TRIBUNA
Vox lee a Laclau
Detener al fascismo exige no solo enfrentar su particular argumentario, sino también entender y confrontar su estrategia y las bases de su éxito
Sergio Pascual 2/12/2019
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Para quienes no conozcan a Ernesto Laclau es preciso presentarle como uno de los genios contemporáneos de la teoría política. Argentino de origen, falleció hace unos años durante un viaje a Sevilla. Durante la fundación de Podemos, Laclau era una referencia obligada. Sus claves teóricas explicaban bien la metodología que nos permitió construir una organización política de masas a partir de una miríada de difusas conexiones entre reclamos e indignaciones ciudadanas diversas.
Efectivamente, uno de los planteamientos centrales de su tesis postula que, independientemente de la orientación política que profese un nuevo movimiento político, un método eficaz para su construcción será la articulación de demandas insatisfechas de varias minorías. Es decir, requerirá en primer lugar unir reclamos con potencial impugnatorio de colectivos variados. Para unirlos será precisa la construcción de un “nosotros” y un “ellos”, lo que en términos narrativos sería el pueblo oprimido (nosotros) y un villano (ellos). Esos colectivos minoritarios no constituyen el todo pero sí una masa crítica suficiente con el que conseguir –y aquí viene la innovación podemita– acumular el capital mediático con el que irrumpir en el ruido informativo que provoca la cascada interminable de información inconexa. En una sociedad en la que, como diría Huxley, la verdad se ahoga en un mar de irrelevancia, cualquiera que dote de sentido a nuestro mundo tiene una cierta ventaja sobre aquellos que solo parecen contribuir al ruido.
Y es exactamente esto lo que ha hecho Vox. Ha reunido a insatisfechos inconexos: aquellos que sentían amenazada su afición a la caza o a los toros, a los nacionalistas españoles amenazados por la misma noción de pluralidad, a los racistas de toda la vida, a los nostálgicos del franquismo y por supuesto a los maltratadores y machistas orgullosos. Separados son francas minorías sancionadas socialmente. Juntos superan el umbral del ruido mediático, logran su particular altavoz desde el que dar el siguiente paso: vender su visión dicotómica del mundo al resto de la población.
Llegados a este punto ya ni siquiera les resulta necesario insistir demasiado en las demandas insatisfechas fundacionales, en esta segunda fase se trata de imponer su dicotomía: ellos, los del consenso progre, los ilustrados, los “perfectos”, nos impiden ser tal y como somos a los “imperfectos”, las mayorías oprimidas por los corsés de la corrección.
Esta dicotomía ya no es de minorías. Entra como cuchillo en mantequilla. No hace falta ser cazador, taurino, racista o machista para sentir que uno no encaja del todo con la pretendida perfección que nos muestran los medios, la publicidad, las redes sociales, las series, el cine...la imagen de un mundo perfecto en el que el coche perfecto, la casa perfecta, los amigos perfectos, la pareja perfecta está al alcance la mano y la permanente felicidad es un lugar común. Sin duda tampoco hace falta ser cazador, taurino, racista o machista para sentir desazón por la ausencia de un proyecto común al que pertenecer, una idea articuladora que nos oriente sobre el sentido de este momento civilizatorio de incertidumbres en el que vivimos, que nos explique, en el marco de la permanente complejidad, qué eslabón somos en la cadena, e incluso si existe dicha cadena.
Vox ofrece una respuesta a ambas desazones, malaises sociales del siglo XXI. De un lado, una tribu a la que pertenecer, con bandera, himno y proyecto compartido. Y ojo, la pertenencia puede acabar por ser más importante que el proyecto; de ahí la conocida frase de Donald Trump en enero de 2016: “Tengo a la gente más leal, ¿Alguna vez habéis visto algo así? Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a gente y no perdería votantes”. Pertenencia.
En lugar de impugnar el molde imposible de perfección consumista en el que nos pretenden encajar, Vox te ofrece un culpable tangible que explica por qué no encajas
De otro lado, un culpable al que acusar por tus imperfecciones. En lugar de impugnar el molde imposible de perfección consumista en el que nos pretenden encajar, Vox te ofrece un culpable tangible que explica por qué no encajas.
Y fíjense que la estrategia funciona al margen de qué demandas insatisfechas estén en la base original de cada particular organización política laclausiana. Hagamos memoria. La articulación de Podemos apunta a demandas insatisfechas en la base de la desigualdad en el plano material concreto: los recortes en sanidad y educación, el ataque a las pensiones, la devaluación salarial, los desahucios, la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. La articulación de Vox apunta por el contrario a demandas insatisfechas en el plano de la defensa de privilegios: el privilegio de las necesidades del hombre sobre la naturaleza y otros seres vivos, el privilegio de los nacidos en suelo español sobre otros ciudadanos, el privilegio de los hombres sobre las mujeres.
Demandas insatisfechas radicalmente diferentes. Unas materiales, las otras postmateriales, unas por la ampliación de los derechos, las otras por la restricción de libertades y apuntalamiento de privilegios. Y, sin embargo, ambas, una vez articuladas, acumulan fuerza suficiente para elevarse sobre el ruido mediático.
Detener al fascismo por tanto, detener a Vox, exige no solo enfrentar su particular argumentario, sino también entender y confrontar su estrategia y las bases de su éxito. Dejo aquí algunas posibles propuestas para ello:
Negar las diferencias equivale a dejar vía libre para que sean ellos, los de Vox, los que expliquen quién es el 99%, quiénes el abajo y quiénes el arriba
1. Es preciso levantar una idea clara del mundo (que no es lo mismo que sencilla) que se oponga y prevalezca sobre su falsa dicotomía nosotros/ellos. Esto exige asumir que sí existe en la práctica un nosotros y un ellos, y que obviarlo o negarlo como propugna el individualismo neoliberal no elimina la abrumadora omnipresencia de las inequidades y diferencias sociales que extienden la pertinencia de la pregunta ¿por qué yo no? Negar las diferencias equivale a dejar vía libre para que sean ellos, los de Vox, los que expliquen quién es el 99%, quiénes el abajo y quiénes el arriba. Por eso el intento equidistante de ignorarlo de Sánchez, Rivera o Casado en el pasado debate electoral no hacía mella en Abascal, por eso todos pudimos ver cómo solo trastabilló frente a Iglesias. Es preciso explicar que sí existe un 1%, que tiene nombres y apellidos, como Amancio Ortega, Florentino Pérez o los herederos de la Duquesa de Alba y que son ellos y quienes representan políticamente sus intereses, como Abascal, Felipe González o José María Aznar, la principal fuente de desigualdad, que son ellos los que presionan para que se aprueben unas leyes que les benefician y no otras, que son ellos los que logran construirse una imagen a medida pagando publicidad para, por ejemplo, ocultar una evasión fiscal promocionando una donación.
Negar las diferencias equivale a dejar vía libre para que sean ellos, los de Vox, los que expliquen quién es el 99%, quiénes el abajo y quiénes el arriba
2. De otro lado, es preciso reconocer la fuerza integradora de todo tipo de expresiones asociativas territoriales. No hay mejor vacuna contra la intolerancia ramplona del fascismo que una agrupación de carnaval, una comisión de fiestas o un club deportivo de barrio. El territorio mezcla natural y virtuosamente a los diferentes. Allí se encuentran universitarios y técnicos, heterosexuales y homosexuales, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, gentes de izquierdas y de derechas…. Las organizaciones de base territorial rompen la forma de tribalización sectarizante de las redes sociales en las que solo se encuentran aquellos que comparten las mismas ideas. Mientras las primeras unen a gentes de ideas, orígenes y razas de procedencias diversas disolviendo diferencias, las segundas seleccionan a los iguales y las realimentan. No es de extrañar por tanto que en las zonas de España donde existe identidad nacional, organizaciones fuertes de base territorial, como en Galicia, Euskadi, Canarias o Catalunya, Vox no exista. O que Cádiz, un lugar donde lo colectivo politizado vertebra una buena parte de la vida social, sea de lejos la capital andaluza con menor presencia de Vox.
Por contra en los lugares en los que no existe tejido social o se les ha dejado colonizar los espacios realmente existentes de construcción colectiva, como en algunos rincones de España sucede con romerías o festividades de origen religiosos, Vox repunta. Del mismo modo, allí donde existe una comunidad política pero la izquierda ha abdicado de la tarea de construir una identidad nacional compatible con la identidad plurinacional española en la que reconocerse, Vox repunta. Quizá si en Andalucía existiera una propuesta andalucista que responda a la comunidad cultural y política que somos, Vox no habría encontrado un vacío que colmatar con su oferta sencilla de identidad uniformizante. Es más, creo sinceramente que si la izquierda se arrincona abdicando de lo que somos realmente, de las tradiciones que construyen pueblo en Andalucía, vengan estas de donde vengan, no solo acabará anulada como interlocutor para ser escuchada cuando pretenda explicar las dicotomías que atraviesan nuestra sociedad, sino que habrá entregado en la práctica al adversario la más importante herramienta de politización, la mejor vacuna con la que contamos.
En definitiva, hay que construir comunidad. Los lazos comunitarios, de identidades sólidas tejidas con tiempo y mimo en entornos locales y vecinales, a través del intercambio y la reciprocidad de apoyos mutuos, de vivencias en espacios compartidos, de proyectos erigidos en común, son el principal bastión frente a quienes medran ofreciendo llenar vacíos con una identidad raída, pura carcasa hueca pintada de rojo y gualda, una España falsa rellena de historia oscura.
3. Si como postulo su fuerza proviene de la reformulación articulada de la suma de demandas insatisfechas, desnudar ese disfraz, desmontar el paraguas cínico que oculta las demandas originales que les proveyeron de su altavoz primigenio, confrontarles para señalar que no son un partido transversal sino que son fundamentalmente el partido de los maltratadores, el partido de los machistas, nos permitiría taponar sus posibilidades de crecimiento en un país en el que afortunadamente este delito está además sancionado socialmente. Repitámoslo sin descanso: son el partido de los maltratadores, Vox es fundamentalmente el Ortega Smith que insulta a las víctimas y luego no puede mirarles a la cara, no el Abascal que encuentra micrófonos para quejarse contra la política acartonada de los spin doctors. No lo olvidemos.
4. Finalmente, pero no menos importante, hay que retirarles todos los altavoces obtenidos única y exclusivamente por la creación de ruido orientado. Los medios de comunicación tienen una inmensa responsabilidad a la hora de explicar y dotar de sentido a la cadena de acontecimientos que se suceden ante nuestros ojos indistinguibles de la ficción. Regalarles el medio para mentir o inventar sandeces con impunidad desde el corazón mismo de las salas de estar de todos los españoles es una gran irresponsabilidad.
Enfrentamos un problema mayúsculo y de difícil solución. Es un problema colectivo, de la sociedad en su conjunto y, como tal, hay tareas para todos...para lo que se teje en cada barrio y para los que escriben y teorizan, para los que enfrentan su tarea frente a los medios y para los que construyen poniendo en valor el día a día en su colectivo deportivo, cultural, educativo… Frenar al fascismo es una labor de época. Dicen que la memoria no alcanza más allá de dos generaciones atrás. ¿Quién dijo miedo?
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Sergio Pascual ha sido diputado de Podemos en el Congreso durante las legislaturas XI y XII.
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