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He venido a Italia. A ver a mi hijo. Hacía meses que no lo veía. En ese tiempo ha crecido un palmo por encima de mi cabeza. Y ha depurado su humor. Cuenta chistes sobre Salvini. Rápidos. Cortos. Efectivos. Son buenos, si bien nadie sabe lo que es un chiste bueno. O, al menos, es difícil definir el humor. Quién teoriza el humor, muere. Es decir, mata a su humor. La mejor definición que he escuchado es, no obstante, otro chiste. Es de un gran autor humorístico de los años 30, y afirma que el humor es una espera frustrada. Esperas que alguien camine, pero ese alguien, cae. Esperas que alguien abra una puerta, pero choca contra ella. Esperas algo, en fin, y se produce una verdad mayor. Algo real, cierto, más que lo esperado. Y eso produce risa. No es mucho. Pero es todo. Desde Aristófanes, eso condensa la historia del humor. La altura de tu hijo y su humor, por otra parte, sólo interesan a su progenitor. Por lo que esta historia no va de eso. De hecho, comienza con mi hijo cuando tenía una altura minúscula, y su humor no existía. La historia explica el momento exacto en el que nació su humor. Se trata, sin duda, de un momento mágico, único en todas las biografías. Y, creo, explica en sus dimensiones absolutas que el humor es, ciertamente, una espera frustrada. Y que consiste en crear una verdad no esperada. Ni tan solo, quizás, sospechada.
Mi hijo medía algo menos de dos palmos. No sabía reír. Cada mañana se despertaba a las siete. Y lloraba. Era un llanto de aburrimiento. Los bebés lloran de aburrimiento porque, de alguna manera, intuyen que el aburrimiento es lo peor que le puede pasar a uno en la vida. Cuando lloraba, me levantaba y salíamos al jardín. A esa hora, el verano aún no había explotado su furia, y se producía un momento cotidiano y agradable. Yo le hablaba, hasta que se volvía a dormir. Aquel día, no le hablé. O no sólo. Le di un pequeño susto. Bú. De pronto, pasó algo inusitado. Comprendió que lo que sucedía no era lo esperado, y rio. Con su primera risa, que fue una sonrisa leve. Le di otro susto, un poco mayor. Bú. Volvió a reír, de manera más nítida. Le fui dando sustos cada vez mayores. Bú. Bú. Bú. Con ellos se le fue formando una carcajada sonora. La primera. Contemplarla era una juerga absoluta. Finalmente, le di un susto demasiado intenso. Bú. Comprendió lo que era un susto. Que era de verdad. Que era una verdad espantosa. Y lloró. Mientras le abrazaba y consolaba, yo comprendí, por mi parte, algo que había olvidado tras tantos años fabricando humor. El humor es, en verdad, una verdad no esperada. Es decir, espantosa. Caer, chocar, asustarse, Salvini.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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