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La nostalgia esconde siempre mentiras. Lo siento por los melancólicos fundamentalistas. Un fogonazo de nostalgia puede parecer una molécula de agua, pero tiene los átomos cambiados. Es, en todo caso, como el agua malina de las fuentes públicas de Alicante: no sacia la carencia, la acrecienta. Quien la probó, lo sabe.
La nostalgia es un vicio que sirve para hacer política pero solo un poquito, porque el presente es tremendamente intransigente. Puede emplearse acaso para componer una campaña, pero no para gobernar, y menos para revalidar el poder. No me refiero a la añoranza por don Pelayo y sus primos a caballo: eso no es nostalgia, es espiritismo. Hablo de esa cosa como narcótica que ha venido destellando alrededor del carmenismo.
Reconozco que no sé ubicarlo ni desentramar la química que compone ese aura, pero sé que estaba y que ha estado estos cuatro años, rodeando la imagen de marca, el branding de lo que finalmente se formuló como Más Madrid.
No sé bien qué es, pero creo que es el motivo de que los grandes discursos de apoyo a este partido sonaran demasiado espirituales. En las sonrisas y adulaciones a la alcaldesa no se percibía el sonido del futuro, sino la emoción de estar inaugurando un folclore. Tal vez ocurría así porque el futuro que se proponía (al margen de la cuestión de la contaminación) no era tan nuevo ni rupturista ni esperanzador. Solo dos cosas podían sacarse en claro, por ejemplo, de las palabras que pronunció Errejón durante la campaña: el ecologismo y una extraña felicidad capicúa que se justificaba a sí misma. De pronto, esa sonrisa parecía la contraseña para ser de izquierdas y resultaba bastante raro.
Sobre el folclore. Creo que no era exactamente una fundación, sino un sincretismo: el rollito polaroid de la Movida madrileña llenando de colorines hasta asfixiarla la filosofía del 15M (en todo sincretismo hay una parte que vampiriza a la otra, y no siempre es la más visible). Quizá sea eso a lo que han llamado transversalidad. Quizá sea, también, el motivo por el que a muchos sureños de Madrí les dio pereza ir a votar. Eso o que conforme sigue el precio de los alquileres, cada día bajo techo es una experiencia de lujo y el obrero madrileño, se sabe, es muy dado al carpe diem.
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Esteban Ordóñez
Es periodista. Creador del blog Manjar de hormiga. Colabora en El estado mental y Negratinta, entre otros.
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