JUEGO DE MANOS
El rock nunca muere, pero debería
Marta Guirao 7/12/2016
Iggy Pop, reciente rostro de una campaña publicitaria.
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Al contrario de lo que se piensa, la muerte de Kurt Cobain no conmocionó al mundo. Aquel 8 de abril de 1994 los telediarios dieron la noticia como cualquier otra. No hubo grandes homenajes ni masivas congregaciones. En el fondo, la estética del punk, allá por los años setenta y potenciada por la muerte de Sid Vicious, fomentó el eslogan –mal atribuido a James Dean―: «vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver». En la propia autobiografía de Patti Smith, ella cuenta cómo, al enterarse de la muerte de Jimi Hendrix, Janis Joplin le confiesa que ella será la siguiente —y lo fue, 16 días después―.
Hay un sin fin de artistas que fallecieron a temprana edad, no sólo en el mundo de la música, por supuesto, pero lo interesante es que también hay muchos, muchísimos, que aún no saben cómo retirarse: los cantantes ya no quieren morir jóvenes.
Si bien existen famosos que fueron viejos incluso de jóvenes, como es el caso de Leonard Cohen o la antes mencionada Patti Smith, no podemos dejarnos engañar por la apariencia de grupos como los Rolling Stones. Grupos que, actualmente, necesitan dos horas de masajes y fisioterapia para enfrentarse a un concierto. Grupos que han extendido mitos como el tener que realizarse periódicas transfusiones de sangre para mantenerse energéticos y libres de elementos tóxicos. Grupos que, probablemente, han cambiado el LSD o la heroína por drogas legales.
Hace unos años, y esta vez sí para conmoción de muchos, encontrábamos una rediviva Bonnie Tyler en el festival de Eurovisión, probablemente sacada de algún chiringuito costero de Alicante, paraíso de la tercera edad británica. No sé qué me impresionó más: que siguiera viva o que estuviera lanzando un disco. ¿Pero esta mujer tiene algo más aparte de Total Eclipse of the Heart?
¿Qué hace ese señor? ¿Por qué sale en los anuncios de Schweppes?
A raíz de eso fui consciente de la cantidad de gente que perfectamente hubiese dado por muerta, musical o literalmente, y que, de hecho, estaba sacando nuevos álbumes de estudio. ¿Quién hubiese dicho que Bob Dylan, icono de la música folk, sacaría un disco tributo a Frank Sinatra? ¿Alguien imaginaba que Axl Rose, a sus 54 años, cubriría a Brian Johnson para liderar a los AC/DC? ¿Era realmente necesario? Incluso yo misma, al enterarme de la nueva gira de The Who, me planteé asistir. En realidad, ya había ido a ver The Wall de Roger Waters y salí emocionada, ¿por qué no ir?
El problema es que algunos vivimos inmersos en una especie de retromanía que no nos permite dejar marchar a los más grandes y, sin embargo, al mismo tiempo, nos hace considerar que los verdaderamente grandes son aquellos que ya no están con nosotros.
Puede que los Rolling Stones sean los abuelos del rock o que Bruce Springsteen continúe siendo «The Boss» pero, y sin caer en paralelismos musicales, aún no tienen esa quinta esencia que, con el paso del tiempo, han ido adquiriendo The Doors o Jimi Hendrix. Todos ellos son irrepetibles, pero, admitámoslo, nos gustan más muertos. De ahí que comprenda que Jimmy Page no se plantee reunir a Led Zeppelin sin Robert Plant, o que tras la muerte de Ian Curtis, Joy Division dejara de ser Joy Division y pasara a ser New Order, o que grupos bastante recientes como The White Stripes decidieran dejar su carrera en la cresta de la ola.
¿Quién hubiese dicho que Bob Dylan, icono de la música folk, sacaría un disco tributo a Frank Sinatra?
Si bien creo que la muerte de Kurt Cobain fue una de las más grandes campañas de marketing jamás concebidas en el mundo de la música, debería servir como ejemplo. Hay que saber cuándo dejar la fiesta: generar la suficiente fama como para echarse a dormir, y nunca, nunca, acabar como Madonna, reinventándose una y otra vez en una desesperada lucha contra la extinción. Retírense, caballeros, o acabarán como Iggy Pop. ¿Qué hace ese señor? ¿Por qué sale en los anuncios de Schweppes?
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Este artículo se publicó originalmente en Juego de Manos
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Marta Guirao
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