Análisis
Los economistas vaticinan una nueva crisis, ¿aciertan?
Las normas que regulaban la actividad económica, si es que regulaban de verdad algo, siguen siendo las mismas
Emilio de la Peña 25/09/2019
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La experiencia nos dice que, tras cada gran crisis, cambian las formas de hacer las cosas en economía. Es normal, si los principios sobre los que se asentaba la política económica no han evitado el desastre, se arrinconan esos principios y se establecen otros más solventes. Esto había sido así hasta ahora. Sin embargo, tras la crisis financiera desatada en 2008, la que provocó la Gran Recesión, prácticamente nada ha cambiado. Las normas que regulaban la actividad económica, si es que regulaban de verdad algo, siguen siendo las mismas. La política económica, si en algo ha cambiado, ha sido para acentuar más la brecha entre los que manejan el dinero y los que viven de su salario.
Los organismos internacionales, los economistas dominantes y los analistas solo parece que han aprendido una cosa: vocear “¡que viene el lobo!”. Se les había reprochado que no se hubieran enterado de que se avecinaba el hundimiento. Ahora, las advertencias de graves peligros para la economía mundial han comenzado a proliferar. Incluso se habla del peligro de recesión. La más desgarrada de las voces de que al lobo se le ven ya las orejas la ha lanzado la OCDE, el organismo que reúne a las economías más desarrolladas. En su último informe advierte de la posibilidad de una recesión o una fuerte desaceleración. Está hablando a escala mundial.
Todas las grandes economías del mundo registraron en el segundo trimestre del año una reducción en su crecimiento anual, salvo Francia. Y eso que el crecimiento era ya claramente modesto
No es para menos. Todas las grandes economías del mundo registraron en el segundo trimestre del año una reducción en su crecimiento anual, salvo Francia. Y eso que el crecimiento era ya claramente modesto. En el caso de Alemania, en ese trimestre, la economía retrocedió. Estados Unidos, a pesar de que crece por encima del resto, es el que tuvo una mayor desaceleración. China, la segunda economía del mundo, crece ahora menos de lo que lo ha hecho en los últimos 23 años. España no es una excepción. El Banco de España acaba de emitir su pronóstico trimestral y estima que este será el año que menos crezca la economía desde 2014.
Los peligros vienen sobre todo de tres frentes.
El primero es la guerra comercial que ha emprendido el presidente norteamericano, Donald Trump, contra China, y la respuesta subsiguiente de esta. El propio Trump ya ha advertido que esto no se quedará así. La Unión Europea puede ser objetivo de su cruzada.
El segundo está situado en Europa. Se temen las consecuencias de una salida del Reino Unido de la Unión Europea sin acuerdo alguno, el brexit duro, que acarrearía menos exportaciones de mercancías, sobre todo para Alemania, y de servicios, especialmente para Gran Bretaña.
El tercero es colateral a lo anterior, pero es posiblemente el más peligroso. Son las consecuencias que todo eso pueda tener en el mercado financiero mundial. El sistema financiero sigue siendo el mismo que antes de la Gran Recesión: permanece totalmente desregulado. Se compran y venden bonos, acciones, y préstamos de todo tipo sin control alguno. Los inversores actúan con el propósito de comprar esos títulos y venderlos a un precio mayor. Es decir, su negocio es la especulación. La expectativa de que esos títulos valgan menos de forma generalizada puede llevarles a desprenderse de ellos de forma masiva y provocar así el desplome del mercado financiero. Es decir, algo parecido a lo que ocurrió con las hipotecas a partir de 2008, que desencadenó la Gran Recesión.
Visitemos ahora cada uno de los frentes para ver más en detalle.
Trump se propuso recuperar para el país más poderoso del mundo el dominio económico total. Su competidor principal es China. A ella le atribuye que Estados Unidos tenga un altísimo déficit comercial
La guerra comercial. Desde que llegó al poder, Trump se propuso recuperar para el país más poderoso del mundo el dominio económico total. Su competidor principal es China. A ella le atribuye que Estados Unidos tenga un altísimo déficit comercial, es decir, que venda al exterior menos de lo que compra fuera. Es una visión falaz de la realidad. Veamos: Estados Unidos exporta a China por valor de unos 200.000 millones de dólares al año. Es menos de lo que China vende a su vez a Estados Unidos. Pero hay más: miles de empresas norteamericanas fabrican o prestan sus servicios en China. Y lo que venden en el país asiático es más que todo lo que llega desde Norteamérica. Si se suman ambos conceptos, resulta que las ventas estadounidenses a China ascienden a 510.000 millones de dólares, claramente por encima de lo que vende China a Estados Unidos. Por tanto, los que más ganan en el intercambio son los norteamericanos. No ocurre allí sólo. México es un caso parecido. El 80 % de lo que exporta va a Estados Unidos, pero la mayoría son productos fabricados por empresas estadounidenses en el país vecino. El que gana en ambos casos es el país gobernado por Trump. Eso sí, no todo el país. Ganan las empresas norteamericanas, que engordan insaciablemente sus beneficios. Los trabajadores solo consiguen el salario por fabricar en su tierra. El resto no lo ven, salvo que miren los resultados del Dow Jones o la lista de multimillonarios de Forbes. Esto puede explicar la simpatía de una parte de la clase trabajadora por los mensajes de Trump. Parafraseando a Rodrigo Rato, cuando quería sacudirse la acusación de saqueo de Bankia, “es el mercado, amigo”. En este caso, “es el capitalismo, amigo”, ese que defiende el propio Trump.
Así las cosas, la guerra desatada por Trump se materializa en la imposición de aranceles a gran cantidad de productos chinos importados por Estados Unidos. Esto significa que han de pagar un impuesto cuando entran en el país que importa. La consecuencia es que se encarecen y por ello tienden a comprarse menos. Es tal el bombardeo de aranceles, que hoy es difícil cuantificarlos, pero en general suponen un gravamen del 25 % sobre todo tipo de productos manufacturados. El segundo agente económico del mundo, China, ha respondido con igual contundencia. Esto afecta a la producción de ambos países y de muchos otros. En la actualidad, gran parte de los productos, automóviles, ordenadores y demás, no se fabrican en un solo país, sino por piezas en multitud de sitios. Son lo que se llama cadenas globales de valor. Eso significa que un microchip fabricado en China para exportar a Estados Unidos puede tener su destino final en otro país que ensamblará un ordenador. Ese es el efecto dominó que se nos puede venir encima. La Unión Europea y México serán los siguientes frentes que abrirá Trump.
De momento, todas las grandes economías padecieron en junio una caída importante de sus exportaciones e importaciones, después del parón o las bajadas registradas meses antes.
El brexit. La salida del Reino Unido de la Unión Europea iba a afectar a ambas partes, nadie lo dudaba. Ahora, la posibilidad de que sea sin acuerdo, es decir sin establecer una zona de libre comercio entre ambos, se ve cada vez más posible. Se anunció el desastre para Gran Bretaña, siempre lo dijeron los contrarios al brexit. Ahora ya está claro que van a perder ambos. Aunque las estimaciones no aciertan necesariamente (tenemos amplia experiencia de ello), se calcula que para el Reino Unido podría suponer una disminución de su actividad económica, en torno a un 2 % de su PIB. Para la Unión Europea del 0,5 %. Esa caída en Europa no se reparte por igual. Holanda, Bélgica, Dinamarca y España serían los países más afectados y, en menor medida, Francia y Alemania. Pero para este último, el impacto del brexit vendría a sumarse al retroceso de sus exportaciones en general, que son su principal motor.
El mercado financiero. Como los que invierten comprando y vendiendo títulos y no productos y servicios tratan de anticiparse más que nadie a los desastres, el mercado financiero ya lo ha empezado a notar. La expectativa de que se consolide una bajada de la actividad económica está llevando a bancos, fondos y demás a buscar inversiones seguras y que se puedan recuperar de manera inmediata. Es lo que se llama liquidez y lo que menos contribuye a las actividades productivas. Keynes aseguraba que es la más antisocial de las prácticas financieras. La muestra de esa fiebre por tener el dinero listo para recuperarlo es la compra masiva de bonos de los Estados, lo que provoca una subida de estos y una bajada de su rentabilidad. Hasta el punto de que incluso los bonos a largo plazo comienzan a registrar rendimientos negativos. Se calcula que ya hay unos 17 billones de dólares en bonos cuya rentabilidad es negativa, es decir menos de cero. Supone el 30 % de todos los bonos existentes en el mundo. Son datos de la OCDE. La tradición dice que, si eso es así, es porque los inversores esperan un periodo de recesión y baja o nula inflación. No siempre aciertan.
¿Qué han hecho los países hasta ahora? Principalmente una cosa, bajar los tipos de interés y facilitar dinero a espuertas
El riesgo en el mercado financiero no acaba ahí. Las grandes empresas están altamente endeudadas. Emitieron mucha deuda, bonos, cuya solvencia es menor, lógicamente, que la de los Estados. Ahora, el temor es que las empresas no ganen lo suficiente para devolver esa deuda y sus intereses, dado el panorama de guerra comercial. Eso puede llevar, asegura la OCDE, a que haya una tendencia a desprenderse de ella masivamente y cambiarla por bonos de los Estados. Eso desplomaría el valor de esa deuda de las empresas. ¿No recuerda un poco a lo que ocurrió con las hipotecas en 2008?
¿Qué han hecho los países hasta ahora? Principalmente una cosa, bajar los tipos de interés y facilitar dinero a espuertas. Pero la abundancia de dinero en el mercado es tal después de años haciendo lo mismo que es dudoso que surta efecto para reactivar la economía. La muestra es lo descrito más arriba. Es lo que se llama la trampa de la liquidez. La OCDE asegura que es necesario que los Estados gasten dinero para impulsar la actividad productiva. Ahora, recuerda, no es arriesgado, ya que endeudarse les cuesta muy poco, por los intereses tan bajos que deben pagar.
Pero la austeridad, la reducción del gasto del Estado, todavía es un principio intocable, al menos en Europa. No es seguro que el desastre se cumpla. Los economistas tienen la cualidad de no acertar, lo que en este caso sería un error bien recibido.
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Autor >
Emilio de la Peña
Es periodista especializado en economía.
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