¿Semen o miedo?
A propósito de las novelas y de las ideas de M. Houellebecq
Gonzalo Torné 19/01/2019
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La publicación de la última novela de Michael Houellebecq ha venido acompañada de cierto revuelto mediático. Tanto aquí como en el resto del mundo. A las rutinarias acusaciones de “machismo” y “racismo” y a los no menos rutinarios elogios dedicados a su capacidad para “ir de frente” y “de agitar los tabúes” le ha acompañado esta vez (al menos en redes sociales, donde el debate con frecuencia es más vivo, o por lo menos, desencorsetado) una cuestión que me ha parecido interesantísima: ¿qué le pasa a Houellebecq que se pone a defender Europa frente al Islam y otros enemigos cuando había dedicado páginas y páginas a denunciar su falta de empuje, su corrosión interna, su agotamiento? O como le leí a un tuitero particularmente fino: “¿este no se había hecho famoso diciendo justo lo contrario?”.
Si uno repasa la carrera de Houellebecq efectivamente parece haberse producido un desplazamiento llamativo. En su primera novela, Ampliación del campo de batalla, Houellebecq señalaba que los europeos estaban perdiendo empuje (aturdidos por el trabajo, el consumo y los antidepresivos) ante los “pueblos emergentes”. Amante de emplear el sexo como vía de comprensión del entorno social Houellebecq ejemplificaba esta decadencia en una escena donde el protagonista se veía reducido al papel de voyeur de la copula entre una “preciosa francesa rubia” y un imponente amante de “raza negra” que la “satisfacía” como ya no podía hacerlo un francés, adocenado por la era del confort y el ansiolítico. La escena no era de gran sutileza, pero sí efectiva, y elocuente.
En su segunda novela, Las partículas elementales, Houellebecq emprendía una devastación sistemática de la intelectualidad progresista francesa, el socorrido Mayo del 68. Con una insólita amalgama de pesimismo y nostalgia lírica Houellebecq levantaba la voz por la generación a quien la libertad sexual de sus padres había dejado sin “orden ni afecto”, y ampliaba el campo de su denuncia a los pacientes arrojados a los fármacos, los viejos confinados en residencias, las desgarradoras solterías en los apartamentos suburbanos... Una panorámica deprimente que hemos escuchado muchas veces (mientras la gente se casaba, llenaba las cafeterías y los teatros, se comunicaba infatigable por las redes sociales...) pero en las páginas de Las partículas sonaba fresca porque no estaba escrita desde una impostada y convencional superioridad sobre la multiculturalidad, la libertad sexual o el ateísmo... sino desde un dolido desprecio hacia los efectos perniciosos que provocó la alianza entre la progresía y el capitalismo: desorden, desarraigo, vergüenza del sentimiento, supresión de la ternura... El Houellebecq de estas dos novelas está lejísimos de ser un provocador, sus libros están escritos desde un rencor desanimado, la lenta digestión de un sufrimiento que rozaba lo generacional; Las partículas elementales es tan triste que sospecho que para capear la depresión se impuso incluir una enrevesada trama de ciencia ficción.
En sus novelas posteriores Houellebecq ha aplicado su llamativa inteligencia (descarnada y sentimental, extrañamente profética) a indagaciones sobre aspectos variados de la sociedad contemporánea (Houellebecq es un autor desinteresado por la agenda política, por la contienda entre partidos, lo suyo es algo así como la sociología impresionista), en novelas deslavazadas que funcionan mejor si las pensamos como agregados de artículos periodísticos, de primerísima calidad, donde el lector debe suspender (para su placer) una cuantas exigencias de sofisticación literaria. Es cierto que aquí y allí reaparecen los dardos contra Occidente: que los varones chinos son superiores porque no tienen mala conciencia sobre sus éxitos materiales, que si los europeos viven tan plastificados que ya no pueden disfrutar de “experiencias”, que si el turismo de masas, que si... pero ya fuera del marco de la ofensiva coordinada que cohesionaba sus dos primeros libros.
Volvamos al estupor inicial: ¿qué le pasa a Houellebecq, azote de Occidente, preocupado ahora por defender sus “esencias” de las invasiones islámicas (por resumir)? La explicación está, a mi juicio, en un error de base, la obra de Houellebecq no toma partido tanto en la disputa entre Occidente/Oriente como en la contienda entre progresismo/conservadurismo. Houellebecq es un conservador cuya idea de Occidente (reducida la mayoría de veces a Francia y a lo que se ve desde Francia) queda alterada según esté dominada por el progresismo o el conservadurismo. Mientras el discurso de prestigio en Francia estaba acaparado por las prolongaciones del Mayo del 68 y las afirmaciones reaccionarias se sancionaban con la vergüenza pública “Occidente” le parecía más bien fatal, ahora que el progresismo parece paralizado por sus infatigables remilgos internos, y los discursos reaccionarios se expresan sin complejos, Houellebecq parece mejor predispuesto a reconocer que Occidente (Francia) es depositario de unos “valores” que merecen ser defendidos. Es Europa la que se ha movido desde la publicación de Ampliación hasta la publicación de Serotonina, Houellebecq siempre ha estado en el mismo sitio.
Houellebecq, por supuesto, no se parece para nada a nuestros conservadores caseros. En primer lugar porque su inteligencia es asquerosa (en el mismo sentido que la imaginación de Flaubert es asquerosa): hipersensible a los aspectos más desagradables de la sociedad y de las vidas particulares, que recorre sin el menor entusiasmo. Es un escritor sucio, en el sentido higiénico y moral. Emplea continuamente los recursos de Zola, de Baudelaire, de Rimbaud pero en dirección contraria, de lo que en sus novelas se trata es de épater [deslumbrar] al progresista, o si prefiere, a la caricatura del progresista, el bienpensante socialdemócrata, la clase media; a mí, a la que me descuido, por recurrir a lo que me queda más a mano.
En segundo lugar porque Houellebecq subvierte la manera como el conservador o el reaccionario suele presentarse ante el público. Nada de impostada seguridad, ni rastro de amor a la patria ni orgullo por las tradiciones ni de convencimiento ni de alegría, sus pobres protagonistas ni siquiera tienen una familia comme il faut para exhibir. Si sus novelas desvelan el auténtico motorcillo del conservadurismo europeo del finales del siglo XX es porque están escritas desde el miedo: complejo ante lo distinto, fobia a la juventud... y por encima de todo pavor a una competencia abierta y real, que descubra que quizás tus hijos son más débiles e incapaces que los nouvinguts [recién llegados]. Las novelas de Houellebecq más que oler a semen (y mira que se esfuerza) desprenden un embriagador pestazo a miedo. Son un espejo donde se refleja el rostro de nuestros reaccionarios: un amasijo de complejos, una montaña de pánico. Houellebecq, el artista desaliñado, es un escritor imprescindible.
La publicación de la última novela de Michael Houellebecq ha venido acompañada de cierto revuelto mediático. Tanto aquí como en el resto del mundo. A las rutinarias acusaciones de “machismo” y “racismo” y a los no menos rutinarios elogios dedicados a su capacidad para “ir de frente” y “de agitar los tabúes” le ha...
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Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
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