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El esfenoide es un hueso enigmático. Es el primer hueso que se forma cuando estamos en el interior de nuestra madre. Está ubicado en el cráneo. Configura, desde su discreción y timidez, nuestro rostro, pero también nuestra complicación neuronal, y la postura de nuestro cuerpo. Lo tenemos, actualmente, a la altura de los ojos. No siempre ha sido así. Ese hueso, cuando éramos prosimios estaba en la base del cráneo. Desde entones, ha cambiado de posición en cinco ocasiones dramáticas, fundamentales para la evolución del ser humano. En la segunda ocasión, los primates consiguieron dos propiedades sorprendentes: la capacidad de hacer herramientas, pero también la de fabricar humor, como lo fabrican los chimpancés y los bonobos. En la tercera, el Austrolopithecus alcanzó la verticalidad. Creíamos que empezó a caminar así en la sabana para desplazarse de un árbol a otro mientras vigilaba, desde la altura que dan dos piernas, su entorno. Pero su pie demuestra que trepaba por los árboles. Es decir, aprendió la postura erecta en su casa, un árbol, del que quizás no bajó. No empezamos a caminar, por tanto, con miedo y para adaptarnos al medio y al miedo. Lo hicimos porque no pudimos evitarlo. En el cuarto desplazamiento del esfenoides aparece el Homo, seres bípedos, ágiles y capaces de algún tipo de lenguaje. La quinta dio paso al Sapiens, un ser con capacidad de abstracción, que en breve inventará el arte, la escritura y la bomba atómica.
La evolución humana es, posiblemente y sencillamente, el desplazamiento de ese hueso en el cráneo, a través de varias mutaciones radicales y periódicas. Imprevisibles, incalculables, pero puntuales, como una cita que lo cambia todo. Llevamos esa posibilidad de cambio en el esfenoide y en nuestro destino desde el fondo de los tiempos. Se especula, incluso, que la primera especie de Homo que abandonó África llevaba en el interior de sus células la potencialidad de que, miles y miles de años después, y en cualquier parte del mundo, engendrara un Sapiens.
Llevamos esa posibilidad de cambio en nuestro interior. Es posible que la evolución no responda tanto a estímulos externos, como a una fuerza interna imparable e indialogable. Es una fuerza tan innegociable que se solidifica en nuestro primer hueso cuando apenas somos nada. Nos obligó a caminar, a fabricar, a imaginar, a pesar nuestro, que sólo quisimos ser sólo por otro día. Desde el primer desplazamiento del esfeonoide, en fin, existía el riesgo de ser nosotros, y de dejar de serlo, en el futuro, para ser otro ser. Quedó fijado tempranamente que no puedes volver atrás, porque la vida te empuja, ya en el vientre de tu madre, como un aullido interminable. Que el destino no es nuestro. Sólo lo transportamos.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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