Notas de lectura: Tracción, Muerte, Poso
Reflexiones a partir de las últimas obras de Roberto Valencia y Julian Barnes
Gonzalo Torné 29/06/2019
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“Tracción narrativa” es una expresión feliz de Martin Amis, pero también muy útil. Teníamos la palabra “trama” para referirnos a la disposición de las acciones en un relato, pero las novelas sin apenas acontecimientos, con predominio de las descripciones o de los pensamientos también están “dispuestas”, de manera que “trama” es un término que puede decir varias cosas, que no distingue de manera específica a la sucesión de acciones. Se podría decir “trama narrativa”, pero suena raro que en un mismo libro convivan diversas tramas. Mucho mejor está “tracción narrativa”, que también alude a la manera en que los sucesos narrados parecen tirar tanto de la imaginación del autor como del interés del lector, arrastrando tras de sí diálogos, descripciones y reflexiones.
Cuidado con Roberto Valencia. En 2010 publicó un libro de cuentos sobre las alteraciones que padecen unos cuerpos y unas mentes en contacto con la barra libre de la multiforme pornografía digital. El libro era riguroso en un sentido poco habitual: se tomaba en serio la exploración que se había propuesto, y examinaba diversas situaciones narrativas sin apresurarse a imponer un juicio o una sanción. Valencia ha pasado casi diez años preparando su primera novela, Al final uno también muere (La Navaja Suiza). A lo largo de esta década ha ejercido la crítica literaria y cultural desde una posición insólita: ni en un periódico ni en la red sino dirigiendo un ciclo de conferencias en la librería Auzolan de Pamplona. Unos cuantos de sus seguidores distantes echamos de menos ojear la programación del trimestre para orientarnos en la urdimbre de las novedades: lo que Roberto seleccionaba valía tanto como una reseña entusiasta. Valencia arranca su novela desde una situación existencial deudora del relato fantástico: su protagonista, Kleizha, muere y vuelve a la vida cada pocas semanas. Lo más notable del libro es el temple con el que Valencia se resiste de nuevo a entregarnos el “sentido” o el “motivo” de la peculiar relación del protagonista con la muerte (que, como no podía ser de otro modo, determina su manera de vivir), pues prefiere imaginar al detalle las posibilidades de esta situación y perseguir con la fantasía sus consecuencias. Al espectáculo de un escritor que se toma en serio sus planteamientos imaginativos debe añadirse la alegría (no hay otra palabra) con la que Valencia explora diversos escenarios post mortem. Pensar en lo inconcebible (la propia muerte) recortado sobre el examen de una manera de morir distinta, las inmersiones y los regresos a la vida del pobre Kleizha: esta es la propuesta.
Poso. Que los novelistas al envejecer van depurando su estilo es una mentira tan lamentable que casi da apuro desmentirla. Por otro lado, ¿qué es un novelista viejo? Tolstoi murió bastante viejo, de acuerdo, pero Austen a los 42, Dickens a los 58, Lawrence a los 45, Dostoievski unos meses antes de cumplir los 60, Proust apenas rebasó los cincuenta... La idea de novelista viejo ha padecido una prodigiosa ampliación en las últimas tres décadas (un diario español volvía a presentar hace unos meses a Amis como un bad boy a sus lozanos setenta años) y no disponemos de base empírica suficiente para extraer conclusiones. Concentrémonos (y conformémonos) con un caso. ¿Cómo envejece el novelista de más de setenta años conocido como Julian Barnes? Creo que es mejor que el Barnes veinteañero y que el Barnes cincuentón, y si no es el mejor Barnes posible es porque el treintañero escribió El loro de Flaubert. El principal cambio del Barnes septuagenario no afecta a la mayor o menor complejidad del estilo, sino más bien a un desborde de sus facultades para comentar la historia que también está narrando. El comentario de Barnes no es documental, ni ensayístico, ni filosófico, sino algo así como sapiencial. En La única historia, la novela que Barnes ha escrito (por el momento) a una edad más avanzada, sitúa la mayor parte de la tracción narrativa (¡es una expresión irresistible!) en la primera parte del libro; en la segunda se va despojando de acontecimientos y dedica la tercera y última al comentario y la comprensión de lo sucedido, con apenas unas vetas de información vital sobre el protagonista. Es como si las reflexiones con las que Proust acompaña las acciones a medida que las cuenta (su comentario, su examen, su reflexión) se fuesen desprendiendo y acumulándose hacia el final del libro, de la misma manera que la materia más densa reposa al fondo de un café o de una sopa. Conjetura a partir de la lectura del Barnes septuagenario: los novelistas viejos pueden ser de lo más audaces.
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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