Demasiado ruido pero pocas (por ahora) nueces
Lo que el miércoles 25 de septiembre anunció Nancy Pelosi era solo que, como presidenta de la Cámara de Representantes, había dado orden de iniciar un “impeachment inquiry”; es decir, la apertura de una investigación previa
Diego E. Barros 26/09/2019
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Antes de que (algunos) pongan las botellas de champán a enfriar, permítanme aguarles la fiesta y los titulares más optimistas. Pese a que las últimas 48 horas en Washington han sido de infarto, como dicen por aquí, hold your horses. Es decir, tranquilos, esto solo acaba de empezar. Lo que vaya a suceder, si es que al final sucede algo, no será antes de un proceso largo y tedioso. Una especie de partida de póker en la que los contendientes –demócratas pro-impeachment, demócratas reticentes, republicanos anti-impeachment, republicanos miedosos de lo que pueda pasar (y aparecer); y, sobre todo, Casa Blanca y organismos de seguridad del Estado tienen mucho todavía que decir y jugar. Porque ante todo estamos frente una enorme operación que solo apenas acaba de ponerse en marcha.
Antes de seguir, disclaimer: puede que hoy cuando lean todo esto mucho o nada haya cambiado. Esperemos que sea lo segundo. Pero ya saben, no se trata de ser los primeros en contarlo, sino de contarlo lo mejor posible.
En resumen: ¿los titulares que han leído señalando que Trump va a ser sometido a un impeachment son ciertos? No. Aquí tiene mucho que ver el peligroso equilibrio entre lenguas y el famoso lost in translation. Así pues, tratando en la medida de lo posible de explicarlo todo en una lengua que todos conozcamos me voy a permitir la licencia de usar los términos en su inglés original.
Lo que el pasado miércoles anunció a bombo y platillo Nancy Pelosi ante los medios acreditados en el Capitolio era solo, lo que no es poco, que, como presidenta de la Cámara de Representantes y ante los rumores y denuncias que habían ido consumiendo Washington desde el pasado julio, había dado orden al órgano legislativo estadounidense de iniciar un “impeachment inquiry”; es decir, la apertura de una investigación previa, en función de cuyos resultados, los demócratas decidirán finalmente si presionar o no el botón nuclear. Se trata de explorar posibilidades y, mientras, seguir ganando tiempo para atraer más votos en las filas contrarias.
Aviso: se necesitan muchos y todavía estamos muy lejos.
Pelosi, que sabe más por diablo que por vieja (en su caso por ambas razones), era reticente pero finalmente ha decidido jugarse el órdago. Acusó a Trump de lo peor que un presidente puede ser acusado: violar la ley (varias, en realidad), incumplir sus obligaciones para con la Constitución amén de traicionar su juramento, poner en peligro la integridad electoral estadounidense y, por extensión, la propia seguridad nacional.
ANTE LAS ACUSACIONES DE PELOSI, ASEGURANDO QUE TRUMP HABÍA “PEDIDO A UN PODER EXTRANJERO INTERVENIR EN LAS ELECCIONES”, LA CASA BLANCA DECIDIÓ HACER PÚBLICA LA TRANSCRIPCIÓN DE LA LLAMADA
La pregunta es cómo hemos llegado aquí. Todo comenzó el pasado agosto cuando un miembro no identificado de los servicios de inteligencia –el famoso whistleblower o soplón, el ‘garganta profunda’ que echa a andar la rueda, siempre hay uno– presentó una denuncia interna sobre una de las conversaciones telefónicas entre Trump y el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, efectuada el pasado 25 de julio. El problema es que, en el transcurso de esa llamada, supuestamente, Trump prometió ‘algo’ (está por ver qué es ese algo) a su interlocutor. El ‘informante’, cuya identidad permanece por supuesto en secreto (aunque ya se especula sobre su testimonio ante algún comité), se quedó con la mosca detrás de la oreja y decidió elevar una queja por los conductos ordinarios. El primero en recibir el correspondiente informe fue Michael Atkinson, inspector general de la Comunidad de Inteligencia de EE.UU. Después de considerar la queja (de nuestro “garganta profunda”) “creíble”, siguió la cadena de mando y pasó el marrón al director de Inteligencia Nacional en funciones, Joseph Maguire. Según el procedimiento y la ley (Intelligence Community Whistleblower protection Act, de 1998), Maguire, tras recibir el informe, cuenta con siete días para trasladarlo al Comité de Inteligencia del Congreso. Y ahí comenzaron los problemas pues Maguire no hizo nada, pero ya entonces alguien había puesto sobre aviso a algunos congresistas demócratas, que empezaban a oler humo sin identificar todavía el tamaño del fuego.
El goteo en prensa comenzó en septiembre, poco a poco pero incesante, aquí huele a muerto, ergo cadáver.
Todo estalló la semana pasada cuando las piezas comenzaron a colocarse encima de la mesa: según lo conocido hasta el momento, Donald Trump pidió insistentemente a Zelenski que investigase a Hunter Biden, hijo de su hasta ahora principal rival político en una previsible carrera hacia la Casa Blanca, el demócrata Joe Biden. Hunter tiene negocios en Ucrania, país que desde la llamada Revolución Naranja de 2004 vive entre ser un cuasi protectorado de EE.UU. y su condición de presa ante el depredador ruso (léase Putin).
Entre otros detalles este miércoles 25 de septiembre, se ha conocido cómo el mandatario estadounidense –que lleva días negándolo todo– repetía en varias ocasiones que haría que su abogado personal, Rudy Giuliani, el que fuera alcalde de Nueva York, y el fiscal general de Estados Unidos, William Barr, llamasen a Zelenski.
Ante las acusaciones lanzadas por Pelosi, asegurando que el presidente de EE.UU. había “pedido a un poder extranjero intervenir en las elecciones” y de esa forma “beneficiarse políticamente” (lo que en mitología americana si no es traición, se le acerca bastante), la Casa Blanca decidió ayer hacer pública la transcripción de la llamada (no hay grabaciones de las llamadas del presidente desde la época de Nixon). Y se armó la gorda, claro.
“Se está hablando mucho del hijo de Biden [Hunter, que tenía negocios en Ucrania mientras su padre, Joe, era vicepresidente de Barack Obama], que Biden detuvo la investigación y mucha gente quiere saber sobre eso, así que lo que puedas hacer con el fiscal general [de EE.UU.] será genial. Biden ha ido por ahí presumiendo de haber detenido la investigación, así que si puedes mirar eso... Suena horrible para mí”, le dice Trump a Zelenski en un momento de la conversación, recogida en un memorando de cinco folios, elaborado por el personal de inteligencia. “Haré que Giuliani te llame y también que el fiscal general te llame y llegaremos al fondo del asunto. Estoy seguro de que lo resolverás”, remachaba Trump.
LOS RUMORES APUNTAN A QUE EL PROPIO TRUMP HABRÍA DADO LA ORDEN A SU JEFE DE GABINETE, MICK MULVANEY, DE PARALIZAR LA ENTREGA DE LA AYUDA HASTA NUEVO AVISO, JUSTIFICÁNDOSE EN PROBLEMAS BUROCRÁTICOS
Dos cosas a tener en cuenta antes de seguir. La primera, el documento publicado ayer es un memo, es decir una especie de resumen de la conversación tomada por los transcriptores de inteligencia, no una transcripción literal de lo hablado. Esto da pie a sospechas sobre, si se ha editado la conversación, hasta qué punto se realizado en un intento de hacer el contenido de la charla lo menos lesivo posible para los intereses de Trump. Ojo, lo publicado ya es muy grave. La segunda es el famoso quid pro quo del que se está hablando en las últimas horas. Si en algún momento existió bien un intercambio de favores, bien una extorsión, de Trump a Zelenski usando un paquete de ayuda militar estadounidense de unos 400 millones de dólares destinados a Kiev, aprobado por el Congreso y posteriormente congelado por la Casa Blanca durante unos dos meses (a principios de septiembre se le dio luz verde).
Los rumores apuntan a que el propio Trump habría dado la orden a su jefe de gabinete, Mick Mulvaney, de paralizar la entrega de la ayuda hasta nuevo aviso, justificándose en problemas burocráticos. Lo cierto es que ayer mismo, la cadena ABC aseguraba que las propias autoridades ucranianas entendían que el asunto Biden era una condición previa para que Trump llamara al entonces recién elegido presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. “Estaba claro que Trump solo mantendría la comunicación si se discutía el caso Biden”, señaló a ABC, Serhiy Leshchenko, activista anticorrupción y exmiembro del Parlamento de Ucrania, que actúa como asesor de Zelenski. “Este tema se planteó muchas veces. Sé que los funcionarios ucranianos lo entendieron”, dijo Leshchenko.
Para algunos, esta sería una prueba de la existencia de ese quid pro quo entre mandatarios. Un extremo que fue rápidamente desmentido este mismo miércoles por las autoridades ucranianas. Durante la reunión bilateral mantenida con Trump en Nueva York, Zelenski se reafirmó en no involucrar a Ucrania en la política estadounidense y negó que Trump lo hubiera presionado en modo alguno. “Tuvimos, creo, una buena llamada telefónica, fue normal, hablamos de muchas cosas, nadie me presionó”, aseguró el presidente ucraniano.
Los Republicanos, que en los primeros momentos tras la publicación del memorando, se mostraron sorprendidos con el contenido del mismo, se apresuraron a decir que todo era pólvora mojada, que no existía intercambio de favores ni mucho menos presiones a Ucrania y que, por supuesto, todo se debía a una maniobra para apartar a un presidente hasta el momento “invencible” en las urnas. El senador por Carolina del Sur Lindsey Graham, uno de los más acérrimos escuderos del presidente, acusó a los demócratas de “estar locos” por el mero hecho de proponer un “impeachment por esto”.
El único verso suelto entre los miembros del GOP hasta el momento sigue siendo el senador Mitt Romney, excandidato presidencial –perdió contra Obama en 2012– y muy crítico con Trump, quien señaló que lo contenido en la transcripción publicada era “muy preocupante”.
¿Dónde está ahora mismo el balón? Digamos que un poco más cerca de la portería defendida por Trump de lo que lo estaba hace 48 horas, pero todavía a una distancia lo suficientemente lejana para jugarse un tiro a puerta.
Me explico. En primer lugar porque tendemos a hablar con facilidad de impeachment sin tener en cuenta de que se trata de un proceso extremadamente complejo. De hecho, solo dos presidentes en la historia de EE.UU., ambos del Partido Demócrata, han sido sometidos a un juicio semejante, Andrew Johnson en 1868 y Bill Clinton en 1998. Ambos salieron indemnes. En 1974 Nixon se quedó a las puertas y es probable que solo se salvara de entrar en la historia como el único presidente expulsado del poder vía impeachmentsimplemente porque tuvo el buen juicio de convertirse en el único en dimitir del cargo.
LA CONSTITUCIÓN DETALLA EN SU ARTÍCULO PRIMERO (TERCERA SECCIÓN, CLÁUSULA SEXTA) QUE, TRAS SER ACUSADO DE UN DELITO GRAVE, TODO ALTO CARGO DEL GOBIERNO PUEDE SER SOMETIDO A UN JUICIO POLÍTICO
La Constitución detalla en su artículo primero (tercera sección, cláusula sexta) que, tras ser acusado de un delito grave (“traición, soborno u otros”, y aquí la ambigüedad que da pie al embrollo), todo alto cargo del Gobierno puede ser sometido a un juicio político que puede acabar en su destitución sin derecho a apelación. Tratándose de la máxima autoridad del Estado, dicho proceso requiere la implicación del Congreso (Senado y Cámara de Representantes) y también del presidente del Tribunal Supremo. Lo más parecido que tenemos en España al impeachment sería la moción de censura que, por ejemplo, mandó a Mariano Rajoy a disfrutar de la vida y colocó a Pedro Sánchez de presidente, ahora en funciones de manera casi permanente.
Para que el proceso arranque es necesario que la Cámara de Representantes apruebe la propuesta de juicio con una mayoría simple (51%). Esa es la primera condición cuyo desarrollo se ha precipitado en los dos últimos días. Hace una semana apenas un centenar de demócratas (entre los que no se encontraban Pelosi ni Chuck Schumer, su líder en el Senado) se mostraba por la labor de dar el paso. Ahora parece que ya son más de 200 (217 más un independiente) y el contador sigue sumando. Aunque con mayoría en la Casa de Representantes, 235 escaños del total de 434, el Partido Demócrata apenas parece haber alcanzado el mínimo del 51% necesario.
Por cierto, ni siquiera Joe Biden ha apoyado explícitamente el impeachment. Todavía.
La segunda condición es que para condenar al presidente hace falta también que una mayoría de dos tercios del Senado vote por ello. Algo que, por el momento, parece harto lejano y, además, nunca antes ha sucedido. De los 100 miembros que componen el Senado, sólo 45 son demócratas por lo que es altamente improbable que un impeachment pueda acabar desalojando a Donald J. Trump de la Casa Blanca.
¿Puede esto cambiar en las próximas horas o incluso días? Es difícil.
Por un lado está la postura oficial del Partido Republicano, que acusa a los demócratas de poner en marcha un Rusiagate versión 2.0, amén de no pensar en el país y de no haber superado la derrota de 2016. Hay que tener en cuenta que el gran triunfo de Trump hasta el momento, más allá de la presidencia que no es poco, es haber dinamitado por completo las estructuras del GOP y mantener a raya a sus cargos electos en Washington a la hora de votar. Todos los Republicanos saben que una mala palabra del presidente, un tuit reprobatorio de madrugada puede ser suficiente para que la silla que ocupan se eche a temblar. Trump sigue siendo intocable entre las bases republicanas más acérrimas, cuya devoción ante el esperpéntico mandatario roza casi el sentimiento religioso. Es por eso que casi todas, por no decir todas, las esperanzas demócratas, estén puestas en la capacidad de maniobra de Romney a la hora de atraerse a aquellos más moderados de entre los suyos (los hay, pocos, pero los hay).
Pero el clima es complicado. Como publicaba ayer BuzzFeed citando al senador demócrata Dick Durbin (Illinois), los Republicanos “le tienen miedo” a Trump. Según fuentes citadas por este medio de comunicación, hace unos meses un miembro de la Cámara de Representantes de un distrito mayoritariamente republicano dijo sentirse como “el hombre más buscado” en su estado después de haber votado contra los intereses del presidente. “Trump dijo que podría pararse en medio de la Quinta Avenida y matar a tiros a alguien y aun así no perdería a ninguno de sus seguidores”, afirmó el representante. “Bueno, si eso sucede, será mejor que me fotografíen metiendo el cuerpo en el maletero de un automóvil o mis electores exigirán saber por qué no estoy apoyando al presidente”.
Por otro lado está la cuestión del tiempo. Estamos apenas a un año de las presidenciales por lo que todo se interpreta ya en clave electoral. Ni siquiera la opinión pública estadounidense apoya mayoritariamente someter a Trump a un proceso de impeachment, solo lo hace un 32% frente al 60% que se manifiesta contrario a ello. Tampoco la publicación de la transcripción de la conversación entre Trump y Zelenski ha provocado un trasvase de opiniones entre los votantes republicanos (contrarios al proceso el 96%) y los demócratas (favorables al mismo un 73%).
DESPUÉS DE NEGARLO TODO DURANTE DÍAS, DE SU HABITUAL ACUSACIÓN DE SER VÍCTIMA DE UNA “CAZA DE BRUJAS” AYER INSISTIÓ EN QUE LA LLAMADA “FUE PERFECTA”
Estando así las cosas, qué va a ocurrir a partir de ahora. Hasta un total de seis comités en la Cámara de Representantes van a comenzar a investigar (en realidad, alguno lleva tiempo en ello, como el Comité Judicial). Para ello no cuentan con un límite de tiempo lo que en sí mismo es paradójico. Y lo es por el calendario, las elecciones son en un año, y también porque a partir del lunes 30 de septiembre la Cámara entra en un receso de dos semanas. A eso añádanle a finales de noviembre la celebración de Acción de Gracias, en la que el país se paraliza durante una semana más. Una vez los comités encargados de investigar lleguen a sus conclusiones, estas deberán ser votadas de nuevo en la Cámara que, en base a lo hallado decidirá si se activa o no el impeachment. Veremos si para entonces se sigue manteniendo una mayoría del 51%. De ser así, lo que habría sería un indictment, es decir una acusación formal (según la Constitución de EE.UU., le corresponde a la Cámara presentar los cargos) que una vez aprobado declararía al presidente impeached (acusado) con lo que el juicio político pasaría al Senado donde serían necesarios al menos 67 votos. Esto, hoy, es harto imposible.
Como pasó en su día con Johnson y Clinton, ambos fueron acusados pero el Senado no encontró en las acusaciones contra ellos pruebas de culpabilidad con lo que quedaron exonerados.
Más allá del ruido (y el cansancio) que nos acompañarán las próximas semanas, insisto, todo está en el aire y sigue dependiendo de cómo miremos el vaso, si medio lleno o medio vacío.
Y Trump, qué dice de todo esto. Pues depende. Después de negarlo todo durante días, de su habitual acusación de ser víctima de una “caza de brujas” ayer insistió en que la llamada “fue perfecta”. En su primera rueda de prensa tras la publicación de la transcripción, desde la Asamblea General de la ONU, se defendió: “La caza de brujas continúa, pero van a salir muy mal parados de esta porque como se ve la información es una broma”. En su tono chulesco habitual espetó: “¿Impeachment por eso? ¿Cuando has tenido una reunión maravillosa, una conversación maravillosa?”.
Pese a todo, hay quien dice que se le vio en un tono más bajo de lo habitual. Quizás acusando el primer rasguño serio. Veremos.
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Autor >
Diego E. Barros
Estudió Periodismo y Filología Hispánica. En su currículum pone que tiene un doctorado en Literatura Comparada. Es profesor de Literatura Comparada en Saint Xavier University, Chicago.
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