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Todas somos Mónicas. La lectura de los papeles del archivo de la Asociación, con las historias de tantas y tantas bebedoras anónimas de variada condición, sumerge a Mónica en un prolongado estado suma de embriaguez y disipación del que no sabe si quiere salir, total para qué. Como borracha tras haber bebido en exceso y sin respiro los textos que escribieron sus predecesoras en esta cadena o condena del vicio más antiguo, Mónica se apropia de cada historia con rostro de mujer, y acaso sombra de hombre, hasta reconvertirla en las siguientes muestras grafivinícolas. Natalia Carrero selecciona fragmentos de su novela bebible.
Desde que me quité la máscara y confesé a mis tres mejores y peores amigas que estaba enferma de todas las borracheras de mi vida, las pasadas, presentes, futuras e imaginarias, el tiempo fue a mejor, una vida más sana y equilibrada me empujó a realizar ciertos pasos insólitos para mí, como dedicarme a la investigación de las otredades, qué pasaba con las demás. Concentrada en el sótano de Aluche, por un instante múltiple creí comprender la totalidad y dejé de escribir. La luz titilaba desde el llavero que me abriría las puertas de la percepción en lo relativo al archivo. En sus cajones rebosantes de documentos con historias de vida de otras Mónicas por fin daba con mi verdadera tarea interpelativa.
No distingo el síntoma del dolor ni de la enfermedad, solo reconozco miradas, ojos que huyen y que se hunden y que me acusan. Yo, Mónica, la borracha, yo, Mónica, la loca. Borracha y loca fue un par inseparable y en muchos lugares aún lo es. Lo lleva escrito en la frente la rubia, y la morena, dale otra y es toda tuya, colega, para lo que queramos. Acarreo un pasado como muchas de vosotras aquí presentes. Mi hija Luci de ocho años lo recibe a través de mi mirada que aún no ha aprendido a olvidar. Aterricé en este sótano atraída por vuestros talleres, me aseguraron que en esta Asociación aprendería a vivir desprendiéndome de lo innecesario, el pasado que pasado quede. El día once cumplo once meses de abstinencia y me siento orgullosa. No quiero levantarme y recordar la hipocresía de antes, el padre que iba de simpático y nos machacaba, apestaba detrás del chicle de eucalipto al llegar de madrugada, ese clásico que en nuestra casa fue cierto, yo al principio aferrada al bebé, que luego fue creciendo a base de llantos, entonces me aferré a la botella yo también, no quiero ni contarlo, ya lo sabéis. Son importantes los detalles pero no su recreación entre magnética y repulsiva, a quién le importa lo que yo hiciera, a quién cuánto bebiera, ahora estoy aquí y aquí seguiré. En esta hermosa Asociación.
Que le dolía el estómago, dijo, de tanta cerveza, Marta, veinticinco años, dependienta de zapatería. Pero seguía bebiendo en el bar por el asunto de mayor gravedad que se localizaba detrás de esa molestia que aún podía soportar. En el colegio, un año antes del instituto, el esquema de la cavidad uterina en la pizarra. La arquitectura biológica eran iglús o cabañas, o llámese refugio, proclamó la profesora Esperanza. Ahí dentro suyo cerca de donde la cerveza caía a chorro, se filtraba y sus efectos rebotaban hacia arriba, hasta el crepitar y volatilizarse de las neuronas, ahí abajo un óvulo fecundado había anclado y empezaba a acomodarse. La interacción con el entorno había comenzado, teje que teje, hilo a hilo, fibra a fibra, célula a célula y al final, mejor no pensarlo. Y ella, Marta, y yo que lo transmito con su consentimiento según mis palabras, bebe que bebe que bebe en la barra del bar dejando medio sueldo, a ver si ese proyecto de feto no deseado se interrumpía y todo podía seguir mejor que ahora. Quién de los tres últimos que me follaron tuvo algo que ver, no podía importar, ni yo misma tenía algo que ver, no hubo por ninguna de las partes otra vínculo más exacto que las evaporaciones del alcohol. Pidió otra, sintió ganas de ir al baño para que bajara el óvulo que sentía aferrado como un parásito, un gránulo de carne a las paredes uterinas aún no del todo apegado. Al día siguiente otra jornada cualquiera en la zapatería, horizonte de pies de la clientela. Le quedan muy bien, es su número, no le baila, sí es piel piel. Gracias por escucharme.
Porque llevas una vida normal puedes decir tonterías, porque llevas una vida anodina solo te salen tontadas, porque llevas una tontería encima solo de tonterías sabes, porque eres tonta llevas una vida normal, corriente y asonante, porque la normalidad es una tontería, la corriente otra tontería, porque la vida disonante se lo pierde todo por tonta, y a veces por idiota, y porque esta vida no es vida siquiera.
¿Por qué no beber y alegrarse un poco cada día?, preguntaban al infinito Maribel y su pareja, de quien ahora se niega a pronunciar el nombre, dice, tras el nacimiento de su hija. Se querían mucho, se sentían más unidos entre sí que con la bebé, aunque seguramente se atraían de una manera que no estaba del todo bien, explicó, porque avanzaron por el camino de la perdición. Cada noche celebraban la vida y el amor en su piso hipotecado, arrancaban con música y una copa comedida de vino, en los comienzos bailaban y cantaban de todo lo que saliera de Radio3, al cabo de la temporada no se levantaban del sofá, las copas servidas hasta el borde, las botellas de vino más cantidad y menos calidad, las resacas les unían y convertían en un único ser sumido en la espiral de la poca gracia que iba adquiriendo el abandono de la responsabilidad con hija nacida por amor. Aunque habían disminuido de forma algo preocupante los encargos de diseño gráfico, durante meses siguieron creyendo que todo cambiaría, el próximo lunes sin duda ya lo verás, el lunes entraría la llamada salvaje del trabajo con la propuesta del siglo de casi vender su alma a cambio de tanto dinero que mareaba pensarlo, mejor lo celebraban ahora mismo, luego no podrían con tanto trabajo, ¿quedaba algo de vino o había que bajar al supermercado?
Ahora tengo la mirada limpia, se podría decir que veo transparente. Todo eso no fueron más que patrañas, espejismos de nuestra desertificación mental. ¿Cómo resumirlo, reducirlo ya que parece que se nos hace tarde? Ya son las ocho. El alcohol deshidrata y seca. Saber beber cierta cantidad con cierta gradación etílica implica como mínimo beber antes, durante o después el doble o el tripe de agua, según las condiciones físicas de la persona y según la geografía circundante, no es lo mismo tomar un chupito en el trópico que en el desierto de Atacama. El cuerpo necesita agua, es lo único que ahora bebo, sin embargo empieza a escasear este bien planetario, como suele titular la prensa, esta carencia progresiva en el presente que devendrá flagrante en un futuro inmediato se comenta en todas las cátedras, hasta se realizan espectáculos internacionales con celebridades políticas y económicas para, en teoría, tomar medidas que acaso devuelvan parte del agua que no habrá suficiente. Muerte por deshidratación. No poder saciar la sed del agua normal y corriente que nos sale del grifo de casa es algo que me cuesta muchísimo imaginar. Mi mente aún perturbada dada su otra historia pasada aún no olvidada tiende a regresar a la escena del crimen, se pregunta si al menos quedarán reservas de vino para ir sorbiendo por pura supervivencia, y qué remedio entonces la vida y la embriaguez.
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Autora >
Natalia Carrero
es colaboradora habitual de El Ministerio y autora a su pesar de 'Otra' (Tránsito, 2022), 'Yo misma, supongo' (Rata, 2016) y 'Una habitación impropia' (Caballo de Troya, 2012), entre otras. Preferiría no haber escrito nada.
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