Tribuna
Tácticas y delirios de la Izquierda Viriato
Se equivocaría la izquierda, y mucho, si antepusiera el delirio rojipardo a la necesidad evidente de construir una alternativa política al cementerio de derechos del tardocapitalismo
Xandru Fernández 2/07/2019

Matteo Salvini con un simpatizante de la Liga en un acto en Cantù, cerca de Milán.
@MATTEOSALVINIMIEn CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
El pasado 29 de junio la policía italiana detuvo a Carola Rackete, capitana del buque Sea Watch 3, acusada de un delito de “resistencia o violencia contra un buque de guerra”. La temida Barbanegra de treinta y un años no había abordado ningún transatlántico, solamente había atracado su nave, con cuarenta personas a bordo, en el puerto de Lampedusa. Lo hizo después de cuarenta y ocho horas esperando autorización de la Guarda di Finanza, sin obtenerla, para desembarcar a esas personas, la mayoría de ellas necesitadas de ayuda médica después de varios días en alta mar huyendo de las costas libias. Mientras la detenían, algunos nativos le dedicaron perlas del folklore local como “¿Te gustan las pollas negras?”, “¡Espero que te violen cuatro negros!” o “¡Primero los italianos!”. En su cuenta de Twitter, el vicepresidente italiano Matteo Salvini se sumaba a la cálida bienvenida llamando a Rackete “criminal” y “delincuente”. No muy lejos, también en Twitter, Diego Fusaro, presunto intelectual marxista, difundía una foto de la capitana con la siguiente leyenda: “Generación Erasmus, rastas, odio contra el pueblo, nihilismo hedonista, neoprogresismo liberal, fucsia y arcoíris. Una juventud sin esperanza”. Y también: “Atención. La UE del euro y de los euroinómanos usará el caso Sea Watch y la capitana de las rastas hija de papá como ulterior motivo de agresión contra Italia. Para desestabilizarla y favorecer un gobierno técnico, esto es, un golpe de Estado financiero y filobancario”. Y por último, sobre una foto en la que se ve a un policía de la Guarda di Finanza frente a Carola Rackete: “A la izquierda, un representante del Estado italiano, que se gana honradamente la vida sirviendo a la Patria. A la derecha, una hija de papá aburrida, con rastas y casita en Londres, amiga de la patronal cosmopolítica y de sus luchas no border contra las clases trabajadoras”.
Vale. A Diego Fusaro no le gustan las rastas y no le cae bien Carola Rackete. Se vale, para denigrarla, de un discurso delirante (sí, delirante: es un calificativo conscientemente elegido por mi parte, no una simple manera de mostrar mi desagrado) que comparte con otros presuntos intelectuales “sin pelos en la lengua” como Alexandr Dugin o Alain Soral. No es el único, seguramente. Tampoco el más brillante, signifique eso lo que signifique en este contexto. Si hoy me interesan los prejuicios de Fusaro no es, pues, ni por su excepcionalidad ni por su brillantez, sino porque justo el mismo día en que se arranca por bulerías contra la capitana Rackete lo entrevista en España Esteban Hernández calificándolo de “uno de los intelectuales más combativos de Italia, pero también uno de los más polémicos por su mezcla de marxismo y soberanismo, de ideas de izquierda y de derecha”. Yo he buscado a lo largo y a lo ancho de la entrevista alguna idea de izquierda, pero no la he encontrado. Supongo que se habrán quedado todas en la grabadora del entrevistador. De derechas he encontrado un montón, empezando por la denuncia de que la izquierda ha traicionado las esencias patrias, vendiéndose a lo que Fusaro llama “globalismo”, y terminando por la reivindicación de Estados nacionales soberanos, fuertes y muy masculinos. No falta en su discurso la valiente y chispeante denuncia de la diversidad sexual y cultural como trampa del capitalismo: “el capital deja que las personas salgan a la calle por el orgullo gay, por los animales y por todo, pero ¡qué [sic] no se atrevan a echarse a las calles para luchar contra la esclavitud de los salarios, contra la precariedad o contra la economía capitalista!”.
Volveré más adelante sobre esa manifestación de nostalgia de la manifestación. De momento, permitan que desarrolle un poco más la secuencia cronológica de los últimos microseísmos en las izquierdas hispánicas. Como llueve sobre mojado, a Hernández no tardaron en caerle críticas a raíz de la entrevista. Críticas de la izquierda, naturalmente, pues las derechas, en primer lugar, bastante tienen con lo suyo, y en segundo lugar es difícil que no comulguen con la mayor parte de lo que predican Fusaro y sus franquicias españolas, incluyendo la aversión a las rastas. Soy uno de los culpables de haberle “afeado” a Hernández (la expresión es suya) la oportunidad y el cariz de la entrevista. Naturalmente, no he sido ni el único ni el más estentóreo, pero es cierto que no perdí la ocasión de recordarle que el último libro de Fusaro lo ha publicado en España Ediciones Fides, una editorial dirigida por Juan Antonio Llopart, exmilitante de organizaciones de extrema derecha como Alternativa Europea o Movimiento Social Republicano. En el catálogo de Ediciones Fides figuran títulos imprescindibles en toda biblioteca neonazi que se precie, como Yo fui fascista en EGB, Ramiro Ledesma Ramos, un romanticismo de acero o No hay dolor. Una historia de Casa Pound. Desde luego que uno puede figurar en el catálogo de un fascista sin ser él mismo fascista, pero me reconocerán que también sería raro.
Por lo demás, quien no tardó ni cinco minutos en calificar de “interesante” la entrevista fue el exdiputado de Podemos Manuel Monereo, firmante, hace unos meses, de un polémico artículo en el que se defendía un decreto del Gobierno italiano calificándolo de valiente iniciativa contra “los señores de las finanzas” y se advertía de que, si lo ves de otro modo, eres de los “inquisidores y pobres mentes que carecen de argumentos racionales”. Como la izquierda le dijo de todo menos guapo, Monereo nos dio taza y media a los pocos días, denunciando la “coincidencia amplia y consistente entre la extrema izquierda y los apóstoles del liberalismo”. Los mismos argumentos de Fusaro: hay una alianza internacional contra la clase trabajadora europea, y en esa alianza están comprometidos los señores de las finanzas y los de las rastas. No sería de extrañar que Fusaro u otro se sacaran de la manga la expresión “globalrastafarismo” para categorizar convenientemente esa nueva arma del capital transnacional.
Lo que les está ocurriendo a Monereo, a Fusaro y a muchos otros ex marxistas o marxistas en ejercicio en su relación con las nuevas izquierdas tiene muy poco que ver con conspiraciones “globalistas” o “atlantistas”. De hecho, la geopolítica no es aquí el asunto, en absoluto, por más que estos nuevos o no tan nuevos euroescépticos se consideren expertos en esa pseudociencia tan eficaz a la hora de posponer toda acción transformadora hasta que se dé la conjunción óptima de intereses objetivos entre los grandes agentes de la política global. Al igual que el neoliberalismo se apoya en ficciones económicas haciéndolas pasar por verdades empíricamente contrastables, el neofascismo recurre a ficciones geopolíticas disfrazadas de análisis epistemológicamente solventes. Nadie ganará esa guerra porque tiene lugar entre dos universos paralelos. En cambio, la disputa por la hegemonía en el terreno de la izquierda sí que puede tener vencedores y vencidos. Detengámonos un poco más en este asunto, porque nos jugamos bastante.
A juzgar por lo mucho que Monereo, Fusaro y compañía lo repiten, cabría suponer que las calles se llenan fácilmente de manifestantes contra el cambio climático o la violencia de género que, en cambio, no responden cuando se les convoca a defender la plantilla de una empresa amenazada de cierre, por ejemplo. Si fuera así, deberíamos preguntarnos por qué ocurre eso, cómo es que las reivindicaciones más “clásicas” de la clase trabajadora ya no mueven a las masas y, en cambio, estas se dejan fácilmente seducir por los cantos de sirena del ecologismo o el feminismo. ¿No será que el movimiento obrero ha envejecido, que las causas de la nueva izquierda son más jóvenes, más cool, más desenfadadas y coloristas y más compatibles, por tanto, con los usos y costumbres del mercado global? Algo así es lo que supone el propio Esteban Hernández, que ha salido a defenderse a sí mismo a tan solo veinticuatro horas de la entrevista de Fusaro. Invocando a Podemos sin venir, aparentemente, a cuento, dice Hernández que los mismos argumentos que los dirigentes de Podemos usaron contra IU, a saber, que IU representaba “lo viejo, lo obsoleto, ese mundo obrerista desfasado, machista, racista y xenófobo”, son los que ahora utiliza lo que él llama “la izquierda posmoderna” para descalificar a Fusaro y a él mismo. No me parece que esos fueran los principales argumentos de Podemos, en sus inicios, contra IU, con la que competía no solo por un nicho electoral sino por el cetro de oposición de izquierda al bipartidismo. Mis recuerdos, que pueden muy bien ser falsos, me dicen que a IU se la tildaba más bien de “muleta del PSOE”, cuando no se le reprochaba haberse resignado a ser la voz parlamentaria de una minoría y no una opción de gobierno con posibilidades de revertir las políticas austericidas en curso. Más o menos lo que ha acabado siendo Podemos, dicho sea de paso. Puedo, como digo, equivocarme, pero no veo que el conflicto fuera entre lo viejo y lo nuevo.
Tampoco veo, desde luego, que sea inocente la calificación de “posmoderna” para esa nueva izquierda que Hernández describe como “abierta, plural, arcoíris, feminista y global”. (Más arcoíris: ¿casualidad?) El uso reciente de los términos “posmoderno” y “posmodernidad” en los mentideros de la izquierda española obedece a lo que los viejos manuales de literatura del franquismo llamaban “influencias extranjerizantes”: es un eco de la ofensiva que tiene lugar en los campus universitarios de Estados Unidos contra el “marxismo cultural” y la llamada French Theory. Nada que ver con lo que ocurre en España, donde de hecho la influencia de los pensadores llamados posmodernos fue mucho más temprana que en Estados Unidos pero también más superficial, aunque no estaría de más recordar que una de las escuelas “filosóficas” más beligerantes con el vocabulario de la posmodernidad ha sido en las últimas décadas la de los discípulos de Gustavo Bueno, de cuyas filas ha salido no solo buena parte del argumentario de FAES y Vox sino también un buen puñado de sedicentes comunistas cuya principal razón de ser es la lucha contra el feminismo y el independentismo catalán, lo que nos lleva de vuelta al principio y a la pregunta del millón: ¿por qué ahora?
No porque la clase obrera haya desaparecido de nuestras calles. Para empezar, porque no ha desaparecido. El pasado 8 de noviembre 50.000 personas salieron a las calles de Avilés para defender a la plantilla de Alcoa, amenazada de cierre (a lo mejor parecen pocas, pero es que la población de Avilés es de 78.000). Es solo un ejemplo, pero no me ha llevado ni diez segundos encontrarlo. Tengo más bien la sensación de que esa urgencia por denunciar la supuesta connivencia de la “izquierda posmoderna” con el “totalitarismo liberal” obedece al vértigo producido por la cuestión catalana. Que fue durante la crisis de la “España de los balcones” cuando toda esta Izquierda Viriato se vino arriba y sacó del baúl del abuelo el uniforme de la División Azul. Que fue el “a por ellos” el que despertó una vez más la identificación capciosa entre la España de charanga y pandereta y la España del cincel y de la maza. Y que en esa disputa por las banderas hay una parte de la izquierda que, en primer lugar, se siente primero española y luego todo lo demás, y en segundo lugar no duda en usar España como excusa para sacudirse de encima la imposición social de respetar al diferente.
La crisis catalana que empezó en el otoño de 2017 se llevó a Podemos por delante. Si ya era difícil que calara socialmente la resignificación del término “patria” que tanto Errejón como Iglesias practicaron primero a dúo y después en sus respectivas carreras en solitario, mucho más difícil es tratar de ensartar esa patria deshidratada en la escalada verbal de los últimos dos años, más digna de un noticiario balcánico de los noventa que del panorama ciberfragmentario de la España de 2019. Bien es verdad que ni Errejón ni Iglesias parecen últimamente muy interesados en resucitar una idea que se demostró muy poco operativa. Pero entre tanto han surgido otros depredadores. La pelea por los restos de Podemos y por el aprovechamiento energético de esa veta patriotera descubierta durante la crisis de los balcones es el trasfondo que explica que cada dos días tengamos que andar discutiendo los delirios de la penúltima vedette de la ultraderecha europea.
Por segunda vez he empleado el término “delirio” y ya apunté antes que lo hacía a conciencia. El delirio suele ser un intento de dar sentido a algo que carece de ello, o al menos a algo que el sujeto percibe como carente de sentido y, por lo mismo, amenazador e inquietante. En los delirios se vierte todo aquello que reprimimos en nuestra vida cotidiana, según la ortodoxia psicoanalítica. Freud le aplicaba el siguiente lema: “Lo abolido dentro, vuelve desde fuera”. Pues bien, en toda esa obsesión con la clase obrera que caracteriza a cierta intelectualidad ligada a las clases acomodadas europeas hay mucho de intentar encontrar fuera lo que creíamos haber abolido dentro, a saber, una masculinidad de entretiempo. No es nostalgia de multitudinarias manifestaciones sindicales lo que expresan esas canciones de amor a la clase trabajadora (es curioso lo poco que en esos círculos se pronuncia la palabra “sindicato”) sino más bien deseo de creer que aún quedan en algún lugar de Europa hombres como los de antes, de pelo en pecho, de los que llaman al pan, pan, y al vino, vino. Se equivocaría la izquierda, y mucho, si antepusiera ese delirio a la necesidad evidente de construir una alternativa política al cementerio de derechos del tardocapitalismo. No es de la mano de los fascistas, ni de los viejos ni de los nuevos, como va a construirse esa alternativa. Corremos el riesgo de acabar cayendo en el mismo lapsus que un conocido mío el otro día, que me acusó, discutiendo de estos asuntos, de querer tirar el agua sucia al ir a tirar al niño. No olvidemos que a quien hay que salvar es al niño.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí