Carta desde Roma
La mafia muda
El término ‘mafia’ evoca algo italiano, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Hoy, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, silente, y altamente competitiva
Gorka Larrabeiti Roma , 14/01/2020
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A Barbara Sargenti y a quienes como ella han sacrificado mucho en esta lucha
La mafia ya no es la que era. Podría ser el título de una película, y de hecho lo es (La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco, 2019). También es una realidad muy subestimada. En España se habla muy poquito de mafia, y cuando lo hacemos, o hablamos de ficción o de noticias espectaculares que percibimos como ajenas: el primer narcosubmarino europeo, los misteriosos fardos de coca purísima que dejaron las mareas en las playas de las Landas, los ajustes de cuentas entre mafias extranjeras en la Costa del Sol, la guerra entre adolescentes camorristas en Nápoles o la reciente megarredada en Italia contra la ‘Ndrangheta. Lo que evoca el término ‘mafia’ es algo mayormente italiano, más en concreto meridional, muy violento, ilegal, aparatoso, perversamente político y morbosamente literario. Ya no es así, o no solo. Hoy esa realidad, sin haber dejado de ser lo que fue, también es global, europea y europeísta, cada vez más septentrional, silente, empresarial, legal, requerida, estabilizadora y altamente competitiva. La mafia, como todo organismo vivo, es un sistema que cambia con la historia. La mafia, en singular o plural, muta. El magistrado italiano Roberto Scarpinato habla de darwinismo mafioso y de, al menos, tres especies de mafia: la primitiva, la mercatista y la masomafia.
Hasta los años 90 las distintas especies de mafia (Cosa Nostra, ‘Ndrangheta, Camorra…) encajaban bien en ese estereotipo criminal y primitivo que aún lucha por su supervivencia. Es famosa la definición de Leonardo Sciascia en la revista Tempo presente (1957), que rememoraba en una columna de 1982 por qué la seguía considerando “de sintética exactitud”. Decía así Sciascia: “La mafia es una asociación para delinquir con fines de enriquecimiento ilícito de sus propios asociados que se presenta como intermediación parasitaria e impuesta mediante medios violentos entre la propiedad y el trabajo, la producción y el consumo, el ciudadano y el Estado”. Nótese la contundencia de los términos empleados: “delinquir”, “ilícito”, “parasitario”, “violento”. Además, la mafia desempeñaba, siempre según Sciascia, funciones de “subpolicía y vanguardia reaccionaria” a cambio de quedar exenta de determinados tributos. En tiempos de guerra fría, no cabía definición más atinada.
“Sobre la evolución de la mafia se han escrito demasiadas notas costumbristas: nueva mafia, III y IV mafia, y así, venga a catalogar. Todo vale con tal de hacer folklore”. El primero en apuntar el peligro de banalizar la información sobre la mafia fue el diputado y secretario regional comunista Pio La Torre ya en 1974, ocho años antes de que lo asesinara Cosa Nostra. A La Torre le debemos no solo la idea de que ya en los años 70 existía en Italia una convergencia objetiva entre mafia, terrorismo y fuerzas subversivas de ultraderecha, cuyo interés común era el debilitamiento del Estado, sino también el artículo 416 bis, maravilla literaria, aprobado en setiembre de 1982 (Ley Rognoni-La Torre) tras los asesinatos del propio La Torre en abril y del general Della Chiesa en setiembre. Lean: “La asociación es de tipo mafioso cuando quienes forman parte de ella se valen de la fuerza de intimidación del vínculo asociativo y de la condición de sometimiento y omertà que deriva de ella para cometer crímenes, adquirir de modo directo o indirecto la gestión o en todo caso el control de actividades económicas, concesiones, autorizaciones, licitaciones y servicios públicos, o para recabar beneficios o ventajas injustas para sí o para otros, o bien con el fin de impedir u obstaculizar el libre ejercicio del voto o de procurarse votos para sí o para otros con motivo de consultas electorales”. Lo que llama la atención es el polisíndeton de nueve conjunciones disyuntivas (“o”, “o bien”) que unen elementos que se alternan o se prestan a una elección. Esa meticulosa vaguedad permitió que la legislación antimafia italiana explorara terrenos criminales incógnitos.
Hoy es la economía la que gobierna la política, y nosotros somos una de las almas negras de la economía
Tratemos, a continuación, de la mutación mercatista. Un mafioso de cuello blanco y corbata se la contaba así al magistrado Scarpinato: “Venimos de un mundo en el que la política gobernaba la economía. Hoy es la economía la que gobierna la política, y nosotros somos una de las almas negras de la economía”. No se puede sintetizar mejor el acelerón que sufrió la Historia a partir de los 80, debido a una revolución espacial, la globalización, otra político-económica, el neoliberalismo, y a otra tecnológica, que nos ha llevado a una “intensificación de ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman rapidación” (LS, 18). Además, tras la caída del muro de Berlín, aquella tarea de subpolicía anticomunista que ejercían las mafias perdió sentido. Y ya a partir de los 80, pero sobre todo en los 90, la cocaína se volvió un producto de consumo masivo y global del que manaban océanos de liquidez. Escuchen ahora la mutación de la mafia primitiva a la mercatista de boca de un ‘ndranghetista interceptado: “Ya no hacemos bang-bang, sino click-click”. Se prefiere la corrupción a la sangre como método operativo porque es silenciosa y discreta, menor su pena y más ardua su persecución. En el marco de un neoliberalismo que garantiza no restringir jamás el libre desarrollo de las capacidades y de las libertades empresariales del individuo, la corrupción consigue siempre abrirse huecos, sembrar método, ganar consenso.
Con la crisis de 2008, la mafia mercatista trepó de golpe hasta coronar las cimas del sistema financiero. El director de la Oficina de Naciones Unidas para las Drogas y el Delito (ONUDD), el italiano Antonio Maria Costa, desvelaba en 2009 que, durante la crisis bancaria de 2008, la tremenda escasez de liquidez creada tras el derrumbe de los préstamos interbancarios brindó al crimen organizado, rico en contante, la oportunidad de penetrar en el sistema financiero. La mafia mercatista se convertía así en factor de estabilidad financiera. “No es la mafia la que busca a la finanza, sino al contrario”, le dice a Costa un magistrado antimafia. Las lindes entre lo ilegal y lo productivo se han difuminado. Siempre se recuerda el caso de Wachovia Bank, que recicló 380.000 dólares del cártel de Sinaloa entre 2006 y 2010. Incautarse del dinero del cártel acarreaba un riesgo sistémico, así que todo se resolvió con una vaga promesa de “no incurrir en el delito en el futuro” y una multa de 160 millones de dólares. Calderilla. Las drogas y la prostitución cuentan en el PIB por indicación de Eurostat desde 2014, y la revista Time –recuerda Scarpinato– incluyó a Lucky Luciano en la lista de los empresarios más importantes de la historia de Estados Unidos. En los años 80, el juez Falcone hablaba de “multinacionales del crimen” y los crímenes actuales de las multinacionales resultan inescindibles debido a que se ha producido otra mutación: la masomafia o los sistemas criminales integrados. La Gran Desigualdad ha afectado también a la mafia: la brecha entre el pueblo y las élites mafiosas se ha ensanchado; las clases medias mafiosas se han precarizado mientras que las élites mafiosas constituyen una suerte de aristocracia que se codea con las élites empresariales y políticas en círculos restringidos, secretos, lejos del control democrático. El boss ‘ndranghetista Luigi Mancuso lo revela en una escucha elocuente: “¡La ‘Ndrangheta ya no existe!… ¡La ‘Ndrangheta forma parte de la masonería! Digamos que está bajo la masonería... ¿Qué queda ahora? Ahora queda la masonería y esos cuatro retorcidos que siguen creyendo en la ‘Ndrangheta. Antes la ‘Ndrangheta era de gente pudiente; luego se la dejaron a los pringados, los labriegos… Hay que modernizarse, no seguir con las viejas reglas. El mundo cambia y hay que cambiar todas las cosas. Hoy la llaman masonería, mañana la llamarán P4, P6, P9”.
Ante una mafia mercatista, que se ha legalizado y un capitalismo cada vez más corrupto y evasor, ante una masomafia, que se siente impune gracias a las casi automáticas prescripciones de los delitos de corrupción, incluso la avanzada legislación antimafia italiana resulta inadecuada. Los magistrados antimafia admiten resignados que su tarea alcanza solo a contener el fenómeno y claman en el desierto global por nuevos instrumentos que definan mejor estos nuevos crímenes de camisa blanca y corbata.
Y mientras tanto, ¿se oye algo en España? No fue noticia la visita de la última Comisión Parlamentaria Antimafia italiana a España. Poco interés por parte de los políticos y la prensa. España –lo sabemos, pero se nos olvida fácil– es un país básico para las mafias. Una “zona franca”, según Roberto Saviano, ya que sirve como refugio de fugitivos de la justicia así como de rincón ideal para el reciclaje en sectores como el turismo o la construcción. A decir de la mencionada Comisión Parlamentaria, “su infiltración en las instituciones no suscita todavía una especial preocupación pese a que no faltan señales de algunas tentativas de condicionamiento”. España –concede el informe de la Comisión– colabora eficazmente en la lucha contra las mafias pese a carecer aún de instrumentos legislativos específicos adoptados en Italia tales como el delito de pertenencia a organización mafiosa. El problema es que la lucha contra las mafias no constituye una prioridad absoluta por culpa de un cierto “retraso cultural de la magistratura”. Además, en la opinión pública española, según el informe, todavía falta la “plena conciencia de los riesgos de una economía contaminada por el capital mafioso”. Recordemos que tuvo que venir Roberto Saviano a explicarnos que la burbuja inmobiliaria catalana no se entendía sin la liquidez que inyectaron los clanes camorristas en la costa mediterránea.
España –lo sabemos, pero se nos olvida fácil– es un país básico para las mafias. Una “zona franca”, según Roberto Saviano
La última vez que el término ‘mafia’ se empleó en serio en España fue en el caso Gürtel. “El PP ha tenido una forma de funcionar de tipo mafioso”, acusaba el entonces secretario político de Podemos, Iñigo Errejón. ¿Fue una mafia o no la Gürtel? Presentaba, sin duda, muchos de los rasgos para definirla como tal: el entramado, los fines, el parasitismo, la intimidación, “capacidad de influencia” o “presión” que se traducía en “la defenestración de aquellos funcionarios que no se avenían a los deseos de la administración parasitaria y el meteórico ascenso de los dóciles a ella”. Fuera lo que fuese la Gürtel, la política española haría muy bien en endurecer las penas de los delitos contra la Administración Pública para que no vuelva a repetirse un caso semejante. Tampoco parece complicado introducir la reutilización pública y social de los bienes incautados a las mafias. A esos coches deportivos o inmuebles que se deterioran en limbos jurídicos, ante la impotencia de los cuerpos policiales que ven convertirse en vanos sus esfuerzos, debería dárseles sentido y utilidad enseguida.
En conclusión, la mafia silente nos va ganando porque no es noticia. El magistrado Nino Di Matteo denunció, en la última campaña electoral europea, el silencio que recubre una de las mayores amenazas a las que se enfrenta la UE. Otro magistrado antimafia, Nicola Gratteri, una de las máximas autoridades mundiales en ‘Ndrangheta, sostiene siempre que no hay institución más europeísta que las mafias, que saben siempre encontrar acomodo allá donde la legislación antimafia es más endeble, es decir, cada vez más lejos del sur de Italia, cada vez más al norte y el este de Europa. La lucha contra las mafias ha caído al puesto 13 de los 26 que componen el acuerdo del actual Gobierno italiano. Y en el acuerdo progresista PSOE-Podemos, aunque se explicita una lucha contra el fraude fiscal y hay un compromiso para liderar la lucha contra la evasión fiscal internacional, no se menciona el problema. Las mafias no existen, vaya. Hay una imagen sin imagen que ilustra bien ese fundido a negro informativo sobre las mafias no sangrientas. A petición del interesado, las imágenes de la comparecencia de Silvio Berlusconi el pasado 11 de noviembre en el juicio sobre la negociación Estado-Mafia brillaron por su ausencia.
Reina, por consiguiente, una suerte de omertà política y mediática global tal vez debida a que ninguna forma del capitalismo cumple tan a rajatabla la máxima capitalista del máximo beneficio en el menor tiempo posible como las mafias. Es más: hoy por hoy separar capitalismo y mafia resulta poco menos que imposible. En buena parte, como denunciaba Pasolini, porque “los periodistas y los políticos, aun teniendo quizá pruebas, indicios seguro, no dicen los nombres”. Así, las mafias nos siguen robando tranquilamente. Siempre nos llevan ventaja. Ahora les interesa el control de las redes y controlan, bien trajeadas, enteros Estados en el corazón mismo de Europa.
Ninguna forma del capitalismo cumple tan a rajatabla la máxima capitalista del máximo beneficio en el menor tiempo posible como las mafias
Resulta, por tanto, un imperativo democrático abordar la cuestión de manera jurídica, política y cultural. Jurídicamente, desarrollando instrumentos jurídicos comunes, al menos a nivel europeo, según el modelo italiano; esto es, habría que dotarse de un concepto jurídico común de crimen organizado y habría que establecer la incautación de los bienes que “sirvieron o se destinaron a cometer el delito y de las cosas que son su precio, producto, beneficio o que constituyen su empleo” (art. 416 bis). Políticamente, habrá que despejar ambigüedades en el ámbito europeo: no puede ser que la lucha contra el crimen organizado aparezca y desaparezca de las prioridades de la agenda política de la Comisión Europea como si se tratara de un accesorio de moda. El actual plan cuatrienal de lucha contra la delincuencia grave y organizada vigente hasta 2021 no contempla la lucha contra las mafias como prioridad, pero sí lo hacía el plan cuatrienal de la Agencia Europea de Seguridad (2015). Asimismo, falta por implementar y actualizar la Decisión Marco del Consejo relativa a la lucha contra la delincuencia organizada (2008/841/JHA).
Apuntando aún más alto, será preciso –Dum Romae consulitur– informar de lo grave y plantear, de una vez, como dice Francisco, “el enorme problema de una finanza ya soberana sobre las reglas democráticas”. Y, aunque parezca un asunto menor, culturalmente, habrá que estar alerta ante toda trivialización del término ‘mafia’ en las marcas, como ha ocurrido con la cadena de restaurantes La Mafia se sienta a la mesa, ya condenada por la EUIPO. Habrá que ser creativos y constantes legislando. Llegaremos siempre tarde y costará redefinir al mutante. Tendremos que recurrir al darwinismo, a las disyuntivas, como hizo La Torre, a la teología mística del Pseudo Dionisio como Sciascia en la misteriosa cita que abre Todo modo. La verdadera batalla consistirá en hacer que las mafias no le salgan rentables a nadie. Nada cambiará mientras no se avance en esa nueva conciencia civil. Porque las mafias, como en El irlandés, nos seguirán dejando siempre solos ante nuestra conciencia; su puerta, siempre entreabierta.
A Barbara Sargenti y a quienes como ella han sacrificado mucho en esta lucha
La mafia ya no es la que era. Podría ser el título de una película, y de hecho lo es (La mafia non è più quella di una volta, Franco Maresco, 2019). También es una realidad...
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Gorka Larrabeiti
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