ENTREVISTA/HOMENAJE
Aute: el cuerpo, la música, y Dios ‘preguntándose a sí mismo’
Conversación inédita con el artista, en su casa, cuando estaba a punto de cumplir los 70 años
Miguel Ángel Ortega Lucas Madrid , 4/04/2020
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Para llegar a la casa de Luis Eduardo Aute hicieron falta media vida, diez mil transbordos de metro, extravíos incalculables por las calles de un Madrid que no era sino otra región del mapa sonámbulo de la adolescencia.
Hubo un tiempo, antes –antes de los años bárbaros de la universidad–, en que Madrid era sólo un atolón impreciso en la lejanía de las ventanas del sur. Pero escuchar a Aute suponía una suerte de alucinación futura: tenía uno la sensación de ir errabundo ya por sus esquinas, arrastrando los dieciséis años por la ciudad de los encuentros causales (“…Tú me esperaste hora y media / en esta misma mesa; / yo me retrasé...”).
Quizá por eso tuvo que dar tantas vueltas, el que suscribe, antes de encontrar el refugio del maestro. Como aplicando el código de la belleza a todos los órdenes de su vida, éste consiguió hacerse con un templo de silencio en el mismo corazón de la jungla: en Fuente del Berro, a escasas manzanas de Doctor Esquerdo y Alcalá. Adonde se allegó, un día, un idiota a punto de cumplir los 30 para preguntar a un sabio a punto de cumplir los 70 cómo se hace para vivir en este mundo sin participar del ruido infame de este mundo. “...Tienes que leer Apocalípticos e integrados, de Umberto Eco”, apuntará, sentados ya en el sofá de su salón, las ventanas abiertas a la mañana pajarina del mes de julio de 2013, afinando las cuerdas del concierto para metafísica y buen vivir que iba a ir desgranando a lo largo de dos horas.
Ahí estamos sentados: en el pulmón de verano que se respira en esa casa. Y antes de poder preguntarle cómo estás, cuéntame cómo te encuentras, el anfitrión hace emerger la más gloriosa botella de vino tinto que han de ver los siglos. “¿Cómo estoy...? Mayor. Pero hay cosas peores. A estas alturas hay que tratar de alcanzar cierta paz de espíritu. Yo ando en eso. Declarándome la paz, después de mucha batalla interior. Haciendo lo que me da la real gana. Y aquí, haciendo una entrevista contigo” –llena las copas, eleva la suya, mira a los ojos, y dice: “Salud”.
También me llamará al orden varias veces, con suavidad. Primero para aclarar, al mencionar la palabra artista, que “artistas somos todos”, siempre y cuando ahondemos “en nuestra visión personal del mundo”. Casi a continuación, para matizar su interpretación de la palabra trabajo: “No considero trabajo a lo del artista; lo considero un placer. Para mí lo del trabajo va unido al mal rollo. Hacer música o escribir poesía o inventarte mundos al otro lado de los espejos no es trabajo, sino pecado mortal: deberíamos ir al infierno, por no trabajar”. Como corolario, para honrar el significado profundo de la palabra música: “Es una palabra muy grande y muy seria. Lo que yo hago son canciones, que tienen algo que ver con la música. Pero la música es otra cosa”.
–¿Qué sería la música, entonces?
–La música es lo que deberíamos alcanzar todos, pintores, músicos, escritores: lograr la magia, esa otra percepción de la realidad. Rozar la belleza.
“La belleza, la belleza...”: entra revoloteando por la ventana esa canción suya, como una nana para sedar a los depredadores:
Míralos como reptiles
al acecho de la presa,
negociando en cada mesa
maquillajes de ocasión.
Siguen todos los raíles
que conduzcan a la cumbre,
locos por que nos deslumbre
su parásita ambición.
La belleza. Todo, todo en la actitud, la trayectoria, las decisiones y los anhelos de este templario de la Música ha estado orientado siempre por esa luz de bosque parpadeando más allá de la niebla, del humo tóxico, de la guerra sangrienta o soterrada en que esos reptiles se empeñan en meternos, para mantener la trampa de su negocio (“...mercaderes, traficantes, / más que náusea dan tristeza; / no rozaron ni un instante / la belleza”).
Luis Eduardo Aute nació en Manila, en 1943, a falta de dos años para que concluyese la II Guerra Mundial: su padre, Gumersindo, emigró allí desde Barcelona para trabajar en Tabacos de Filipinas, y conoció a Amparo, filipina de acomodada familia española. El niño que miraba el mar estudió en el colegio Lasalle de Hermanos de las Escuelas Cristianas (mucho “más abiertos” que los curas de entonces de la España triunfal). Cuanto tenía once años la familia se trasladó a Madrid (una ciudad “llena de tullidos” donde le pareció “rarísimo” que todo el mundo fuera blanco). Ya estaba enamorado de Norma Jean, le apasionaba el cine y apuntaba maneras con los pinceles. Hizo su primera exposición a los 16 años. Formó parte de un grupo pop de la época, Los Sónor, con el taimado objetivo de tratar de ligar algo. A los 20 abandonó, inéditos, sus estudios de aparejador para huir a París con una chica francesa que había conocido en Sitges. A la vuelta, su dominio de los idiomas (inglés, francés, italiano, tagalo) le permitió trabajar de intérprete en rodajes, e incluso codirigir alguna película. Comenzó a componer canciones y a ofrecerlas a otros artistas que, como Massiel, las convirtieron en éxitos internacionales, a mediados los ‘60; antes de que las discográficas le convencieran para que las cantara él mismo –porque él vivía muy tranquilo, pintando en su estudio, sin tanto escándalo.
Un artista total, por más que él mismo cuestionara la palabra. Alguien reverenciado, como pintor y escultor, como creador de películas dibujadas a lápiz o como escritor de canciones, tanto en España como en Europa y Latinoamérica. Aunque siempre más fuera que dentro, por supuesto...: ¿Notó él alguna vez eso que suele decirse de cómo trata España a sus creadores, ya parezcan ser Leonardo da Vinci? Sí, responde: “Aquí cada cosa que haces es siempre como la primera vez, como pasar por una reválida. Que por otro lado está muy bien porque te obliga a regenerarte. Pero es muy jodido. Eso lo tienen de positivo los americanos; dan mucho mérito al que logra brillar por su talento. Lo que pasa es que allí se brilla cada vez más por el talento de hacer dinero”. Por éstas y otras razones consideraba a Latinoamérica “la única zona en que aún existe cierta sensibilidad para valorar el conocimiento. Si hay algún futuro en el mundo, está allí. Esto de aquí es un horror. Creo que mi generación ha tenido suerte porque hemos podido vivir más o menos de acuerdo con lo que uno entiende que debe ser la vida”.
Su obsesión: cumplir la vida acatando sus verdaderas leyes. De ahí que no se considerase “ni cantante ni pintor ni nada; sólo un culo inquieto, alguien curioso que quiere saber cosas”. Y que trataba de huir, como de la peste, de la estupidez: el único atributo humano para el cual no encontraba utilidad alguna: “Todo lo entiendo, Dios mío –dice una de sus canciones más recientes–, salvo el desastre / de crear el lastre / de la necedad. / ¿Qué necesidad, tanta necedad...?”.
–¿Has conseguido librarte de los tontos?
–No he logrado evitarme ni a mí mismo…
–Ni a mí hoy, siquiera. ¿Pero has conseguido ser libre?
La felicidad es no ser consciente de necesitarla. Si la felicidad existe aquí como objeto del deseo, poca felicidad estamos viviendo
–Ser libre, no. La libertad es un concepto muy relativo. Existe la necesidad de ser feliz; lo cual no quiere decir que la felicidad exista. De hecho estamos aquí para intentar ser felices. Y seríamos más felices con muchas menos obsesiones y menos deseos. La felicidad es no ser consciente de necesitarla. Igual que ser rico es no pensar en el dinero. Si la felicidad existe aquí como objeto del deseo, poca felicidad estamos viviendo. Es verdad que una cierta manera de felicidad es muy asequible. Pero vivimos en un mundo que gira en torno a todo lo contrario: la felicidad es poseer, poseer bienes. Y no es por ahí. Pero es todo muy raro... A mí me gustaría más estar en tu lugar, haciendo preguntas. Porque yo lo que hago es preguntar. El artista entre otras cosas lo que hace es preguntar. Y en vez de consultar con un psiquiatra se pone a escribir, a pintar... Una auto-terapia para evitar el manicomio.
Una auto-terapia, en realidad, para evitar enloquecer no de uno mismo, sino de un mundo que llama cordura a lo que suele ser todo lo contrario:
“De toda la vida la gente preocupada por el conocimiento, por el sentido de las cosas, ha sido minoritaria. Siempre se ha leído poca poesía; los pintores se han muerto de hambre. Lo que pasa es que antes la audiencia era corta porque no había medios ni plataformas para el acceso a esa sensibilidad; ahora tenemos todos los medios, pero operando para todo lo contrario”. “Cuando Internet salió yo decía que me parecía un invento cojonudo, pero que iba a cumplir justo la función contraria de la que debería. Internet es básicamente la propuesta para salir y recabar todo tipo de datos; pero eso no es conocimiento. Lo suyo sería la intronet: viajar hacia adentro de nosotros. Eso de que internet es la libertad absoluta: una mierda. Estás más controlado que nadie. Es un sistema que te promete aparentemente democracia pero es un control absoluto hasta de tu vida más íntima”.
Lo suyo sería la intronet: viajar hacia adentro de nosotros. Eso de que internet es la libertad absoluta: una mierda. Estás más controlado que nadie
Sobre la democracia reflexionaba a finales de los ’70, después de años de una mayor politización, en estos términos, recogidos por J. M. Plaza en su libro sobre él: “La democracia es la menos mala de las sociedades posibles y la política, interpretada como fin, que es lo habitual, es una forma de proseguir con un estatus peligroso. Lo que realmente aliena al hombre es la interpretación de la vida única y exclusivamente a través del análisis político de la sociedad, que sólo se ocupa del traje que se ha de llevar por la vida, pero no de lo que está dentro, del ser que late en el interior. La política así entendida puede ser una trampa que nos aleja cada vez más de lo que realmente importa, que es preguntarnos de qué va todo esto, qué coño hacemos aquí, por qué estamos aquí y para qué. Éstas son las preguntas”.
–En esa terapia de la que hablabas, ¿has logrado decir lo que querías decir?
–He logrado preguntar lo que quería preguntar. Y manifestar alguna contradicción que otra. Decir no. Pero preguntar, reflexionar en voz alta. Que es un atributo exclusivo del ser humano. Reflexión es ir y volver, descubrirte al otro lado del espejo, o del agua: el primer bicho que se mira en el agua y dice “esto soy yo”. A partir de ahí se jodió todo, porque: ¿qué es el yo, y quién soy yo, de dónde vengo y adónde voy? Y si vas un poco más allá, pues todo el mundo tiene su yo. Yo y Dios es un poco lo mismo, igual de enigmático; la consciencia que tiene el universo de sí mismo. Esa consciencia que sólo tenemos nosotros en este planeta es la consecuencia de un proceso de mirarnos en el espejo. Vas pallá, vuelves, y en ese proceso de ir para volver tienes que salir de tu plano, recorrer un espacio, y en ese espacio recorres un tiempo, y descubres, ¡coño, hay un espacio y un tiempo!; o sea que la muerte existe.
“Pero”, reacciona de nuevo, en otro momento, “lo que no se puede tolerar es la estupidez. Y estamos en un mundo en que se desprecian la poesía y la magia. Y la poesía tiene la capacidad de ir mucho más allá de la reflexión filosófica”. ¿Precisamente porque no se sabe del todo lo que se está diciendo; se tantea más allá rasgando esa cortina? “Yo estoy absolutamente convencido. Porque invoca a la imaginación sin discurso”. Esas voces que nadie sabe de dónde vienen, y que susurran al oído del que busca cualquier forma de hacer música.
Lo que no se puede tolerar es la estupidez. Y estamos en un mundo en que se desprecian la poesía y la magia
Alienta la sospecha, desde hace un rato largo ya, de una creciente conspiración contra esas voces, contra el silencio que permite llegar a cualquier música de autoconocimiento: “Siempre salen los mismos próceres en la tele. No aparecen voces distintas. Ya sabes lo que van a decir, en todas partes. Yo echo de menos a veces a fulano o mengana: ¿por qué no los sacan ahí? La gente iba a tener curiosidad. Yo estoy seguro de que esta misma conversación, exactamente ésta, la tenemos en la tele y la gente diría: oye, a ver qué están diciendo estos gilipollas”.
–¿Pero qué ha sucedido? Antes, para otras generaciones, tener cultura era importantísimo. “El saber, sobrino, que es lo principal”, decía alguna anciana de mi familia.
–Es que cuando yo tenía 18 ó 20 años lo importante para ligar era ser el más listo, el más enterao.
–Sobre eso, hay una pregunta que no quisiera dejar fuera, teniendo en cuenta su vasto protagonismo en tu obra. Una que hicieron en su día a tu maestro Leonard Cohen, que luego repetí a tu amigo Félix Grande, y que ahora quisiera formularte a ti: las mujeres; ¿han sido, en tu caso, una fuente de fortaleza, o de debilidad?
–Nunca me lo había planteado así [se lo piensa]. En todo caso debilidad. Y cada vez más. Amar es justificar tu propia vida: “Hay otra persona que es feliz porque yo existo en su vida, y viceversa; qué más quiero”. Si no existiera esa persona, qué coño pinto yo aquí. Es lo que justifica la vida. Es esa necesidad, no ya de sensualidad, que también, sino de que hay un ser vivo en el mundo que agradece estar vivo porque tú existes en su vida. Ya no te pegas un tiro. [“Sólo por ti sigo aquí, imán de mujer...”]. La soledad es lo peor que puedes sentir, sentirte solo.
–¿Lo has sentido frecuentemente?
–Bueno, sí, la soledad en el sentido de que no te entiendan, muchas veces, sí... Y no deja de ser un juego narcisista lo de la atracción física, y la poética también. Eso de ‘yo te quiero porque tú me quieres a mí; a mí me gustas porque yo te gusto a ti’. Y ‘yo quiero juntarme a ti porque quiero que dejemos de ser dos y seamos uno’. Quiero penetrarte para ser uno. Como en la canción, Anda [tarareamos juntos, tratando de acordarnos del verso que busca]: “...Y ven a mis brazos, /dejemos los datos, / seamos un cuerpo / enamorado”. Es la necesidad de ser uno, de volver a la unidad primigenia. Es desear; conocer: dos que desean conocerse hasta la máxima intimidad. Y luego de ahí sale otro ser, el tercero de la trinidad.
Continúa, espiando el sonido del silencio que entra y sale con la brisa de la ventana; una mano en la copa, otra dibujando en el aire con el humo del cigarro:
Somos la única materia consciente de su materialidad, capaz de analizar la realidad y analizarse en ella
“Es un accidente muy raro. Somos la única materia consciente de su materialidad, capaz de analizar la realidad y analizarse en ella. Hechos a imagen y semejanza de: Dios sabe que ese bicho que él ha creado quiere saber de dónde viene, y conocer. Decir ser humano es decir ser hecho carne, es decir verbo hecho carne. El niño respira, mama, desea vivir; primero se es, luego se desea. Y luego se mira la mano, se hace así y dice: esto es mío; mi cuerpo. El ser humano es capaz de duplicar el foco: en una fotografía se trata de duplicar el foco. Ser –desear – conocer. Curiosamente, el Espíritu Santo es conocer; se le representa con una paloma de luz o una lengua de fuego, que es la imagen del conocimiento... Qué pasa con el bicho humano, que empieza a reflexionar: para eso tienes que salir de ese plano, darte la vuelta, enfocar, y volver otra vez: Ser – Desear – Conocer: Conocer tu ser. Se establece una pirámide y una especie de anillo de Moebius: la búsqueda del yo; la búsqueda de Dios. Para mí es lo mismo, igual de indescifrable, el concepto del yo que el de Dios... Yo soy creyente: creo en el yo; el yo existe, y el yo lo crea todo. El universo no existiría si no estuviera un yo que lo viera, y otro que dijera que ve lo mismo que tú.
”...Pero yo no sé –sonríe; siempre como desde muy lejos–. Tengo tantas dudas, tantas sombras… Ahora, con el paso del tiempo, lo que tengo cada vez menos oscuro es que todo esto tiene una razón de ser; la gratuidad, el accidente universal, es una falacia. Esto de que, de repente, un Big Bang, y de ahí estos bichos que somos... Estoy cada vez más convencido de que todo tiene un sentido. No sé cuál será. Pero a partir del momento en que un ser humano se pregunta por las cosas, ya va implícito el sentido de las cosas. En el momento en que te haces una pregunta, la has cagao, porque ya eres un ser religioso. Re-ligare [reunir, en latín]. Y esto tiene un sentido. No sé cuál.
–Quizás el sentido de la vida sea precisamente ése, tratar de averiguar de qué va el juego.
–Eso es. Probablemente el medio sea el mensaje en este sentido. Porque no hay otro mensaje que la propia inercia de preguntarte por qué. Lo mismo Dios es en sí una gran pregunta. Lo mismo Dios se cuestiona constantemente. Y se hace humano para dar fe de sí mismo: Yo no existo si no hay un bicho, humano, preguntándose si estoy aquí.
...Y siguió la conversación, apurando el vino y el sol del mediodía. Más que preguntándole, tratando de ayudar al maestro Aute, como un mal alumno, a seguir en voz alta la pregunta en espiral que escapaba silenciosa por la ventana abierta.
Ahí estamos sentados, todavía: en el pulmón del verano de su casa. En la hospitalidad del vino, el humo, la conversación. Casi siete años después –Madrid en vilo, allí a lo lejos; las ventanas del sur anhelando todas las adolescencias–, la voz de Luis Eduardo Aute vuelve a templar, aquí, ahora, el silencio invencible de la música. La que sabe que “vivir es un accidente, / un ejercicio de gozo y dolor”, y por ello mismo no enmudecerá jamás.
Para llegar a la casa de Luis Eduardo Aute hicieron falta media vida, diez mil transbordos de metro, extravíos incalculables por las calles de un Madrid que no era sino otra región del mapa sonámbulo de la adolescencia.
Hubo un tiempo, antes –antes de los años bárbaros de la...
Autor >
Miguel Ángel Ortega Lucas
Escriba. Nómada. Experto aprendiz. Si no le gustan mis prejuicios, tengo otros en La vela y el vendaval (diario impúdico) y Pocavergüenza.
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