RELATO DE VERANO (I)
Un sociópata contra los abogados cristianos
A los escritores a los que no se les ocurre nada en sus tramas, siempre les queda inventarse a un psicópata o a una buena, inocente y hermosa víctima. En este cuento ya existen. El primero es la Asociación de Abogados Cristianos. La segunda, tú
Aníbal Malvar 4/08/2019
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A lo largo de los años, uno aprende que las personas buenas, los santos, los nobles, los politoxicómanos generosos y otra gentes de buen vivir no te cambian la vida. Te la dulcifican. Los que realmente te cambian la vida, por poco que los trates, son los gilipollas. Y no te digo nada si el gilipollas es el Estado.
Este relato ficticio de verano arranca con la historia de un hombre simple y algo cateto, llamado yo, que un día de principios de 2019 recibe una notificación en su casa por “intromisión ilegítima en el honor” de unos meapilas muy rubios que se hacen llamar Asociación de Abogados Cristianos.
[El artículo al que se refiere la sentencia fue publicado en Público en 2018]
Lo primero que pensé es que, si existen las intromisiones ilegítimas en el honor, también existen las legítimas, y que mi intromisión en no sé qué honor ha sido ilegítima. Lo único que no entendía es dónde me había entrometido, y qué significa, y en qué órgano físico, mental o sexual, reside el honor. Fui declarado culpable por mi admirada justicia española. Yo no soy malo, pero no me faltarían motivos para serlo.
El hombre simple y algo cateto que protagoniza este ligero relato veraniego sabía que esto podía pasar. Los hombres y mujeres simples y algo catetas sabemos que estas cosas pasan en nuestro Estado de derecho, tan garantista. El juez Nicolás Gómez Santos, autor de esta sentencia, considera que el sintagma “hijoputez fascista” es constitutivo de delito. Pues no sé yo cómo, a partir de ahora, le podremos llamar a las hijoputeces fascistas en los periódicos sin ser condenados. ¿Aleves síntomas de totalitarismo? ¿Aleteos mariposoidales aventando amorosas cenizas de Auschwitz? Señor juez Gómez Santos, usted, que hace cinco años falló a favor del ciudadano contra los abusos de los bancos por las cláusulas suelo, ¿cómo me condena por dos palabras? No combate usted el delito, sino al diccionario. Y así no vamos a ninguna parte. Si por palabras se pudiera condenar a alguien, usted sería reo preferente por no ponerle tilde a la palabra retórica. Precisamente, retórica.
El hombre simple y algo cateto que protagoniza este ligero relato veraniego no está preocupado por esta estúpida sentencia ni por las siguientes. Es muy fácil no estar preocupado cuando escribes en los periódicos y un equipo de abogados te ayuda. Pero esta Asociación de Abogados Cristianos, en sus aleves síntomas de totalitarismo, también denuncia a chavalas que cuelgan una foto disfrazadas de la virgen en Instagram, o de Jesucristo en Facebook. Esos chavales aceptan las condenas tras acordar con sus abogados de oficio –no tienen dinero para pagar otros– que son culpables y rebajar las multas. Esos chavales pagan y creen que han hecho mal. Esos chavales, si mañana tienen una riña en una discoteca, pueden ir a la cárcel por cargar antecedentes. Esas culpabilidades son las que a este hombre cateto y algo simple escandalizan. Que los jueces instruyan y no rechacen estos delirios supersticiosos sobre ofensas a palomos, trinidades acientíficas y vírgenes imposibles es lo que convierte esto en un relato ficcional de verano. En una distopía que no os podrías creer, salvo que vivierais dentro de ella. En un Estado perversamente confesional. Donde los jueces consideran delito no la pederastia eclesial, que no se persigue (me den cifras de detenidos y nos reímos), sino la palabra.
Como protagonista de un relato de verano en un periódico, tengo que poner algo menos de metáfora y un poquito más de acción. Y como no sale en este cuento Chanquete, no puedo matar a Chanquete. Pascual García Arano, novelista grande, dice que a los escritores a los que no se les ocurre nada en sus tramas, siempre les queda inventarse a un psicópata como deus ex machina o a una buena, inocente y hermosa víctima.
Yo al psicópata de este relato ya lo tengo: la Asociación de Abogados Cristianos, capaz de gastarse su dinero –y el tuyo– en colapsar a una justicia inepta con demandas supersticiosas. A la buena, inocente y hermosa víctima también la tengo. Y eres tú. Por lo tanto te prometo que este dulce relato veraniego continuará la próxima semana.
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La siguiente entrega de este relato se publicará el 11 de agosto.
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