Diccionario de equívocos sobre Harold Bloom
Pasado un tiempo de la muerte del crítico más famoso del mundo intentamos repensar algunos lugares comunes sobre su trayectoria y el canon occidental
Gonzalo Torné 20/12/2019
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
La autoridad: En uno de sus libros de memorias, Ingmar Bergman cuenta una anécdota a propósito de El séptimo sello: “Pintamos a un actor de blanco y dijimos que era la muerte. Los espectadores se lo creyeron, pero también podrían haberse puesto a reír”. La crítica trabaja sobre un material todavía más íntimo que la opinión: el gusto. El crítico puede persuadir, fascinar, sugerir desde una cátedra o una ventana de prestigio... Pero su autoridad no emana de ninguna institución inevitable, no dicta órdenes de obligado cumplimiento. El crítico se arroga una autoridad que emana de la propia decisión. Hacia 1994, en plena erosión del sistema de transmisión vertical del conocimiento, Bloom lanzó un libro titulado El canon universal, se arriesgó a que le vieran como un payaso con la cara pintada de blanco; pero el caso es que se lo tomaron en serio. Sus lectores se multiplicaron, sigue siendo el libro con el que sus detractores no pueden dejar de discutir.
Mujeres (ausencia): En alto y corto: la acusación solo se sostiene si uno no ha leído a Bloom. Austen, las tres Brontë, George Eliot, Dickinson, Iris Murdoch, Virginia Woolf, Toni Morrison, Anna Freud, Anne Carson, C. Ozick, Marianne Moore, M. Shelley, H.D., Elizabeth Bishop (qué extraordinario ensayo), Amy Clampit, May Swenson, K.A. Porter, Edudora Welty, Flannery O’Connor... Incluso le atribuyó la escritura del Deuteronomioa una mujer. Con dos méritos añadidos: algunas de estas mujeres fueron de las primeras en alertar sobre su talento, y les dedicó ensayos críticos que atendían a lo específico y original de sus obras. Como exigía Virgina Woolf, nunca las consideró ejemplos o casos de una reparación histórica, no se permitió el paternalismo de tratarlas como víctimas o hermanas menores. De haberlo hecho, el fantasma de alguna de las Brontë le habría arrancado la cabeza.
Demasiado anglosajón: Cierto, pero uno sabe de lo que sabe, y desde cualquier otro ángulo nacional no hubiesen figurado en el canon ni tres mujeres. No se puede tener todo.
La mirada que Bloom propone sobre el área que conoce (la anglosajona) es subversiva si la comparamos con su predecesor: T.S. Eliot
Conservador: El canon es cualquier cosa menos un espacio cerrado (¿quién iba a cerrarlo en nuestra deliciosa época contemporánea: Dios, la inquisición, una academia local de las buenas letras?), es un campo de batalla, de lucha por las preferencias. La mirada que Bloom propone sobre el área que conoce (la anglosajona) es subversiva si la comparamos con su predecesor: T.S. Eliot. Reanimó el prestigio de los románticos, desplazó a los metafísicos, resituó a Shakespeare en el centro de la influencia (para sacarlo de allí, por cierto, bastaría con que los escritores actuales dejasen de pensar y hablar de él, los autores "canonizados" no disponen de otra fuerza), trató al propio Eliot como un caso prescindible, aupó a Ashbery al centro del escenario, corrió un tupido velo sobre los beat... Los autores del canon son prestigiosos (otra cosa habría sido un escándalo y un robo, ¿se imaginan encontrarse allí al entrañable Juan Valera, al pobre Gerardo Diego?), pero las lecturas son con frecuencia heréticas, casi escandalosas. Por desgracia, me quedan algunas entradas por cumplimentar y no puedo explayarme. Lo dejo en tres ejemplos: el Dante desprendido de teología, las Brontë como artistas visionarias, Proust como guía por el laberinto gnóstico de la vida.
Listas: Bloom no redactó las listas. Bloom no redactó las listas. Bloom no redacto las listas. Es una fake news de prestigio casi a la altura del episodio incestuosos de Villa Diodati o el balcón de Julieta en Verona. Dicho esto, las listas no están nada mal. Probablemente hay más autores afroamericanos de los que un lector español corriente ha leído. El agon con las listas es un clásico que proporciona momentos de comicidad valiosísimos, nada me gustaría menos que arruinar la tradición. Una vez cené con dos poetas catalanes que de las veintiséis obras de Bloom (que rozarán las diez mil páginas) solo les importaba que en la dichosa lista faltase Rodoreda y compareciese Porcel (Rodoreda, por cierto, sale). Si me están leyendo me gustaría retomar el hilo interrumpido del tiempo para decirles: “Hacedla vosotros la lista, que es vuestra área”.
Violencia jerárquica: El canon no solo señala lo que debe leerse, sino que proyecta una espesa sombra de obras (las no citadas) que se archivan en segundos y terceros órdenes. No volveré a hablar sobre la maleabilidad del gesto de autoridad y la provisionalidad de cualquier configuración canónica, prefiero aprovechar el espacio para traer malas noticias y promover la mala conciencia. Cualquier expresión de preferencia, cualquier rescate, cualquier vuelta a poner en circulación, incluso la inocente recomendación del libro de un amigo... todo contribuye a tapar, ocultar, desplazar o posponer otras lecturas, otras tradiciones, otros nombres, géneros e identidades. Las listas de spotify están manchadas de sangre. La pretensión de incluirlo todo es una impostura.
Bloom ha contribuido de manera decisiva a que ahora mismo no pueda entenderse la literatura estadounidense sin las novelas de Philip Roth o los corrosivos relatos de Cynthia Ozick
Las minorías: Cada vez que se acusa a Bloom de no atender a las minorías conviene recordar que hacia la publicación de Augie March(¡1953!) la academia americana y los principales críticos consideraban que lo que escribían Bellow y Malamud no era inglés. Bloom ha contribuido de manera decisiva a que ahora mismo no pueda entenderse la literatura estadounidense sin las novelas de Philip Roth o los corrosivos relatos de Cynthia Ozick.
Extravagancia y exceso: En su reseña de El canon occidental, el crítico inglés Frank Kermode dejó un elogio envenenado. Decía que leer a los clásicos con el libro de Bloom en la mano era como hacerlo a la luz de los relámpagos. Un fulgor maravilloso, que nos deja estupefactos, pero que también deslumbra y que genera sombras alrededor. La repelencia de Bloom por el lugar común y por la rutina crítica le condujo en ocasiones al borde de la extravagancia y el capricho, pero siempre en persecución de la inteligencia y la comprensión de los autores que abordaba, con el propósito de volverlos más interesantes. Bloom consideraba que siempre había tiempo de volver a las lecturas "corrientes", pacientemente construidas por la convergencia histórica de la sensatez académica. En las páginas del canon se jugaba a otra cosa, un "juego" que siguiendo el magisterio de su héroe Samuel Johnson incluía el "exceso", el desborde estilístico, el dejarse llevar por el entusiasmo si así se consigue una buena cosecha de impresiones críticas (de deslumbramientos) está más que permitido.
El bloomsaurio: Al propio Bloom le divertía verse como un dinosaurio (bueno, ¿a quién no le gustaría ser su propio saurio?), pero si por algo destacó durante su carrera fue por la excelente cintura que tuvo para detectar lo nuevo y lo valioso de su tiempo. Sobre todo en poesía donde fue de los primeros en señalar el talento de John Ashbery o de Anne Carson, y también de los pioneros en entablar un diálogo crítico con libros tan complejos como Meridiano de Sangre, La subasta del lote 45 o La canción de Salomón. Me queda la duda de si leyó la que probablemente sea la novela más original del siglo XXI (en el sentido que él le daba a la originalidad: la interrupción de una extrañeza que ilumina un área indispensable de nuestra vida, que enseguida se integra a la familiaridad): La maravillosa vida breve de Óscar Wao.
¿Y Oriente?: La literatura de Oriente está infrarepresentada, apenas un puñado de clásicos medievales, de acuerdo. Pero el propio Bloom deslizó una sutil defensa anticipatoria en el título, que puede consultarse en cualquier momento: "El canon OCCIDENTAL".
Los tebeos: No solo no se me ocurre una defensa, sino que pido estar en la vanguardia de la acusación. Bloom solía citar los tebeos encabezando un eje del mal: “Los cómics, los graffitis y los videojuegos”. Solo le faltó añadir el rol. Cada vez que empieza a citar la terna me salto media página (en general le dura poco, ni siquiera se molestó en armar argumentos). Cuando se trata de tebeos Bloom fue siempre un poco bruto y deliberadamente perezoso, y como todas las cegueras intelectuales puede sonar irritante o cómica, según el día.
La prolongada lectura de Bloom anima a refrescar los ojos en críticos más atentos al entorno, como Williams o Eagleton, o sensibles a la amabilidad que articula páginas de ficción importantísimas como Frank Kermode
¿Nada más? ¿De verdad no hay nada más?: Por lo menos dos apuntes. Uno: con demasiada frecuencia su pasión por el texto le lleva a desentenderse con un exceso de alegría del contexto del que surgen los libros (aunque él mismo recurre a extravagantes marcos y edades, medio improvisadas, medio inspiradas en tradiciones secundarias como la Cábala o Vico, desde las que ordenar las lecturas, sencillamente porque los marcos, por mucho que se creen en el "genio", terminan siendo imprescindibles). Dos: su gnosticismo a ultranza (la "creencia" de que si este mundo ha sido creado, su autor no es un Dios perfecto y benevolente, sino un diablillo menor y algo chapucero) le vuelve borrosos a los autores donde la “bondad”, o por lo menos lo “edificante”, desempeña un papel decisivo: ni se le ocurrió leer a Forster con interés, se pasó la vida dando vueltas rarísimas sobre los libros de Murdoch (a los que prefería tratar, pese a lo mucho que le gustaban, de cuentos de hadas para adultos que como novelas), fue severo hasta lo absurdo con Bellow (de hecho, le acusó de no saber escribir ficción), no dijo una sola palabra viva sobre Frank O’Hara y transformó a Dickens en una suerte de torcido trasgo (y Dickens era un poco trasgo, y vamos, podía ser torcido, de acuerdo, pero también era todo lo demás). Añadiría a Auden a la lista, pero el escandaloso medio silencio con el que le trató siempre deriva de una animosidad personal, una debilidad humana que si estamos vivos no tenemos otro remedio que respetar. La prolongada lectura de Bloom anima a refrescar los ojos en críticos más atentos al entorno, como Williams o Eagleton, o sensibles a la amabilidad que articula páginas de ficción importantísimas como Frank Kermode. Creo que ya he empleado en varias ocasiones metáforas oftalmológicas; reincido: un amigo de Bloom, el inteligentísimo e inane Paul de Man, sustentó la actividad crítica en la metáfora de la visión y la ceguera. Solo vemos de verdad cuando dejamos parte del mundo en sombra. Mirar es enfocar. Los críticos que pretenden progresar en todas direcciones pueden ser muy simpáticos pero suelen destensarse enseguida. La autoridad es un gesto arbitrario, el gusto una selección, la crítica un recorte inevitable. Ningún crítico logra desprenderse de su sombra, pero los mejores (aquellos que nos apetece seguir leyendo) las proyectan desde el volumen de sus virtudes. Quizás merezca la pena mostrar agradecimiento por aquello que un crítico dejó por decir: señalan caminos por donde podemos prosperar.
Ya está abierto El Taller de CTXT, el local para nuestra comunidad lectora, en el barrio de Chamberí (C/ Juan de Austria, 30). Pásate y disfruta de debates, presentaciones de libros, talleres, agitación y eventos...
Autor >
Gonzalo Torné
Es escritor. Ha publicado las novelas "Hilos de sangre" (2010); "Divorcio en el aire" (2013); "Años felices" (2017) y "El corazón de la fiesta" (2020).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí