Tribuna
La estrategia macronista de Pedro Sánchez
El líder socialista parece haber entendido que el multipartidismo llegó para quedarse. La llave de la gobernabilidad es lograr una mayoría parlamentaria con una combinación de abstención y apoyos a cambio de un acuerdo programático
Guillermo Arenas / Manuel Múgica Barrera 29/09/2019
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Elegido en mayo de 2017, Emmanuel Macron alcanza este otoño el ecuador de su mandato en una situación relativamente optimista. La última encuesta de popularidad, realizada por el instituto de sondeos BVA, arroja una mejora de su imagen. Según las cifras publicadas a mediados de septiembre, el 37 % de los franceses tiene una buena opinión del presidente. En comparación con su predecesor, el socialista François Hollande, su cuota de popularidad es sobresaliente. Este último se encontraba en la mitad de su mandato –en otoño de 2014– en su nivel más bajo: un 14 %. Además, la tendencia es francamente positiva para el inquilino del Elíseo. Pese a la vertiginosa erosión que sufrió su imagen durante el último semestre de 2018, Macron ha recuperado en 2019 la cuasi totalidad del apoyo del que gozaba antes de esta caída.
La aparente remontada del presidente francés en la opinión puede tener dos grandes explicaciones. La primera es que la salida planteada frente a la crisis de los “chalecos amarillos”, sacándose de la chistera el “Grand Débat National”, le permitió efectivamente ganar tiempo. Pero la segunda explicación, realmente significativa, es la ausencia de una propuesta política robusta por parte de la oposición. Dicho de otro modo, el talento político del presidente galo se refleja ante todo en su capacidad de fragmentación del paisaje político nacional, situándose él mismo en una posición central e ineludible.
Tras emerger de las entrañas del Ejecutivo, Macron supo conducir una campaña en 2017 que captó a gran parte del electorado tradicional del Partido Socialista (PS). De talante liberal y totalmente desideologizado, el PS se fracturó inmediatamente entre aquellos dirigentes y electores que acompañaron a Macron en su aventura y aquellos que prefirieron mantenerse fieles al candidato oficial, el poco carismático Benoît Hamon. A la cabeza de un movimiento político personalista, Macron sedujo a los socialistas presentándose como un joven brillante, adalid de la modernidad y de la “start up nation” frente al inmovilismo de Hollande y la amenaza de Marine Le Pen. El desenlace se produjo cuando Macron ganó las elecciones y Hamon descendió hasta el 6 % de los votos, acelerando la agonía de un PS gangrenado por las luchas internas. Este fue el primer acto de la estrategia macronista: una llegada fulgurante al poder absorbiendo a gran parte del electorado socialista. La “estrategia del meteorito”, según la bautizó un obsequioso documental de la televisión pública.
El segundo acto vino con las elecciones europeas de mayo de 2019, en las que el macronismo ensanchó su base electoral. Tanto el discurso pro-europeo como la férrea represión de los “chalecos amarillos” permitieron al partido macronista aparecer como una alternativa liberal-conservadora. Numerosos electores de la derecha migraron hacia él, provocando una fuerte crisis en Los Republicanos (LR), la derecha tradicional.
Con una pata en la izquierda y otra en la derecha, Macron se sitúa desde entonces en un improbable centro como único candidato capaz de imponerse frente a la Agrupación Nacional (ex- Frente Nacional).
En los últimos meses, Pedro Sánchez parece haber importado la estrategia macronista al fragmentado paisaje político español. Contrariamente a lo que postulan algunos comentaristas o políticos, Sánchez sí ha entendido el nuevo estado del paisaje político nacional. Lejos de creer en el regreso del bipartidismo, el líder socialista parece haber entendido que el multipartidismo llegó en 2015 para quedarse. Pero, en un contexto multipartidista, la fuerza que posea la llave de la gobernabilidad será aquella que consiga la mayoría parlamentaria con una combinación de abstención por un lado y de apoyo a cambio de un acuerdo programático por otro lado. Dicho de otro modo, la clave de la gobernabilidad en un escenario político fragmentado parece tenerla el improbable centro, único capaz de cristalizar un apoyo multipartidista.
Durante las elecciones generales del 2015, Podemos asaltó la izquierda del PSOE, situándose a tan solo 350.000 votos de los socialistas, dato que se confirmó con la repetición electoral de 2016. La moción de censura a Mariano Rajoy en junio de 2018 constituyó un momento idóneo para que Pedro Sánchez, legitimado por las bases, comenzara a disputarle la izquierda a Podemos. Siendo conscientes de que la legislatura duraría poco y sería inestable, había que poner a trabajar la maquinaria electoral nada más llegar a la Moncloa. Once de las diecisiete carteras ministeriales, además de la vicepresidencia del gobierno, fueron ocupadas por mujeres a poco más de dos meses de la huelga feminista del 8-M.
La tentativa de exhumación de los restos de Franco constituyó otra de las medidas simbólicas implementadas por el Ejecutivo, mediante la cual recuperó la senda de la Ley de Memora Histórica promulgada por el ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero y situó al PSOE de nuevo a la izquierda.
Recordemos, además, que el 17 de junio del 2018 llegaba al puerto de Valencia el Aquarius. El gobierno había decidido brindar su apoyo a S.O.S. Mediterráneo y Médicos Sin Fronteras tras el rechazo de los gobiernos de Malta e Italia a recibir la embarcación. Sin embargo, el bloqueo del Open Arms tan solo unos meses después en el puerto de Barcelona, su abandono este verano frente a las costas de Lampedusa con 160 inmigrantes a bordo, así como el hecho de que el gobierno denegara el asilo a los rescatados por el Aquarius hace escasos días demuestran el carácter electoralista de la postura sobre la inmigración.
En este momento, Unidas Podemos ya no representa una amenaza existencial para los socialistas, pero sí para su permanencia en el poder. Si se cumplen las expectativas de Sánchez, la convocatoria de elecciones ayudará a asestarles el golpe de gracia. Toca ahora tratar de ensanchar la base en dirección de su flanco derecho.
Sánchez dirige ahora sus esfuerzos hacia el electorado frustrado con Ciudadanos, un partido que se encuentra en caída según las últimas encuestas del CIS.
Sus declaraciones en la pasada sesión de control al Gobierno arrojan luz sobre ello: “El gobierno socialista aplicará cualquier artículo de la Constitución para defender la Constitución, el Estatuto de Autonomía, la legalidad, la soberanía nacional y la integridad territorial”.
El contenido de la entrevista que el presidente en funciones concedió a CNN en Nueva York, calificando a Unidas Podemos de “extrema izquierda” y alabando la figura de Felipe VI, parece responder a la misma estrategia.
Un día después de la última sesión plenaria del Congreso de los Diputados, Pedro Sánchez concedió una entrevista en la Moncloa al omnipresente García Ferreras. El presidente en funciones admitió, al ser preguntado sobre el fracaso de las negociaciones con Unidas Podemos, que había preferido la convocatoria de nuevas elecciones a un pacto de izquierdas. Un gobierno con ministros de Podemos, confesó, le hubiera impedido dormir. Tal vez ahora la repetición electoral le permita volver a dormir y soñar con convertirse en la nueva fuerza central del nuevo multipartidismo español, emulando a Emmanuel Macron. Esperemos que ese sueño no se convierta en pesadilla.
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