EDITORIAL
La ultraderecha denuncia y Twitter nos echa
8/07/2019
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Desde su creación, la red social Twitter ha presumido de tener algo de lo que la competencia carecía: un ecosistema que permitía el sueño de la libre conversación global. Usuarios que no se conocen debatiendo desde distintos puntos del mundo, desde distintas culturas, sobre el asunto del momento en tiempo real. Algo impensable en otras redes sociales como Facebook o Instagram, construidas sobre la lógica de las parcelas de amistad. La receta para generar este ecosistema, joya de la corona de Twitter, se basa en dos ingredientes principales. El primero, unos usuarios que alimentan día a día esta conversación global al entender la red como un lugar de encuentro para la confrontación de ideas y el debate diverso sobre temas de actualidad. El segundo ingrediente lo pone la propia empresa: una política normativa, al contrario que sucede en el resto de redes sociales, poco restrictiva en lo moralizante –Twitter permite, por ejemplo, contenidos pornográficos– y que pretende entender la diversidad de las formas que adquiere el lenguaje para blindar la libertad de expresión en sus distintas formas. O al menos esa era la teoría.
Como en un capítulo de Black Mirror, desde hace demasiado tiempo, este sueño de la libre conversación y expresión se está convirtiendo en noche en duermevela tirando a pesadilla para algunos usuarios. Las pocas normas restrictivas que pone Twitter para regular la convivencia –castigar amenazas o comentarios que inciten al odio– son controladas por un algoritmo que no entiende de ironía, sarcasmo, citas a autores o cualquier otra forma de comunicación humana. Esta normativa anti odio es paradójicamente aprovechada en España por ciertos grupos de usuarios organizados, normalmente afines a la extrema derecha. Su método es tan básico como su ideología: aprovechar que el algoritmo no entiende de matices semánticos para denunciar masivamente cuentas de Twitter opuestas a su tesis y provocar su cierre. Un ejemplo. Si un usuario declaradamente homosexual que se encontrase bajo el radar de estos grupos organizados usase la palabra “maricón” para referirse a sí mismo, su tuit sería masivamente denunciado y el algoritmo, entendiendo que el uso de esa palabra supone un insulto homófobo, reaccionaría cerrando la cuenta de este usuario con el argumento de que ha incitado al odio contra… sí mismo.
El pasado jueves, un centenar de usuarios hacían público un comunicado bajo el lema #TwitterNosEcha en el que denunciaban este y otro tipo de ataques a la libertad de expresión provocados por la acción de estos grupos censores digitales y la inacción de Twitter España. Entre los firmantes del manifiesto, periodistas y colaboradores de CTXT como Jonathan Martínez, Anita Botwin, Pablo MM, Cervantes Faqs o Gerardo Tecé. Todos ellos en el punto de mira de la censura por su labor periodística y sus opiniones, y desprotegidos por la red social que presume de libertad mientras se encoge de hombros ante un fenómeno que, en el mejor de los casos, parece superarles y en el peor parece no preocuparles demasiado.
Desde la publicación de la carta, varios centenares de usuarios han pedido suscribirla. La suma de adhesiones a la queja crece exponencialmente. Estamos ante los primeros pasos de las Redes Estado. Esos lugares que, aunque no sean países, son habitados por millones de personas que, más temprano que tarde, harán valer sus derechos y reivindicaciones en un juego que hasta hoy es propiedad de empresas privadas. Hoy es una carta pidiendo auxilio y mañana podrá ser una huelga, un apagón indefinido que haga tambalearse a la red que piense que un algoritmo basta para gestionar la convivencia humana. La cuenta de beneficios pertenece a la empresa propietaria de Twitter, pero su supervivencia en el futuro dependerá de los usuarios.
Los partidos de ultraderecha, racistas, xenófobos, machistas y homófobos, son especialistas en el uso de las redes sociales. Las usan para propagar su discurso y las necesitan para llegar al poder. La comunidad tuitera en España ha empezado a moverse. Pero hará falta la unión de muchos usuarios para frenar el odio. Estaremos atentos a los algoritmos; no olvidemos que siempre los programan y los deciden personas.
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