FONDO DE ARMARIO
La vida a través de una pantalla
Sara Mesa ha escrito una novela que a veces parece una ‘nouvelle’, sencilla en lenguaje y compleja en estructura, que dice lo contrario de lo que parece decir
Raúl Gay 16/03/2016
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Cicatriz
Sara Mesa
Anagrama, 2015
200 páginas
Se han escrito decenas de libros (de ficción y no ficción) sobre el impacto de la tecnología en nuestras vidas. Por lo general, suelen posicionarse en contra de estos avances: los teléfonos móviles, las redes sociales, los videojuegos… todo es causante de soledad, incomunicación y, en último extremo, violencia. Ya es un cliché escuchar que los jóvenes de hoy no se divierten como antes, que están siempre frente a una la pantalla y no juegan en la calle. Tal vez sea cierto, pero hay que preguntarse: ¿es bueno o malo? Sara Mesa ofrece en Cicatriz una respuesta ambigua; tal vez cada lector pueda entender esta novela de un modo diferente, el mismo en que entiende la vida y la tecnología.
Lo primero que se siente al comenzar a leer Cicatriz es un sabor metálico. Hay edificios semiabandonados, ascensores que chirrían, luces que no funcionan. Conocemos a un hombre y a una mujer que se esconden en un distribuidor sin luz para que él le regale una camiseta y la bese en la boca. Nada más. Todo resulta mecánico, frío, impersonal. Y, bajo esa apariencia, el lector intuye que hay una relación intensa. La descubrimos en las siguientes 200 páginas.
Tras este prólogo, saltamos a 7 años atrás. Sonia es veinteañera, vive con su madre y trabaja en el ayuntamiento en una labor tediosa e inútil: meter datos en un fichero. Se aburre y sus compañeros no suponen ninguna distracción ni interés. Piensa que está “en el lado incorrecto de la historia”. Para llenar su tiempo de oficina, navega por Internet y un día, por azar, entra en un foro literario.
En apenas dos párrafos, Sara Mesa nos muestra ese mundillo de los foros, los apodos y los chats que a veces son provocadores y otras picantes. Usa la elipsis de manera natural y avanza en el tiempo. Acude a una cena de miembros del foro, con la esperanza frustrada de encontrarse con alguno de los más interesantes.
Todos los hombres que se le han presentado son decepcionantes. Era mucho mejor por Internet, piensa. Mucho más ingenioso y ocurrente. Las caras que ahora ve son caras sorprendentemente ordinarias. Son lo que son, no hay nada más detrás: ojos, narices, pómulos, frentes, labios que sonríen, lenguas que chasquean y dentaduras que mastican.
Sonríe y se deja servir otra copa sin dar más explicaciones. Nadie más le pregunta, y ella bebe en silencio, aburriéndose.
El hastío de la fiesta se contagia al foro y decide salir pero, poco antes de hacerlo, recibe un mensaje que capta su atención. El usuario se hace llamar Knut Hamsun, a imitación del Nobel de Literatura, y no se anda con rodeos:
Tú me envías una foto para que pueda verte. Yo a cambio te envío los libros que me pidas. Puedes pedirme varios. No hay problema.
A partir de aquí, la novela se centra en el intercambio epistolar (por mail y carta) entre Sonia y ese Knut del que nunca sabremos su verdadero nombre. Se asienta sobre estos dos únicos personajes y sus mensajes cruzados; aunque Mesa ofrezca datos de la vida de Knut, siempre prima el punto de vista de Sonia. La novelista presta atención a los detalles, y éstos dibujan la esencia de los personajes:
Sonia no tiene ordenador, ni equipo de musica, ni cámara de fotos... Solo un móvil, el más barato que encontró. Knut vive en un “enorme avispero de viviendas”, es "uno más de los cientos de miles de habitantes de la gran ciudad”.
Dos nadies que se cruzan gracias a Internet y, durante un tiempo, son alguien para otra persona.
Él regala libros, siempre robados en El Corte Inglés o la Casa del Libro; es su guía literario. Ella responde sus preguntas, literarias y personales. Se siente bien, alguien le presta atención.
Mesa juega con saltos temporales: muestra el futuro en capítulos cortos y dedica los largos a mostrar cómo han llegado a esa situación. De vez en cuando, entre párrafos de literatura y filosofía, se cuelan las críticas, como cuando Sonia le cuenta que ha conocido a alguien.
El amor no es más que una proyección de las propias carencias, una entelequia, como lo eran Odette y Albertine para el joven Marcel. Lo de vivir juntos —en pareja, dice— puede sonar muy bien, aunque en su caso parece más una huida de su familia que una verdadera independencia. Sonia va a salir de una cárcel para entrar en otra. La independencia verdadera sólo se consigue cuando uno vive solo.
A partir de este momento, cambian los roles. No son dos personas intercambiando cartas. Es un maestro empujando a una alumna a escribir, a pensar, a vivir. Pero es difícil si la alumna no quiere. Después de años de soledad, Sonia desea una vida normal: novio, boda, viaje a París, niño… Knut —solitario, diferente, intelectual— se ríe de ella. Él no es como los demás, no es gregario, no forma parte del rebaño. ¿Tan bajo ha caído ella?
Cortan la relación durante unos años, pero Sonia echa de menos sus mails, su atención constante, su forma de hablar. Tiene una vida normal, bebe demasiado y quiere algo de excitación. Retoman el contacto y en su conversación se introduce un elemento nuevo: el sexo.
Quiere saber también su número de pie y su talla de ropa, y de ahí, en pocos días, pasa a otras cuestiones más privadas. Dado que él siempre tiene relaciones esporádicas, le dice, desconoce los pormenores de la vida cotidiana. ¿Cómo es eso de dormir todas las noches con la misma persona? ¿Con qué frecuencia lo hacen? ¿Hay una progresión en sus prácticas, o todo es una mera repetición de sus comienzos? Como años atrás, sigue eludiendo las palabras que considera malsonantes. Reconozco que soy un mojigato, le dice, pero en lo referente al sexo prefiero la represión y, a partir de ahí, la consiguiente perversidad.
Se intensifica esa relación maestro-alumna. Knut quiere que Sonia sea especial, quiere sacar a la Sonia especial que hay dentro de esa mujer casada y aburrida. Correo a correo, crea una mujer diferente. Casi la esculpe. Ella es reticente, pero le gusta. Y va cambiando poco a poco.
Las relaciones por Internet tienen sus propias reglas. Una es disociar el mensaje de la persona. Le sucede a Sonia, cuando recibe, tras años de mensajes y regalos, una fotografía de Knut.
La foto no le aporta ninguna información. Hay una enorme distancia entre esa imagen y las palabras que lee cada día en la bandeja de entrada de su correo. ¿Cómo relacionar esos rasgos tremendamente vulgares con los paquetes cargados de regalos que le han estado llegando durante años? No es que no le sea creíble ese rostro: es que no podría serle creíble ninguno.
La novela se abría con un encuentro en un edificio semiabandonado. Será su único encuentro. ¿Es posible tener una relación intensa con una persona y no haberse visto cara a cara más que unas horas? Lo previsible hubiera sido una sesión de sexo, pero Sara Mesa sabe medir a sus personajes. El sexo es peculiar, se funda en la seducción, roza la parafilia...
A Sonia, el catálogo de fantasías que él le expone le resulta tan atractivo como perturbador. Knut se detiene en los detalles, en la sutileza de la ambigüedad. Le gusta imaginar su aparición en el aeropuerto, el momento en que él vaya a recogerla. Avanzas hacia mí con la chaqueta blanca de Armani, abotonada y sin nada debajo, ni siquiera sujetador. Tus pechos oscilan levemente mientras caminas. Se te insinúan los pezones. (...) Todo es delicado, vaporoso y, al mismo tiempo, profundamente perverso.
Sara Mesa ha escrito una novela que a veces parece una nouvelle, sencilla en lenguaje y compleja en estructura, que dice lo contrario de lo que parece decir. Cuando las contraportadas y los resúmenes básicos hablan de incomunicación, soledad y sexo, Cicatriz, en realidad, habla de ser quien realmente uno quiere ser. Los protagonistas tratan de vivir intensamente, aunque sólo sea un instante. Y si eso no es posible cara a cara, ¿por qué no a través de una pantalla?
Cicatriz
Sara Mesa
Anagrama, 2015
200 páginas
Se han escrito decenas de libros (de ficción y no ficción) sobre el impacto de la tecnología...
Autor >
Raúl Gay
Periodista. Ha trabajado en Aragón TV, ha escrito reseñas en Artes y Letras y ha sido coeditor del blog De retrones y hombres en eldiario.es. Sus amigos le decían que para ser feliz sólo necesitaba un libro, una tostada de Nutella y una cocacola. No se equivocaban.
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