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Herramientas para no repetir la barbarie

Introducción del libro ‘Neofascismo, la bestia neoliberal’

Adoración Guamán Alfons Aragoneses Sebastián Martín 10/07/2019

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A lo largo del siglo XX, los fascismos asolaron Europa y las dictaduras se multiplicaron en buena parte de América Latina. Hoy, en pleno siglo XXI, aquella bestia que creímos desterrada para siempre no solo ha resurgido sino que, saltando fronteras, acecha esta vez el mundo entero. Se ha nutrido de las desigualdades traídas por una crisis interminable, ha crecido cada vez que los poderosos se han sentido fuertes y se han desligado de toda atadura democrática. La imposición aplastante de las políticas neoliberales le ha dado nuevo aliento, resucitado el espíritu fascista de antaño, engendrado los neofascismos de hoy.

¿Pueden agruparse las nuevas tendencias de extrema derecha bajo la divisa del fascismo o del (neo) fascismo? ¿Qué diferencias existen entre las formaciones e ideologías de ultraderecha y las llamadas «fascistas»? ¿Estamos recorriendo, aun con diferentes acentos y modulaciones, la misma trayectoria que tomó Europa en las décadas de 1920 y 1930? ¿Hay paralelismos entre las dictaduras de los años setenta en América Latina y las prácticas, presentes o anunciadas, de algunos gobiernos en las Américas? ¿Es el neoautoritarismo de mercado un peldaño, un elemento intrínseco o una desviación de un posible (neo)fascismo? ¿Nos condenan nuevamente las circunstancias a revivir la barbarie de la exclusión, la persecución e incluso la aniquilación del disidente, en nombre de la pureza y el vigor de las naciones… o únicamente de una voluntad de recuperar la tasa de ganancia del capital? 

Estos interrogantes y otros similares se plantean con recurrencia en la opinión pública europea desde hace años. El inesperado triunfo de Donald Trump, seguido del auge de otras agrupaciones nacionales de extrema derecha, los ha azuzado. El estupor de los sectores progresistas ante el presente ascenso ultraderechista los hace más acuciantes, si cabe. Y, ante tanta incertidumbre acumulada, solo un indicio parece verosímil: la conexión del incremento neofascista con la crisis y recomposición del capitalismo financiero global, con el incremento de las dinámicas de acumulación por desposesión, de la violencia y el conservadurismo moral, con el machismo, la xenofobia, el racismo y con el malestar larvado en las sociedades tras su desencadenamiento, que explota de manera fragmentada y cada vez menos esporádica. 

Como apuntó en una época oscura Max Horkheimer, no se puede abordar la cuestión del fascismo sin plantearse la del capitalismo. Sería como indagar en los efectos sin interrogarse sobre las causas, tal como indicaba, en ese mismo tiempo, Bertolt Brecht. 

Lo más evidente a este respecto es apreciar cómo, ayer igual que hoy, las desigualdades y la impotencia difusa a las que nos aboca el capitalismo desenfrenado son respondidas por parte de las elites, pero consiguiendo gran respaldo popular, con una reavivación del mito cohesivo y protector de la nación, mucho más cohesionada si se identifica en sus adentros o en el exterior la figura de un enemigo colectivo que sacrificar. Un enemigo que hoy apunta hacia las mujeres, las personas refugiadas, las personas pobres o racializadas. Menos evidente aparece a nuestros ojos, aunque ya se reveló en época de entreguerras, cómo las vías de acumulación capitalista que resultan en situaciones de práctico monopolio terminan reclamando, para un gobierno eficaz de la economía, fórmulas autoritarias que exceden el Estado democrático y constitucional. El abandono desde la década de 1980 de las funciones democratizadoras típicas del Estado social, desde la mercantilización de espacios sociales a la diversificación de la economía o el combate por la igualdad real, resucitó la dinámica inmanente al capitalismo desbocado, volviendo a colocarnos en un escenario de gobierno corporativo transnacional, un autoritarismo de mercado establecido por la nueva Lex Mercatoria, que necesita ser compensado o sostenido con prácticas autoritarias nacionales. 

No cabe duda de que las soluciones políticas que ofrecen las formaciones ultraderechistas se anclan en profundas necesidades psicológicas de carácter colectivo. Entre ellas, sobresale la necesidad de comunidad, ante un marco de competitividad individualista descarnada. Pero también destaca la necesidad vital de sentirse partícipe activo de la comunidad en la que se vive. La gestión de la crisis financiera, presidida por la máxima del «No hay alternativa», puesta en práctica con toda virulencia en Grecia, ha sembrado en el ánimo colectivo una sensación de impotencia que comienza a reclamar, para sanarse, liderazgos autoritarios y ejecutivos, capaces de decidir haciendo estallar las mallas de la legalidad. 

En esta misma dirección apunta el sentimiento difuso de desafección provocado por la independización de los representantes públicos, traducida en muchas ocasiones en “cartelización” organizada para fines corruptos de enriquecimiento privado. El discurso de la corrupción se convierte en el eje para justificar la necesidad de gobiernos autoritarios. Como evidencia el caso de Brasil, o incluso como ya manifiesta el gobierno ecuatoriano de Lenín Moreno, estos nuevos gobierno se deshacen del Estado de Derecho para someterse al autoritarismo de mercado y reducir los mecanismos de la democracia representativa a efectos de favorecer, ahora más que nunca, el saqueo pilotado por las elites económicas. En ambos lados del Atlántico vuelve a extenderse en el alma colectiva la necesidad de liderazgos carismáticos que conecten en bloque con los ánimos de intervención inmediata, sin mediaciones ni contenciones jurídicas, en el terreno político. 

Bajo el capitalismo salvaje, no solo se erosionan los mecanismos típicos de la representación y de la garantía del interés general. El incentivo público generalizado de que goza la cultura empresarial (del llamado “emprendimiento”), ajustándose sin roces a las necesidades de acumulación del capital, se adecua mal a los requerimientos culturales –pluralistas, igualitarios, horizontales– de una democracia. El culto a la individualidad triunfante y con capacidad de mando, que solo prospera por la obediencia disciplinada del conjunto, fomenta los valores autoritarios y jerárquicos cuando se traslada a la polis. Los principios morales que rigen en muchas escuelas de negocios, conducentes al éxito individual con desprecio de la cooperación colectiva y con necesidad de instrumentalizara los semejantes, cosificándolos, procuran un ecosistema inmejorable para el neofascismo rampante si terminan por convertirse, como ocurre en nuestros días, en una ética social. 

Asistimos además, y de manera paralela, al auge de los discursos conservadores y violentos, reforzándose los tradicionales ejes de dominación colonial, eurocéntrica, racista y patriarcal sobre el trabajo, las y los migrantes y, muy en particular, sobre las mujeres. Utilizando la religión, los valores conservadores tradicionalistas, la difamación, el discurso del miedo al otro y la exacerbación del mandato de la masculinidad, se rearma un andamio ideológico/jurídico orientado a potenciar modelos de sumisión y explotación violenta de una mayoría de la población, con especial impacto de género, necesarios para mantener los procesos de acumulación y de control social. 

Así, la propia cultura que se extiende en nuestros modelos de sociedad propicia el abandono de los valores democráticos y el abrazo a las tácticas del fascismo. En su plena orientación hacia el futuro, tiende a relegar las exigencias instructivas de la memoria democrática, olvido agravado en aquellos países que transitaron a la democracia sin romper con las dictaduras que los habían oprimido. 

Conocer las dinámicas que condujeron a los fascismos y sus prácticas de exterminio y dominación no garantiza, es cierto, el no repetir la barbarie, pero sí introduce dispositivos de amortiguación y freno, que contribuyen a prevenirla. En el imprescindible documental de Chris Marker sobre las izquierdas mundiales en las décadas de 1960 y 1970, “El fondo del aire es rojo”, se funden en planos consecutivos las manifestaciones de neonazis americanos y las de los ejecutivos de Wall Street, coincidentes en su agresivo belicismo y en su furibundo anticomunismo ante la Guerra del Vietnam. Liberalismo económico y fascismo político, frente a la tergiversación inducida durante décadas de corrección teórica demoliberal, terminan reclamándose mutuamente. 

Con este escenario de fondo nace el libro titulado Neofascismo. La bestia neoliberal y editado por Siglo XXI. El mismo, en forma de obra colectiva y pluridisciplinar, pretende indagar en los diferentes flancos de esa compenetración, tratando de resolver incógnitas fundamentales que flotan hoy en la esfera pública y de destapar complicidades que permanecen todavía ocultas a los ojos generales. Con un enorme esfuerzo coral, el libro es una herramienta elaborada por autoras y autores, procedentes de Ecuador, Colombia, Brasil, Argentina y España, que cultivan materias como la filosofía política, el derecho, la sociología, la antropología, la teología, la comunicación o la historia.

Para tal fin, la obra aborda la cuestión desde una doble perspectiva. En primer lugar, se entrecruzan los debates de carácter general, atendiendo al aspecto general teórico e histórico del asunto, para anclar las posibilidades reales del mismo uso del término «neofascismo». Resulta fundamental conocer bien el ascenso de los fascismos en el mundo de entreguerras, y sus vínculos con el capitalismo, para trazar los paralelismos pertinentes, y también para prescindir de las comparativas más simplistas. Igualmente crucial nos parece la delimitación conceptual del fascismo, tanto en sus formas pasadas de expresión, cuanto en las que comienzan a emerger en la actualidad. No puede olvidarse tampoco la necesidad de examinar las diferentes líneas de evolución que en la actualidad están desembocando en el auge de unas fuerzas que, si hoy se presentan como ultraderechistas, incuban ya, de forma inequívoca, la serpiente del fascismo futuro. 

La segunda perspectiva de análisis que aborda la obra transita por un estudio de diversas experiencias de dominación ancladas en, o cercanas a, los axiomas neofascistas. Su campo de pruebas lo proporcionan en ocasiones trayectorias estrictamente nacionales (como Francia o Brasil) y, en otras ocasiones, escenarios transnacionales que consienten la comparación de itinerarios y prácticas. Con esta aproximación, las y los diferentes autores en diálogo han abordado la cuestión a través del examen de los ejes y dispositivos de dominación que promueven la jerarquización social neofascista o que se encuentran inspirados directamente en fórmulas neofascistas. Así, la obra incluye análisis desde la perspectiva del trabajo, los medios de comunicación, la religión, la memoria, la inmigración o el feminismo. Desde la pluralidad epistemológica, los capítulos, conversan de manera permanente esforzándose en entender y razonar sobre uno de los fenómenos más complejos, que afecta a todos los aspectos de la sociedad y que no es reducible a un solo plano. 

El resultado de este trabajo colectivo, pluridisciplinar y transatlántico es un libro que aporta instrumentos al análisis de lo que acordamos denominar como “neofascismo”, los cuales explican sus múltiples dimensiones y que desmontan lugares comunes y prejuicios generados muchas veces por los propios movimientos de extrema derecha, pero que se consolidan al ser repetidos por otros partidos y por los medios de comunicación, con propuestas que suponen amenazas para los derechos humanos y para la democracia. Como han remarcado sus autores, este libro, escrito desde el rigor intelectual, tiene en realidad una clara vocación de ser, ante todo, una herramienta útil en la lucha contra los neofascismos.

Probablemente, la lectura del conjunto de la obra produzca a la vez una multiplicación de los interrogantes, pero, ante todo, el conjunto de autoras y autores han intentado apuntar ideas para dar respuestas a una pregunta fundamental ¿cómo actuar contra la barbarie, derrotando a la bestia con forma de hidra, de una vez por todas? 

Sin duda, entre las posibles respuestas destaca una: hoy, como ayer, es imprescindible instruirse, organizarse y resistir, pero más necesaria todavía es la elaboración de propuestas alternativas para no volver a repetir la barbarie.

 

 

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Autora >

Adoración Guamán

Es profesora titular de derecho del trabajo en la Universitat de València y autora del libro TTIP, el asalto de las multinacionales a la democracia.

Autor >

Alfons Aragoneses

Autor >

Sebastián Martín

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1 comentario(s)

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  1. jose

    Fascismo, neofascismo, todo igual. Las botas altas solo son un decorado. Hasta las ideas políticas. Realmente de lo que se trata es de que el capitalismo no pierda su poder. Si falla esta democracia marcada, pues botas altas o zapatillas deportivas. Lamentablemente la gente no quiere leer: está bien aclarado en las relaciones estructuras - superestructuras.

    Hace 5 años 4 meses

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