N. de los T. (XI)
La traducción es un virus
Donde se propone un breve recorrido por el abisal mundo de las traducciones bíblicas, y se demuestra el espíritu perfeccionista del traductor
Juan Gabriel López Guix 13/07/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar puede leer la revista en abierto. Si puedes permitirte aportar 50 euros anuales, pincha en agora.ctxt.es. Gracias.
Colaboré no hace mucho en una exposición sobre biblias. Aunque mis encargos profesionales suelen estar relacionados con la traducción, no fue ese el caso y en tal ocasión asesoré, revisé y redacté textos y datos infográficos, y también participé en un par de grabaciones comentando algunos aspectos de la muestra. La colección reunía ejemplares del Antiguo y el Nuevo Testamento en casi dos mil lenguas (son unas 3.300 las que poseen alfabeto escrito). Los volúmenes se exponían en varias estanterías acompañados de diferentes textos y vídeos, aunque una veintena de libros se mostraba de modo individual, con una pequeña cartela que ofrecía el contenido y los datos bibliográficos básicos (lugar de edición, editorial y año). Al preparar los materiales para la exposición, dos fichas bibliográficas quedaron incompletas por falta de datos, y en las cartelas se indicó “Biblia en coreano. Sin datos de edición, 2002” y “Biblia en copto. Datos ininteligibles”, respectivamente.
El día de la inauguración, pude ver expuestos (y fotografiar) los ejemplares en cuestión. Se mostraban en vitrinas separadas. En las dos lenguas, se exhibían dos libros idénticos, uno abierto y otro cerrado. Las biblias coreanas eran ejemplares clandestinos que una organización estadounidense envía desde Corea del Sur hacia el norte en globos aerostáticos equipados con un GPS para su recogida furtiva al otro lado de la frontera. La cubierta del ejemplar cerrado no mostraba título alguno para pasar más fácilmente inadvertido. La cubierta del ejemplar copto, por el contrario, estaba profusamente titulado en alfabeto copto, cuyas letras están basadas en el griego con aportaciones del demótico.
Tras los fastos inaugurales, de vuelta en casa, repasé las fotos. En el caso del coreano, por el tamaño ya se veía claramente que no era una Biblia, sino con toda probabilidad sólo un Nuevo Testamento.
El ejemplar abierto lo estaba por la mitad y la página par tenía un número siete, indicación del capítulo. La conjetura inicial fue que debía de ser el séptimo capítulo de Juan, el último de los cuatro evangelios, o de uno de los libros inmediatamente posteriores, Hechos o Romanos, hacia la mitad del Nuevo Testamento. Lo siguiente fue localizar el texto bíblico en coreano, una empresa quimérica en la época predigital pero que ahora es posible realizar con anodina facilidad tecleando únicamente dos palabras en un buscador (Korean Bible). No era Juan. Era Hechos. La cartela podía ya indicar “Nuevo Testamento en coreano. Sin datos de edición, 2002”.
Envié la información a la coordinadora de la exposición, quien al acusar recibo me recordó que el día de la inauguración le había mencionado una segunda cartela incompleta (la copta).
Había pensado dejarla tal cual, pero el acicate de la coordinadora me llevó a recordar que Ángel, un amigo de mi amigo Javier, me había comentado que sabía un poco de copto, además del árabe del que traducía habitualmente. Escribí a Javier para localizar a Ángel y le mandé la foto de la cubierta del ejemplar en copto, que nuevo parecía ser sólo un Nuevo Testamento.
A la espera de que Ángel diera señales de vida, como era previsible, Javier cedió a la tentación de afrontar el reto de descifrar un texto en una lengua desconocida. Y es que la traducción es un virus.
El encabezamiento de las páginas abiertas indicaba de modo evidente que se trataba de un Evangelio (palabra reconocible gracias al substrato griego del alfabeto) y posiblemente de Lucas. Comentamos brevemente –por WhatsApp– el sistema de numeración del copto, basado en el valor numérico de las letras, que encontramos fácilmente tecleando de nuevo sólo dos palabras (Coptic numbers) y descubrimos que la indicación inicial del encabezamiento indicaba el número 10. Como había hecho yo con el coreano, Javier enseguida localizó y me mandó un enlace de Lucas 10 en copto que parecía tener un elevado grado de similitud con nuestro texto (averiguamos que había dos variantes lingüísticas principales).
Mientras Ángel daba señales de vida, Javier se puso a analizar la cubierta y, con ello, me obligó a hacerlo también a mí (a mí, que había confiado en delegar esa labor). Abajo de todo parecía leerse fácilmente la palabra Cairo, que debía ser el lugar de edición. Tras ese dato, una información habitual era la fecha. De modo que las tres letras siguientes nos obligaron a volver a estudiar los números en copto. Parecían indicar 1-900-90: 1990.
La línea inmediatamente superior permitía conjeturar la lectura: Shakir Basilios. Y también Mijail. Con diferentes variantes (Shaker, Basilius), ese nombre aparecía en Google relacionado con el copto y con la edición de libros en El Cairo. Intenté hacer una búsqueda inversa de imágenes a partir de mi foto de la cubierta (que retoqué un poco para atenuar las líneas de fuga), pero no obtuve ningún resultado relevante, sólo imágenes con un aire de familia pero que no eran de utilidad alguna. Mientras tanto, Javier siguió leyendo la cubierta en dirección ascendente, descubrió una mención a “papa abba shenoudi”, el papa copto Shenouda III. Volví yo también a las letras. Un poco más arriba era reconocible, al final de una línea, Apocalipsis. Y justo antes, Epístolas... Combinando algunos de esos datos en el buscador Javier dio con un catálogo de una biblioteca copta que contenía la referencia bibliográfica completa de nuestra “Biblia”. Corroboraba los datos que habíamos deducido y añadía el que nos faltaba, la editorial. La cartela ya podía ser corregida: “Nuevo Testamento en copto. El Cairo: Anba Reuiss Press, 1990”.
Habíamos llegado a ese punto cuando Ángel dio señales de vida. No sabía copto. Recordé entonces que lo que me había comentado que sabía era arameo, no copto.
¿Qué relevancia tiene, desde el punto de vista de la traducción, esta anécdota personal de búsquedas y mensajes intercambiados por WhatsApp? En realidad, lo presentado invierte las jerarquías habituales en la labor traductora puesto que aquí la traducción se ha utilizado instrumentalmente para llegar a unos fines documentales cuando lo habitual en traducción es lo contrario, que la documentación se utilice como soporte para la interpretación y la reformulación. En realidad, me ha parecido que el episodio servía de pequeña reivindicación de la documentación en la labor de traducción y de recordatorio de la facilidad con que hoy en día, con los medios de que disponemos, es posible llevarla a cabo. En ocasiones, presos todavía en el marco mental predigital, no acabamos de ser conscientes de que ahí afuera, en el espacio ciberal, tenemos a pocos clics de distancia respuestas a muchas de nuestras dudas, respuestas que sólo esperan que formulemos la pregunta adecuada en los términos algorítmicos adecuados.
El impulso por salir al ahí afuera, por salir del texto y, también, por salir de nosotros mismos en pos de lo que desconocemos y que a veces ni imaginamos que podemos llegar a saber es un impulso fundamental de la traducción. El traductor ante el texto, como Alicia ante el espejo, no se conforma con una imagen reflejada, se enfrenta a lo que ve y lo atraviesa (y con ello se traspasa a sí mismo) siguiendo la llamada de la curiosidad. Ese impulso transliminal se llama exégesis y documentación. Y lo que se descubre al otro lado son siempre tesoros, útiles en una ocasión u otra.
PS: Ah, la exposición bíblica puede visitarse en el CaixaForum de Madrid hasta el 1 de septiembre.
CTXT se financia en un 40% con aportaciones de sus suscriptoras y suscriptores. Esas contribuciones nos permiten no depender de la publicidad, y blindar nuestra independencia. Y así, la gente que no puede pagar...
Autor >
Juan Gabriel López Guix
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí