Reportaje
Mujeres ludópatas y el miedo a pedir ayuda
Las adictas al juego tardan más en acudir a terapia por vergüenza y temor a ser rechazadas. Cuando lo hacen, acuden solas, sin apoyo familiar
Nerea Balinot 3/12/2019
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Ellas comienzan a jugar más tarde: entre los 35 y los 60 años. Lo hacen para huir de la soledad, la depresión y la ansiedad. Para las mujeres, el juego es una vía de escape. Apuestan, sobre todo, al bingo, las máquinas tragaperras y los rascas –juegos pasivos, donde el azar lo determina todo–; pero no tanto a las cartas o las apuestas deportivas. Tienen escaso o nulo apoyo familiar y tardan más en pedir ayuda. Solo el 8% acude a terapia.
Este es el perfil de las mujeres con ludopatía que traza Virtudes Mico, trabajadora social de FEJAR (Federación Española de Jugadores Rehabilitados). Desde allí, advierte: existe un doble estigma que provoca que las mujeres vivan con más culpabilidad su adicción. Y esto las paraliza a la hora de pedir ayuda.
Enfermas, no viciosas
“Ya llevaría 6 años muerta”, afirma María, una mujer exludópata de 66 años. Recuerda aquella madrugada a la perfección: había estado en un bingo clandestino y, en cuanto abrió la caja de ahorros, pidió un adelanto de su pensión para seguir jugando. “Lo volví a perder y pensé en matarme”, confiesa. Había tocado fondo: bebía alcohol, no tomaba su medicación y pasaba noches enteras “tirada en la calle”. Se juraba que no volvería. Pero se levantaba a las dos de la madrugaba, llamaba a un taxi y volvía. Siempre volvía.
Tras elaborar una amplia lista de lo que supone la adicción al juego –ideas suicidas, apatía, depresión, insomnio, mentiras y deudas económicas, entre otros problemas–, Virtudes Mico concluye: “La persona ludópata es incapaz de controlar el impulso que la lleva a jugar”. No importa lo mucho que se lo proponga, ni el daño que le esté haciendo. O, en palabras de María: “De este infierno no se sale sin tratamiento”.
El juego patológico es una adicción y como tal, comparte los mismos síntomas, explica Bayta Díaz, psicóloga de APAL (Asociación para la Prevención y Ayuda al Ludópata). Por eso las personas ludópatas necesitan jugar cada vez más, no pueden parar ni reducir su conducta y, cuando lo intentan, sufren irritabilidad, ansiedad y depresión. Aunque en el caso de las mujeres, matiza, estas patologías son previas al juego: la causa –y no la consecuencia– de su adicción.
Las mujeres comienzan a jugar para escapar de la soledad, el vacío, la tristeza y la insatisfacción con su vida
Las mujeres comienzan a jugar para escapar de la soledad, el vacío, la tristeza y la insatisfacción con su vida, coincide Sandra Cuevas, psicóloga de la asociación de jugadores rehabilitados AJUPAREVA. Mientras que los hombres se inician motivados por la competitividad, la euforia y la promesa de ganancias económicas, ellas lo hacen para superar “un estado de ánimo triste o disfórico”.
Así lo muestran las historias de las mujeres exludópatas que se reúnen dos veces al mes en esta asociación. “Juegas porque te sientes sola, porque tu marido ya no te mira, porque tus hijos son adolescentes”, explica María Jesús (47 años, jugadora de máquinas). Existen muchos perfiles, pero todos tienen algo en común: desembocan en una enfermedad. Un trastorno de los hábitos y del control de los impulsos que, pese a estar reconocido como tal por la Organización Mundial de la Salud, sigue asociándose al vicio. “Es una enfermedad, pero piensan que somos unas viciosas”, confirma María Jesús. “Que si no hemos parado antes es porque no hemos querido”, coincide Mercedes (63 años, jugadora de bingo). “Y que solo sabemos gastar y gastar”, añade Beatriz (45 años, jugadora online).
El rechazo a la mujer adicta
Ellas sufren un estigma mayor porque la sociedad rechaza a la mujer con adicción, explica Virtudes Mico. Y esto tiene consecuencias devastadoras. Por vergüenza o por culpa, “las mujeres ludópatas ocultan su dependencia y retrasan el tratamiento”.
Para María Jesús, esta condena social tiene su origen en el rol de cuidadoras que tradicionalmente se ha atribuido a las mujeres. Las ludópatas no solo son juzgadas como adictas, sino también como “malas madres y malas esposas”. Así lo vivió Montse (53 años, jugadora de máquinas) cuando cayó en la ludopatía. Llegó a plantearse: “¿Cómo me puede pasar a mí, si soy yo la que tiene que estar pendiente de mis hijos?” Y se sintió culpable. Por no entender a su hija en momentos difíciles, por llevársela tardes enteras al bar, por robarle para seguir jugando. Situaciones que han podido vivir tanto hombres como mujeres, pero que ellas viven con mayor culpabilidad. Los mandatos de género, afirma Mico, no permiten ni consienten que las mujeres puedan tener esta enfermedad.
Montse recuerda escuchar “verdaderas burradas” cuando iba a pedir cambio para la máquina. Que ya iban a comer menos en su casa o que se estaba gastando el dinero que le había dado su marido para la cena de los hijos. Esos comentarios, afirma, no los han tenido que oír sus compañeros de rehabilitación: “Ellos nunca se han preguntado si se estaban gastando el dinero de su familia, porque lo veían como su dinero”.
Las ludópatas no solo son juzgadas como adictas, sino también como malas madres y malas esposas
Algunos de estos compañeros, continua, le han dicho: “Si es mi mujer, no sé si la habría acompañado”. Ella se lo contó a su marido con mucho miedo a que la dejase. Un miedo que comparten la mayoría de mujeres ludópatas y que responde a la realidad de los centros de rehabilitación. En su trabajo como psicóloga, Bayta ha podido comprobarlo. Mientras que los hombres –que son mayoría– llegan acompañados de su mujer, su hermana o su madre, las mujeres van solas, aisladas y sin apoyo familiar y social. Algo que es fundamental en el tratamiento de adicciones, añade.
Desde FEJAR, Mico pone cifras a esta desigualdad: más del 70% de las personas que acompañan en el tratamiento son mujeres. Una diferencia que también es cualitativa. Cuando la adicción la padece el hombre, afirma, la mujer no solo le ofrece su apoyo, sino que se implica de forma activa en el tratamiento: busca dónde ir y qué hacer; le acompaña desde el inicio hasta el final del proceso de rehabilitación. En cambio, no sucede lo mismo cuando es la mujer quien acude a terapia. En estos casos, es más apropiado hablar de “permiso para el tratamiento” que de “apoyo y acompañamiento”, señala Mico. En algunas familias hay incluso reproches si la mujer deja de realizar las funciones del hogar para acudir a terapia, añade. La consecuencia es que las ludópatas abandonan o no llegan a iniciar el tratamiento. Desde su propia experiencia, Montse cree que “la mujer va menos a rehabilitación porque está mucho más sola”.
La trampa del juego
Para Lucía (35 años, jugadora de máquinas) la ludopatía es como un “muñequito” que, mientras esté dormido, genial; pero hay que evitar despertarlo. Por eso sigue yendo a rehabilitación, no juega ni a las cartas y cambia de canal si aparece un anuncio de apuestas. Lo que ocurre con bastante frecuencia, explica. Le da mucha rabia que se use la imagen de gente famosa para incitar al juego o que se emitan anuncios en horario infantil. Con este bombardeo constante, denuncia, es complicado salir del juego.
Este asedio no termina en los anuncios que inundan televisión e internet, sino que se extiende a las calles, donde aumenta el número de salones de juego y casas de apuestas. En varias ciudades españolas –Madrid, A Coruña y Granada, entre otras– ya se han organizado manifestaciones contra un fenómeno que, según denuncian organizaciones vecinales, es “una plaga”. Solo en Madrid, los locales de apuestas han crecido un 300% en los últimos cinco años, señalan desde la Federación Regional de Asociaciones Vecinales madrileñas (Fravm). Las zonas afectadas son algunos de los distritos más vulnerables de la capital: Tetuán, Usera y Puente de Vallecas.
Aunque las condiciones económicas no son determinantes –“recibimos muchos casos de juego online con un alto nivel socioeconómico”, explica Bayta– sí influye la falta de alternativas de ocio. Y eso, añade, suele ocurrir en los barrios empobrecidos. Algunas familias no podrán “pagar las clases de tenis o de teatro”, y lo más probable es que los jóvenes terminen en estos locales, donde tienen “un sitio calentito” para ver el fútbol, afirma. Allí se sirve comida, cerveza gratis y cubatas a dos euros, cuenta Lucía. Y añade: “Se están aprovechando de la mala situación económica de las familias”.
Ella quiere contar su historia para prevenir a los más jóvenes. Para que busquen mil y una alternativas antes de destrozar su vida y la de quienes tienen alrededor. Por eso observa a quienes juegan y advierte: “Yo también jugaba poco; yo también controlaba. Hasta que no controlas. Y tienes la cuenta a cero, y quitas dinero en casa”. Rotunda afirma que la frontera es tan invisible –“tan fina, tan fina”– que cuando la pases no la vas a ver.
María, Montse, Lucía, María Jesús, Mercedes y Beatriz son algunas de las mujeres que han enfrentado el estigma de la ludopatía para poder superarla. Ya no les avergüenza contar su historia. Quieren ser visibles para ayudar a todas aquellas que, por miedo, no acuden a terapia, explica María Jesús. Para que, como ella, un día puedan afirmar: “Soy ludópata y no pasa nada. Me estoy curando”.
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Nerea Balinot
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