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El verdugo tiene mil caras.
Jon Sarasua / Negu Gorriak
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo alguna canción de Kortatu, o la han escuchado hace pocas horas, o están escuchando en bucle a Kortatu desde que el jueves 5 de septiembre se hiciera público el fallecimiento de Iñigo Muguruza. Muchos de mis conocidos, particularmente los que ahora mismo están escuchando alguna canción, tienen más o menos mi edad, estarán más cerca de los cincuenta que de los cuarenta aunque unos pocos se escaparán casi hasta los sesenta, pioneros en lo suyo y en lo nuestro. Muchos de mis conocidos, particularmente los que estén más cerca de los cuarenta que de los cincuenta, y sobre todo cuanto más cerca se encuentren de ser vascos o de haber vivido en Euskadi, alternarán las canciones de Kortatu con alguna de Negu Gorriak, Joxe Ripiau o Sagarroi, las otras bandas que dibujan la trayectoria musical de Iñigo Muguruza (hubo más, pero su hilo vital lo conforman esas cuatro: Kortatu entre 1984 y 1988, Negu Gorriak entre 1988 y 1996, Joxe Ripiau entre 1996 y 2001, Sagarroi de 2001 a 2010). Pero son más los de Kortatu, y no solo (que también) por razones idiomáticas: Kortatu es más nosotros, es más lo que fuimos, Kortatu fue mainstream cuando el mainstream ibérico era el boletín de novedades del Discoplay, Kortatu es ese grupo que no gustaba a nadie cuando ibas al instituto pero todo el mundo se sabía una canción suya y nadie lo criticaba porque no representaba nada que quisieras criticar.
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo una canción de Kortatu sin saber que están escuchando una canción anterior a Kortatu: ‘Mierda de ciudad’ es ‘Drinking and Driving’ de The Business, ‘Hay algo aquí que va mal’ es ‘Doesn't Make It Alright’ de The Specials, y hasta la famosa ‘Sarri Sarri’ está montada sobre ‘Chatty Chatty’ de Toots & The Maytals. ¿Y qué? ¿Desde cuándo nos importan tanto la originalidad y la autoría? ¿De veras los que en 1986 teníamos dieciséis años podíamos identificar el origen de aquellas melodías? ¿Quién había oído hablar de The Business? ¿Quién puede darme una buena razón para no haberlos olvidado, si a eso vamos? Más difícil de olvidar es la proeza de Kortatu: que, a mediados de los años ochenta, con toda la prensa y toda la radio y toda la televisión volcadas en exprimir los estertores de la movida madrileña, tres punkis de Irún consiguieran instalar sus berridos en las orejas de miles de adolescentes de barriadas obreras y polígonos industriales de Avilés a Carabanchel y de Barakaldo a Sagunto. ¿Cómo lo explicamos? ¿Cómo nos explicamos?
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo una canción de Kortatu porque Kortatu no vendían testosterona, no hacían épica de navajero ni lírica de extrarradio, tampoco declamaban las consignas del manual del perfecto anarquista. Eran más simpáticos que La Polla Records, menos solemnes que Barricada, habitaban un limbo entre espacios simbólicos que a todo el mundo le resultaba lejano pero transitable a la vez. En ese limbo ensayaban códigos, probaban combinaciones estilísticas con las que ir construyendo algo así como el folklore urbano de una juventud insurgente, los himnos de las manifestaciones contra la OTAN, contra la mili, contra la reconversión industrial. Es difícil creer que todo aquello fuera casual, pero cabe pensar, en cambio, que ninguno de sus promotores esperaba que el experimento tuviera éxito fuera de Euskadi. Lo tuvo. Inesperado y fugaz, como la felicidad en la adolescencia. Tan inesperado y fugaz que no hemos vuelto a encontrarnos desde entonces. No hemos vuelto a aquella tierra de nadie donde podías corear ‘Don Vito y la revuelta en el frenopático’ con tu amiguete heavy. No hemos vuelto a tararear las intros de bajo de Iñigo en ‘Tatuado’ (la primera canción de Kortatu que yo escuché: prescindible apunte autobiográfico), en ‘Desmond Tutu’, en ‘Hotel Monbar’ (¿nadie ha dicho nunca nada del parecido de ese riff de guitarra con el de ‘Where Is My Mind’, que los Pixies grabarían casi dos años después?). Claro que nos hemos hecho mayores, tan mayores que esa palabra roza el eufemismo, pero no echamos de menos con la misma intensidad las canciones de Obús, o de Alaska, o de Loquillo, qué sé yo, inserta aquí tu icono ochentero y dime si es lo mismo. No lo es porque nadie era de Kortatu y ni siquiera Kortatu quisieron seguir siéndolo.
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo una canción de Kortatu como si fuera la primera vez, y eso es así porque se ha muerto el bajista y nadie presta atención al bajista salvo cuando se muere y algo en tu interior te susurra que prestes atención, que había un músico ahí, la dichosa sección rítmica de la que nunca hablan en Mondosonoro. Muchos de mis conocidos, y en especial aquellos que tienen el hábito de leer Mondosonoro y Rockdelux y el resto de la prensa musical desde los tiempos de la explosión indie de los noventa, se preguntan cómo se las arreglan los críticos musicales para olvidar lo que escribieron sobre el grupo o los grupos del músico que acaba de morir, y cómo casa la añoranza de aquellos maravillosos años del rock radical vasco con la exaltación de Maluma y C. Tangana.
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo una canción de Kortatu sin haber escuchado nunca a Negu Gorriak ni a Joxe Ripiau ni a Sagarroi. Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo a Kortatu saltándose las canciones en euskera. Algunos de mis conocidos empezaron a saltarse las canciones en euskera al enterarse de que esas letras las escribió Mikel Antza. Muchos de mis conocidos no saben quién es Mikel Antza, ni qué ocurrió el 25 de septiembre de 1985 en el Hotel Monbar, ni qué pasó el 16 de junio de 1984 en Hernani. ¿Cómo vamos a explicarnos todo esto si ni memoria nos queda?
Muchos de mis conocidos están escuchando ahora mismo una canción de Kortatu mientras se preguntan qué pacto social es el que nos ha hecho tan extraños de nosotros mismos.
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Autor >
Xandru Fernández
Es profesor y escritor.
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