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Otro año que me pierdo el desfile de las Fuerzas Armadas. Es un espectáculo que merece la pena, me contaba alguien una vez recitando tipos de avión militar como el que recita el menú del día y las tapas fuera de carta. Tenemos el Eurofighter, que menudo bicho, tenemos el F-18, que eso es impresionante, y luego tenemos el F-5, que es como el F-18 pero más ligero, entraba en detalles. El F5 además sirve para actualizar, intenté rebajar el tono militar de la conversación, ofendiendo por supuesto a mi interlocutor. Nunca bromees con aviones de guerra. En ellos se carga mucho sentimiento. Tú te lo pierdes, me dijo, con la misma cara que pondría un notario dando fe de un derrumbe moral.
Este año el desfile será en Sevilla. Cuando me enteré me lancé a la agenda llevándome un disgusto: me pilla en casa. Este año no sólo me lo perderé, sino que tendré que hacer por perdérmelo, evitando con disciplina marcial pasar por las calles de la cabalgata. Lo mío es puro prejuicio. No puede ser otra cosa cuando alguien siente rechazo por algo que sólo ha visto por televisión. Aún así, he decidido aceptar esta tara de aguafiesta nacional. No es algo nuevo. La primera vez fue con Rosa de España desfilando en Eurovisión. Mientras el país y un buen grupo de amigos se entregaba con sus mejores deseos al Europe’s Living a Celebration, yo cruzaba secretamente los dedos para que aquel engendro cantado en inglés fracasase con todo el estropicio y ruido posible. Hay que ser mala persona, me dijo una amiga que descubrió el pastel.
El desfile militar, como todo lo que tiene que ver con los cuerpos armados de España, me pilla lejos por muy cerca que se celebre. No me pertenece como no me pertenece una capea privada o una boda en El Escorial. La prueba definitiva de que es un acto ideológicamente privado son los anuncios del Ministerio de Defensa que repiten cada año, por si hay algún despistado, que el acto nos pertenece a todos. Salvan vidas y están ahí para protegernos, es el argumento más habitual para afearle a un tarado como yo el rechazo a la cabalgata militar. Si la cosa va de homenajear a quien salva vidas y nos protege, no entiendo que nunca haya desfiles del personal de la Sanidad Pública, respondo en mi cabeza y sólo en ella, porque siempre es incómodo discutir con los entusiastas de las procesiones, ya sean de santos, de tanques o de F-y pico.
El tarado que huye de lo militar no nace, se hace. Las fuerzas armadas, como las fuerzas de seguridad, son de los pocos gremios públicos del Estado con licencia para matar consensos como si tal cosa. Cuando Julio Rodríguez, exJEMAD, anunció que se pasaba a Podemos, desde el entorno militar se le acusó públicamente de traidor. Y con razón: estaba traicionando la ideología de un cuerpo. Cuando, tiempo después, Vox metió en sus listas a militares franquistas, el voto al partido ultra arrasó en las localidades con base militar. No hace falta entrar a un foro de internet de los cuerpos armados para entender que existe un secuestro ideológico que pagamos entre todos. En las redes sociales, portavoces de estos cuerpos acosan a políticos de izquierdas y lanzan mensajes ideológicos con la seguridad de saberse jugando en casa. Las imágenes de policías posando junto al furgón público con esvásticas o banderas franquistas no reciben sanción sino silencio. Los guardias civiles desplazados a Cataluña por una resolución judicial cantaban “a por ellos” y lo subían a youtube con la certeza de quien se sabe parte de un bando. Es complicado imaginarlos cantando lo mismo en otro tipo de operaciones judiciales. No. Desfiles como este no nos pertenecen a todos porque se ha permitido la privatización ideológica de lo que es un coto privado. La cosa no es nueva. Nuestro ejército no celebra el día en el que frenó un golpe militar en España porque eso no pasó: la mayoría de militares se pusieron del lado del golpe de Estado y la dictadura. Nuestro ejército, al contrario que otros ejércitos europeos, no celebra la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial porque aquello les pilló en la neutralidad como amigos de Hitler.
Se ha normalizado una situación anómala y, año tras año, se nos pide que hagamos como si no estuviera sucediendo. Que mostremos entusiasmo ante el desfile de unos mileuristas a quienes le prometieron sueldo bajo pero tratamiento de héroe. Que les paguen mejor, pero que no nos obliguen a la propina moral. El día que haya un desfile de médicos, bomberos, profesores y militares estaré en primera fila aplaudiendo con la carne de gallina. Mientras tanto, los pelos de punta son por otra cosa.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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