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Me dice alguien que sabe que, en la Francia del siglo XVIII, no había propiamente logias. Es decir, edificios con ese nombre. Las logias se reunían en locales públicos como la habitación de una posada. Para ello, pintaban con una tiza en el suelo diversos símbolos, que desconozco. Esos símbolos eran borrados al final de la reunión. Y, mucho antes, si había un problema o entraba en la habitación alguien indebido. Eran símbolos escritos en el suelo, lo dicho, con tiza, con lo que bastaba tirar al suelo un cubo de agua para que los símbolos dejaran de existir. Me dicen, en otro lugar, que se volvió a utilizar esa manera precaria de escribir y borrar símbolos en 1939, en el primer campo de concentración de Alicante, tras la derrota. Allí, en ese campo, nació la primera secretaría de la CNT del Interior –los mataron–, y la primera logia de la postguerra –parece ser que no tuvo mejor suerte–. Esa logia, durante su encarcelamiento, volvió a escribir, por razones obvias, símbolos con tiza en el suelo. Que borraban tras si misma o en caso de urgencia. ¿Qué símbolos serían?
Hoy los símbolos de casi todo son constantes. De manera que no son símbolos, sino constancia. Una suerte de realidad, esa constancia cotidiana e inapelable. Los símbolos constantes no son símbolos. Son una suerte de solidez. Vas a cenar y están en la mesa. Tus comensales en vez de hablar de ellos mismos hablan de símbolos. Y, con ello, muestran su solidez insobornable, una suerte de identidad que no se puede negociar ni discutir. Es imposible hablar de símbolos. No sirven para ello. Los símbolos, en fin, siempre tienen razón. Nosotros, no. Nuestra razón de ser es no tenerla. O tenerla muy pocas veces, como cuando abrazamos o besamos. Es necesario, tal vez, borrar los símbolos. Que vuelvan a ser de tiza y de agua. Son necesarios símbolos que no existan, que sólo vivan en nuestro interior, que no salgan de él, que sean nuestro secreto. Los símbolos sólo ayudan cuando pueden dejar de existir con un baldeo. Cuando no nos explican a nosotros ni a nuestra vida.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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