Tribuna
Una gran petición de perdón
La gestión de la crisis y la narrativa empleada al efecto generaron desconfianza en las instituciones europeas. Un 48% de los ciudadanos no confía en la UE
Antonio Estella 24/05/2019
Europa
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A pesar del ejercicio de responsabilidad que realizamos todos los que de una manera u otra estamos involucrados en asuntos europeos, lo cierto es que ya es imposible dejar de señalar lo que es un gran secreto a voces: Europa, la Unión Europea, se encuentra en una situación de extrema dificultad. Observen la siguiente frase: “Solía tener la sensación de que el continente estaba cada vez más unido. Sin embargo, durante los últimos diez años, cada vez me da más la impresión de que los europeos se están separando”. La frase no es, por supuesto, mía: es del actual presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, en una entrevista publicada en diciembre del año pasado en el diario El País. Cabe añadir que Juncker es un político que conoce bien el oficio y que no es dado precisamente a la grandilocuencia; antes, al contrario. La frase tiene si cabe más peso si tenemos en cuenta que se pronuncia en medio del lodazal político en el que se ha convertido la negociación de brexit.
La sensación que tengo es que el problema que tiene la UE no es meramente coyuntural, no es el fruto de ésta o aquella circunstancia política, ni de una determinada coyuntura económica, ni siquiera es el resultado del desgarro que el brexit y su compleja negociación está produciendo en el seno de la Unión. Creo que obedece a causas mucho más profundas, que están aquí para quedarse, al menos en el medio plazo, y que vienen de lejos, concretamente, desde que estalló la crisis económica de 2008, aunque probablemente su simiente se plantara algunos años antes, cuando se concibió la Unión Económica y Monetaria. En cualquier caso, las indicaciones de que la UE se encuentra en una situación de extrema dificultad, como señalaba al inicio de este artículo, son variadas.
Para mí, la más clara de todas ellas es la relativa al indicador de confianza en las instituciones europeas. En efecto, de acuerdo con el Eurobarómetro Especial de junio de 2017 nº 461 (Designing Europe’s future: Trust in institutions Globalisation Support for the euro, opinions about free trade and solidarity), casi la mitad (el 46%) de los europeos no confían en la Unión Europea. “Casi la mitad de los europeos tienden a confiar en la UE”, reza el lema que encabeza esta sección del Eurobarómetro, en una muestra adicional de los bisoños intentos de las instituciones europeas por mostrar un panorama mucho más halagüeño y alentador del que realmente es en lo tocante al presente e incluso al futuro del proceso de integración europea. No me cansaré de repetirlo nunca: los que intentamos poner todos los dedos en todas las llagas que supuran en el proceso de construcción europea, no somos euroescépticos, sino todo lo contrario: nos importa Europa, nos importa el futuro de la UE, pero pensamos que le hacemos un flaco favor a este apasionante proyecto si no partimos de decir las cosas como son.
Vuelvo a la cuestión de la confianza. El último Eurobarómetro, el de noviembre de 2018, muestra que la tendencia marcada por el estudio anterior se afianza (y empeora) en la UE: ahora es un 48% el que no confía en la UE, frente a un 42% que sí que lo hace. Ningún proyecto político puede funcionar cuando la mitad de la población de una determinada polis desconfía abiertamente y de manera permanente de las instituciones de dicha estructura política. Estamos ante un problema de la mayor gravedad, que hay que intentar remediar cuanto antes y sin perder un minuto. La Unión Europea tendrá futuro solamente si la gente vuelve a confiar en sus instituciones. Cierto, me dirán, el mismo problema existe en el ámbito nacional, y ambos (el nivel europeo y el nacional) están estrictamente conectados. Y no seré yo quien niegue esta conexión, pero déjenme centrarme por un momento en la cuestión europea.
Bajo mi punto de vista, una de las causas de esta profunda desconfianza en el proceso de construcción europea se encuentra en la decepcionante gestión que realizó la UE de la crisis económica que estalló en 2008. Como decía antes, probablemente la semilla de ese error se plantó mucho antes, cuando se diseñó la UEM. Pero por no complicar excesivamente las cosas, vayamos al momento de la crisis económica y su gestión. Es evidente que, desde el primer momento en el que estalla la crisis, se genera una determinada narrativa en la que los países del norte y centro de Europa cargaron las tintas contra los países de la periferia comunitaria, específicamente contra los del sur. Me contaba una fuente periodística, que no estoy autorizado a citar, que después de una entrevista con Ángela Merkel, cuando entrevistador y entrevistada entraron en las más calmadas aguas del off-the-record, la canciller alemana empezó a dibujar un panorama dantesco de los españoles: vagos, siesteros, poco dados a mantener los compromisos, irresponsables, eso sí, España es un país maravilloso, donde pasar las vacaciones, estupendas playas y paisajes…estamos hablando de la canciller alemana, que es supuestamente la moderada del grupo de los halcones de la austeridad europea. Esa narrativa, esa narrativa de la culpa y la irresponsabilidad de unos y de la probidad y rectitud de otros, ha sido propagada entre bambalinas por algunos países europeos y secundada sin mayores contemplaciones por las instituciones europeas.
La fractura que esa narrativa produjo en su momento (y no solamente la narrativa, sino la correlativa gestión de la crisis, en donde Grecia se convirtió en un auténtico laboratorio de pruebas económicas de armas de destrucción masiva) tiene que empezar a cerrarse de inmediato si queremos que la UE tenga un futuro en el que más, mucho más de la mitad de sus ciudadanos, confíen en sus instituciones.
¿Cómo hacerlo? La idea se origina en el seno de las propias instituciones que gestionaron la crisis económica: en julio de 2016, un informe de la Oficina Independiente de Evaluación del FMI señalaba, en un tono claro y hasta lacerante, todos los errores que había cometido el FMI en la gestión de la crisis, sobre todo de la crisis griega: “Muchos documentos fueron preparados fuera de los canales regulares establecidos; no se pudo ubicar documentación escrita sobre algunos asuntos sensibles” dice la OIE. Este documento ha sido asumido por algunos medios de comunicación como una admisión clara de culpabilidad: “El FMI pide perdón por la inmolación de Grecia”, decía el Daily Telegraph del 29 de julio de 2016. Más adelante, hace unos pocos meses, el propio presidente de la Comisión Europea pidió perdón ante el Parlamento Europeo por la desastrosa gestión de la crisis económica, sobre todo de la crisis griega. La forma en la que recoge El Diario esta información es también clara: Juncker pide perdón.
Sobre la base de este inicio de reflexión por parte de las instituciones europeas e internacionales sobre los errores cometidos a lo largo de la crisis, propongo la siguiente idea, como forma de empezar (de empezar: no es el punto final del trayecto) a recuperar la confianza entre las instituciones europeas y los ciudadanos europeos. La idea que propongo es la siguiente: que las instituciones europeas realicen una gran petición de perdón no solo por los errores cometidos, sino también por la narrativa y el lenguaje empleados durante la crisis, a los países que fueron rescatados, y en particular, a Grecia. Cuando me refiero a las instituciones europeas, me refiero, sobre todo, a los miembros de la troika: Comisión, BCE (el FMI no es una institución europea) y el presidente del Consejo Europeo en nombre de los Estados miembros, que son los que articularon los planes de rescate imponiendo MOUs (Memorandum of understanding) a los Estados miembros con condiciones exorbitantes.
Al mismo tiempo que esto ocurre, es cierto que algunos Estados miembros deberían pedir perdón por algunas conductas realizadas sobre todo antes de la crisis: me refiero a Grecia en particular y su propensión, digámoslo así, a disfrazar las cifras de déficit y de deuda. Probablemente haya otros países que también hayan realizado en el pasado actuaciones similares, y que, sin duda alguna, no necesito citar aquí. Todos ellos deberían pedir perdón por ese tipo de actuaciones.
Propongo, por lo tanto, que se produzca una GPP, una gran petición de perdón, de manera correlativa y sincronizada: por un lado, por parte de las instituciones europeas por la gestión de la crisis y la narrativa articulada durante la misma, y por otro lado, por parte de algunos Estados miembros por no haber estado a la altura de los compromisos contraídos en materia económica con la UE y con los otros Estados miembros en muchos momentos de la historia reciente del proceso de integración europeo.
Las peticiones de perdón se han convertido en un elemento consustancial a los procesos que se han venido a llamar de Justicia Transicional o Justicia Restaurativa. Como sabemos (vid. Rodríguez Montenegro, 2011, para una descripción de algunas aplicaciones de estas nuevas formas de entender la reparación), se han aplicado sistemas de JT o JR a procesos en los que había un componente fundamental de violencia, en el sentido físico del término. Nos es necesario adentrarnos por el momento en el debate de si la existencia de violencia es un priuso no lo es en este tipo de situaciones, y, en ese caso, de qué tipo de violencia estaríamos hablando (física, psicológica, etc). Tampoco es necesario adentrarnos de manera extensiva en la cuestión de la relación entre petición de perdón y restauración de la confianza. El caso es que lo que propongo es que, tomando inspiración en los conceptos y procesos de JT y JR, se articule una forma de perdón bidireccional, aunque con un mayor protagonismo en la solicitud de perdón por parte de las instituciones europeas, como forma de empezar a restaurar las heridas sufridas, y de esta manera, intentar sentar las bases para la recuperación de la confianza de los ciudadanos europeos hacia las instituciones comunitarias.
No se trata de adentrarnos en la forma específica en la que esta gran petición de perdón podría tener lugar; lo que me interesa es la idea antes que la forma concreta que ésta adopte. Pero se podría pensar, por ejemplo, en una escenificación que comportara un acto de contrición en el Parlamento Europeo, que es el recipiendario de la soberanía europea, en el que participaran los actores antes mencionados, la Comisión Europea, el BCE y el Consejo Europeo, representados, todos ellos, por sus presidentes. Como señala el estudio que he mencionado antes, los actos de perdón suelen llevar aparejados el establecimiento de Comisiones de la Verdad, en las que, como elemento restaurativo fundamental, al menos se esclarecen los hechos, lo que pasó. Sería interesante pensar en que ese gran acto de petición de perdón fuera simplemente el pistoletazo de salida de unas sesiones en el propio Parlamento Europeo en el que la verdad sobre lo acaecido durante la gestión de la crisis se pusiera de manifiesto de la manera más transparente posible. Perdón, pues, como antesala del re-establecimiento de la verdad, y como forma de recomponer las bases de un nuevo contrato de confianza entre los ciudadanos europeos y las instituciones de la Unión Europea.
Evidentemente, en ese gran acto de perdón, y en las sesiones posteriores, los Estados miembros tendrían una oportunidad inigualable para, ellos mismos, y de manera individual, pero en un marco conjunto, pidieran perdón y reconocieran sus errores a la hora de cumplir los compromisos adquiridos en materia económica.
Quiero llamar la atención sobre el carácter circular de este proceso. Sería importante que la doble petición de perdón, de la UE y de los Estados miembros, tuviera lugar en un marco conjunto y comunitario. Es decir, personalmente, desecharía las fórmulas de petición de perdón individualizadas, en las que la Unión Europea y los Estados miembros, independientemente los unos de los otros, pidieran perdón por los errores cometidos durante la crisis. El aspecto sincrónico de esta estructura sería el elemento clave, que haría que la doble petición de perdón alcanzara su auténtica dimensión de acto conjunto y colectivo.
Los resultados de los actos de petición de perdón, que van enlazados con Comisiones de la Verdad, son dispares, como el estudio previamente señalado indica. Sin embargo, los contextos en los que se han intentado han sido caracterizados por la fuerte presencia de violencia, en el sentido físico del término, y aun así, algunos de ellos al menos, han sido relativamente exitosos, como por ejemplo, el caso surafricano. La ventaja que tendría una petición de perdón en el contexto comunitario sería, por tanto, la ausencia de violencia. Si incluso en casos en los que con violencia las peticiones de perdón han sido relativamente eficaces para restaurar la confianza en las instituciones de un país y así poder mirar conjuntamente hacia el futuro, ¿por qué no deberían serlo en el ámbito comunitario, en donde es posible que se haya producido violencia en el sentido psicológico de la palabra, pero no en su sentido físico?
La preocupación fundamental que se produce a modo de reacción cuando comento con decisores políticos comunitarios una idea de estas características es que pedir perdón pondría al desnudo la tremenda debilidad que padecen hoy en día las instituciones comunitarias. Sin embargo, siempre recuerdo a este respecto la frase de Mahatma Gandhi: “El débil nunca puede perdonar. El perdón es atributo del fuerte”. Creo sinceramente que este proceso, esta gran petición de perdón, haría mucho más fuertes a las instituciones europeas, y no solamente a ellas, sino al proyecto comunitario en su conjunto. No habría además grandes perdedores o ganadores en el proceso, puesto que no solamente las instituciones europeas pedirían perdón, sino también los Estados miembros, o al menos, algunos de ellos. Y tendría un elemento restaurativo y transicional fundamental: el acto se convertiría en un auténtico acto refundacional, una forma de volver a juramentarse, instituciones europeas, Estados miembros, y ciudadanos, en pro del futuro de la Unión Europea. En definitiva, solamente veo beneficios en relación con una propuesta de estas características, siendo los costes, de existir, muy menores. Sería más fácil volver a confiar en una organización que es capaz de admitir sus errores y que está dispuesta a repararlos con la verdad.
Jacques Derrida nos dice que el auténtico perdón es en relación con actos que son imperdonables; el resto no es perdón verdadero. No sé si la gestión de la crisis económica y la narrativa que se empleó durante ese período de tiempo en relación con algunos países comunitarios fue un acto, o un conjunto de actos, imperdonables o no. Pero lo que sí sé es que dejaron un reguero de cadáveres por el camino, en forma de desempleo, aumento de la desigualdad, bajo crecimiento y aumento de las tasas de abandono escolar en muchos países de la UE. Sobre todo, la gestión de la crisis y la narrativa empleada al efecto, hizo algo peor: generar desconfianza en las instituciones. Probablemente, desde un punto de vista político, la generación de desconfianza de manera generalizada es un acto imperdonable, no lo sé, quién sabe. En cualquier caso, merece la pena tomarse el problema en serio, y empezar a dar los pasos necesarios para que ese contrato de confianza que debe existir entre ciudadanos e instituciones europeas para que la UE funcione de manera legítima comience a restaurarse cuanto antes.
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Antonio Estella. Professor Jean Monnet “ad personam”. Derecho de la Gobernanza Económica Europea. Universidad Carlos III de Madrid.
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