TRIBUNA
La trampa de Manuel Valls
El exprimer ministro se ha convertido en un maestro en el arte de transformar las derrotas en las urnas en victorias estratégicas
Éric Fassin 13/06/2019
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Manuel Valls ha perdido claramente las elecciones municipales en Barcelona. Pero aún así, intenta hoy convertir su derrota en una posición de poder inesperada: podría decantar la mayoría a favor de su adversaria, la alcaldesa saliente. Tiene incluso la destreza de no pedir nada a cambio de sus votos. Ada Colau podría así verse tentada de aceptar este regalo: después de todo, ella no ha negociado nada. Nos viene a la mente el siguiente refrán, que citaban desde Chaucer hasta Shakespeare: “Quien con el diablo haya de comer, larga cuchara ha menester”. De hecho, ¿cómo podría comprometer a Ada Colau, cuando ésta ha sabido mantener tan bien las distancias respecto a su adversario francés? No habrá acuerdo de gobierno, nos dicen.
Sin duda. Pero sería desconocer la trayectoria de Manuel Valls. Se ha convertido en un maestro en el arte de transformar la derrota en las urnas en victoria estratégica y apoyar a sus adversarios “de la misma forma que una soga sostiene a un colgado”, tal y como reza la expresión francesa. En las primarias socialistas de 2011, Manuel Valls representaba el ala derecha de su partido. Los electores rechazaron netamente esta opción: entre los candidatos de su partido, quedó el último, con menos del 6% de los votos. Pero inmediatamente otorgó su apoyo al favorito, en cabeza en la primera vuelta: François Hollande. Resultado: Manuel Valls fue el encargado de dirigir la campaña del futuro presidente. Se situaba de repente en una línea claramente de izquierdas.
Pero al día siguiente de la elección de François Hollande en 2012, el giro a la derecha lo simbolizó…Manuel Valls. Nombrado ministro del Interior, hizo todo lo posible para silenciar a la ministra de Justicia, Cristiane Taubira: la heroína del “matrimonio para todos” no pronunció ni media palabra para criticar la política de Valls contra los migrantes romaníes; se resignó incluso a permanecer en el gobierno mientras él se convirtió en Primer ministro. De hecho, Manuel Valls consiguió estampar el sello de su cargo en todo el gobierno: ocurría todo como si el que estuviera en el poder fuera el Partido del orden –ya sea la represión contra los migrantes o contra los manifestantes, el desmantelamiento del Código del Trabajo o la propuesta de retirada de la nacionalidad a terroristas para combatir el terrorismo, de siniestro recuerdo–.
La trampa que ha tendido hoy a Ada Colau no es la misma; pero recuerda a ella. Consideremos los dos principios que han dirigido el comportamiento de Colau desde las elecciones del 26 de mayo: por un lado, rechazar que se le defina por la cuestión de la independencia (a favor o en contra); por otra parte, reafirmar el sesgo entre derecha e izquierda. En base a esto, ha promovido (en vano) un frente de izquierdas junto a ERC y PSC. También por esas dos razones ha rechazado la alianza con Ernest Maragall, dado que este quería incluir en su mayoría a los independentistas de derechas de Junts per Catalunya. Ahora bien, si hoy aceptase el regalo envenenado de Manuel Valls, Ada Colau sería investida gracias a los votos de la derecha, que confluyen con el PSC en cuanto a su constitucionalismo. La coincidencia con los últimos días del juicio de los presos políticos no haría sino recalcarlo: Barcelona en Comú renunciaría así a su equidistancia.
Recordemos el último vídeo de esta campaña municipal: el “cara a cara” entre la alcaldesa candidata (“No pienso olvidarme”) y la activista que un día fue (“Estaré aquí para recordártelo”). Ada Colau se ha esforzado por hacer la política más atractiva, más deseable; Manuel Valls por el contrario se empeña en reducirla a un puro juego de poder. Si la oferta de Manuel Valls fuera aceptada, muchos de los apoyos a Ada Colau tanto en Barcelona como en el mundo entero (de los que formo parte), tendrían la impresión de que el poder ha triunfado sobre el deseo de la política que ella encarna. Dicho de otro modo, para conservar la alcaldía perdería la fuerza simbólica de una forma de ejercer el poder sin ser cautiva de él. Manuel Valls no necesita negociar una contrapartida; alcanzaría su objetivo: se cuestionaría la credibilidad de su adversaria. La alcaldesa perdería en legitimidad lo que ganaría en poder. Un regalo nunca es gratis: podría pagarse muy caro. Ada Colau haría bien en meditar sobre la fórmula de otro antiguo Primer ministro francés, Raymond Barre, quien, en 1985, tras el despunte electoral del Frente Nacional, daba la vuelta al refrán: “No hay que comer con el diablo, ni siquiera con una cuchara muy larga”.
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Traducción de Andrea Torrico.
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Éric Fassin es profesor de sociología, Departamentos de Ciencia Política y Estudios de Género, en la Universidad Paris 8 Vincennes-Saint Denis. Autor de Populismo de izquierdas y neoliberalismo (trad. Joana Masó) Herder, Barcelona, 2018, es consejero editorial y fundador de CTXT.
Manuel Valls ha perdido claramente las elecciones municipales en Barcelona. Pero aún así, intenta hoy convertir su derrota en una posición de poder inesperada: podría decantar la mayoría a favor de su adversaria, la alcaldesa saliente. Tiene incluso la destreza de no pedir nada a cambio de sus votos. Ada Colau...
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Éric Fassin
Sociólogo y profesor en la Universidad de Paris-8. Ha publicado recientemente 'Populismo de izquierdas y neoliberalismo' (Herder, 2018) y Misère de l'anti-intellectualisme. Du procès en wokisme au chantage à l'antisémitisme (Textuel, 2024).
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