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Si la opinión pública llega a creer que es una cuestión científica zanjada, su postura sobre el calentamiento global cambiará en consecuencia. Por lo tanto, deben seguir haciendo que la falta de certeza científica sea uno de los grandes ejes del debate.
Frank Luntz, principal asesor del Partido Republicano estadounidense en un informe enviado al mismo en 2002.
Hace un cuarto de siglo, durante una estancia en Dublín para aprender inglés, uno de nuestros maestros evocaba la icónica canción One de sus compatriotas U2 (Achtung Baby, 1991) y nos preguntaba qué tendría que ocurrir para que toda la humanidad se pusiera de acuerdo, para que todos fuéramos Uno. Hace un cuarto de siglo la respuesta era obvia: la humanidad se uniría ante un ataque alienígena, el único enemigo común imaginable. Pero hoy nuestro maestro tendría una apremiante alternativa a la improbable invasión de los hombrecillos verdes: el cambio climático.
Cualquier problema que nos ocupe, cualquiera, va a empeorar por este motivo. Ya está ocurriendo. La desigualdad, las migraciones forzosas, el número de guerras, la economía, la expansión de las enfermedades infecciosas transmitidas por vectores, la extinción de las especies, el hambre, la desertización, la elevación del nivel del mar, la pobreza, la falta de agua potable, el desempleo, el terrorismo, los fenómenos meteorológicos extremos, etc.
Este quinto jinete del Apocalipsis saquea indiscriminadamente, como percibimos con veranos peninsulares cada vez más largos, el reciente invierno antártico de Chicago, el ciclón Idai –una de las peores catástrofes de África–, o el acelerado deshielo del Ártico con la previsión de su completa licuación estival para antes de 2050. Pues todo, absolutamente todo, será mucho peor si no tomamos las medidas adecuadas en el estrecho margen temporal de apenas una década.
Podemos debatir sobre las formas, las soluciones políticas y tecnológicas para abordar la crisis, pero racionalmente no podemos hacerlo sobre el fondo. El negacionismo suicida de algunos conservadores, con el obstruccionismo de Donald Trump como estandarte, es consecuencia de su rechazo ideológico y por connivencia de intereses a cuestionar nuestro modelo económico fundamentado en el consumo de combustibles fósiles como el carbón o el petróleo, la principal fuente de emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero. Pero ni siquiera a ellos les va a librar de sus consecuencias, como tampoco les libraría negar las de la gravedad si saltan por la ventana.
Corporaciones transnacionales del sector como la petrolera ExxonMobil han financiado y promocionado sistemáticamente a cualquiera que magnificara la menor incertidumbre o discrepancia sobre el impacto de esos combustibles en el calentamiento global. Pero sin renunciar cueste lo que cueste a la gallina de los huevos de oro de su aun creciente demanda, los grandes poderes económicos ya tienen planes para aprovechar las posibilidades lucrativas del desastre al que nos abocamos. Resulta bastante elocuente.
Como hicieron las tabaqueras desde mediados del siglo XX sobre la vinculación que conocían entre el humo del tabaco y el cáncer, la estrategia de las petroleras ante el impacto dañino de sus productos surgió en paralelo y es calcada. Primero, ocultan los datos. Después, mientras van haciéndose públicos, los desmienten y desacreditan a sus fuentes. Por último, cuando son escandalosamente evidentes, tratan de implantar la duda en la sociedad, la falsa creencia de que aun persiste la controversia científica aunque, como en el caso que nos ocupa, el consenso sea demoledor.
La industria tabaquera tardó al menos cuatro décadas en reconocer lo que ya sabía. Cuatro décadas mintiendo durante las que millones de personas siguieron fumando sin saber lo que ahora nadie cuestionaría, que fumar produce cáncer y muchas otras enfermedades. Pues la industria de los combustibles fósiles ha hecho lo mismo durante todo este tiempo respecto a su impacto medioambiental, incluso financiando a los mismos colaboradores necesarios.
“A partir de la década de 1950, las compañías petroleras y tabacaleras utilizaron no solo las mismas empresas de relaciones públicas y los mismos institutos de investigación, sino también muchos de los mismos investigadores”, según Carroll Muffett, presidente del Center for International Environmental Law, una organización de abogados ambientalistas.
Bajo similar estrategia, Frank Luntz recomendó a la primera administración de George W. Bush confundir a la ciudadanía. El gurú electoral republicano citado al principio de este texto también propuso popularizar el menos amenazador concepto de “cambio climático” frente al más intimidatorio de “calentamiento global”. Aunque el primero es científicamente más apropiado porque la acción humana sobre el clima no se limita a aumentar la temperatura de la atmósfera, merece la pena ver El vicio del poder (Vice, 2018), el magnífico biopic protagonizado por Christian Bale sobre el vicepresidente de aquella administración, Dick Cheney, para entender el modus operandi con el que estos ideólogos siguen moldeando la opinión pública.
Así, la complicidad de intereses empresariales y políticos ha usado la desinformación para desplazar el debate sobre el cambio climático de la agenda social y retrasar al máximo cualquier legislación restrictiva. Una complicidad que perpetúa en última instancia el insostenible modelo económico que les sigue reportando beneficios exorbitados.
Y como casi siempre, la peor parte se la llevan los pobres. La ciudad de Beira, en Mozambique, “pasará a la historia como la primera ciudad en ser completamente devastada por el cambio climático”, según la ex primera dama del país Graça Machel. África recogiendo las tempestades de los vientos del desarrollo energético e industrial promovidos por el capitalismo salvaje en el hemisferio norte.
Pero en California, el estado más rico del país más rico de la tierra, acaban de experimentar la temporada de incendios forestales más destructiva de su historia. Propiciada por un aumento de temperatura que incrementa la evaporación, la desecación de la vegetación y la aridez, ha arrasado tanto las casas de gente corriente como las de grandes millonarios. Porque no existen muro ni concertinas que nos protejan frente al cataclismo global.
Pese a la actualidad que inspira su título, El Ataque Contra La Razón (The Assault on Reason), del exvicepresidente estadounidense Al Gore, no es una novedad editorial. El libro fue publicado en 2007 durante el segundo mandato de Bush, cuando las redes sociales apenas echaban a andar y el debate público estaba mediatizado –como ahora– por la televisión.
En una época en la que seguíamos llamando mentira a la posverdad, Gore relataba la gran farsa de aquella administración a sus ciudadanos y a la comunidad internacional, caldo de cultivo para la impunidad con la que hemos tolerado el engaño político en adelante. La de justificar en 2003 la invasión de Irak –país que según sus propios servicios de inteligencia no suponía amenaza alguna– bajo el falso pretexto de que Sadam Husein tenía armas de destrucción masiva.
Ocultando el objetivo principal de controlar los yacimientos petrolíferos iraquíes en favor precisamente de las petroleras estadounidenses, el Secretario de Estado Colin Powell defendió el ataque en un histórico discurso en Naciones Unidas al que, miles de militares de la coalición internacional y decenas de miles de iraquíes muertos después, él mismo se referiría como una “mancha permanente” en su historial.
Merece la pena recordar que de los polvos de la inestabilidad generada en la zona vino el lodo de la creación del Estado Islámico (ISIS) para entender en toda su amplitud las consecuencias de la confabulación de intereses económicos que moldeó la agenda política de Washington para promover la guerra y negar la crisis climática. Frente a esa degradación ética, Gore se refiere a esta última no solo en términos de catastrofismo sino en los de oportunidad. La de ofrecernos “un objetivo moral común”.
Considera el exvicepresidente que, si conseguimos estar a la altura de las circunstancias, abordar el cambio climático no será tanto un problema político como un imperativo moral. “Una oportunidad para la superación del partidismo, para la trascendencia, la oportunidad de encontrar nuestro mejor yo y de crear un futuro más luminoso”. Es decir, que para responder a nuestro autoinfligido ataque alienígena debemos sacar lo mejor que llevamos dentro, aflorar nuestra grandeza frente a nuestra miseria, volver a elevar el listón.
Eso es lo que están haciendo líderes como Greta Thunberg y movimientos como Fridays For Future o Extinction Rebellion: indicar el camino para nuestra imprescindible revolución. En una época de desconfianza generalizada, decadencia política y exaltación de la mentira, debemos seguir su antorcha y tomar perspectiva frente las mezquindades de nuestros sectarismos particulares. Porque quizás, además de conseguir que la crisis climática sea un desastre manejable en vez de una catástrofe devastadora que amenace nuestra supervivencia, esta respuesta nos haga ganar lo que nunca debimos perder, la dignidad. Inspirémonos escuchando a los irlandeses:
One love, one blood, one life, you got to do what you should.
One life with each other: sisters, brothers.
One life, but we're not the same.
We get to carry each other, carry each other.
One, one.
[Un amor, una sangre, una vida, tienes que hacer lo que debes.
Una vida juntos: hermanas, hermanos.
Una vida, pero no somos lo mismo.
Nos llevamos unos a otros, unos a otros.
Uno, uno.]
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Aser García Rada (@AserGRada) es actor, pediatra, doctor en Medicina (UCM) y periodista freelance.
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Aser García Rada
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