Manchester 2080, la utopía es realidad
Para lograr una transición que deje atrás tanto el carbono como el capitalismo, necesitamos ser capaces de imaginarla
Paul Mason (Social Europe) 13/11/2019
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Imagina lo siguiente: un niño nace en una ciudad donde el 40% de la fuerza laboral hace cosas con máquinas y trabajo manual. La relación social dominante es la relación salarial. El contrato social es fuerte y depende de los impuestos. La mayoría de los servicios los proporciona el Estado.
Sesenta años después nace un niño en la misma ciudad. Ahora, solo un 10% de la población trabaja en fábricas (y, de ese 10%, la mitad realiza tareas que parecen más de ciencia o computación). Para el capital las formas de explotación son ahora principalmente financieras, y la relación salarial es secundaria frente a la extracción de valor (mediante el interés, prácticas monopolistas de fijación de precios, el trabajo mal pagado y la explotación de datos conductuales). La mayoría de los servicios se proporcionan a través del mercado.
En los 250 años que dura el ciclo vital del capitalismo industrial, ese período de 60 años ha sido testigo de una mutación considerable, que se ha visto impulsada por la tecnología, la globalización y el desarrollo humano. El impacto social que ha tenido es evidente.
En la década de 1960, las calles de la ciudad estaban tranquilas durante el día y eran como un cementerio los domingos. Existía una clara línea divisoria entre el trabajo y el ocio. Hoy en día, en las calles de esa ciudad se oye el rumor incesante de cafeterías al aire libre y las aceras están llenas de gente conversando o mirando dispositivos inteligentes mientras caminan.
En la década de 1960, un destacado científico de la ciudad fue procesado por ser gay en su círculo privado. Hoy su cara figura en los billetes de 50 libras y la ciudad tiene un barrio entero dedicado a la cultura gay.
La ciudad se llama Manchester, en cuyas afueras nací en 1960. Conocida por ser la zona cero de la revolución industrial, actualmente las dinámicas de su fuerza laboral son sorprendentes. De una población total en edad de trabajar de 1.760.000, un 24% trabaja en finanzas y en servicios profesionales; un 20% trabaja en el sistema sanitario, educativo o en servicios sociales; y solo un 10% trabaja en el sector manufacturero.
Más allá del carbono y el capitalismo
La pregunta es: ¿qué aspecto tendrá Manchester en otros 60 años? Me gustaría intentar imaginar el resultado más favorable de una transición que deje atrás tanto el carbono como el capitalismo en el lugar donde nació la manufacturación.
Sería absolutamente posible, en 60 años, automatizar totalmente la manufacturación (y reducir la fuerza de trabajo en la mayoría de fábricas a un pequeño rol supervisor). Para entonces, deberíamos haber sobrepasado ampliamente la simple automatización de los procesos humanos (como sucede con los robots de la industria automovilística que dan puntos de soldadura como si fueran un humano gigante puesto de speed): los procesos en sí serán fundamentalmente no humanos. Puede que ‘cultivemos’ un objeto metálico o lo imprimamos, igual que hoy en día las hélices de los turboventiladores se forman a partir de un único cristal metálico en condiciones de laboratorio.
Entonces, quizá un 95% o más de la fuerza de trabajo se concentrará en los servicios, de los cuales muchos de ellos serán de humano a humano. Al haber eliminado la especulación financiera y automatizado muchos procesos financieros (como la banca comercial, el derecho mercantil, la contabilidad y el mercado de futuros), la fuerza financiera de trabajo también es pequeña. Pero la fuerza laboral sanitaria, cultural, del deporte y de la educación es grande, y eclipsa al sector de los servicios a empresas, al igual que hoy en día eclipsa a la manufacturación.
La mayoría de la gente “trabaja” solo dos o tres días a la semana (y el trabajo, como sucede hoy en día, es una mezcla de trabajo y ocio). La famosa reprimenda de Marx a Charles Fourier (que el trabajo “no puede convertirse en juego”, sino solo reducir su duración) ha sido refutada. Pero los dos tenían razón: la automatización ha reducido las horas de trabajo y difuminado las fronteras.
No existen los monopolios tecnológicos, solo una mezcla de innovadoras pequeñas y medianas empresas (PYME), que obtienen beneficios de forma tradicional, y empresas de servicios de información pública, que cobran solo el coste de producción y mantenimiento.
La asistencia sanitaria holística (incluyendo la salud mental, la fisioterapia y la odontología), la educación hasta la enseñanza superior y el transporte urbano son todos gratis. El alquiler medio representa aproximadamente un 5% del salario medio (como en la Viena Roja de la década de 1920) y el tipo de interés hipotecario no puede exceder más o menos el mismo nivel.
En 2080, la ciudad hace tiempo que alcanzó el objetivo de cero emisiones netas de carbono y su gobierno progresista está comprometido con implementar procesos innovadores que eliminen el carbono de la atmósfera y con compensar el daño causado por las emisiones de carbono al resto del mundo.
Lucha cultural y política
La siguiente pregunta es: ¿cómo hemos llegado a ese punto?
En primer lugar, hicimos que la década de 2020-2030 fuera una lucha de masas cultural y política por un nuevo tipo de capitalismo. Se formaron gobiernos que suprimieron la especulación financiera; construyeron un millón de nuevos hogares sociales ecológicos y comenzaron la adaptación verde de todo el parque inmobiliario restante; subvencionaron la creación de un nuevo sistema de transporte urbano y la eliminación de todos los coches y camiones de gasolina/diesel de las carreteras; disgregaron o nacionalizaron los monopolios tecnológicos, e hicieron que el registro de datos pasara a ser de propiedad común; fomentaron de manera consciente la creación de un gran y granuloso sector sin ánimo de lucro (incluyendo bancos, comercios minoristas, proveedores de servicios sanitarios y sociales y centros de producción cultural); y eliminaron todo tipo de coacción del sistema del bienestar, al fusionar las pensiones estatales y las prestaciones en una única y modesta renta básica, consagrada como un derecho en la Constitución.
El resultado, en 2030, todavía era el capitalismo, pero el gobierno había aprendido a medirlo de manera diferente (no solo calculando el valor añadido bruto sino midiendo los resultados físicos, las horas trabajadas y la productividad). Si en 2020 la ‘utilidad económica total’ estaba dividida en un 40% el Estado, un 59% el mercado y un 1% sin ánimo de lucro, para 2030, aproximadamente un 10% de la economía estaba operando ‘a precio de coste’. El producto interior bruto nominal se había estabilizado y había comenzado a encogerse.
Como resultado, los mercados financieros comenzaron a reflejar la supresión de la especulación y el eventual fin del proceso de acumulación de capital. En una palabra, entraron en pánico (ante la posibilidad de un mundo poscarbono y poscapitalista) y el Estado y el Banco Central se vieron obligados a intervenir para salvar, estabilizar y adueñarse de la estructura financiera. Permitieron así que cayera el capital especulativo. El rescate al completo se financió mediante la creación de dinero en el Banco Central y la monetización de la deuda nacional.
La década de los 2020 fue una batalla entre una economía centrada en el beneficio y una centrada en la gente y el planeta. El gobierno radical socialdemócrata, al reconocer los peligros de una intervención estatal demasiado acelerada y drástica, promovió, de manera consciente, el recrecimiento de un sector privado a una escala de pyme, y utilizó la intervención y la financiación públicas para desplazar a los emprendedores de las operaciones de escaso valor y redirigirlos hacia la innovación tecnológica y social.
El sistema económico mundial, que ya se estaba desintegrando en 2020, no pudo sobreponerse a la adopción simultánea de un poscapitalismo verde por parte de los partidos liberales de izquierdas y socialdemócratas. En 2030, se había fragmentado en bloques regionales, de los que Europa era el más exitoso, China abarcaba y había absorbido la mayor parte de Rusia y Asia Central, y Norteamérica estaba aglutinada en un mercado relativamente autosuficiente.
Sin embargo, después de 2030, cuando la globalización financiera había sido eliminada, revivió una nueva forma de globalización económica basada en viajes, intercambio de información y comercio con materias primas.
Entre 2030 y 2050 el gobierno de la ciudad de Manchester priorizó de forma agresiva la idea de una justa transición hacia un estatus de cero emisiones netas de carbono. Operaba como una ciudad-región, y distribuía entre las anteriormente estancadas ciudades exindustriales las principales entidades de servicio como las universidades, las instituciones de investigación y desarrollo y las grandes instalaciones sanitarias.
En 2040 el centro de Manchester estaba libre de vehículos, y las bicicletas, los tranvías y los desplazamientos a pie eran los principales medios de transporte. El racionamiento de los vuelos continúa vigente, pero se han producido prometedores avances en la aviación de masas libre de carbono con tecnología de pila de combustible, así que la ciudad decidió conservar el aeropuerto de Manchester, a pesar de las exigencias de los radicales para recuperar el estado silvestre del terreno.
El río Irwell, tan húmedo en 2020 como cuando Friedrich Engels se quedó mirándolo desde el Puente Ducie, ahora tiene nutrias jugando en sus riberas y río arriba, en algún punto Ramsbottom y Bacup, hay castores. En lo que a vida social de la ciudad se refiere, es tan diferente a la de ahora como la de ahora lo es a la época de posguerra de Ena Sharples y Stan Ogden (personajes de la telenovela con sede en Salford, Coronation Street), pero no sé predecir cómo.
Falta de imaginación
Para sobrevivir a las batallas de la década de 2020, la izquierda tiene que imaginar su propia utopía, pero lo más frustrante del enfoque actual para conseguir un saldo nulo de las emisiones de carbono es la total falta de imaginación (entre los legisladores, los científicos y los manifestantes), sobre el aspecto que tendría la economía, como condición previa antes de conseguirlo.
En cierto sentido, el fracaso de la imaginación económica es comprensible. La economía como disciplina académica de masas solo ha despegado durante los últimos 60 años y el principio fundamental ha sido que… nada diferente es posible. Pero como el mundo está ahora obligado a imaginar el capitalismo sin carbono, también está obligado a contemplar una economía sin trabajos obligatorios.
El objetivo es hacer que la economía esté libre de carbono y sea circular en términos de recursos, para reducir las horas que se trabajan y fomentar incrementos cuantificables en la salud y la felicidad humanas, reintegrar el cinturón industrial del extrarradio con el centro y encontrar fuentes de alimentación sostenibles. Plantear y probar planes de transición tiene que convertirse en una tarea tremendamente seria.
La ciudad será la unidad primaria donde se llevará a cabo esta transición: es lo suficientemente grande para operar a escala y aun así lo suficientemente pequeña para que se puedan probar planes de transición diferentes en ciudades diferentes, y para que la población pueda sentirse cerca de los puntos de toma de decisiones y experimentar los resultados de manera directa.
En 1960, cuando yo nací, Manchester se veía y sentía como una versión electrificada de su yo mismo en el siglo XIX: todavía había chimeneas industriales, calles de adoquín y estufas de carbón. Hoy día parece que una era ha llegado a su fin. En el año 2080 una transición cualitativa completamente diferente tiene que haber sucedido, pero ni siquiera dará sus primeros pasos a menos que podamos imaginarla.
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Este artículo se publicó en inglés en Social Europe
Paul Mason es un destacado escritor y locutor británico, autor de Poscapitalismo: una guía de nuestro futuro.
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