Las huelgas de nuestras abuelas (III)
“¡No planches mientras la huelga está caliente!”: el paro en EE.UU. de las mujeres por la igualdad
En 1970 una manifestación de 50.000 feministas recorrió la Quinta Avenida de Nueva York. Conocer su historia nos permite no tener que comenzar de cero
Josefina L. Martínez 14/08/2019
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El 26 de agosto de 1970 tuvo lugar en Estados Unidos la Huelga de Mujeres por la Igualdad (Women’s Strike for Equality). La revista Time la calificó en su momento como “la primera gran manifestación del movimiento de liberación de las mujeres”. Las organizadoras llamaron a las mujeres a dejar de trabajar en las oficinas, los comercios y los hogares. Entre sus reivindicaciones estaban el aborto libre, guarderías controladas por la comunidad para los hijos de madres trabajadoras y la igualdad de oportunidades educativas y de empleo... “¡Y queremos tenerlo ahora!” exclamaba entre ovaciones una de las oradoras del acto en Nueva York.
En esa ciudad, una manifestación de 50.000 mujeres recorrió la Quinta Avenida y se repitieron acciones menores en 90 localidades del país. En solidaridad, las feministas francesas marcharon en París y las holandesas se concentraron ante la embajada de Estados Unidos en Ámsterdam. La feminista radical Kate Millet tomó la palabra en la manifestación neoyorkina: “¡Hoy es el comienzo de un nuevo movimiento! ¡Hoy es el fin de milenios de opresión!”. Un grupo de mujeres se concentró frente a la Estatua de la Libertad y otras paralizaron el tablero de la bolsa de Wall Street. El movimiento había nacido, y era internacional.
La Huelga había sido convocada por la Organización Nacional de Mujeres (NOW), fundada en 1966 por la feminista liberal Betty Friedan con el objetivo de conseguir medidas por la igualdad jurídica, económica y social. El día elegido coincidía con el 50 aniversario de la aprobación de la Decimonovena Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, que otorgó el derecho al voto para las mujeres en 1920. El periódico The New York Times informaba que entre las manifestantes se encontraba Elsie K. Belmont de 79 años. “Yo ya marchaba cuando tenía 16 años. En ese entonces solían llamarnos las suffrage‐cats [sufra-gatos]”, declaró la anciana. El gobierno y los medios de comunicación solían usar en aquel entonces la imagen de gatos vestidos como sufragistas para caricaturizar a las mujeres que luchaban por el derecho al voto.
Al no estar apoyada por los sindicatos, la huelga tuvo menos repercusión en el mundo laboral, pero las manifestaciones fueron un hito para el movimiento de liberación de las mujeres. La segunda ola del movimiento feminista tomaba impulso junto al movimiento por los derechos civiles y el poder negro, las luchas LGTB, las protestas anticoloniales, las huelgas obreras y el movimiento estudiantil.
Lo personal es político
Betty Friedan, autora de La mística de la feminidad, había analizado ese “malestar que no tiene nombre” que afectaba a la mayoría de las amas de casa norteamericanas en la postguerra, obligadas a actuar como ángeles del hogar. A comienzos de los años setenta, el porcentaje de participación femenina en el mercado laboral estaba aumentando, pero se mantenían las viejas ideas normativas de feminidad. Además de trabajar, las mujeres debían cumplir con las reglas de perfectas amas de casa, siempre con una sonrisa en el rostro. En ese contexto, la irrupción de un movimiento de mujeres radicalizado hizo estallar por los aires el statu quo vigente en los hogares.
Además de las feministas liberales de NOW, otras agrupaciones participaron en la huelga de mujeres: las Feministas Radicales de Nueva York y el grupo Redstockings de Shulamith Firestone, las feministas socialistas del SWP, grupos de autoconciencia feminista de Chicago y San Francisco y organizaciones de mujeres negras y chicanas como la Third World Women's Alliance (TWWA) [Organización de Mujeres del Tercer Mundo]. Estas corrientes se movilizaban de forma unitaria, aunque disputaban al interior del movimiento por el sentido del feminismo, el sujeto de transformación, las posibles alianzas y las vías para la emancipación.
Las feministas radicales cuestionaban a las feministas liberales que se limitaban a buscar la ampliación de derechos, sin arremeter contra los valores androcéntricos de la sociedad, moldeada por las jerarquías masculinas. El lema “lo personal es político” significó para ellas situar la sexualidad como el principal vector de la opresión y visibilizar cuestiones que habían permanecido ocultas demasiado tiempo en la intimidad de los dormitorios. También apuntaron contra los valores y las prácticas patriarcales en el arte, la ciencia, la medicina, los medios de comunicación o el deporte.
El sujeto universal femenino construido por las radicales fue impugnado, a su vez, por las feministas negras y lesbianas, ya que no tomaba en cuenta las diferencias entre las mujeres. La activista bel hooks lo explica de este modo: “Las visiones utópicas de la sororidad que se basaban únicamente en la conciencia del hecho de que todas las mujeres eran de alguna manera víctimas de la dominación masculina se vieron afectadas por los debates de raza y clase… Estos debates no trivializaban la insistencia feminista en que ‘la sororidad es poderosa’ sino que simplemente hacían hincapié en que solo podríamos llegar a ser hermanas en la lucha si nos enfrentábamos a las formas en que las mujeres –mediante la clase, la raza o la orientación sexual– dominaban y explotaban a otras mujeres y creábamos una plataforma política que abordara esas diferencias.”
Las feministas socialistas, por su parte, insistían en que no era posible conquistar una verdadera emancipación de las mujeres en el marco de un sistema capitalista que hacía uso del patriarcado y el racismo para maximizar sus ganancias y generar fuertes divisiones entre las oprimidas. Al igual que las feministas negras y del Tercer Mundo, rechazaban las tendencias separatistas y apostaban por construir un sujeto de transformación más fuerte, con la clase trabajadora de conjunto. Los debates no eran nuevos. El movimiento feminista norteamericano había surgido a mediados del siglo XIX en la Convención de Seneca Falls (1848), mediante la convergencia con el movimiento abolicionista contra la esclavitud. Años más tarde, sin embargo, algunas feministas liberales optaron por sacrificar la lucha antirracista a cambio de conseguir concesiones parciales para un sector de mujeres blancas y de clase media.
El movimiento feminista de la segunda ola apuntaba contra las instituciones existentes en base a la acción directa y la movilización, elementos que se perdieron en los años siguientes, cuando la ofensiva neoliberal impuso un sentido común individualista y la fragmentación de los sujetos colectivos. Medio siglo después de la histórica huelga de mujeres, una nueva ola del movimiento feminista toma las calles en varios países del mundo. Conocer la historia de aquellas huelgas que hicieron nuestras abuelas abre el campo de la imaginación y nos permite no tener que comenzar de cero.
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El siguiente capítulo, Pan y Rosas (1912) o la huelga argentina de inquilinas (1907), se publicará el 21 de agosto.
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Autora >
Josefina L. Martínez
Periodista. Autora de 'No somos esclavas' (2021)
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