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Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros. La mítica frase la pronunció en 1873 Estanislao Figueras, primer presidente de la I República Española y último cargo público en decir una verdad completamente honesta. Tras desahogarse, agotado de intentar llegar a algún acuerdo con sus rivales políticos sin éxito, el pobre Estanislao se sacó un billete de tren dirección Francia y se despidió con un aquí os quedáis con vuestras cosas. Desde entonces hasta ahora ha llovido bastante. Especialmente en Galicia, pero no estamos aquí para hablar de meteorología. 146 años después de aquello, un grupo de jóvenes expertos en comunicación política, explican en televisión, horas antes del gran debate definitivo –el enésimo gran debate definitivo–, cómo debe comportarse un candidato en una noche tan especial. Es importante que den una imagen de moderación, señala uno de los jóvenes expertos. Otro chaval, experto también como el anterior, está de acuerdo y añade que, además de la moderación, el lenguaje corporal es fundamental en política. Una tercera chica, otra experta por supuesto, asiente y recomienda que los candidatos se muestren relajados, usando, a ser posible, determinados colores de la gama cromática del mundo corbata. A sus veinte añitos, los aventajados jóvenes se aplican para sí mismos el cuento de la sonrisa forzadamente relajada y la gesticulación con las manos que les recomiendan a los líderes del país. Nada más tierno que ver a pequeños dinosaurios explicando cómo debería trazar la parábola el meteorito para chocar correctamente.
Los periodistas que presentarán el debate, nos informaban desde días antes, no harán de periodistas, sino de simples moderadores dedicados a recitar preguntas neutrales pactadas previamente con los partidos. Cada uno de los candidatos tendrá cinco minutos por bloque, que serán cronometrados por árbitros profesionales de baloncesto, no vaya a ser que, entre mentira y mentira, gesto y gesto corporal, alguno hable medio segundo más que otro. Eso podría producir un descrédito de la clase política que a ver quién lo levanta. Con las bases definidas de un debate diseñado para los políticos y no para los ciudadanos, ¿quién querría perderse el espectáculo?
El debate, que arrancó a las diez de la noche y acabó pasadas las doce y media, no tuvo entre sus temas principales la conciliación porque una cosa es vacilar un poco y otra ir provocando al personal. La cosa empezó por lo importante y lo importante inundó toda la noche: Cataluña. Poca perspectiva de sorpresas con las cartas tan marcadas de antemano, pero estaba Rivera, que había venido a jugar, así que no se recomendaba tener la guardia baja. El líder de Ciudadanos se tomó tan en serio lo del bloque catalán, que sacó un adoquín haciendo que todo, la hora, la desidia y el hartazgo mereciese la pena desde casa. Es un adoquín. Un adoquín catalán. Está roto. Roto como algunos quieren romper España. Que Rivera montase el show se pagaba tan barato en las casas de apuestas como que Messi le marque en casa al Valladolid. ¿Para qué, si no es para dar espectáculo, están Rivera y Messi en esta vida? A pesar de esto, lo del adoquín dejó de piedra a toda España. ¿A toda? No. Pedro Sánchez, que se sabía interpelado en cada turno de palabra, no levantó la mirada del boli y el papel durante toda la noche y tal vez se perdió el gran momento. Quizá por eso fue capaz de mantener la concentración e imponerse en el único terreno que le importaba ayer: disputarle el palo al catalán a las tres derechas. Así es como se hace uno de centro, le susurraban los gurús antes de salir al escenario. Si Rivera se sacó de la manga un adoquín, el presidente en funciones se sacó de la bragueta la prohibición de los referéndums ilegales –y de todas las cosas ilegales en general–, la españolización de los catalanes –Wert no daba crédito– y el anuncio de que se vestiría de sheriff y viajaría a Bélgica para traer de la oreja a Puigdemont y mostrarlo en la plaza del pueblo. No cantó la cancioncilla de Puigdemont, te vamo a meté en prisión porque eso no sería serio ni presidencial. Cualquier niño experto en la política de la nada te lo diría. Sí le pareció serio, sin embargo, bordear una y otra vez la separación de poderes presentándose como poder político, legislativo y judicial. También anunciar quién será la próxima vicepresidenta neoliberal de un Gobierno socialista para el cual aún no hemos votado. O salir en defensa de un Amancio Ortega al que nadie estaba atacando. ¿Han visto American History X? Cuando Edward Norton se vio solo en el patio de la cárcel rodeado de negros, se levantó la camiseta dejando a la vista una esvástica tatuada en su pecho. Era su forma de posicionarse esperando ayuda de la banda de los blancos. La camiseta levantada de Sánchez venía a decirle al poder económico, aquí estoy, con Calviño, Amancio Ortega y una batería de leyes que podría firmar el PP, estoy solo y necesito vuestra ayuda.
Mientras Rivera seguía sacando cartelería, el debate continuaba y llegaba el turno de Pablo Casado, que había ido allí a dos cosas que venían a ser la misma: presentarse ante España como el líder de la derecha y ya de paso, pedirle paso a Sánchez en La Moncloa. El líder del PP se mostró tranquilo y moderado para lo que nos tiene acostumbrados. Es decir, el líder del PP, sin hacer ni decir nada especial, se ganó el sobresaliente de esos niños expertos en la nada, que al final, en un juego como este, lo es todo. Los momentos más tensos del líder popular llegaron en sus enfrentamientos con Rivera, que embestía a la desesperada en busca de frenar el golpe que anuncian las encuestas. La Gürtel, Bárcenas, le gritaba Rivera, y Casado le respondía que se relajara, que eran socios en media España. Pues también es verdad, pensaba Rivera, aunque sus manos, más propiedad ya de los expertos en comunicación que de él mismo, no podían dejar de sacar carteles. Antes del debate, se ha publicado, el equipo de Rivera pidió un cajón alzador para que sus manos pudieran gesticular bien, a la vista de todos. Quizá la catástrofe que las encuestas le auguran al máximo representante de la nada al cubo sea la única buena noticia que la honestidad política haya recibido en los últimos tiempos.
Dos opciones honestas sobre el tapete del debate. Por un lado, la extrema derecha. Abascal, aunque eligió perfil moderado, enseñó todas sus cartas. Aquí viene el fascismo y viene sin disimular. Más allá de sus mentiras sobre inmigración, violencia machista o gasto de las autonomías, el líder de Vox no dijo nada reseñable porque no hay nada reseñable que decir salvo arriba España en discursos políticos de este tipo. Prometió, como siempre, hacerle la vida imposible a los más débiles y lo hizo de frente. Uno no llega a tener éxito desde la extrema derecha si no es naturalizando la indecencia sin pudor. Cuando la indecencia está naturalizada, todo vale. Incluso justificar que te forrases en chiringuitos de Esperanza Aguirre. En España hay chiringuitos, lo sé bien porque sufrí el calvario de cobrar ochenta mil al año sin darle un palo al agua, vino a decir sin despeinarse porque, qué cojones, arriba España.
Pablo Iglesias repitió la estrategia que le funcionó en las pasadas elecciones: no tener estrategia. El discurso de siempre, sin entrar en el barro, ahora con un 10% menos de épica. La primera vez que denuncias los abusos de la banca y el IBEX, la grada vibra. Años después, aunque la grada entienda que la banca abusa, la grada simplemente recita. Al líder de Podemos le dejaron para él solo todo el carril izquierdo del debate. Con Pedro en el centro sin más socios potenciales que él mismo preguntándose quién es el más bello ante el espejo, el líder de Podemos aprovechó para dejar claros los feos de Sánchez ante sus repetidas ofertas de coalición de izquierdas. Era para lo que había ido y lo hizo bien.
En el minuto final, resumen de la postura de cada candidato. Es decir, para qué ha venido usted aquí, podría llamarse este momento. Abascal fue el primero en hablar y, en fin, lo de siempre. Los moros y las autonomías, nos comen, nos comen los moros y las autonomías. El siguiente turno fue para Rivera, que comenzó con un “Sí se puede”. ¿Ahora le roba el lema a Podemos?, preguntaron algunos. Efectivamente, le ha robado el lema a Podemos, se respondieron a sí mismos recordando ante quién estaban. Tampoco es que pueda sorprender, teniendo en cuenta que un rato antes había sacado un adoquín. Tras Rivera, Casado, que enseñó de nuevo el perfil moderado que le recomiendan las encuestas. Sin decir nada, es decir, haciendo lo que debe hacer. Penúltimo turno para Sánchez, que centró su discurso en “yo o el caos”. O me hacéis presidente de una vez o aquí nos pueden dar las uvas. O eso dicen mis asesores. El turno lo cerró Pablo Iglesias, que, quizá homenajeando su propio lapsus con “las mamadas”, decidió ser generoso como una felación y no hacer suyo el minuto de oro, sino leer la carta de una mujer anónima que, en una situación vital delicada, le escribió estos días atrás.
Más allá del metadebate sobre los ganadores y perdedores por méritos en la nada, la noche deja una sensación: pocas cosas han cambiado con respecto a abril. Y las pocas que lo han hecho deberían preocuparle al presidente Sánchez. La extrema derecha, blanqueada ahora, campa a sus anchas. Mientras, Unidas Podemos está más lejos que nunca tras el viaje de Sánchez a la derecha. Si, en el escenario más optimista para el PSOE, se repitiese un resultado similar entre bloques, ¿tendremos terceras elecciones y cuarto debate en pocos meses? Con un Iglesias vetado, un Rivera hundido, un Casado en alza y un Sánchez entregado a la política de la nada, las perspectivas son hastío, susto o muerte. Pues lo que decía Estanislao: hasta los cojones.
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Gerardo Tecé
Soy Gerardo Tecé. Modelo y actriz. Escribo cosas en sitios desde que tengo uso de Internet. Ahora en CTXT, observando eso que llaman actualidad e intentando dibujarle un contexto. Es autor de 'España, óleo sobre lienzo'(Escritos Contextatarios).
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