Relato de Verano (III)
Jueces de fábula
Los jueces que mandan sus estúpidos requerimientos haciéndonos culpables de un delito de palabra, sin injuria alguna, dan miedo. Si hay un antónimo de libertad es la palabra miedo
Aníbal Malvar 18/08/2019
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A los sociópatas se nos conoce por la forma de mirar. O de no mirar. No sentimos ni padecemos. Cuando te llega a casa un requerimiento judicial afirmando que la verdad y la belleza, la belleza y la verdad de Keats, se puede considerar un delito dentro del vacío neuronal de unos tipos y tipas que se autodenominan Abogados Cristianos, te entra una risa floja. Pero esa risa se aborta, por muy sociópata que seas, cuando piensas en otra gente a la que estos fulanos y fulanas les judicializan el odio.
Existe un mito muy español que dice que la justicia es gratis, y es mentira. Yo he tenido, en un caso anterior, una abogada de oficio que al terminar el procedimiento me pidió cuatrocientos pavos. Para que me saliera más barato, dijo, le podría pagar 200 en transferencia bancaria y los otros 200 en mano. No sucedió en el siglo XIX. Fue hoy, ayer, hace un rato. No le pagué nunca y nunca pasó nada. Pero seguro que hay gente que ha pagado. (No lo denuncié porque todo el trato fue oral, y cometí el terrible error de no grabarla: la justicia era gratis y yo confiaba en ella).
Aunque yo sea un recalcitrante sociópata que no siente ni padece, a veces pienso en cómo afectará a la gente corriente una denuncia de este tipo. ¿Qué sienten los hijos? ¿O las madres? Cuando un gilipollas de estos tiene el suficiente dinero como para denunciarte, cuando un juez se gana su sueldo aceptando cobrar por atender estupideces como estas, mientras dejan prescribir delitos millonarios, te sientes un poquito mal. Te dan unas ganas tremendas de escribir tu artículo una y otra vez: jueces de mierda y católicos de mierda.
A nadie se le ha ocurrido trabajar un reportaje sobre el dolor que pueden infligir estos supersticiosos falaces. Lo que te cambia tu vida que te disfraces de niño dios, ellos te denuncien, y tengas que enfrentarte en un juicio a unas fulanillas rubias rellenas de docta ignorancia que dicen que se sienten ofendidas cuando no crees en dios. Como escritor de novela negra, me da pavor pensar lo que le sucedería a nadie denunciado por unas palabras. Acusado por unos seres iletrados y acientíficos que están convencidos de que dios no es una mujer. Porque, presuntamente, lo dice una biblia que no han leído.
El sociópata no siente nada. Si una banda de ultrafascistas católicos lo denuncian por no pensar que la tierra es plana, y que no es posible concebir a un ser divino con mezcla de coños y palomos, no pasa nada. No sientes el mínimo dolor. La mínima desesperanza.
En un mundo menos ideal que el nuestro, quizá las personas denunciadas y juzgadas por no creer que al séptimo día un tío de barbas descansó sentirían cierto desasosiego. Que desmentir el absurdo, discutir una fábula, sea constitutivo de delito, quizá nos pueda volver violentos. El miedo que sienten aquellas personas que son inculpadas por nada es incalculable. Los jueces que nos mandan sus estúpidos requerimientos haciéndonos culpables de un delito de palabra, sin injuria alguna, dan más miedo que un tanque. Si hay un antónimo de libertad es la palabra miedo. O la palabra juez.
Estos abogados cristianos siembran miedo. Te acusan de ofender a sus palomos y a sus vírgenes paridoras, con mucho dinero. Te ganan juicios gracias a sus jueces borrachos de intolerancia, que no defienden una ley, sino una fe. El sociópata no tiene miedo. Pero le da una enorme tristeza pensar en toda la gente a la que estos tíos y tías asustan. El próximo domingo os contaré la historia de un juez que incluso se olvidó de citar a la fiscalía. No me extraña que vosotros, no siendo sociópatas, sintáis algún miedo. De una fábula. De un juez.
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La siguiente entrega de este relato se publicará el 25 de agosto.
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