que me han pedido, que hablemos de su último libro. En relación a esta novela, he oído que le han molestado las referencias reiteradas a Lolita, pero ¿por qué? ¿No es Cara de pan, al fin y al cabo, una historia de amor entre un señor mayor y una pre adolescente?
Es que me chirría todo lo que suena a moda. Entonces, a lo mejor lo he escrito al dictado de una moda y no me he dado cuenta. Constatar esto es muy incómodo, lo negaré siempre aunque dentro de mí quede un rescoldo de duda. Mi modelo era otro, aunque nadie lo haya reconocido. Era el Pelo de zanahoria de Jules Renard, con su falso tono de fábula infantil que esconde tras el telón un cuento cruel.
Si nadie lo ha reconocido, a lo mejor es porque tiene poco que ver, ¿no? Salvo el título, que recoge el mote del protagonista, y el hecho de que la historia esté protagonizada por un personaje adolescente, no hay nada más en común. Ni la historia, ni el tono, ni la mirada implacable de Renard están ahí.
Bueno, visto así puede ser cierto. Pero le aseguro que…
No, no, perdone que la interrumpa. La cosa es que en Librotea, el recomendador de libros on line de El País, le pidieron que hiciera una lista de los libros que le influyeron mientras escribía Cara de pan. Y ahí nombró títulos tan disímiles como Epiléptico de David B., El invernadero de Harold Pinter o Las brujas de Salem de Arthur Miller. Diez libros y Renard por ningún lado. ¿Esto cómo lo explica?
Mire, las entrevistas, y también por lo que veo las autoentrevistas, me dejan en bragas la mayoría de las veces, y perdón por la expresión pero es más o menos así como me siento. A veces digo cosas que no pienso –o que no pienso exactamente del modo en que las digo–, olvido otras que son fundamentales –como el Renard, ¡créame!– o expongo lo que creo que se espera de mí.
¡Lo que cree que se espera de usted! Pero eso es muy poco crítico, por no decir complaciente…
Ya, ya, lo hago para acabar rápido.
Pues lamento decirle que nos quedan todavía unas preguntas por delante. Después de todo ese caos de las influencias, quería hablar ahora de las intenciones de Cara de pan. Continuamente usted dice que no pretende nada con sus libros, pero eso me parece incomprensible. ¿Para qué escribir entonces, si no hay un objetivo?
Bueno, no sé si no hay un objetivo. Verdaderamente no lo sé. Objetivo, propósito o finalidad… No podemos saberlo al cien por cien. Quien lo diga con total seguridad, miente seguro. Quizá esto que yo digo tan segura también sea una mentira. El caso es que yo quería escribir un libro sobre una amistad rara como la que tienen la niña Mick y el sordomudo John Singer en El corazón es un cazador solitario de Carson McCullers, pero me terminó saliendo un libro que habla de la necesidad de huir y de esconderse, un libro que a su vez ha sido interpretado, básicamente, como un alegato contra los prejuicios sociales y morales. ¿Cuál era el propósito del libro? Yo no tengo ni idea.
¿Carson McCullers? ¿La niña Mick? ¿Pero no me dijo hace unos minutos que su modelo era el Pelo de zanahoria de Renard? Es increíble.
¿Ve? ¡Es como le digo! No puede hablarse de propósitos ni de influencias así como así. ¡No puede saberse! Lo que llevamos en la cabeza todos, no solo los que escribimos, es una marmita de cosas bullendo, cosas de todo tipo, no necesariamente representaciones culturales. ¿Cómo podemos después detallar la receta del guiso, la proporción de ingredientes, cantidades usadas, y todo lo demás? Cada vez que trato de hacerlo, me confundo y acabo mintiendo. Retiro lo de Renard.
Menuda metáfora ridícula, la del guiso. También le digo que esa costumbre suya de no intentar siquiera explicar su escritura es un tanto esquiva, cuando no directamente maleducada.
Siempre se puede recurrir a lo que decía Flannery O’Connor, aquello de que pedirle a un escritor que hable de su escritura es como pedirle a un pez que dé una conferencia sobre natación.
Pues ella dio bastantes conferencias sobre el tema, a decir verdad.
Sí, pero sin tratar jamás de explicar su obra. De hecho, ella aseguraba que, cuanto más escribía, más misterioso le resultaba el proceso de escritura. Y cuando hablaba de literatura, era para desmontar uno a uno todos los tópicos de la enseñanza literaria, en especial la disección del texto en elementos artificiales y rígidos como argumento, personajes, escenario, etc.
Vale, vale. Tampoco se me venga arriba. Volvamos a Cara de pan. Se han hecho multitud de reseñas y todavía está usted descontenta. ¿Qué es lo que le molesta tanto?
¿Quién dice que esté descontenta? Sería una ingrata si lo estuviera. Estoy sorprendida, eso sí. Porque por un lado creo que es un libro de tono tontorrón, con lenguaje sencillo, pero por otro está formado por varias capas, la construcción ya no es tan sencilla, y me llama la atención que se alaben más los rasgos del primer aspecto que los del segundo.
Mire, no le entiendo.
A ver, una crítica positiva, o incluso muy positiva, que diga que Casi, la protagonista, es gorda y tiene granitos en los brazos me decepciona más que una crítica tibia, o incluso negativa, pero que entienda perfectamente que a pesar del uso de la tercera persona la historia está contada desde la mirada de la niña, y, por tanto, no es que Casi esté gorda y tenga granitos en los brazos, sino que piensa que está gorda y tiene granitos en los brazos, que no es lo mismo aunque pudieran coincidir las dos realidades, coincidencia, o no, de la cual el lector no tiene idea ni ha de tenerla porque yo, escritora, la esquivo a conciencia.
Pero eso es hilar muy fino.
Los escritores estamos para hilar fino.
Ah, mire, bonita reflexión, ¿qué le parecería si la cogiera como titular para esta entrevista? Sara Mesa: “Los escritores estamos para hilar fino”.
Oh, pues me parecería un espanto, porque a partir de entonces me preguntarían por qué un escritor debe hilar fino, qué significa hilar fino, quién no hila fino, hasta cuándo seguiré hilando fino y cosas así, y yo tendría que montar un discurso en torno a esto cuando ni siquiera sé si estoy de acuerdo en que los escritores estemos para hilar fino, lo mismo estamos para hilar grueso, qué sé yo, esas afirmaciones que suenan tan bien, tan titularizables, son siempre las peores, las más artificiales.
Pues ahí ha hecho otra, usted verá. Sara Mesa: “Esas afirmaciones que suenan tan bien, tan titularizables, son siempre las peores, las más artificiales”.
Ay, sí, caigo continuamente en lo mismo…
De lo que culpa al periodista…
No, no, a ver, hay periodistas culturales excelentes, Anna Guitart es excelente, Jordi Nopca también, Francisco Camero, uf, tantos, no sé, no quiero ser injusta.
Entiendo. Lo que se dice tirar la piedra y esconder la mano.
Oiga, para ser esto una autoentrevista me está pareciendo demasiado agresiva.
Bueno, pues deje de decir pamplinas y sigamos con Cara de pan. Cuenta usted en la nota final que la historia proviene de un cuento anterior. Por otro lado, se jacta en alguna entrevista –perdón, afirma– que lo mejor de su obra son los cuentos –y disculpe por aludir a un titular ajeno–, o al menos que es el género en el que se siente más cómoda. ¿Qué necesidad había entonces de tocarlo? ¿No es Cara de pan un cuento alargado? ¿No hubiera sido mejor dejarlo como estaba?
Es que no es la misma historia. El cuento es el germen, pero tiene un desarrollo totalmente distinto. Todo lo que uno escribe contiene el germen de lo que escribirá después, esto es algo inconsciente, uno no lo planea, de hecho puedes darte cuenta mucho tiempo después. Cuando acabé Cara de pan tenía muy cerca la escritura del cuento “A contrapelo” y por eso lo vi, pero después, hace muy poco, recordé que Cuatro por cuatro empieza también con la huida de una adolescente del colegio, y que en Un incendio invisible ya se planteaba una relación inadecuada entre un adulto y una niña, sin olvidar que…
Eh, eh, para no gustarle hablar de su escritura, se está embalando. Yo ya daba por terminada la entrevista. De hecho, solo me queda una última pregunta, una un poco más personal, si me lo permite. Se habla de su timidez y su introversión, pero hay otros que aseguran que en realidad tiene el colmillo retorcido y una ambición sin límites.
¿Sí? Vaya… no sé qué decir…
Pues diga algo, que esto es una entrevista.
Lo del colmillo retorcido debe de ser cierto porque se deja traslucir en sus preguntas, que después de todo son las mías. En cuanto a la ambición… Sí, ambiciono ser mejor escritora, dentro de las posibilidades de mi talento. Posibilidad y limitación vienen a significar lo mismo. El cometido de todo escritor es empujar su talento hasta sus límites más extremos, pero entendiendo por esto los límites más extremos del talento que posee. Esto último es una cita, otra vez, de la gran Flannery O’Connor.
La cosa es no pensar por sí misma. Muy bien, pues ya sabemos de qué pie cojea. Contradicciones, evasivas y muletas para huir de la voz propia. Me extraña que le vaya tan bien.
A mí también.
Esto de las autoentrevistas no es muy original. Bien sabe usted que, entre otros, las hicieron antes Mario Levrero y Antonio Orejudo. No pretenderá compararse con ellos...
Lo sé, lo sé, y por supuesto que no quiero compararme, pero sí imitarlos, por qué no. Admiro profundamente a esos...
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Sara Mesa
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