Bernal consigue otro Tour para el Ineos
Hay que vender este deporte como un espectáculo donde el elemento de incertidumbre, fundamental en la competición deportiva, sigue presente, cuando la realidad es que ha quedado totalmente supeditada a los designios de un equipo
Sergio Palomonte 29/07/2019
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De manera poco sorprendente, el equipo Sky –ahora llamado Ineos– ha conseguido ganar su séptimo Tour de los ocho últimos disputados. Iguala así, como indicado en la previa de esta carrera en este mismo medio, el increíble registro de Lance Armstrong y su USPostal/Discovery Channel y, bajo muchos puntos de vista, lo supera ampliamente.
Si el registro del defenestrado más famoso de la historia del deporte consistía en una marca personal y consecutiva, el del Ineos es el de una franquicia. Da igual quien gane, mientras gane. En este sentido, es mucho más impresionante que hayan conseguido ganar siete veces el Tour de Francia con cuatro corredores diferentes, y en tres ocasiones subiendo a un compañero al podio final.
En contra de la opinión generalizada de que ha sido un Tour abierto –una propaganda que se repite en todos los Mundiales de balompié, y después llegan a las semifinales tres equipos europeos–, el resultado final no tiene que llevar a engaño a ninguno: el ganador ha sido el jovencísimo Egan Bernal, y segundo ha sido su compañero Geraint Thomas, ganador de la carrera en 2018.
¿Por qué se difunde la idea de que ha sido un Tour abierto, esto es, disputado y con alternativas? Pues porque hay que vender este deporte como un espectáculo donde el elemento de incertidumbre, fundamental en la competición deportiva, sigue presente, cuando la realidad es que ha quedado totalmente supeditada a los designios de un equipo.
Es cierto que esta edición del Tour ha sido un poco diferente, pero lo que cuenta es el resultado final. Está muy bien para las audiencias –en Francia han batido récords, con share del 40% en plena era del ocio online– hayan sido muy buenas, pero está por ver que hubiese sido de esos espectadores de aluvión (un verano sin grandes acontecimientos deportivos, el Tour competía solo una vez acabado Wimbledon) de no haber mediado la figura de Alaphilippe.
El corredor francés, ganador el año pasado de dos etapas y la clasificación de la montaña, se aupó al liderato en la tercera etapa. La organización había hecho un recorrido inusual por la región del champagne, y el corredor local había ido a inspeccionar previamente la parte final, algo inusual salvo en el caso de jefes de fila y en etapas de montaña. Hicieron un recorrido acorde a sus características, y el muy capacitado corredor estuvo a la altura de las expectativas.
Atacó a 15 km de meta y llegó a meta con suficiente ventaja para coger un liderato que llevaría durante 14 días de la carrera, salvo un breve pausa de dos días a favor de Ciccone, un joven corredor italiano debutante en la prueba, y que llegó al liderato al haber logrado una de las novedosas bonificaciones por pasar el primero por un puerto.
Ese lugar al frente de la clasificación, que en un principio era equivalente al que gozaban los sprinters en épocas no muy pretéritas, tuvo un espaldarazo cuando ganó de manera totalmente imprevista la única contrarreloj individual de la carrera. No fueron grandes diferencias, pero batió al vigente campeón Geraint Thomas, y ahí empezó a fortalecerse la idea de que podía aspirar a algo más que el lucimiento circunstancial en la carrera de su casa.
Peor aún fue cuando, después de que el pelotón no disputase la primera etapa de los Pirineos, Alaphilippe se mantuviese en cabeza en el primer final exigente de la carrera, nada menos que el Tourmalet. No cedió nada, e incluso dio la sensación de que pudo haber ganado la etapa, reducida a solo 110 km por deseo de la organización y por una manifestación el día en que Emmanuel Macron visitaba la caravana del Tour.
El larguísimo liderato de Alaphilippe se explica por muchos factores, incluyendo un recorrido poco exigente –los favoritos han estado toda la carrera en un intervalo de dos minutos, solo han abandonado unos veinte corredores la prueba– y, especialmente, la absoluta inoperancia de sus rivales, la mayor parte a rueda todo el tiempo, incapaces de hacer una mínima estrategia ofensiva.
En ese aspecto ha brillado con luz LED de mil lúmenes el equipo español Movistar. A pesar del fracaso de 2018, han vuelto a ir a la carrera con una tricefalia en el liderato, que a la hora de la verdad se ha traducido en que cada uno hacía la guerra por su cuenta. Mikel Landa atacando de lejos para ser alcanzado cerca de meta, Valverde no aportando nada al equipo para poder aferrarse a un top ten que no aporta nada en su palmarés, y Quintana muy por debajo de su nivel esperado, pero capaz de ganar de manera antológica la etapa reina de la carrera.
Y la única verdadera de montaña. Doscientos kilómetros subiendo tres puertos por encima de los 2000 metros y coronando el mítico Galibier antes de descender a meta. Quintana se filtró junto con dos compañeros –el valiosísimo Amador y el jarrón chino de Aliexpress Carlos Verona– en la fuga del día, que consiguió lograr más de siete minutos de ventaja y situar al gran escalador colombiano en el segundo puesto de la general virtual.
¿Y qué hizo su equipo? Perseguir desde el pelotón, en un movimiento explicado en meta con un ambiguo “vimos que había gente que iba mal y decidimos probar”. No se descolgó nadie, y por supuesto ningún periodista preguntó quienes habían sido esos corredores que estaban tan mal que justificaban recortar 3´ a un compañero fugado.
Al final Quintana hizo una ascensión increíble al Galibier –nadie lo ha subido más rápido–, en lo que fue la conclusión de la montaña en el Tour. Alaphilippe mantenía el liderato por 1´30" ante Bernal, el único de los favoritos que aprovechó el Galibier para atacar, y quedaban únicamente 250 km competitivos antes de París.
Por decisión de los organizadores, culpables en última instancia de todo lo sucedido, las dos etapas finales del ciclo alpino tenían respectivamente 126 km y 130 km, distancias impropias de ciclistas profesionales. Después pasó lo que pasó: una violenta tormenta cortó carreteras e hizo impracticable el recorrido, por lo que el primer día hubo que tomar los tiempos en el primer puerto de paso, quedando la etapa reducida a 88 km.
Una distancia que ya le había valido a Bernal para ganar el Tour, porque había atacado subiendo L’Iseran –se corona a más de 2700 metros de altitud, y según el testimonio de un ciclista el oxígeno es tan escaso que es “como respirar a través de una pajita” – y en la cumbre sacaba 2´10" a Alaphilippe. Así ganó Bernal el Tour, quedando para la última etapa, reducida a únicamente 59 km, la lucha por el podio final.
El francés protagonista del Tour no aguantó y descendió al quinto puesto de la general, mientras el resto de favoritos se contentaba con su puesto sin realizar ninguna acción ofensiva, porque total ¿para qué? La jornada estuvo amenizada por el gran campeón Nibali, que la afrontó como la cronoescalada que era, que ganó la partida a un Movistar convertido en el ejército de Pancho Villa, pero sin ningún romanticismo.
Bernal es el ganador más joven del Tour desde la posguerra. Se hablan maravillas de un corredor que ha ganado este año Paris-Niza y Suiza, dos de las pruebas por etapas más exigentes del calendario, y ahora el Tour a una edad sin precedentes desde que las fotografías son a color. Cuando ya se anunciaba que llegaba un nuevo tirano, se filtró que tenía un Vo2 max (la medida áurea del rendimiento de un corredor a nivel fisiológico) de 92, uno de los más altos jamás registrados.
Sin embargo, el ciclismo no es únicamente eso. Influyen otras cosas, y baste ver los precedentes. Cuando ganó Ullrich en 1997 con 23 años parecía que iba a ser el sucesor de Indurain y ganar también cinco tours, o más. Se quedó en uno y una vida de dopaje, paso por la comisaría incluido. Cuando ganó Contador en 2007, con 24 años, también parecía que iba a ser el sucesor de Armstrong y establecer un dominio real de la carrera durante un lustro: se quedó en dos tours, y también con un caso de dopaje que le hizo perder otro, y del que jamás volvió igual.
Cuidado con los campeones predestinados. Parece bastante claro que la era Froome –cuatro Tour ganados, otros dos podios en siete años– ha concluido, pero lo que no ha concluido es la era Sky. Y es en este contexto donde se tiene que analizar el triunfo de Egan Bernal a los 22 años en la carrera más exigente del mundo, porque Bernal ha ganado el Tour para Ineos y, secundariamente, para Colombia.
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