Sexbots: ¿el sexo del futuro?
Implicaciones científicas, éticas y jurídicas
Carlos H. de Frutos 2/10/2019
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Treinta millones de dólares al año. Es el volumen de negocio que, según se estima, supone actualmente la aplicación de la tecnología en la industria del sexo y la pornografía a nivel global. Un sector en constante crecimiento y fuertemente vinculado a un fenómeno como el de la soledad no deseada que, al igual que sucede en el ámbito asistencial y de cuidados, constituye uno de los principales factores de arrastre para el desarrollo de la robótica, más allá de las tradicionales esferas industrial y militar. Es precisamente esta vía hacia la que se orientan hoy gran parte de los esfuerzos en investigación y desarrollo de las principales empresas del sector. Una senda potencialmente viable en términos de aceptación social –aunque aún marcada por una notable brecha de género–, que sin embargo plantea importantes interrogantes a la hora de abordar sus posibles implicaciones en términos científicos, éticos o jurídicos, entre otros.
Harmony es el resultado de cinco años de trabajo orientados a situar a RealBotix a la cabeza en la carrera por la incorporación de sistemas de IA en la producción de muñecas sexuales
A las afueras de San Diego (California) se encuentra la sede de RealBotix, una de las empresas de referencia a nivel mundial en el ámbito de la robótica sexual –con más de veinte años de experiencia en el sector– y la creadora de Harmony, probablemente el modelo más avanzado de cuantos pueden encontrarse en el mercado. Harmony, a la venta al público desde finales del pasado año, es el resultado de cinco años de trabajo orientados a situar a RealBotix a la cabeza en la carrera por la incorporación de sistemas de Inteligencia Artificial en la producción de muñecas sexuales. La gran novedad que presenta el modelo se encuentra en su cráneo, una pieza fabricada en PVC, removible e incorporable a los distintos modelos de doll de la marca, que integra el software que lo convierte en lo más parecido que podemos encontrar actualmente a la idea de sexbot. Se trata de un sistema que, a través del reconocimiento facial y de voz, permite la creación de una base de datos con todo tipo de información acerca del carácter, estados de ánimo e intereses del usuario. Datos que Harmony incorpora a su memoria interna con el fin de adaptar su comportamiento e interacción con el cliente. De esta manera, es capaz de sostener una conversación en consonancia con las aficiones de este, mostrar interés en sus inquietudes o modificar sus respuestas e incluso el registro de su gesto –puede parpadear, sonreír, fruncir el ceño, etc.– en función del estado de ánimo que perciba en su interlocutor.
Una “relación” a la carta que puede definirse desde la propia salida de fábrica del modelo porque cada uno incorpora hasta veinte componentes de personalidad para que cada cliente pueda definir el carácter de su doll: introvertida, feliz, retadora, inocente, tímida, divertida… Harmony ofrece un catálogo conductual, al que hay que añadir el del aspecto físico de las dolls: 14 modelos diferentes de labios o 42 de pezón, además del color de piel, cabello y raza. Prácticamente todo excepto su género, que continúa siendo binario por defecto.
Sexo o compañía: el futuro del amor a la carta
A día de hoy, RealDolls alcanza un volumen anual de hasta 600 envíos de modelos cuyos precios oscilan entre los 4.500 y los 50.000 dólares, en función de su especialización. Cifras que dan muestra del interés comercial de un negocio que, sin embargo, genera importantes incertidumbres en cuanto a la viabilidad del avance del mismo en su vertiente orientada hacia el desarrollo de robots humanoides más especializados.
A día de hoy, RealDolls alcanza un volumen anual de hasta 600 envíos de modelos cuyos precios oscilan entre los 4.500 y los 50.000 dólares, en función de su especialización
Pablo Medrano, CEO de la empresa española de diseño y desarrollo robótico Casual Robots, se muestra escéptico con respecto a esta viabilidad a medio-largo plazo. “En robótica las líneas de trabajo a seguir y el tiempo que tarde en desarrollarse una tecnología es tan solo una cuestión de costes, eficacia, seguridad y, por encima de todo, necesidad: el robot más vendido del mundo es una aspiradora…”, comenta. “Actualmente hay grandes marcas trabajando en robots de compañía y cuidado de personas mayores que ya son una realidad. Sin embargo, en cuanto a la vertiente meramente sexual, si valoramos la relación entre costes y demanda, más que en el desarrollo del modelo humanoide yo pondría más la vista en sectores como la realidad virtual y la tecnología holográfica. Ambas, tendencias son sencillas, muy baratas y están en alza. Lo que hay que tener en cuenta es que el gran cambio que nos espera no está tanto en lo sexual como en la compañía, en lo emocional. Esa es la gran variable problemática y la gran novedad que nos encontraremos a corto plazo”.
Concha Monje, investigadora del Robotics Lab de la Universidad Carlos III y especializada en el desarrollo de robots humanoides de asistencia personal, matiza las posibilidades de esta vertiente a nivel técnico. “Evidentemente, a nivel electromecánico ya existen robots que corren, saltan y dan volteretas, pero son procesos que no requieren un nivel de sensorización tan elevado como el que estos humanoides requerirían”, afirma. “El que sean capaces de adaptarse a nuestro cuerpo y nuestras reacciones, de abrazarnos como lo haría un humano, implica un sistema sensorial muy elevado y una percepción del espacio y de los cuerpos altísima. Estamos hablando de una inversión muy grande y de muy largos plazos”, añade.
“¿Por qué no me dejan ser feliz?”
Durante una entrevista concedida a The Guardian, el artífice de este pigmaloniano proyecto, Matt McMullen, CEO y fundador de RealBotix y su matriz Abyss Creations, defendía ante las preguntas de la periodista Jenny Kleeman la posición de su empresa en torno al debate que en términos éticos suscita el desarrollo y comercialización de un producto como Harmony. “Únicamente estamos poniendo a disposición de la gente algo que les permite ser felices. Se trata de la diferencia entre volver a una casa vacía o volver a una casa en la que hay una muñeca con la que te hace ilusión pasar tiempo”, argumenta. “Asumimos que todo el mundo tiene el potencial de tener pareja, pero hay personas que no pueden interactuar con otra gente. Si esto hace feliz a una persona, entonces es algo positivo, y no afecta a nadie más.”
En los últimos años son diversas las voces que desde distintos ámbitos se han alzado en contra de la comercialización de esta clase de productos y el modelo de sexualidad que perpetúan. Una de las más enérgicas y notables mediáticamente es la de la antropóloga y profesora de ética robótica e Inteligencia Artificial de la Universidad de Leicester, Kathleen Richardson, fundadora del movimiento Campaing Against Sex Robots, una organización que advierte y denuncia los riesgos de la normalización y expansión de la venta de estos robots sexuales. Según Richardson, la popularización de este tipo instrumentos puede ubicarse dentro del marco conductual de lo que identifica como cultura de la violación, vinculando las prácticas asociadas al uso de estas dolls y robots al riesgo de transformación de las normas de consentimiento sexual deseables. Una transformación que este movimiento percibe como alarmante debido a la alta velocidad con la que evolucionan este tipo de tecnologías, así como al patrón de consumo que comienza a vislumbrarse: prácticamente monopolizado por hombres (apenas el 5% de los clientes de RealBotix son mujeres, a pesar de la variada oferta modelos de dolls masculinos), muchos de los cuales presentan problemas relacionados con la interacción social, y particularmente con mujeres.
En palabras de la antropóloga, se trata de una perpetuación de la idea de la mujer como propiedad que, lejos de llegar a sustituir el consumo de prostitución, “reducirá el umbral de inhibición con el que se accede a ella, acercándonos hacia una sociedad más insensible, más solitaria y alienante”. “El sexo es una experiencia humana, una forma de entrar en nuestra humanidad con otro ser humano, no una experiencia de cuerpos en propiedad, mentes separadas u objetos”, advierte.
El sexo es una experiencia humana, una forma de entrar en nuestra humanidad con otro ser humano, no una experiencia de cuerpos en propiedad, mentes separadas u objetos
En este sentido, se trata de un fenómeno que mantiene aún abiertos numerosos interrogantes acerca de los patrones de consumo y la amplitud de los perfiles de sus usuarios potenciales. El catedrático de Filosofía de la Ciencia en la Universidad Carlos III de Madrid, Fernando Broncano, sostiene que, en caso de confirmarse la tendencia observada hasta el momento en cuanto al perfil mayoritario del consumidor de estos servicios, estaríamos hablando de un fenómeno de alcance “limitado” –“o al menos tan limitado como sea el problema de la soledad sexual, en auge particularmente en territorios urbanos”–, que vincula al nivel de integración que este tipo de instrumentos logre alcanzar en relación con dispositivos generadores de comunidad e identidades equiparables a las actuales redes sociales. “Es difícil imaginar un mundo así, pero si hablamos de una extensión más amplia, si se da el caso de que se creen comunidades, identidades y no solo se ciña al ámbito privado, en ese momento sí va a haber una transformación parecida a la de comunidades de normatividades diferentes: que no solamente viven su vida de una forma diferente, sino que crean formas de vida diferentes.”, comenta.
En cuanto a la idea del robot sexual como reemplazo de la prostitución, Broncano se muestra reticente: “el consumidor de prostitución claramente lo que quiere es dominar, hay un componente de desprecio, de considerar a la mujer como un instrumento. Puede que ocasionalmente pueda ocurrir, pero en líneas generales no creo que vaya a ser un sustituto”, afirma, poniendo sin embargo el foco en la cuestión de la violencia sexual en relación con el surgimiento de este fenómeno. “El origen de este tipo de violencia tiene que ver con un doble vínculo de necesidad de afecto femenino e incapacidad de lograrlo. Por muchas razones: miedo, incapacidad de mantener relaciones de afecto… pero básicamente por un desprecio a las mujeres. Ese círculo vicioso lo va a resolver muy mal el cibersexo”.
La doll de los datos de oro
en 2017 la empresa Standard Innovation se vio obligada a indemnizar con hasta 10.000 dólares a los compradores de We-Vibe, conocido como “vibrador inteligente”, tras comprobarse que habían estado recopilando datos acerca del comportamiento de los clientes
Vista la diversidad de transformaciones y escenarios que plantea el potencial desarrollo la robosexualidad, sorprende la actual escasez de regulación y legislación con respecto al fenómeno. Al margen de contadas propuestas a nivel comunitario, como una carta pública presentada por Campaing Against Sex Robots en el Parlamento Europeo alertando sobre los peligros de los actuales modelos de sexbots, o el informe de carácter fundamentalmente informativo presentado el pasado año en Londres por la FRR –siglas en inglés de la Fundación para la Responsabilidad Robótica– bajo el título Our Sexual Future with Sexual Robots, los aportes más interesantes los encontramos en la gestión del tráfico de Big Data generado por este tipo de dispositivos. En este sentido, es importante recalcar la capacidad de modelos como el de Harmony para almacenar grandes cantidades de información acerca ya no solo de aficiones, patrones de comportamiento o consumo, sino incluso de los estímulos y reacciones de los usuarios a nivel sexual y emocional, lo cual dota a esos datos de un valor comercial superior.
Uno de los precedentes judiciales más significativos en torno a esta cuestión a la hora de orientar una futura jurisprudencia es la condena impuesta sobre la empresa Standard Innovation, que en marzo de 2017 se vio obligada a indemnizar con hasta 10.000 dólares a los más de 300.000 compradores de We-Vibe, el conocido como “vibrador inteligente”, tras comprobarse que la empresa había estado recopilando datos acerca del comportamiento de los clientes y el uso que estos daban al dispositivo. Sin duda, un ejemplo de cómo este tipo de empresas son capaces de producir y controlar amplias bases de datos de altísimo valor comercial, amparados bajo el paraguas de la robótica de compañía. El negocio está servido.
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Carlos H. de Frutos
Es periodista.
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