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No parece la mejor recomendación para unos días como estos el visionado de La trinchera infinita, dirigida por Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi Galdós, una película que narra la historia de un concejal republicano, Higinio, de algún pueblo andaluz que, cuando los fascistas se hacen con el poder, y tras una escaramuza que acaba devolviéndolo a casa, acaba tirándose el hombre treinta y tres años escondido en un zulo diminuto.
Nada de esto impide que su mujer –interpretada por Belén Cuesta, que lo borda y que además ha obtenido tres premios con este papel, entre ellos un Goya– tenga un hijo y que lleven una vida más o menos normal de puertas para adentro, pero el miedo es un personaje más y se apoya en la persona de un vecino falangista que está siempre a punto de descubrir al topo.
El vecino falangista es un arquetipo asquerosamente reconocible hoy en día. Una de las características de su personaje, una de las más exasperantes, es que ha conseguido construir en su cabeza un andamiaje vengativo según el cual, atención, como el consistorio no convocó en su momento una jornada de duelo por un hermano suyo asesinado, toda la responsabilidad del luctuoso suceso recae sobre el último responsable vivo de aquel ayuntamiento –todos los demás han sido fusilados–, nuestro Higinio. Por esta regla de tres el concejal se convierte en el asesino del hermano del falangista. Sin comérselo ni bebérselo. Lo que lo hace exasperante es el hecho de que este individuo se sabe respaldado por todo un sistema político y represivo. Hasta que eso también empieza a resquebrajarse.
De proteger a la población se deriva automáticamente la responsabilidad penal de los integrantes de ese gobierno que peor nos caen si la desgracia de la se traduce en la muerte de alguien cercano
Estos días he tenido ocasión de leer muchas cosas en periódicos y en redes sociales, más que de costumbre, pero hubo un tuit que me estremeció de una señora, militante de extrema derecha, cuyo marido se había infectado de coronavirus tras acudir, oh, casualidades, al mitin de Vista Alegre. Amenazaba con tomar represalias contra el vicepresidente segundo del gobierno, personalmente, si a su marido le pasaba algo, por haber permitido las manifestaciones del 8M. Y le responsabilizaba en primera persona por la posibilidad de la muerte de su marido, que aún no se había producido y que probablemente, ojalá, no se produzca en muchos años. No es el único contenido de este tono que he encontrado, pero sí que me parece muy representativo. De la supuesta responsabilidad política de un gobierno –que no nos gusta, este es un dato clave, si nos gusta hacemos la vista gorda– de proteger a la población se deriva automáticamente la responsabilidad penal de los integrantes de ese gobierno que peor nos caen si la desgracia de la que no nos ha protegido se traduce en la muerte de alguien cercano. O de cualquiera, que ya da lo mismo. De modo que cualquier responsable gubernamental, cualquier miembro de cualquier partido que haya apoyado la investidura del felón o, por extensión, cualquier persona que nos conste que les haya votado, es un asesino. Lo malo de usar mucho algunas palabras de calibre grueso es que se desgasta su valor. ‘Asesino’ es una palabra potente, pero si la crisis se alarga la veremos sustituida por alguna aún más fuerte que a mí no alcanza a ocurrírseme ahora.
Un hallazgo de La trinchera infinita es la cámara subjetiva que representa el punto de vista de Higinio, una perspectiva agachada, con obstáculos borrosos que impiden una visión nítida de la realidad que transcurre fuera. También me parece contundente el retrato que hace del espacio doméstico y cómo pone de relieve con varias excusas narrativas la feminización de quien ocupa exclusivamente el mundo de la casa frente a quien lidia con el exterior. En un momento dado el hijo pregunta al padre escondido por qué utiliza rebecas de mujer para estar en casa mientras se ocupa de labores tradicionalmente feminizadas, como ayudar a su mujer con las labores de costura que mantienen la economía familiar –corresponde al público intuir el problema que supondría para la presunta viuda la compra de ropa masculina–.
Treinta y tres años después el gobierno anuncia la amnistía y, tras vencer algunas resistencias, inercias y miedos, Higinio vuelve a pisar las calles de su pueblo.
En este momento la cámara subjetiva con obstáculos borrosos se transfiere de inmediato al vecino falangista. Ahora es él quien, en libertad, está confinado. Mantengámoslo ahí, por favor.
No parece la mejor recomendación para unos días como estos el visionado de La trinchera infinita, dirigida por Jon Garaño, Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi Galdós, una película que narra la historia de un concejal republicano, Higinio, de algún pueblo andaluz que, cuando los fascistas se hacen con el...
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Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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