Escritoras ante el canon (I)
Elvira Navarro, Sara Mesa, Luna Miguel
El Ministerio 28/01/2017
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Entre las muchas recusaciones que el canon ha sufrido en el siglo XX, quizás la más persistente (y pertinente) haya sido la de la “perspectiva de género”. En paralelo a la ganancia de derechos de la mujer se ha sometido al canon (entendido como el variado conjunto de listas de lo que hay que leer “antes de morir”) a una doble interrogación: qué escritoras han sido soslayadas de estas listas por su condición de mujer y qué inercias podrían estar impidiendo la consagración de nuevas escritoras. Esta empresa tiene un peso y un contorno tan definido que desde El Ministerio hemos elaborado un cuestionario para intentar conocer cuál es el estado de estas reivindicaciones y que influencia o tensiones eventuales supone a las escritoras vivas. Las respuestas se prolongarán en varias entregas para facilitar una pausa de reflexión. Éstas son nuestras preguntas:
1. ¿Qué papel juega el canon (la tradición, si se prefiere) en su trabajo creativo? ¿Una orientación, un estímulo, una molestia?
2. ¿Encuentra sesgos discriminatorios de género en el canon? ¿Podrían integrarse o subsumirse en otras clases de discriminación?
3. ¿Cuál sería su receta para atenuar o suprimir estas discriminaciones?
4. ¿Cree que ha cristalizado una idea “canónica” de “literatura femenina”? De ser así, ¿considera que se trata de una literatura feminista?
5. ¿En qué medida las listas de “mejores libros del año” reflejan las supuestas “cuotas” o cree que para entrar en ella se exige que se satisfaga cierta idea de literatura femenina?
6 ¿La idea de “posteridad” (incluso en proporciones modestas) tiene alguna incidencia en su trabajo? ¿Cuál es su baremo de satisfacción, el indicador de que su trabajo está bien hecho?
Elvira Navarro
1. Diría que el canon que de verdad funciona como orientación, estímulo y/o molestia es el personal, el de cada autor o autora, que puede divergir más o menos del canon establecido, y que está ligado al propio proyecto.
2. ¡Claro! El canon no guarda las esencias puras de lo literario. No existe un arte desligado de unas ideas de lo que debe entenderse por tal, ideas que no son independientes de la clase social a la que se pertenece, de las creencias que la sustentan, etcétera. ¿Quiénes o qué instancias determinan el canon? ¿Y para qué se usa?
3. Quizás, por ejemplo, estudiar muy bien a Pierre Bourdieu, a quien me voy a permitir citar (sirva la cita como una de las precauciones o recetas que podrían aplicarse): “Lo propio de la imposición de legitimidad es impedir que jamás pueda determinarse si el dominante aparece como distinguido o noble porque es dominante, es decir, porque tiene el privilegio de definir, mediante su propia existencia, lo que es noble o distinguido como algo que no es otra cosa que lo que él es –privilegio que se manifiesta precisamente por su seguridad–, o si sólo porque es dominante es por lo que aparece como dotado de estas cualidades y como único legitimado para definirlas. No es una casualidad que, para denominar las maneras o el gusto legítimos, el lenguaje ordinario pueda contentarse con decir las “maneras” o el “gusto”, “absolutamente empleados”, como dicen los gramáticos: las propiedades asociadas con los dominantes –“acentos” de París o de Oxford, “distinción” burguesa, etcétera– tienen el poder de desalentar la intención de discernir lo que dichas propiedades son “en realidad”, en sí mismas y para ellas mismas, y el valor distintivo que les confiere la referencia inconsciente a su distribución entre las clases” (La distinción, Madrid, Taurus, p. 104).
4. Mientras se use el distingo “literatura femenina” se pone el acento en una diferencia peyorativa. Entiendo como posición feminista aquella que aspira a una igualdad que no pase necesariamente por asumir los roles atribuidos a la masculinidad y a la feminidad, sino por abolir posiciones esencialistas. Por cuestionar las identidades. La etiqueta “literatura femenina” siempre refiere a un tipo de literatura intimista, sensible, protagonizada por mujeres y con una temática propia también de mujeres (la maternidad, la pareja, el amor, etcétera). Es decir, refiere al papel tradicional de mujer. Ratifica lo que los hombres nos han dicho que debemos ser. Eso me parece tan poco feminista como asumir que la liberación de la mujer pasa por convertirse en un hombre.
5. Creo que lo que reflejan las listas del año es que hay menos mujeres haciendo crítica en los medios y lo condicionado por el género que está la selección. Cuando accedemos a las votaciones o a selecciones firmadas, llama la atención que los hombres citen a más hombres y las mujeres a un número considerable de mujeres. Sirva como ejemplo las recomendaciones de lecturas de algunos autores y autoras que Babelia sacó este año junto con la lista de los mejores libros de 2016 (aquí el link ). Eduardo Mendoza cita a una mujer, Elvira Lindo a cuatro, Sara Mesa a seis, Juan Eduardo Zúñiga a ninguna, Isabel Burdiel a una, Javier Marías a ninguna, Ángeles Mora a dieciocho, Martín Caparrós a ninguna, Cristina Fernández Cubas a dos y Ramón Buenaventura a dos. ¿Hay que cumplir con cierta idea de literatura femenina para entrar en una lista? Pues muy probablemente sí, pero en negativo: no ser excesivamente sentimental, es decir, no entrar en la etiqueta “literatura femenina”. Resultar lo más neutra (¿masculina?) posible. Aquí surge otra pregunta: ¿por qué seguimos aceptando que lo neutro se asemeje tanto a lo masculino?
6. La idea de posteridad me parece inútil. Ni siquiera creo que un escritor o escritora deba aspirar a que se diga de su escritura que es estupenda, no porque eso no sea deseable, sino porque el afán de elogio no debe anteponerse a lo que considero el deber de un autor o autora: estar atentos al texto, saber qué nos pide. A veces lo que requiere un texto es más modesto que nuestras aspiraciones. El buen resultado es la consecuencia de haber sabido prestar atención a las necesidades del texto antes que a nuestros deseos de que nos den una palmadita en la espalda, pues esto último nos puede llevar a la impostura, a ser el tipo de escritor o escritora que se supone que hay que ser para tener prestigio, vender y ese tipo de cosas que siempre quiere el ego. Esto que digo es también mi indicador, mi brújula: he fracasado cuando me noto impostada, obedeciendo a condicionantes ajenos al texto. Se trata de un fracaso en términos muy personales. De un fracaso ético. El determinar cuándo mi trabajo está bien hecho en un plano más objetivo no me corresponde a mí (aunque lo anterior, el no fracasar en términos éticos, me parece una condición necesaria para que un trabajo esté bien hecho).
Elvira Navarro (Huelva, 1978) es licenciada en filosofía. Es autora de dos libros complementarios: La ciudad en invierno (2007) y La ciudad feliz (2009), de la novela La trabajadora (2014) y de la nouvelle Los últimos días de Adelaida García Morales (2016). Ha sido galardonada con el Premio Jaén de Novela y el Premio Tormenta al mejor nuevo autor.
Sara Mesa
1. No sé bien a qué canon nos referimos, pero en cualquier caso pesa poco, o muy poco, cuando escribo, al menos conscientemente. Otra cosa es mi propio canon personal, obviamente.
2. Sin duda. El canon, hasta hoy, ha sido predominantemente masculino. Y sí, la discriminación se integra con el origen social de los escritores. Si todavía es anómalo que el canon consagre a un escritor de orígenes humildes o clase trabajadora, aún más lo sería con una escritora.
3. Ojalá conociese las recetas. No es fácil, porque hacen falta cambios profundos, especialmente de mentalidad. Es importante que los lectores hombres comprendan que la literatura escrita por mujeres también les interesa y les afecta. Es importante que no se nos etiquete y consigne en guetos. Es importante que este tipo de reflexiones y entrevistas se hagan tanto a hombres como a mujeres. Es importante que los medios y las mismas editoriales no exploten el aspecto físico de las escritoras. Que no nos fuercen a posar. Que no nos metan en revistas de moda, junto a la publicidad del último maquillaje. Que no nos pregunten por nuestra prenda fetiche. Que no nos junten en listas a escritoras que nada tenemos que ver unas con otras salvo por el hecho de ser mujeres. Que se nos tome un poco más en serio.
4. Me temo que sí, ha cristalizado una idea de literatura femenina en ocasiones (la mayoría) muy poco feminista, más bien conservadora, timorata, retrógrada y sentimental en el peor sentido de la palabra. Una concepción, además, que no refleja la pluralidad de voces: ¿cómo se nos puede etiquetar a todas bajo el mismo lema? Por otro lado, no creo en la literatura feminista como panfleto (aunque no me escandaliza, que conste). Creo que el verdadero feminismo se filtra en la escritura de hombres y mujeres de manera sutil pero mucho más profunda. Construyendo, por ejemplo, personajes femeninos potentes y no estereotipos. Asignatura pendiente, por ejemplo, en muchos escritores hombres que sin duda se consideran a favor de la igualdad.
5. Esta pregunta es muy peligrosa, pero refleja el punto flaco de las cuotas, que es dudar de toda minoría. Yo misma he aparecido en algunas listas y quiero pensar que no era por una cuota. De hecho, a veces se da el efecto contrario: este año quise hacer una lista de lo mejor que había leído y me salían mayoría de mujeres (porque ciertamente leí a mujeres muy buenas); parecía que era una especie de reivindicación consciente y que la lista estaba forzada, cuando otros años, cuando hubo mayoría de hombres, esto ni siquiera se me pasó por la cabeza. De todos modos, a las listas –muy heterogéneas, según su procedencia– hay que darles sólo su justa importancia. El canon a largo plazo se consolida más con otros indicadores. Por ejemplo, los premios nacionales. Si miramos la nómina del de narrativa, por ejemplo, nos espantaremos de que en los últimos treinta años sólo se haya premiado a dos mujeres. Esto es lo que consolida el canon español en el extranjero.
6. Mentiría si dijera que no, aunque obviamente, pensar en la posteridad cuando se publican tantísimos libros no deja de ser algo ridículo. En cuanto al indicador (con todas las dudas al respecto), para mí son las traducciones. Pero hay autores muy buenos que no son traducidos, o sea, que tampoco es en absoluto un indicador fiable, más bien, para mí, una satisfacción íntima.
Sara Mesa (Madrid, 1976) reside en Sevilla desde niña y ha publicado tres libros de relatos: La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009) y La mala letra (2016); también las novelas El trepanador de cerebros (2010), Un incendio invisible (2011), Cuatro por cuatro (2013) y Cicatriz (2015), con la que recibió el premio El Ojo Crítico de Narrativa. Ha sido finalista del Premio Herralde de Novela.
Luna Miguel
1. El canon es mi primer aprendizaje, mi primera crianza literaria en la adolescencia. Eso es lo que supone, un punto de inicio desde el cual aprender también a rechazar, a repudiar, a buscar “mi” camino. Así que un poco de las tres cosas: orientación porque es punto de partida –cuando eres una teen de provincias y quieres leer, sólo tienes una opción y es la tradición–; estímulo porque en definitiva es gran literatura y te invita a seguir leyendo, a seguir creando; molestia porque llega un punto en el que lo que lees te interesa, te emociona, te asombra… pero no te ves representada.
2. De género, de raza, de clase… de todo tipo. Supongo que no es algo que afecte sólo al canon. Afecta en todos los ámbitos. En la literatura juvenil, por ejemplo, cada vez son más las voces que denuncian la falta de variedad de identidades sexuales o la ausencia de héroes y heroínas de otras razas que no sean la blanca.
3. Quitarse la máscara de hombre blanco heterosexual y de mediana edad para leer un libro. Quizá. No lo sé. Creo que todos nos la ponemos cuando abrimos uno.
4. Es posible, y en cierto modo me parece algo peligroso. Es decir, que exista un canon femenino implica que las autoras incluidas en él no pueden pertenecer al canon “de verdad”, esto es, al que asociamos como masculino. Con respecto a si es feminista o no, imagino que sí, pero de poco sirve si tenemos en cuenta a idea anterior.
5. Creo que son cuotas forzadas. Creo que la mayoría de las veces las escritoras no aparecen en esas listas simplemente porque, aunque las hayamos leído, nos olvidamos de ellas. Porque cuando pensamos en “el mejor libro del año” pensamos en “el mejor escritor del año” y ese pensamiento se hace en masculino –con la máscara puesta–, haciendo que nuestra cabeza omita demasiadas veces a las escritoras, incluso si durante el año hemos leído a más mujeres que a hombres. El subconsciente nos traiciona. Pero cómo no iba a traicionarnos si como decía en las primeras preguntas, nuestro subconsciente literario está construido a base del canon aprendido en la adolescencia.
6. Creo que no hay que ser modesto con eso. Quiero decir, es lógico que cuando uno escribe lo haga para que las personas lo lean en el futuro, no en el pasado –eso, claro está, es imposible a no ser que tengas una máquina del tiempo–. Me da la impresión de que muchos autores escriben para que les lean los muertos –otros escritores–, para que se les lea con ojos de ayer. No hay que tener miedo ni reparos al pensar en la posteridad. Se escribe para que todo quede. Para que el pensamiento plasmado hoy sirva a quien mañana lo lea. Si no, no escribiríamos. Sería una tontería hacerlo. Y el tema del baremo, tengo a mis lectores de confianza. Eso significa que si a ellos les entusiasma, yo estoy satisfecha. Aunque que esté satisfecha, claro, no sé si significa que esté bien hecho.
Luna Miguel (Alcalá de Henares, 1990) vive en Barcelona desde 2011. Ha publicado cinco libros de poesía: Estar enfermo (2010), Poetry is not dead (2010), Pensamientos estériles (2011), La tumba del marinero (2013) y Los estómagos (2015). Trabaja como redactora en PlayGround Magazine y es editora de la sección “PlayGround Books”.
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