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Esta historia empieza con un grupo de jóvenes que defendía el derecho a la vivienda con un lema que bien podría utilizarse hoy: “No tendrás una casa en tu puta vida”. Recuerdo ver pegatinas en la calle y pensar “tienen toda la puta razón”.
En esa época seguía las campañas americanas con más emoción que las de mi propia ciudad. Hoy pienso: “Claro, eras parte de Matrix, y veías lo que querían que vieras. Hasta pensabas lo que querían que pensaras: que eras distinta, moderna y especial”. La realidad es que era una más entre tantas iguales en eso de sentirnos modernas, distintas y especiales.
Pero en mi ciudad convivía con jóvenes que sí eran distintos, o que, sencillamente, habían “despertado” antes. Antes del 15M, que fue el gran despertar para la mayoría. Los y las activistas de V de Vivienda ya llenaban calles y plazas para denunciar que aspirar a una vivienda (o sea, a un derecho) equivalía a hipotecar sus vidas, y lo denunciaban antes de que la palabra “desahucio” saliera en la televisión, en pleno auge de “¡¡Hipotecones!! ¡¡Dos por una!! ¡¡Nos las quitan de las manos!!”, vaya, del festín hipotecario.
Tengo el honor de haber pasado ocho años al lado de algunos de ellos, y me consta que hubo un momento en el que unos pocos decidieron separarse de la mayoría para crear otra cosa. ¿Por qué? Porque dijeron: “Hay un problema mayor del que hoy nos impide salir de casa de nuestros padres. Al menos tenemos techo, habitación, cama y un plato en la mesa. Pero está al caer una ola de desahucios que dejará en la calle a miles de familias, esas de las que nos reímos por haberse dejado engañar, las que hemos convertido en antagonistas, o sea: las que SÍ se han hipotecado”.
Esos valientes “disidentes” crearon la PAH, e hicieron “lo que tenían que hacer”. Ayudaron a las víctimas hipotecadas y resultó que, para sorpresa de muchos que los llamaron de todo: traidores o “reformistas” (en según que ambientes viene a ser lo mismo), esas familias no eran borregos manipulados ni “la máxima expresión del capitalismo encarnado”, sino las clases medias y, sobre todo, las más vulnerables, inmigrantes, gente humilde y trabajadora, los primeros en caer cuando su predicción acertó y explotó todo. Las asambleas de la PAH, formadas en sus orígenes por menos de diez activistas, empezaron a llenarse. Tanto que tuvieron que buscarse un local más grande y luego otro local más grande mientras crecían PAHs como setas en cada rincón de España.
Que todo explotara significó para muchos el final de nuestros planes, sueños y proyectos de vida. Una putada. Pero nada comparable a lo que fue para los muchísimos que pagaron sus cuotas hasta arruinarse, y dejaron de pagarlas porque tenían que comer: para ellas, las mismas que ahora son desahuciadas por impago de alquiler, fue una muerte en vida, una condena a vivir de ayuda en ayuda, sin casa pero pagando una casa que volvía a ser del banco, con la carga de una deuda que para muchos, y jamás los olvidemos, porque eso sí sería alta traición, fue demasiado pesada como para seguir viviendo. Y decidieron no hacerlo, es decir: no seguir viviendo.
Ada Colau se reveló entonces como una lideresa nata. Con una visión lúcida, con esa voz alta y clara, llamó criminales a quienes merecían ese adjetivo, y lo hizo ante una sociedad que admiró su arrojo y su valentía, y ante los miembros de un Congreso que se revolvieron incómodos en sus sillas y hasta le pidieron que se retractara. No lo hizo.
La PAH intentó cambiar las leyes desde la calle al grito de “sí se puede”, pero una lección a tener en cuenta y que nos tiene que ayudar es: no pudimos. Eso sí, ganamos algo que es necesario si quieres que las leyes cambien: una historia que nos daba la razón. Eso significa que “ganamos”, que las leyes cambiarán, pero que “poder” lleva, a veces, más tiempo del que quisiéramos.
Harta de trabajar gratis como guionista bajo promesas ficticias, me uní a la PAH y trabajé gratis para una causa en la que creía. Pensé: “Esta es la historia que dentro de diez años la gente querrá ver en Netflix”. Yo, por lo menos, si no lo tuviera, me haría Netflix ahora mismo solo por poder verla. Además, tras el 15M, después de gritar consignas como “no nos representan” o “no hay pan para tanto chorizo” una no puede levantarse y seguir siendo la misma.
No queremos mártires ni héroes. Queremos gente empoderada luchando por solucionar sus problemas
Trabajábamos con lo que teníamos, la realidad, y la realidad eran miles de historias terribles pero pequeñas que formaban, juntas, una grandísma historia: la de una descomunal estafa. La PAH estuvo allí para escuchar a esas familias y consiguió que no se sintieran solas.
Comí un día con un banquero que había vendido preferentes. Muchas. Y que había desahuciado. Mucho. Me habían pedido unos textos para la empresa de ropa de su mujer. Se me atragantó el sushi cuando lo achacó todo a que “habían sido demasiado buenos creyendo en la palabra de los inmigrantes, que habían demostrado no tener palabra”.
Parábamos uno entre miles de desahucios y eran victorias, lo eran, pero la proporción las convertía en algo casi simbólico. Al mismo tiempo buscábamos los resquicios que las leyes tienen.
Los resquicios, las fisuras, las costuras, las ranuras, de un sistema que, como toda construcción humana, tiene “defectos” que pueden tensarse para crear pequeños agujeros que son, en realidad, oportunidades para que se cuele el “sí se puede”.
David ganó a Goliat. Ada ganó la alcaldía de Barcelona gracias a los resquicios, a las ranuras. No hay imposibles si trabajas desde lo posible.
Miles de personas creímos en algo que Ada nos recordaba con una convicción contagiosa: tenemos más poder del que nos han hecho creer. Pero eso sí, siempre juntos, juntas, en común. La soledad no es eficaz y es solo para kamikazes. No queremos mártires ni héroes. Queremos gente empoderada luchando por solucionar su problema y el problema de quienes tiene a su lado, en un círculo de solidaridad que empieza con uno/a mismo/a. Matrix no teme a los héroes, pero tiembla cuando son cientos, miles, los que dicen “hasta aquí hemos llegado”.
En estos ocho años trabajando con ella, si algo he aprendido es eso: que los horizontes se abren cuando empiezas con lo que hay, lo cercano, lo tangible, y de ahí vas ensanchando y ensanchando, sin rendirte, hasta que lo que parecía una locura hace unos años, de repente no lo es, es más: es el sentido común, has transformado un imposible en la más razonable de las hegemonías.
Y como prueba de ello: ¿de qué se ha hablado en esta campaña? ¿Nadie se ha dado cuenta de que la derecha hablaba de pisos sociales, de regular el turismo, de medidas contra la contaminación y de toda una serie de cosas que hace sólo cuatro años no estaban en sus agendas? ¿Nadie recuerda al señor Trías, hace cuatro años, diciendo: “Hay que acostumbrarse a las molestias del turismo, ¡qué se le va a hacer!”?
Todos, hasta las llamadas “izquierdas”, se llevaron las manos a la cabeza cuando hablamos de frenar la concesión de hoteles para salvar el centro de una ciudad que estaba perdiendo el alma bajo aquel lema turístico de “Barcelona inspira” que de tan presente, casi había convertido la ciudad en una especie de franquicia. Afortunadamente si algo no le falta a Barcelona son diseñadores e ilustradores gamberros y creativos, que no tardaron en “trolear” el lema y convertirlo en “Barcelona expira”. Esa era la sensación que muchísimos/as compartíamos.
La llegada a la alcaldía de una intrusa produjo un temblor en Matrix, algo que el poder, el verdadero, no tenía previsto
Miento. No todos los partidos se llevaron las manos a la cabeza: a la CUP le parecía poco y además reformista, ergo traidor a sus principios, y proponía algo más rápido y drástico que demostrara su puro y duro anticapitalismo: “municipalizar los hoteles, todos”. A eso me refiero cuando hablo de la “pragmática de lo posible”. Conseguimos regular las licencias precisamente porque no impusimos “imposibles”, que es lo que más tensa al poder, precisamente por eso: porque es posible.
La llegada a la alcaldía de una intrusa produjo un temblor en Matrix, algo que el poder, el verdadero, no tenía previsto. Imagino la cara del conde de Godó cuando llamó al Ayuntamiento para “hablar con la nueva alcaldesa” y recibió como respuesta: “escriba a alcaldía.cat”, como tenían que hacer el resto de los mortales, igual un conde que una asociación de vecinos. Todos. Y os prometo que escribían y Ada los recibía. La cosa no iba de “no hacerlo”, sino de hacerlo distinto.
Matrix lleva cuatro años maquinando cómo sacarse a Ada de encima. Y ha creado el mejor de los relatos para fagocitarla: Dos Matrix para-lelas y para-lelos, que se retroalimentan y se culpan de todo, que nos dividen, que nos adormecen, que esconden más mentiras que verdades, y que son máquinas de propaganda sin proyecto político más que seguir con este neoliberalismo que ha encontrado el bucle perfecto para perpetuarse. Harían lo que fuera por poder exponer a Ada “entre los suyos”, como quien expone en el salón de su casa la cabeza del ciervo que ha cazado. Eso quiere Valls. Y mucha gente, obviamente, cree que su maniobra es eso. Pero esa gente no cuenta con que hay maniobras que “posibilitan” otras, como que se quede con las ganas de la cabeza en el salón y tenga que comerse un gobierno de izquierdas. No es tiempo de purismos, es tiempo de pragmatismos.
Un/a puede hacer tres cosas:
1- Elegir la pastilla roja (va, pongamos amarilla): hacerse creyente de esa República Catalana impuesta a medio pueblo que hoy es un acto de fe. La única verdad es que hay personas en la cárcel por cuya libertad hay que luchar, y mejor con estrategia y de forma eficiente. Menos mártires serán muchas más libertades.
2- Elegir la pastilla azul: creerse que España se rompe porque lo dicen en la tele y de tanto decirlo va y hasta algunos barceloneses creen que en Barcelona nos insultamos por la calle cuando viven en Barcelona y aquí no se insulta a nadie.
3- Desafiar a las dos Matrix: ni empastillarse ni embanderarse. Y desafiarlas del todo es que te insulten con eso de “equidistante” y en vez de ponerte como loco/a a justificarte, te pongas a leer un libro o a ver una buena peli.
De las urnas salió un resultado claro: Barcelona quiere ser puente, Barcelona quiere ser progresista, y a los barceloneses lo de los dos bandos como que no, quieren acuerdos entre quienes sufren los efectos secundarios de alguna de las dos pastillas, que son bastante parecidos, por cierto. Y si hay alguien que siembra y no dinamita, que hace políticas “con y para” la gente, pero nunca “contra” una mitad de la gente, es Ada Colau.
Hace sólo unos días parecía imposible que Ada volviera a ser alcaldesa. Hoy es más que posible. Parece que de momento no será como hubiéramos querido, con un tripartito BeC, PSC y ERC. Pero como es habitual (ya pasó con los presupuestos de PSOE y Podemos… y a mí me gustaría entenderlo), aquí nadie se enfada con quien dice que NO a lo que votamos ni a lo que necesitamos, sino con quien lo lucha, y con quien lo hace posible… más efectos secundarios de unas pastillas que confunden. Deberían avisar en el prospecto de “RepublicaIndependentiol”: esta pastilla provoca amnesia selectiva. En la de “Espoañaserompex” debería poner también que se recomienda por un tiempo cambiar de fuentes de información… en fin. Los partidos no deberían escribir sus propios prospectos, sino dejar a profesionales que lo hicieran bajo criterios científicos.
Ojalá Puigdemont, bajo el subidón de la pasti, no hubiera hecho ni caso a quienes le gritaban traidor. Ojalá aquel día hubiera escuchado a quienes le decían que se tomara un respiro, que esperara a que el efecto épico pasara, porque lo épico y lo democrático no van siempre de la mano cuando las mayorías no lo avalan.
La única traidora en toda esta historia en la que me he remontado más de diez años sería la propia Ada, y lo sería a sí misma, si no hiciera lo que siempre ha hecho: “lo que se tiene que hacer” con lo que hay y pensando en a quienes se debe: los y las que más más sufren y menos tienen.
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Silvia González Laá es guionista, redactora, activista en el equipo de Comunicación de Barcelona en Comú.
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Silvia González Laá
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