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Desde que alcanzó el liderato en la quinta etapa, Chris Froome solo lo cedió durante dos días y por un puñado de segundos. Fue en la primera etapa de los Pirineos, que concluía en una rampa de aeropuerto al 20% de desnivel. Por alguna razón, el ciclista dominador de este Tour, el anterior y el siguiente se bloqueó, y perdió en 200 metros el liderato de la carrera. Fue un espejismo, porque en menos de 48 horas había vuelto al maillot amarillo, y también por un final en cuesta.
El dominio de Froome y su poderoso equipo ha sido tal que esa ha sido la mayor incomodidad que ha encontrado en la carrera, además de los frecuentes y extraños problemas técnicos en su bici, incluyendo uno en la última etapa-circo de competición adulterada, esa consistente en dar vueltas por los Campos Elíseos. Ningún rival ha sido capaz de ponerlo en apuros, porque en el Tour existen poderosas fuerzas que hacen que la mayoría de los ciclistas se contenten con su puesto en la general, en vez de intentar el asalto a la victoria.
Es cierto que el ya cuatro veces ganador del Tour no ha sido tan dominador como otros años, en el sentido de que no ha pegado un golpe sobre la mesa en el primer día de montaña, obtenido una gran diferencia, y después dejarse llevar. Al contrario: ha usado la crono del primer día en Dusseldorf –14 km., no más– y la del penúltimo día en Marsella –22 km. raspados– para lograr su ventaja, finalmente 55" sobre el colombiano Uran, un corredor inesperado y que se ha limitado a ir a rueda, sin realizar un solo ataque en todo el Tour.
En esas circunstancias, hablar de Tour diferente y Tour ajustado –dos de las frases más recurrentes en medios deportivos– carece de cualquier sentido, puesto que el dominador de los dos últimos Tour ha ganado el tercero consecutivo, y por eso mismo el Tour no ha sido diferente, y ni siquiera ajustado. Lo habrá sido en tiempos, pero jamás en alternativas, y mucho menos en espectáculo, mermado de partida por las numerosas caídas, y también por los pactos dentro del pelotón, que han hecho que las etapas llanas fuesen excursiones hasta 10 km. antes de meta.
Desde hace muchos años el Tour es una prueba maniatada por el equipo Sky, que este año ha llevado el liderato de la carrera durante 19 de las 21 etapas
Los tres primeros de la general apenas se han separado más de 200 metros en las etapas en línea, y así es muy difícil que el Tour se pueda presentar como un espectáculo deportivo al mismo nivel que los Juegos Olímpicos o la Copa del Mundo del fútbol. Desde hace muchos años es una prueba maniatada por el equipo Sky, que este año ha llevado el liderato de la carrera durante 19 de las 21 etapas, que ha presentado a Kwiatkowski como un candidato a la victoria en los años venideros, y se ha permitido dejar a un gregario a menos de 1" del tercer puesto.
Se trata de Mikel Landa, el corredor alavés que ya había disputado el Giro, donde estuvo fugado toda la última semana, obteniendo una victoria. Parecía que llegaba cansado y obligado a la gran cita de julio y, de manera sorprendente para todos menos para su equipo, ha logrado acabar mejor que los gregarios que llevaba Lance Armstrong en sus siete Tours perdidos tras haberlos ganado, por razones que ya forman parte del conocimiento colectivo, al margen de que se siga este deporte.
La comparación con el icono caído en desgracia no es baladí. Durante siete años consecutivos el equipo donde militaba Armstrong controló la carrera a su antojo, usando gregarios que pedaleaban mejor que los jefes de fila de los equipos rivales. El Sky hace lo mismo, pero de manera más fina. Quizás sea otra de esas ganancias marginales con las que justifican su rendimiento en carrera, muy similar a esos años negros, y considerando que han ganado cinco de los últimos seis Tour disputados, muy parecido en cuanto a extensión y éxito.
Incluso se permitieron la desfachatez de, en el momento supuestamente culminante del Tour, enviar a Landa por delante. Quedaban tres kilómetros para coronar el Izoard, famoso puerto de paso y por primera vez final de etapa, y Froome dio el visto bueno para el ataque de su gregario, en pos de alcanzar el podio. No lo debió ver muy bien, porque poco después fue el propio líder el que se movió, dando así fin a los 4 minutos escasos de gloria del ciclista español.
Desde el año 2009 el Tour está revisitando sus puertos míticos y situándolos en fases de la carrera donde puedan ser decisivos, con un resultado ridículo: nadie se mueve, nadie ataca. En 2009 fue el Ventoux el penúltimo día, y ganó la fuga sin que nadie intentase algo; en 2010, el Tourmalet, con Andy Schleck y Contador subiendo juntos a relevos, y pactando la victoria en meta; en 2011 el Galibier, en la única excepción a esta línea; y este año le ha tocado al Izoard, donde dice la leyenda que los campeones transitan solos.
Froome no. Pasó con un gregario, uno tan fuerte que se ha quedado a 1" de subir al podio, tras recuperar 1´13" en la crono final al francés Bardet, ídolo de la afición que hace 32 años que no ve a uno de los suyos ganar la carrera nacional. Tras ser incapaz de hacer ningún daño al Sky en la montaña, casi pierde dos posiciones en la general el penúltimo día, y eso teniendo a su favor el Tour más favorable que jamás pudiese imaginar. Parece que ha tocado su techo.
El futuro de la carrera no se presenta muy halagüeño. El ciclismo es como el teatro, en una crisis permanente de resultados y tramas en su función principal, esa que se representa año tras año en julio. Nada, ni nadie, hace pensar que Froome no vaya a ir en 2018 a por su quinto Tour de Francia, porque ningún campeón de esta carrera que haya llegado a los cuatro triunfos se ha detenido ahí, y con 31 años todavía está a tiempo de igualar a los más grandes de la carrera.
Nada, ni nadie, hace pensar que Froome no vaya a ir en 2018 a por su quinto Tour de Francia, porque ningún campeón de esta carrera que haya llegado a los cuatro triunfos se ha detenido ahí
Bobet fue el primero, en el primer lustro de los cincuenta, en ganar tres Tour consecutivos. Se quedó ahí, y después vendría Anquetil, el primero en ganar cinco, los cuatro últimos consecutivos. Basaba su dominio en la crono y en la poca pericia de los escaladores de la época, algunos de los mejores de la historia. Al francés le siguió Merckx, que en seis años ganó sus cinco Tour, y si no fueron seis seguidos es porque un año no participó, para mayor gloria de Luis Ocaña. Hinault ganó los suyos en un arco temporal más amplio (entre 1978 y 1985, ocho años), y después vinieron los cinco seguidos de Indurain, el primero de ellos en su sexta participación en la carrera.
Hecho el paréntesis de los siete seguidos de Armstrong, en los que no merece la pena abundar porque ya no existen y se tiene que aplicar con justicia la damnatio memoriae, no ha tardado en surgir otro dominador absoluto de la carrera de carreras, igual de abrumador que todos los anteriores, y con una trayectoria atípica donde se mezclan cerrar pelotones con enfermedades tropicales, hasta el Gran Salto Adelante que le ha convertido en el dominador de su época, cuando nadie le esperaba.
Lo que enseña esta historia apenas esbozada es la continuidad del ciclismo: igual que Bobet coincidió en su época tardía con Anquetil, este lo hizo con Merckx, que pasó el testigo a Hinault, y así sucesivamente hasta Froome. Siempre han coincidido en el pelotón, al menos una temporada, el tirano de su época y el que sería su sucesor, se supiese entonces o no. Cuestión de generaciones, o del simple hilo conductor de un deporte que bebe de su historia como pocos otros más.
Esa es la esperanza y el consuelo que queda. Froome ya ha estado corriendo con el que será su sucesor. Todavía no sabemos quien es, pero no tardará en eclosionar: el ciclo largo de dominio de Froome, que ya extiende seis años desde su segundo puesto en 2012, dará todavía para el próximo año pero no mucho más. Aventurar nombres, y la propia trayectoria del británico así lo indica, es arriesgado, aunque en la mente de todos está Tom Dumoulin.
El reciente ganador del Giro –de manera brillante–, domina la contrarreloj y sube con los mejores incluso en los puertos más exigentes. Con un criterio excelente, este año decidió no ir al Tour al ver el recorrido de la prueba, y optó por un Giro que acababa en una crono, una apuesta de la que el Tour reniega desde el año 1989, cuando el sorpasso de LeMond a Fignon. Actualmente es el posible sucesor más cualificado, sin que eso garantice, al igual en los fondos de inversión, rendimientos futuros.
Pase lo que pase, será lo que quiera el Sky. Da la sensación que el equipo británico encontrará a otro corredor, o lo fabricará, cuando Froome ya no esté para ganar el Tour: compran a los mejores que hay en el pelotón –se interesaron por Dumoulin, que ha renovado hasta dentro de cuatro años por su equipo, una Cenicienta convertido en reina– y después los ponen al servicio del líder designado, siempre británico. Por eso el segundo que ha separado a Landa del podio es más que un segundo: es un adjetivo, y no una unidad de medida del tiempo. Mientras siga el Sky, el reparto seguirá similar, de igual forma que Contador ganó su primer Tour –que parecía que alumbraba un nuevo dominador, que después no lo ha sido– con el equipo de Armstrong y sus gregarios. Y también el segundo y último. El ciclismo es así, y lo demás es engañarse: más que nombres, más que potencial, lo que cuenta es lo que te da la estructura, ampliamente entendida.
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Autor >
Sergio Palomonte
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