Tomar en serio a los muertos
La memoria afectiva o cómo seguir hablando del sida
Fefa Vila Núñez 6/03/2020
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Hubo un tiempo de combate, de rabia y dolor. Hubo un tiempo de desesperación, de silencio y muerte. Hubo un tiempo en que cada gesto, cada palabra, cada mirada azuzaba a un virus letal; el odio, la homofobia. Hubo, en ese mismo tiempo también, ideas obscenas según las cuales el sida estaba contribuyendo a la excelencia artística de creadorxs lesbianas, maricas, feministas, queer, más bien mediocres y que carecían hasta la llegada del virus de esa dimensión vertiginosa que el deterioro del cuerpo, la enfermedad y, en última instancia, la inminencia de la muerte inspiraría.
Desde la irrupción del feminismo, ese gran paradigma disruptivo de las órdenes y de los ordenamientos establecidos por la modernidad eurocéntrica y heteropatriarcal, sabemos que la historia del arte –con sus Artistas, con sus discursos de poder e instituciones– sostiene unos armazones de influencia y mando “investidos por y para el deseo masculino”, y nos desvela un sexismo estructural que todavía hoy se resiste a ser desplazado. Este libro, Sida, habla de enfermedad y arte, y de lxs artistas, muchos muertos por enfermedades oportunistas derivadas de la falta de disponibilidad de tratamientos y medicamentos antirretrovíricos para el VIH. Pero sobre todo evidencia los conflictos, de amor y rabia, que una crisis sin precedentes produce, alterando y afectando contextos sociales tan aparentemente diversos y distantes como lo han podido ser, y lo son, el médico y el artístico.
Es la memoria del trauma, la memoria afectiva del sida, la única memoria posiblemente política que pueda existir, la que hoy nos permite, como sobrevivientes y testigos de la ausencia, seguir hablando de esta crisis encarnada por cuerpos ausentes de la representación y de la historia oficial. Es esta memoria, la de su autora, la historiadora y crítica de arte Élisabeth Lebovici, la que se despliega en este libro; una escritora y una escritura cuya experiencia circula muy cerca de este trauma y está marcada por él, sin pudor, sin lamentaciones muestra sus heridas. Paradójicamente, es esta tensión entre la vida y la muerte, entre la memoria y el olvido, la que dibuja a lo largo de cada uno de los textos que escribe, la que establecerá la urgencia para redefinir las posibilidades físicas y simbólicas de la vida, la que dará paso y posibilitará la aparición de un sujeto encarnado, un sujeto en primera persona, un yo relacional, colectivo, que solo podrá negociar esas condiciones de existencia encontrándose en y con los demás, tal y como nos adelanta Pablo Martínez en su introducción. Sin lugar a dudas, un nuevo activismo (artivismo) –ACT UP, Gran Fury, Lesbian Avengers, Group Material, Gang, Queer Nation, Las Maryes, LSD, Radical Morals, La Radical Gai, WAC, etc.– determinará la contingencia política y física de supervivencia de un cuerpo que será a la vez individual y social. Pero no solo, este activista-creador, vinculado al deterioro físico y al horizonte de una muerte cercana, instaura también una potencia de vida, una vida “nueva” estrechamente unida a la revuelta. Vida y revuelta serán durante un tiempo lo mismo. Una revuelta que por el camino logra dinamitar también el último reducto de supervivencia del genio creador, el orden de sus hechos y sus ficciones, de sus triunfos; y esto se logra a través de las relaciones que el arte, la política y una enfermedad, entonces devastadora, establecen. Se producen cambios radicales en los procedimientos científicos y en las dinámicas médico/enfermo pero también en los discursos y en las prácticas culturales, son estas transformaciones radicales las que emergen a la superficie en este libro que “como Antígona, no quiere saltarse las leyes, sino descubrir la ley”.
Aquí se cuentan historias vacilantes y vulnerables. Es este un libro que se teje con la vida hecha de retazos intensos e inmensos. La memoria de la piel. Recopila varios artículos de la historiadora y crítica de arte, Élisabeth Lebovici. Escrito en primera persona desvela los secretos, entonces inconfesables, –que en las décadas de urgencia, las de amor y rabia, la de los 80 y 90, el llamado “mal de los fantasmas” , por invisibles, incontables e inimaginables–, nos obligó a vivir a toda una generación la pandemia del sida. Una generación LGTBI_Q que hasta entonces estaba experimentando con una herencia que conjugaba la emancipación y el placer sexual como apertura irrenunciable a una nueva y deseada sociabilidad, y que con la llegada del sida se trunca.
El sida modificará violentamente nuestras vidas, pero no solo se detiene ahí, en nuestros cuerpos, en el de los de amigxs y amantes, sino que abrirá potencias a conocimientos que emergen en un contexto donde el estado “normal”, de normalidad, se descompone. Es uno de esos momentos de la historia donde lo personal se hace radicalmente político. La posibilidad de algo nuevo no solo se vuelve más urgente sino más fácil de imaginar y también de transitar los riesgos que ello podría suponer. El arte, las prácticas artísticas tienen un camino inexplorado que recorrer, enlazando, como prácticas inexorables la vida y el arte, el arte de morir-el arte de vivir, y al que se referirá en 1984, unas semanas antes de su muerte, por una enfermedad asociada al sida y no anunciada, Michel Foucault en una entrevista con dos estudiantes norteamericanos: “Me llama la atención el hecho de que en nuestra sociedad el arte se haya convertido en algo que atañe a los objetos y no a la vida ni a los individuos. El arte es una especialidad que está reservada a los expertos, a los artistas. ¿Por qué un hombre cualquiera no puede hacer de su vida una obra de arte? ¿Por qué una determinada lámpara o una casa pueden ser obras de arte y no puede serlo mi vida?”
No se puede entender este libro como un objeto nostálgico para abrir heridas, para reavivar miedos o penas o para subrayar lo que pudo ser o no es, ni tan siquiera como un homenaje romántico o rabioso a los que estuvieron y ya no están, a todxs lxs que habitaron las cárceles, los hospitales, las calles, nuestras camas, los museos, las escuelas, las fiestas…; y mucho menos para monumentalizar y elevar al altar de la crítica y el museo unas prácticas que si bien han alterado el orden establecido por una narración blanca, heteromasculina, incluida su versión más progre, y lineal de la historia cultural y artística en occidente, no han venido para apaciguar al guerrero y establecer una tregua en las formas de ver y en la jerarquía de la mirada. Todo lo contrario, estos muertos no se han rendido, resisten a la postración en la vitrina de cualquiera de los muchos museos de arte contemporáneo que recientemente les celebran y esforzados siguen esparciendo cenizas entre un público respetable y gritando “me hace usted daño”.
Evidentemente, ni vislumbrar explicaciones plausibles sobre qué nos estaba pasando, ni respuestas colectivas, ni convertir la vida-muerte en rabia y duelos, ¡tantísimos!, a través del arte, permitió, efectivamente, salvar vidas, aliviar el dolor, restaurar la salud o ahondar y radicalizar las prácticas sexuales, pero sí sirvió para crear empoderamiento, el de un sujeto-agente de su propia historia política y corporal, y, además, esta memoria tan bien hilada por Lebovici sirve para seguir haciéndose las mismas preguntas en contextos (re)novados. Sirvió para interrogar al régimen homófobo que relacionaba, real y simbólicamente, sexo y sida; para establecer redes de solidaridad, principios de autoafirmación y estrategias de supervivencia, para nombrar y afirmar lo común y con ello contagiar lo político, que ya nunca más volvería a ser lo mismo. Una memoria deseosa de re infectar el presente, porque como se dice en el libro, hoy, como ayer, silencio es igual a muerte.
Pero no solo, el arte se vuelve vida o la vida se hace arte, y lxs artistas artificierxs. Muchos de los discursos encarnados de oposición, de reivindicación, de autoestima, de dignidad, de convivencia, de solidaridad, de supervivencia y de afirmación de la vida emergen de prácticas artísticas contagiadas por el VIH. Un contagio que se trasladará de manera radical y global a las formas de pensar-hacer arte, una herencia feminista que se hace queerpo por una urgente necesidad revolucionaria, imparable, no podemos olvidar que la primera revolución será siempre la supervivencia. Tomemos en serio a lxs muertxs, a nuestrxs muertxs. Impidamos que profanen su memoria. Pensémosles en el presente, si no vamos a estar jodidxs, muy jodidxs.
SIDA. Élisabeth Lebovici. Introducción: Pablo Martínez. Colección et al. #4 Arcadia - Macba, 2020
Hubo un tiempo de combate, de rabia y dolor. Hubo un tiempo de desesperación, de silencio y muerte. Hubo un tiempo en que cada gesto, cada palabra, cada mirada azuzaba a un virus letal; el odio, la homofobia. Hubo, en ese mismo tiempo también, ideas obscenas según las cuales el sida estaba...
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