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Los tanques que salieron en la noche de ayer a tomar el centro de Quito permanecen al pie del palacio de Gobierno hoy en la mañana, día 7 de octubre. Según el periodista Edwin Alcarás son ocho. Logré contar tres aparcados en las calles centrales de Chile y García Moreno. El fotógrafo Diego Cifuentes señala sobre estos carros de combate militar: “Los tanques que ingresaron a Quito son tanques Cascabel de fabricación brasileña, tienen un peso de 10,1 toneladas y su arma principal es un cañón Cockerill Mk.3 de 90 milímetros. No es un carro antidisturbios, es un arma de guerra”.

El centro de Quito permanece totalmente cercado, con vallas, alambre de púas, policías y militares. Tras cuatro días de protestas llevadas a cabo en distintos lugares del país, pero sobre todo en las entradas a la capital y en el centro de la ciudad, se espera que en las próximas horas los indígenas agrupados en distintas organizaciones –entre ellas la histórica CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador)– comiencen a entrar en Quito. ¿Qué va a suceder entonces? Durante la vida ‘democrática’ de este país ningún gobierno había sido capaz de esgrimir, ni siquiera para intimidar, semejantes armas de fuego contra la población civil. ¿Habrá un enfrentamiento de consecuencias imprevisibles? ¿Una masacre? Cuando entren los indígenas, a pesar de que son contenidos con balas en los ingresos sur y norte, la población de la ciudad va a retornar a las protestas y va a dirigirse al centro, donde están los tanques de guerra. Si tal cosa no sucede quiere decir que se ha instalado en el país el Estado de excepción, el miedo y un régimen de corte fascista. Pero si la multitud se enfrenta a los tanques, ¿qué?

Durante los años 1997-2006 las protestas contra los gobiernos neoliberales en Ecuador aumentaron en intensidad y violencia. Durante esos años dos millones de ecuatorianos migraron al exterior. Hubo tres derrocamientos (Abdalá Bucaram, Jamil Mahuad y Lucio Gutiérrez) debido a las protestas callejeras, que el año 2005 llegaron al límite de una guerra civil. Durante el gobierno de Correa (2007-2017) se montó un aparato de espionaje e intimidación al puro estilo del estalinismo, en complicidad con potencias como Rusia y China. Sin embargo, en la actualidad, tras el retorno del FMI a Ecuador y el restablecimiento de las relaciones carnales con Estados Unidos, quien parece estar detrás de la represión que se ha cobrado ya dos vidas es el Comando Sur de la potencia imperial. Asimismo, como parte de un plan orquestado para controlar la región, la extrema derecha parece estar convencida de que en esta ocasión no puede perder el poder y se atrinchera y arma como nunca había sucedido. Es como si quisieran dar un escarmiento a un pueblo levantisco, para que a otros no se les ocurra seguir por esos andurriales.

Las protestas se iniciaron por el alza en los precios de la gasolina y el diésel, por reformas que flexibilizaban los contratos laborales y por los impuestos que el gobierno ‘perdonó’ a empresarios y banqueros y que ascienden a miles de millones de dólares. Con altas tasas de desempleo y subempleo (hasta 80% en el área rural; 50% en las ciudades), las medidas económicas han recibido un enorme repudio. Aunque este tipo de medidas habían recibido respuestas similares en el pasado, el gobierno nunca había desatado una represión como la que tiene lugar (cientos de detenidos y heridos) y, tampoco, se había llevado al país tan cerca de un enfrentamiento desigual entre militares y civiles. 

Es como si la sombra de Bolsonaro y Trump, como si la sombra de Pinochet y la dictadura militar argentina sobrevolara por encima de nuestras cabezas.