Editorial
Sánchez elige la derecha
14/09/2019
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Finalmente, si no se produce un milagro en el descuento, el acuerdo entre PSOE y Podemos no se va a materializar. Los votos de 12 millones de personas que el 28 de abril se movilizaron por un gobierno progresista y contra la extrema derecha acabarán en la papelera. Tras cuatro meses de vetos, líneas rojas y agravios mutuos, el esperpento de la no-negociación televisada ha terminado. El PSOE ha tratado siempre a su socio y rival con una mezcla de paternalismo y temor: en diciembre de 2015, el Comité Federal bloqueó todo pacto con Podemos, y en junio de 2016 decidió defenestrar a Pedro Sánchez. Pese a lo llovido, el bloqueo sigue vigente. El breve periodo de colaboración mutua, desde la moción de censura hasta la aprobación fallida de los presupuestos, fue un espejismo. De manera que ambas partes han acabado teniendo razón cuando concluyen que no hay posibilidad de un acuerdo satisfactorio. En vísperas de las elecciones del pasado 28 de abril, parecía, sin embargo, que la situación estaba madura para un gobierno conjunto de las izquierdas. ¿Qué ha pasado entonces?
La estrategia de Sánchez ha sido, por decirlo respetuosamente, errática. Tras una campaña basada en el miedo al Trifachito y la química con Iglesias, su primera reacción fue llamar a Ciudadanos y la segunda gobernar en solitario
La estrategia de Sánchez ha sido, por decirlo respetuosamente, errática. Tras una campaña basada en el miedo al Trifachito y la química con Iglesias, su primera reacción fue llamar a Ciudadanos y la segunda gobernar en solitario. Tras un retraso injustificable, la presión del electorado de izquierdas le obligó a explorar la fórmula de una coalición de gobierno. No está claro si lo hizo muy bien (en caso de que no quisiera la coalición) o lo hizo tan rematadamente mal (en caso de que sí quisiese) que la coalición resultó imposible. Recordemos la secuencia: Sánchez dejó pasar un par de meses en la inactividad total, no constituyó grupos de trabajo para acordar un programa de gobierno y establecer una mínima complicidad entre los partidos, y cuando en julio llegó la hora de negociar vertiginosamente, impuso varias líneas rojas, entre ellas que Podemos no “enredara” con los temas de Estado (Cataluña), y un veto personal: que Iglesias no entrara en el Ejecutivo.
Para sorpresa de Sánchez y su equipo, Podemos anunció que se sometería a lo que dijera el PSOE sobre Cataluña, e Iglesias aceptó echarse a un lado. A Sánchez no le quedó más remedio que hacer una oferta de mínimos (la famosa vicepresidencia y los tres ministerios sin apenas presupuesto), que Iglesias rechazó. Entonces, la vicepresidenta Carmen Calvo filtró a la prensa un documento manipulado por su despacho que convertía las propuestas de Podemos en “exigencias”.
En ese momento, Sánchez supo que había ganado “el relato” a su rival y socio preferente. Pablo Iglesias llegó al Congreso derrotado, tenso y sin argumentos. Sánchez y los suyos vivieron la investidura fallida como un triunfo, casi con euforia: sabían que para los grandes medios el perdedor del relato era Iglesias, quien aparecía como el líder que hacía fracasar, por ambición o ceguera, la formación del primer gobierno de izquierda plural de nuestra reciente historia democrática.
Podemos se dio cuenta del error cometido por su líder y ha intentado regresar a la propuesta final, pero el PSOE no quería saber nada. Tienen razón los morados cuando afirman que es una incoherencia negarse a reconsiderar la coalición. Los argumentos que ofrecen los socialistas para convencer a la ciudadanía de que el tiempo de la coalición ha concluido son un insulto a la inteligencia.
El problema es que en política tener razón suele servir de poco (suele ser el consuelo del perdedor). Ahora, Iglesias será una vez más retratado por el sistema mediático como responsable del segundo fracaso de Sánchez, como sucedió en 2016, cuando este intentó pactar con C’s. Así el PSOE ya tiene más de la mitad de la campaña electoral hecha. Esto lo tendría que haber anticipado Podemos, pero su líder ha sido víctima no solo del inmovilismo del PSOE, sino también de su propia arrogancia y candor. Iglesias sabe de sobra que el poder económico y sus medios gatopardescos han impuesto un cordón sanitario a Podemos y no quieren verlos en el gobierno, menos aún si dependen de los votos de los nacionalistas catalanes. Sortear ese veto múltiple requiere finura, mucha cintura política y mucha flexibilidad. La correlación de fuerzas y la cerrazón de PSOE han superado a Iglesias.
Es cierto también que los dos líderes, Sánchez e Iglesias, han demostrado ante los suyos ser sendos machos alfa que no hacen concesiones. Los seguidores más leales lo celebrarán. No obstante, su incapacidad para llegar a un acuerdo será una decepción para muchos ciudadanos a quienes las siglas, el relato y las culpas del fiasco les importan menos que la formación de un gobierno de izquierda.
La repetición de elecciones es una irresponsabilidad que costará cerca de 140 millones de euros; el fracaso político aumentará la desafección y el desánimo de muchos votantes progresistas. El miedo a Vox ha quedado diluido por la incapacidad de la izquierda. Sánchez ha preferido volver a elecciones siendo claro favorito. En el pasado le ha salido bien. Podría volver a salirle bien si reduce a Podemos a las dimensiones de la vieja Izquierda Unida, porque ese parece su objetivo. Aunque hay una gran incógnita difícil de cuantificar: el efecto desmovilizador de la ruptura. En el mejor escenario, el PSOE quedará con seguridad bastante por debajo de la mayoría absoluta, los 176 diputados.
¿Qué sentido tiene entonces prolongar la inestabilidad política más tiempo, si al final tendrá que volver a negociar con Unidas Podemos, incluso si este sale debilitado de este proceso? La única respuesta a esta pregunta es que, en realidad, lo que el PSOE ha decidido es pactar con Ciudadanos. O con el PP. O, ¡mejor todavía!, con los dos a la vez.
Finalmente, si no se produce un milagro en el descuento, el acuerdo entre PSOE y Podemos no se va a materializar. Los votos de 12 millones de personas que el 28 de abril se movilizaron por un gobierno progresista y contra la extrema derecha acabarán en la papelera. Tras cuatro meses de vetos, líneas...
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