soberanía popular
Defender la democracia no es defender el liberalismo
La hegemonía ideológica del liberalismo ha hecho que finalmente el sentido común de una gran mayoría de ciudadanos identifique como valores democráticos aquellos que no son más que valores liberales
Xavier Ruiz Collantes 25/04/2020
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La situación de emergencia y excepcionalidad en el orden social creada por la pandemia de la covid 19 ha hecho que salten las alarmas respecto al futuro que le espera a la humanidad. Numerosos periodistas, líderes de opinión e intelectuales muestran una extremada preocupación ante el peligro de que las medidas tomadas frente a la pandemia deriven en un recorte de libertades individuales y un mayor control del Estado respecto a los ciudadanos. Con ello se argumenta que la democracia corre el riesgo de ser laminada y reducida ante un creciente autoritarismo.
Cuando se denuncia que habrá menos libertades individuales y mayor control, no se está defendiendo la democracia, se está defendiendo el liberalismo
Creo que, efectivamente, la democracia está en riesgo, pero las causas no son las que se argumentan habitualmente cuando se habla de la pérdida de libertades individuales y el control del Estado. Las causas son otras y el problema debe plantearse desde otros parámetros. La confusión se debe a la identificación que se realiza en nuestras sociedades entre democracia y liberalismo. Cuando se denuncia que habrá menos libertades individuales y mayor control del Estado, no se está defendiendo la democracia, se está defendiendo el liberalismo. Pero democracia y liberalismo son cosas distintas.
Las democracias realmente existentes son democracias liberales. Podrían existir otras formas de democracia, pero la hegemonía de la burguesía en la creación de los estados democráticos modernos hizo que las democracias se concibieran y desarrollaran como democracias liberales. En realidad la ideología democrática y la ideología liberal son muy distintas y responden a principios fundamentales tan ajenos entre sí que en ocasiones entran en contradicción. La democracia supone que la soberanía y el poder político deben ser detentados por el pueblo; el liberalismo defiende la libertad del individuo frente al poder político. La contradicción puede aparecer cuando el pueblo, directamente o a través de sus representantes, aprueba leyes que reducen algunas libertades individuales de todos o, mucho más habitualmente, de los miembros de algunas élites.
El problema de la democracia se centra en qué libertades se van a restringir, qué libertades se van a ampliar y quién va a decidir sobre ello y en función de qué intereses
El matrimonio entre democracia y liberalismo ha sido históricamente una articulación contingente y de conveniencia derivada de la correlación de fuerzas entre clases y grupos sociales a lo largo de la construcción de los Estados modernos. Sin embargo entre estos dos polos, el democrático y el liberal, la convivencia no ha sido fácil y ha existido una tensión constante. En las últimas décadas, a través de la hegemonía neoliberal, el liberalismo demofóbico está acabando con la democracia, de tal manera que se extreman algunas libertades, por ejemplo aquellas que se derivan de la desregulación de los mercados, mientras que por otra parte las decisiones socialmente relevantes se toman en órganos de poder que ya no están sometidos al control del conjunto de la ciudadanía, como los bancos centrales, el FMI, etc.
Por otro lado, la hegemonía ideológica del liberalismo ha hecho que finalmente el sentido común de una gran mayoría de ciudadanos identifique como valores democráticos aquellos que no son más que valores liberales: cuantas más libertades individuales, más democracia.
Lo cierto es que el problema de la democracia no es si va a haber más o menos libertades individuales. El problema de la democracia se centra en qué libertades se van a restringir, qué libertades se van a ampliar y, especialmente, quién va a decidir sobre ello y, por tanto, en función de qué intereses.
Frente a una situación de emergencia como la actual pandemia es evidente que algunas cosas han de cambiar, porque los poderes públicos deben tomar medidas y muchas de ellas son medidas de control sobre los ciudadanos y la población en general. Recortar libertades individuales no es necesariamente negativo, es más , desde una perspectiva progresista, en estos momentos se deberían recortar algunas libertades que sólo benefician a los individuos de algunas élites sociales y económicas. Por ejemplo, la libertad de las grandes fortunas para hacer maniobras financieras y eludir el pago impuestos, la libertad de estas grandes fortunas para hacer donaciones de caridad para lavar su imagen, la libertad de reducir los costos de las empresas sólo a base de despedir trabajadores. Hoy ante la pandemia deberían reducirse libertades como: la libertad de desplazarse a segundas residencias para disfrutar de los días de confinamiento, la libertad de no someterse a controles médicos generales y sistemáticos cuando el interés de la salud pública lo reclama, la libertad de gestión para maximizar beneficios económicos de las empresas privadas del sector de la salud, desde aseguradoras de salud privadas hasta empresas farmacéuticas, etc.
También, en sentido contrario, desde posiciones conservadoras o reaccionarias, se podrían tomar medidas de recortes de libertades para desproteger a las clases populares: la libertad de manifestación, expresión y crítica pública, la libertad de información, la libertad y el derecho de ejercer presión a favor de los desfavorecidos a través de acciones como las huelgas, etc.
Por lo tanto, el problema no se expresa a través del típico mantra liberal de si va a haber más o menos libertades individuales, libertades que finalmente acaban siendo definidas en función de los intereses de las élites socioeconómicas. El problema consiste en decidir qué libertades se van a reducir o ampliar y, sobre todo, quién lo va a decidir.
Las democracias liberales han utilizado el argumento de la superespecialización que requiere la gestión de la economía capitalista globalizada para orientar al sistema hacia uno más liberales y casi nada de democráticas
El peligro real para la democracia se centra en el lugar dónde reside el poder efectivo y quién lo detenta. El estado pandémico puede girar más aún hacia una concepción de carácter tecnocrático, según la cual las grandes amenazas sólo pueden ser gestionadas por expertos y, por lo tanto, se deben reducir los mecanismos y los procedimientos de ejercicio del poder político por parte del pueblo y de las clases populares mayoritarias. Este proceso ya está muy avanzado en las democracias liberales y para ello se ha utilizado el argumento de la superespecialización que requiere la gestión de la economía capitalista globalizada. Por ello, las democracias liberales hoy tienen mucho de liberales y casi nada de democráticas.
El estado pandémico podría suponer poner el punto final al componente democrático de las democracias liberales. Se argumentará que los nuevos escenarios globales son extremadamente complejos y repletos de riesgos y que, por ello, se deben tomar decisiones inmediatas y centralizadas orientadas por expertos. Por todo ello, el pueblo y los sectores populares quedarían al margen de la definición de las políticas a aplicar. En este escenario las élites socioeconómicas acabarían por colocar exclusivamente a sus gestores “expertos” políticos, económicos, técnicos y científicos en los espacios de toma de decisiones importantes para defender y promover sus intereses.
En esta situación el polo democrático de la democracia liberal habrá desaparecido, mientras que el polo liberal, refundado como neoliberal, se manifestará en su máximo apogeo. El liberalismo habrá fagocitado a la democracia y, para legitimar la nueva situación, se difundirá definitivamente entre los ciudadanos la idea de que hay democracia porque hay liberalismo, mientras se denunciará como populismo todo lo que sea realmente democracia y no puro liberalismo.
Defender la democracia no es defender, en abstracto, que haya más libertades individuales o que se mantengan las existentes o que no existan controles de los Estados. Defender la democracia es defender la soberanía popular y que sea a partir de esta soberanía cómo se decida qué libertades se deben recortar o anular y qué otras libertades se deben crear o ampliar. En ello consiste el conflicto ideológico y político y la democracia se define por el hecho de que es el pueblo, no las élites, quien decide sobre ello.
La situación de emergencia y excepcionalidad en el orden social creada por la pandemia de la covid 19 ha hecho que salten las alarmas respecto al futuro que le espera a la humanidad. Numerosos periodistas, líderes de opinión e intelectuales muestran una extremada preocupación ante el peligro de que las medidas...
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Xavier Ruiz Collantes
Catedrático del Departamento de Comunicación de la UPF. Su último libro es La construcción del relato político (Aldea Global).
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