Imperios combatientes
El gulag son ellos
Sobre lo que le espera a Julian Assange en Estados Unidos, mayor universo carcelario del mundo
Rafael Poch 1/05/2019
La policía militar traslada a un preso en la prisión de Guantánamo.
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La obvia voluntad de los medios de comunicación establecidos al silenciar todo lo posible el escandaloso caso de Julian Assange es que nos olvidemos del asunto y que este se diluya en la ruidosa cacofonía de la coral informativa.
Entre su detención, el 11 de abril, y el día 26, no se le le ha permitido recibir visita alguna, ni siquiera de médicos, abogados, diputados o familiares, en la prisión de alta seguridad de Belmarsh, que la BBC designó en su día como el “Guantánamo británico”. Que alguien pueda ser sometido a semejante régimen de aislamiento en una prisión de ese tipo por una banal violación de la libertad condicional bajo fianza, es un insulto a la inteligencia.
No es el “caso Assange”
Dejemos las cosas claras: esto no es el “caso Assange”, sino el de la libertad de información. Desde el fin de la II Guerra Mundial, lo que el expresidente Jimmy Carter define como “la corrupta oligarquía de Estados Unidos” ha llevado a cabo todo tipo de guerras, guerras comerciales, embargos, bombardeos, invasiones, operaciones de cambios de régimen que, según estimaciones internacionales, suman unas cincuenta intervenciones directas en las que perdieron la vida entre 20 y 30 millones de seres humanos. Estados Unidos es “la principal amenaza a la paz mundial”, dice Oskar Lafontaine. Pues bien, Assange es culpable de haber revelado muchos detalles y métodos recientes de esa inusitada violencia. No ha sido el único, pero su informe, a través de WikiLeaks, ha sido enorme y muy dañino para el imperio. Periodísticamente ha sido, sin duda, el mayor scoop del siglo. Por eso Estados Unidos ha querido escarmentar con ese ejemplo, mostrando lo que les puede pasar a todos los periodistas, incluso si no son estadounidenses (Assange no lo es), en cualquier parte del mundo.
El jueves 2 de mayo Assange acudirá a su primera comparecencia judicial sobre la solicitud de extradición a Estados Unidos. Lo que se ha visto hasta ahora de la justicia británica, cómplice indigna de esta barbaridad liberticida, hace temer lo peor. Pero, ¿qué le espera a Assange?
Lo que le espera a Assange
“Cuando lo atrapen harán con él cosas criminales e inmorales, será la tortura”, explica Matthew Hoh, funcionario del Center for International Policy de Washington. “Le pondrán una capucha en la cabeza, será esposado y encadenado, lo embarcarán en un vuelo clandestino, será llevado a Estados Unidos y sometido a aislamiento, lo que es una forma de tortura”, explica el periodista Chris Hedges, premio Pulitzer. “Es así como rompen a la gente: será interrogado sin pausa, le aplicarán todas las técnicas psicológicas posibles, en su celda hará mucho calor, luego mucho frío, le despertarán constantemente, cada dos o tres horas, para impedirle dormir, puede que le metan en una celda sin agua para obligarle a pedir agua, para ir al lavabo o lavarse”, dice. “Todo el mundo tiene su punto de quiebra, le intentarán destruir psicológicamente. Lo hemos visto con muchos casos de detenidos, la mayoría vendidos a Estados Unidos por señores de la guerra en Afganistán o Pakistán: quedan emocionalmente inválidos de por vida. Será una tortura científica”, dice Hedges, citado por Elizabeth Vos en Consortium News. Todo eso puede deducirse del injusto proceso y detención sufrido por Chelsea Manning. “Habrá un barniz de legalidad, una apariencia, pero será tratado como todas las personas de todo el mundo que han desaparecido en ese sistema”, pronostica Hedges.
La cárcel interior del imperio
Ese sistema es el que corresponde a la acción imperial de Estados Unidos, a la violencia exterior ejercida por ese país, pero tiene una dimensión interior muy clara y conocida –aunque se hable poco de ella– que confiere a Estados Unidos la capitalidad mundial del gulag: el mayor sistema carcelario del mundo. El gulag son ellos.
En Estados Unidos más de mil personas mueren anualmente a manos de la policía por arma de fuego, golpes o gases. La policía tiene, en la práctica, licencia para matar, a juzgar por el insignificante número de agentes juzgados.
“Venganza y represión son objetivos explícitos de las instituciones del Estado hacia los negros”, dice el periodista suizo Walter Tauber, un veterano excorresponsal del semanario Der Spiegel. “Quien entra en la maquinaria de la justicia como negro, casi nunca se convertirá de nuevo en un ciudadano libre, incluso si su delito original hubiera sido fumarse un porro en la juventud y luego robar una pizza por hambre. Millones de negros y latinos son liberados de la cárcel sin recuperar la libertad, porque muy pocos logran convertirse de nuevo en ciudadanos libres”, dice.
Casi cada día un negro es asesinado a balazos por un agente. Según el diario USA Today, entre 2006 y 2012 agentes de policía blancos mataron cada año una media de 96 jóvenes negros, uno cada cuatro días. Pero esa cuenta del FBI solo concierne a delincuentes condenados. Esa situación fue la que generó el movimiento Black Lives Matter (“Las vidas de los negros importan”). La ciudad de Ferguson (Missouri) fue uno de los centros de aquel movimiento. La protesta de Ferguson arrancó, en agosto de 2014, tras la muerte del joven Michael Brown.
Desde entonces, seis personas vinculadas a aquellas protestas han muerto en circunstancias escandalosamente sospechosas: dos fueron encontrados calcinados y con una bala en la cabeza dentro de un coche incendiado en dos sucesos independientes, otros tres murieron en extraños suicidios y un sexto murió en un autobús en lo que se explicó como un caso de sobredosis. Los líderes de la protesta reciben anónimos amenazantes. A uno de ellos, el sacerdote Darryl Gray, le pusieron dentro del coche una caja en la que había una serpiente. Una de las activistas concernidas atribuye esta serie de incidentes a “supremacistas blancos o simpatizantes de la policía”.
La mayor red de cárceles del mundo
En Estados Unidos más de 2,3 millones de personas, la mayoría de ellas negros y latinos, están recluidas en la mayor red mundial de cárceles y centros de detención para inmigrantes del mundo. Si a ellos se suman aquellos que están en libertad provisional, la cifra asciende a siete millones. Ningún país del mundo mantiene tantos prisioneros como Estados Unidos: 698 personas por cada 100.000 habitantes. Más que la Unión Soviética en su etapa final, más que China, que tiene 1,6 millones de presos con una población cuatro veces mayor; más que en la actual Rusia o en Brasil (600.000); y aún más que los 400.000 de India (cifras de 2015). Muchos están encarcelados por el hecho de ser pobres y no poder pagar una fianza de 10.000 dólares, y uno de cada cinco por haber sido sentenciados a duras penas por asuntos de droga sin mediar violencia.
Las condiciones de encarcelamiento son atroces, como reveló en marzo un informe del Departamento de Justicia sobre las prisiones del Estado de Alabama: violaciones, asesinatos, palizas, suicidios (15 en los últimos quince meses). Esta situación viene amparada por lo que un especialista define como, “la naturaleza oculta de las prisiones de Estados Unidos”, algo que parece, “una opción política deliberada única entre las democracias”. “No hay en Estados Unidos una institución nacional independiente que supervise las condiciones de vida en las cárceles”, dice.
Agujero negro
Unos 61.000 presos sufren diariamente celdas de aislamiento, procedimiento que Naciones Unidas equipara con la tortura y del que muchos salen mentalmente enfermos. Hace tres años entrevisté a Albert Woodfox, un activista negro de 71 años que me explicó lo que significa el aislamiento: “Una celda de 6 metros cuadrados en la que estás solo y encerrado 23 horas al día con una hora en el exterior. También hay gaseamientos y golpes, es tortura”, decía el exrecluso. “El sistema está diseñado para romper tu espíritu y tu dignidad, muchos se vuelven locos, otros se suicidan, hay gente que se corta las venas para poder salir unas horas al hospital”.
Woodfox ha sido, seguramente, el preso del mundo que más tiempo ha pasado en régimen de aislamiento: 43 años y diez meses. Entró en la cárcel por delitos menores por los que fue condenado a 15 años, luego se escapó y se hizo activista contra las condiciones de encarcelamiento en el Estado de Nueva York. Ese activismo lo llevó de nuevo a la cárcel donde se adhirió al movimiento de los Black Panthers. “Creamos la única célula de los Black Panthers en prisión y nos acusaron de la muerte de un guardia, todo fue un montaje, nuestro proceso fue una venganza por nuestra militancia”. El aislamiento fue parte de aquella venganza, porque “desde el momento en que has sido condenado, te conviertes en un esclavo”.
Esa frase de Woodfox no es retórica. Adoptada en 1865, la decimotercera enmienda de la Constitución americana prohíbe la esclavitud… “excepto como castigo de un delito del que el responsable haya quedado debidamente convicto”. Woodfox y sus compañeros eran convictos del más grave delito: la rebelión de los negros para ser considerados y tratados como personas. De ahí parte toda una industria carcelaria de gestión, frecuentemente privatizada, que se alimenta con trabajo esclavo.
Tal es el contexto, general y concreto, de lo que le espera a Julian Assange en Estados Unidos cuando la judicatura británica apruebe su extradición: ingresar en ese agujero negro.
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Rafael Poch
Rafael Poch-de-Feliu (Barcelona) fue corresponsal de La Vanguardia en Moscú, Pekín y Berlín. Autor de varios libros; sobre el fin de la URSS, sobre la Rusia de Putin, sobre China, y un ensayo colectivo sobre la Alemania de la eurocrisis.
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