1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

  314. Número 314 · Noviembre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 3.340 Conseguido 91% Faltan 16.270€

(des)información

Pandemia de mentiras sobre el coronavirus: así amenaza nuestra salud y la democracia

Hoy, más que nunca, la verdad se ha convertido en una cuestión de vida o muerte

Alberto Quian 21/04/2020

Pedripol

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

Este artículo no reproduce ninguna de las falsedades que circulan por Internet sobre el SARS-CoV-2 para no amplificar la mentira. Es un repaso a evidencias y advertencias científicas contra la epidemia de desinformación que acecha al conocimiento y, por lo tanto, a la verdad contrastada sobre este nuevo virus, fundamental para tomar decisiones que preserven la salud de los ciudadanos y de sus derechos y libertades. Gobiernos, partidos políticos, prensa y redes sociales están en el centro de la mayor tormenta sanitaria, política, económica y social que ha sufrido la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora es el tiempo para el gobierno de la ciencia. 

--------- 

Una pandemia amenaza con llevarnos primero al caos y luego al totalitarismo: la desinformación. Si el coronavirus SARS-CoV-2 supone el mayor desafío para el bienestar de la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial, los bulos y las teorías conspirativas que infectan Internet y que se propagan principalmente desde redes sociales –pero también por medios propagandísticos y sensacionalistas– sobre este virus son, seguramente, la mayor amenaza que han enfrentado las democracias y la seguridad de los ciudadanos en las últimas décadas. La comunidad científica avisa: la pandemia desinformativa (o infodemia) es, potencialmente, tan peligrosa para la sociedad como el propio brote vírico. 

Los virus son parásitos que no pueden subsistir por sí solos. Sin un huésped que los acoja, su existencia es muy corta y su capacidad de propagarse, nula. Así que buscan cómo introducirse en organismos vivos para alimentarse de sus células y multiplicarse, creando réplicas de sí mismos. Esto es lo que sucede con el coronavirus SARS-CoV-2, la gripe o el VIH, por ejemplo, pero también con el virus de la mentira en Internet. 

Redes sociales como Facebook, Twitter e Instagram, o servicios de mensajería instantánea como Whatsapp son una suerte de metaorganismos con cientos de millones de células (sus usuarios) susceptibles de hospedar el virus de la mentira, replicarlo y propagarlo exponencialmente. No hablamos, por lo tanto, de redes sociales, sino de redes infecciosas donde la desinformación encuentra sus mejores huéspedes (que ‘viral’ sea la palabra más asociada a las redes sociales, enfatizada y adorada por sus usuarios –especialmente por los llamados influyentes o aspirantes a ese estatus vírico–, es una prueba clara de la naturaleza infecciosa de estos espacios virtuales para la comunicación de las masas). 

Aunque tenemos una vacuna contra este virus –la información veraz y contrastada–, esta se ha mostrado ineficaz cuando se aplica en las redes infecciosas de Internet, donde la capacidad de propagación exponencial de la mentira supera la capacidad inmunitaria de la verdad contrastada. Su velocidad y escala es tal, que no se ha encontrado la manera efectiva de frenar el contagio de la mentira y erradicar esta enfermedad global que afecta al bienestar político, económico y social. 

La comunidad científica avisa: la pandemia desinformativa (o infodemia) es, potencialmente, tan peligrosa para la sociedad como el propio brote vírico

Esto lo saben los virólogos de la información: estudios científicos han constatado que la información falsa llega más lejos, más rápido y a más gente que la verdadera. Por ejemplo, un estudio publicado en Science –una de las revistas científicas más prestigiosas del mundo– demostró, como decíamos, que las informaciones falsas se difunden “significativamente más lejos, más rápido y más profunda y ampliamente” que las verdaderas “en todas las categorías de información”, aunque el impacto es “más pronunciado” en el caso de las noticias políticas falsas, que, al fin y al cabo, son las que tienen mayor capacidad de influir en la opinión pública y en el comportamiento de la gente.

Y lo más grave: “Al contrario de lo que se cree, los robots aceleran la difusión de noticias verdaderas y falsas al mismo ritmo, lo que implica que las noticias falsas se extienden más que la verdad porque los humanos, no los robots, tienen más probabilidades de propagarlo”. La mentira no es, por lo tanto, un mal tecnológico, sino una enfermedad humana. 

COVID-19, la pandemia perfecta para conspiranoicos

La mentira política no es la única que se expande por la Red. La salud es un área muy productiva para los fabricantes de mentiras virales, sabedores de que es uno de los temas que más preocupa a los ciudadanos y que más consultas e interés suscita en Internet –donde muchos contenidos son de dudosa o nula calidad y fiabilidad–, desde búsquedas en Google, hasta el consumo de vídeos en plataformas como YouTube, pasando por una abrumadora presencia de pseudoexpertos y pseudocientíficos que propagan información falsa, peligrosos consejos y opiniones sesgadas en redes sociales. 

Su velocidad y escala es tal, que no se ha encontrado la manera efectiva de frenar el contagio de la mentira y erradicar esta enfermedad global

Un ejemplo: expertos avisaron en marzo de 2019 del auge de informaciones falsas relacionadas con la salud; fue en el XXVI Congreso Nacional de Medicina General y de Familia, celebrado en Santiago de Compostela por la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia (SEMG), donde se presentó la I Guía contra los bulos en Atención Primaria I. En esta se advierte: “La proliferación de falsas noticias en el ámbito sanitario puede tener consecuencias graves para la salud pública. La difusión de bulos ocasiona, por ejemplo, que haya personas que utilicen terapias alternativas contra el cáncer y sean propensas a rechazar los tratamientos convencionales, por lo que tienen mayor riesgo de muerte”. 

También se destaca que “la alta incidencia de los bulos de salud y las fake news en las distintas áreas de la Atención Primaria se hace más evidente en las redes sociales, sobre todo en Twitter”. 

En el caso de la crisis mundial por la pandemia del coronavirus SARS-CoV-2, las mentiras también están triunfando. Así lo evidencia, por ejemplo, el informe Bulos sobre coronavirus, editado por el Instituto #SaludSinBulos, una iniciativa de la agencia de comunicación Com Salud en colaboración con la Asociación de Investigadores en eSalud (AIES), para la que se ha creado una red de colaboradores formada por profesionales sanitarios, representantes de asociaciones de pacientes, periodistas y organizaciones científicas y médicas. Su objetivo: “Combatir los bulos de salud en internet y las redes sociales, y contribuir a que exista información veraz y fiable en la Red”. 

“Alucinadas conspiraciones sobre el origen de la epidemia y remedios falsos para la COVID-19 siguen copando las conversaciones de Twitter”, han advertido desde este instituto. 

Un trabajo de investigadores de la Facultad de Medicina de la Universidad Americana de Beirut (Líbano) ha concluido –en base al análisis de mensajes publicados en Twitter marcados con 14 hashtags relacionadas con la pandemia de coronavirus– que “la desinformación médica y el contenido no verificable relacionado con la epidemia global de COVID-19 se propagan a un ritmo alarmante en las redes sociales”. Detrás de esas informaciones erróneas o falsas están usuarios no expertos en salud. 

Aunque muchos trabajos se centran en Twitter por la facilidad que ofrece esta plataforma a los científicos para descargar y analizar datos masivos, el problema se expande por todas las plataformas sociales. Un estudio sobre los vídeos que se publican en YouTube relacionados con la actual pandemia constata que “el contenido médico de estos videos es subóptimo y debe mejorarse”, para lo cual sus autores piden a las agencias gubernamentales e internacionales de salud que “aumenten su presencia en línea y consideren YouTube como una fuente popular para la difusión de información confiable”. 

En un artículo publicado en el medio especializado en información científica The Conversation, titulado en su versión en español El coronavirus es un campo abonado para los ‘conspiranoicos, Daniel Jolley – profesor titular de Psicología en la Universidad de Northumbria, en Newcastle (Reino Unido)– y Pia Lamberty – investigadora en Psicología Social y Jurídica en la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz (Alemania)– exponen: “La creencia de que los poderes malignos traman un plan secreto está muy extendida en todas las sociedades, y a menudo hacen referencia a la salud. Una encuesta realizada por YouGov [firma internacional de investigación de mercados y análisis de datos basada en Internet] en 2019 reveló que el 16 % de los españoles que respondieron a las preguntas creen que el virus del VIH fue creado y esparcido por todo el mundo por un grupo secreto. Mientras, el 27 % de los franceses y el 12 % de los británicos que se sometieron al cuestionario tenían la convicción de que ‘se estaba ocultando de manera deliberada al público la verdad sobre los efectos nocivos de las vacunas’”. 

Un estudio sobre los vídeos que se publican en YouTube relacionados con la actual pandemia constata que “el contenido médico de estos videos es subóptimo y debe mejorarse”

El problema es de tal magnitud, que la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) ha creado un espacio web para intentar frenar el virus de la mentira sobre el SARS-CoV-2, desmintiendo los bulos que se expanden por Internet sobre este virus. Una plataforma de información contrastada médicamente, veraz y útil para la población, que defiende y promociona la comunidad científica y sanitaria. 

En un artículo publicado en Journal of Clinical Nursing, un grupo de enfermeras de Hong Kong plantea que frente a los “niveles sin precedentes de información errónea, teorías de la conspiración, noticias falsas y rumores relacionados con la COVID-19”, que ponen en peligro la lucha contra la pandemia, es necesario recurrir a fuentes confiables como el espacio web abierto por la OMS

“Las redes sociales y noticias sensacionalistas sobre el brote han generado pánico y desconfianza en el público en general, no solo desviando la atención de la respuesta al brote, sino también dificultando las actividades de los profesionales de la salud, ya en sí saturados”, lamentan estas enfermeras, que censuran la proliferación de mensajes y anuncios sobre falsos remedios caseros y naturales para prevenir y curar el coronavirus que no solo son estériles, sino que en algunos casos también “pueden producir efectos contraproducentes” en la salud.

Tristemente, “el pánico en las redes sociales viaja más rápido que la propagación de COVID-19”

Las democracias, la historia y la salud pública, en peligro

La victoria de la mentira es la derrota de la libertad. Cualquier forma de totalitarismo se sustenta en la distorsión o borrado de hechos y datos, y en el exterminio de la verdad. La libertad de cada individuo y la colectiva reside en el conocimiento (obsérvese que ‘ciencia’ es una palabra que proviene del latín scientĭa, cuyo significado es ‘conocimiento’). En base al conocimiento podemos tomar decisiones razonadas: qué opción política es la mejor, por qué es importante reciclar, por qué debemos vacunarnos o por qué tenemos en estos momentos que confinarnos en casa para evitar la propagación del coronavirus. Sin ese conocimiento, estamos abocados a subsistir en la ignorancia –y, por lo tanto, en el miedo– y a ser controlados por aquellos que secuestran o aniquilan el conocimiento para tomar decisiones por y sobre nosotros. Ser libres para tomar decisiones por nosotros mismos –como individuos y como colectivo– es el pilar de la democracia. 

Las factorías de la mentira han existido siempre, pero es en momentos de crisis – políticas, económicas, sociales, sanitarias o naturales– cuando su cadena de producción se pone a pleno rendimiento. Y ahora, más que nunca. Las redes (sociales) de infección en Internet son un extraordinario canal de distribución de la mentira; el mayor, más rápido y efectivo jamás creado. Su escala web (global) y su inmediatez hacen de estas la mayor arma de destrucción masiva de la verdad que ha conocido la humanidad. 

La victoria de la mentira es la derrota de la libertad. Cualquier forma de totalitarismo se sustenta en la distorsión o borrado de hechos y datos, y en el exterminio de la verdad

Volviendo a Jolley y Lamberty, estos nos recuerdan que “las teorías de la conspiración no son exclusivas de nuestro tiempo o cultura actual”. También enfatizan que estas “tienden a surgir en situaciones de crisis social, como cuando tiene lugar un atentado terrorista o suceden cambios políticos repentinos o recesiones económicas. Así pues, las teorías conspirativas se multiplican en períodos de incertidumbre y amenaza en los que buscamos el sentido a un mundo sumido en el caos, con similares circunstancias a las que se producen con los brotes víricos, lo cual explica el alcance de las teorías de la conspiración en relación con el coronavirus”. 

Jolley y Lamberty nos remiten, entre otros, a un estudio de científicos de la Universidad Libre de Amsterdam (Países Bajos) y de la Universidad de Kent (Reino Unido) en el que se enfatiza “el vínculo entre situaciones de crisis social y la creencia en las teorías de conspiración”, que, insistimos, no son algo nuevo, sino que “han prevalecido a lo largo de la historia de la humanidad”. 

“La evidencia sugiere que los sentimientos aversivos que las personas experimentan cuando están en crisis (miedo, incertidumbre y la sensación de estar fuera de control) estimulan una motivación para dar sentido a la situación, aumentando la probabilidad de percibir conspiraciones en situaciones sociales”, explican los autores de ese estudio, Jan-Willem van Prooijen y Karen M Douglas. 

Pero hay una siguiente fase que sucede al proceso de formación de las teorías de la conspiración, cuando estas “se convierten en narraciones históricas que pueden extenderse a través de la transmisión cultural”, formando “la base de cómo las personas posteriormente recuerdan y representan mentalmente un evento histórico”. Es así como, por ejemplo, en el contexto de la crisis sanitaria que vivimos actualmente, se intenta construir un relato ficticio –lo que los populistas y fabricantes de la posverdad llaman “hechos alternativos– sobre el origen del coronavirus –situándolo en laboratorios imaginarios, por ejemplo, algo absolutamente desmentido por la comunidad científica–, para que perviva y se imponga a la  evidencia científica de su origen zoonótico (las zoonóticas son un grupo de enfermedades infecciosas que se transmiten de forma natural de los animales a los seres humanos), al igual que ha sucedido con el VIH (pese a las pruebas científicas de que este se transmitió de monos a humanos y el origen de la epidemia del sida ha sido situado en 1920 en Kinshasa –capital de la República del Congo–, no son pocos los que han mantenido la falacia de que es un virus de laboratorio, o incluso que no existe). 

Las creencias en teorías conspirativas relacionadas con la salud nos ponen a todos en peligro, pues uno de sus pilares es poner en duda a las llamadas autoridades sanitarias, sugiriendo que estas trabajan al servicio de un poder maligno que solo busca causar daño a la humanidad (solo una persona enajenada puede pensar que científicos de todo el mundo, con ideologías, culturas, intereses, problemas y experiencias vitales distintas, se pueden poner en secreto de acuerdo entre ellos y con gobernantes de todo el planeta para causar mal). Es lo que sucede, por ejemplo, con el movimiento antivacunas, con estúpidas teorías conspiranoicas de fanáticos que ponen en riesgo las vidas de sus hijos y de los demás

Como bien señalan Jolley y Lamberty, “investigadores han demostrado que las teorías conspirativas relacionadas con emergencias médicas tienen el poder de incrementar la desconfianza en las autoridades sanitarias, lo cual puede traducirse en dificultades a la hora de que la población tome medidas para protegerse”. No extrañan, por tanto, los ataques furibundos –principalmente desde movimientos populistas y de ultraderecha, negacionistas de las evidencias científicas– que ha recibido en España el doctor Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad. Tampoco debemos olvidar la inculta y perversa declaración del líder del Partido Popular, Pablo Casado, acusando al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, de “parapetarse en la ciencia” en la crisis del coronavirus, cuando no existe otra solución a este problema que la científica. 

Investigadores han demostrado que las teorías conspirativas relacionadas con emergencias médicas tienen el poder de incrementar la desconfianza en las autoridades sanitarias

Negacionistas de la ciencia, populistas y conspiranoicos nos ponen a todos en peligro. Basta con que unos pocos les hagan caso, den credibilidad a sus falacias y se salten las normas y consejos sanitarios para exponernos a todos a un virus letal. Y no solo esto, también nos sitúan al borde del odio y del caos social. 

“La expansión de las teorías de la conspiración de tipo médico también pueden tener graves consecuencias para otros sectores sociales. [...] el brote del coronavirus ha dado lugar a un aumento en todo el mundo de los ataques racistas contra personas con rasgos físicos típicos de los países de Extremo Oriente”, lamentan Jolley y Lamberty. 

Las enfermeras hongkonesas antes citadas también denuncian la ola de odio y racismo contra ciudadanos orientales y que ha golpeado incluso a profesionales de la salud. “La BBC informó de que a un enfermero filipino de cardiología en Inglaterra se le pidió que ‘dejara de propagar el virus’ cuando estaba usando el transporte público”, ponen como ejemplo. 

“Estos niveles de xenofobia y racismo son absolutamente abominables y no tienen cabida en una sociedad civilizada moderna”, critican las enfermeras, que nos recuerdan que, “desafortunadamente, el racismo frente a los desastres humanitarios tiene una historia mucho más larga que la del brote actual de COVID-19”. 

Que líderes mundiales como Donald Trump e incluso algunos medios hayan denominado al SARS-CoV-2 como “el virus chino” es un síntoma más de la enfermedad racista que se propaga por el planeta. 

Estos brotes también se han dado en España con expresiones de odio a la población de Madrid, foco principal de la epidemia aquí. Y no son pocos los ciudadanos españoles que han sufrido episodios de xenofobia en el extranjero a raíz de esta pandemia. 

La pandemia de informaciones falsas no es el único problema. “Relacionado con la infodemia está la llamada geodemia de consideraciones geopolíticas y el populismo nacionalista que parece que se está poniendo por delante de la ciencia en el control de la epidemia vírica”, observan Gabriel M. Leung y Kathy Leung, del Centro Colaborador de la OMS para Epidemiología y Control de Enfermedades Infecciosas en la Universidad de Hong Kong. 

La epidemia vírica, la infodemia y la geodemia cierran un triángulo donde se pueden extinguir millones de vidas, el conocimiento y el bienestar económico de una amplísima parte de la población mundial. 

La mala ciencia y el mal periodismo 

John P.A. Ioannidis, uno de los científicos de más renombre en el mundo –profesor en la prestigiosa Universidad de Stanford en los departamentos de Medicina, Epidemiología y Salud Pública, y Datos Biomédicos y Estadística–, ha advertido de la existencia de una “epidemia de afirmaciones falsas y acciones potencialmente dañinas” en relación con la crisis mundial del SARS-CoV-2. 

En un artículo publicado en la revista científica European Journal of Clinical Investigation, Ioannidis apunta a dos focos de desinformación, o de información errónea. Uno es la urgente producción científica no revisada por pares que se está lanzando en la web como prepublicaciones (los conocidos en jerga científica como preprints, en inglés). Si bien es cierto que una emergencia global sin precedentes como la de la pandemia de la COVID-19 requiere de una ciencia más ágil y efectiva –más apegada a la actualidad, algo a lo que no está acostumbrada por sus complejos, pero necesarios, procesos de producción, evaluación y publicación–, la publicación en masa de investigaciones que no han pasado el filtro de calidad de la revisión por pares eleva notablemente las posibilidades de que otros científicos y periodistas utilicen información y datos erróneos, sesgados, no contrastados o incluso falsos, agrandando la bola de nieve de la desinformación. Esto, por supuesto, no debe poner en cuestión la enorme y valiosísima labor que, en su conjunto, está realizando la comunidad científica internacional para comprender este nuevo virus y aportar soluciones. Pero debe tomarse en cuenta en el obligado ejercicio para cualquier científico y periodista de saber diferenciar entre buena y mala ciencia. 

Para evidenciar el problema al que nos exponemos, Ioannidis expone varios ejemplos. Uno de ellos, el más demostrativo, es el trabajo que firmaron varios investigadores del Instituto Indio de Tecnología y la Universidad de Delhi, un preprint publicado el 31 de enero de 2020 –cuando apenas estábamos empezando a conocer la existencia de la epidemia–, en bioRxiv, una plataforma web impulsada por el Cold Spring Harbor Laboratory –instituto estadounidense referente en el mundo en investigación biomédica–, donde se publican de manera rápida artículos científicos que no han sido sometidos aún a una revisión por pares. 

Sus afirmaciones eran muy atractivas para cualquier productor de películas de Hollywood, pero la metodología de su estudio y sus resultados, demasiado endebles para la ciencia

Los autores de ese trabajo afirmaron haber encontrado una “increíble similitud” entre la secuencia genética del virus SARS-CoV-2 y la del VIH-1 (causante del sida), y sugirieron que esas coincidencias no “eran de naturaleza fortuita”. Sus afirmaciones alentaron a conspiranoicos y periodistas insensatos que defienden la disparatada idea de que virus de demostrado origen zoonótico son creaciones de laboratorio de malvados y malignos científicos que pretenden aniquilar a toda o una parte de la humanidad. Sus afirmaciones eran muy atractivas para cualquier productor de películas de Hollywood, pero la metodología de su estudio y sus resultados, demasiado endebles para la ciencia. El artículo fue retractado por sus propios autores a las 72 horas de su publicación, tras un aluvión de críticas, pero el daño ya estaba hecho. Se convirtió en el trabajo científico más compartido de toda la historia en las redes sociales hasta el momento, “alimentando las teorías de la conspiración sobre científicos que fabrican virus peligrosos y ofreció munición a los negacionistas de las vacunas”, lamenta Ioannidis.

“Con más de 20.000 tuits y 56 noticias publicadas en distintos medios de comunicación, algunos de tanto alcance como The Angeles Times, The Guardian, The Scientist, Foreign Affair, Newsweek… el preprint y la información derivada de él se hizo viral”, explican Emilio Delgado López Cózar y Alberto Martín Martín, investigadores de la Facultad de Comunicación y Documentación Universidad de Granada.

Sin embargo, la inmensa mayoría de los científicos no cayó en la trampa. No solo fue la propia comunidad científica la que advirtió de los desaciertos de esa investigación, también la ignoró. Hasta mediados de marzo, ese artículo había recibido “solo dos citas de acuerdo con Google Scholar, una de un artículo que explora el impacto mediático de los preprints en la crisis del coronavirus, y otra de un trabajo que refuta directamente los resultados del estudio. Esto significa un impacto científico, medido en términos de citas, ínfimo”, destacan los investigadores de la Universidad de Granada. 

Pese a que la comunidad científica tiene mecanismos diversos de control que, tarde o temprano, detectan y corrigen defectos o errores, no sucede lo mismo con la impulsiva e irracional comunicación de masas en las redes infecciosas de Internet, donde, como ya hemos dicho, la mentira se expande más rápido y ampliamente que la verdad. 

“Mientras que la comunidad científica ha sido capaz de permanecer inmune a una información sesgada y tendenciosa, consiguiendo la retirada del artículo de manera inmediata y castigando con el olvido al trabajo en la literatura científica, otros sectores de la población han sido muy vulnerables a quedar infectados por una información escandalosamente sugestiva que, revestida de credenciales científicas y expresada por nuevos canales de comunicación científica, es ambigua, imprecisa, sesgada y no fundamentada”, explican López Cózar y Martín Martín sobre la investigación de los científicos indios. 

El caso de este trabajo ha evidenciado la paradoja de que, a veces, “la ciencia se utiliza para apoyar las teorías de conspiración”, de manera que “lo que parece evidencia científica se usa para apoyar la idea de que no se puede confiar en los científicos”, agrega al debate Joana Gonçalves de Sá, de la Escuela de Negocios y Economía (Nova SBE) de la Universidad Nova de Lisboa, en un artículo publicado en Nature

A veces, la ciencia se utiliza para apoyar las teorías de conspiración, de manera que lo que parece evidencia científica se usa para apoyar la idea de que no se puede confiar en los científicos

“El artículo ha sido retractado, pero la sugerencia de que el virus fue creado en el laboratorio es más difícil de eliminar”, concluye esta científica de datos, para quien un factor que puede explicar el fenómeno de propagación exponencial de informaciones falsas en las redes sociales podría ser el hecho de que “las personas que comparten esas informaciones erróneas sobreestimen su capacidad para comprender problemas muy complejos y experimenten una forma del efecto Dunning-Kruger”, esto es, pensar que uno sabe más sobre un asunto o tema de lo que realmente sabe, creyéndose incluso más inteligente que los expertos en una materia. “Esto puede verse exacerbado por la falta de confianza en las instituciones, ya sean gobiernos, la industria farmacéutica o los medios tradicionales”, añade Gonçalves de Sá. 

Por desgracia, este no es un mal exclusivo de las redes sociales. Cada día vemos en platós de televisión, escuchamos en la radio y leemos en prensa a periodistas políticos aleccionando a las audiencias sobre un virus –los periodistas científicos siguen desterrados–, o a artistas, deportistas, toreros y empresarios dando consejos y opinando sobre las medidas necesarias para combatir la pandemia. La irresponsabilidad periodística está siendo enorme. 

Negacionistas de la ciencia y medios sensacionalistas, una amenaza para todos 

Los negacionistas alimentan sus teorías conspiranoicas con los errores de la ciencia (no obviemos que la ciencia es humana y, muchas veces, se equivoca, pero es una actividad en la que el error se reconoce como una característica de progreso, como algo útil, como un punto para superar una adversidad y mejorar, de ahí que uno de los principios básicos de la ciencia sea la falsabilidad o refutabilidad, esto es, la capacidad de una teoría o hipótesis de ser sometida a pruebas que la contradigan; algo que nunca se da en política, por ejemplo, donde nadie reconoce perder nunca la razón, aun siendo evidente y demostrado el error o la falsedad). 

Atendiendo al contexto actual marcado por la crisis del coronavirus, los científicos Areeb Mian y Shujaat Khan, del Imperial College de Londres, señalan cómo los errores científicos –malinterpretados por bisoños, estrujados por malintencionados o mal comunicados por los propios investigadores– han causado en los últimos tiempos una “desconexión entre el consenso científico y el público sobre temas como la seguridad de las vacunas, la forma de la Tierra o el cambio climático”. Una desconexión entre ciencia y ciudadanos que “ha empeorado progresivamente a medida que la sociedad se ha dividido aún más por el clima político de hoy”, cada vez más polarizado por los populismos. Esto, dicen, “ha creado un entorno óptimo para que los grupos contra la ciencia ganen terreno y propaguen sus falsas teorías e información”. En este ambiente de progresiva desconfianza hacia la ciencia, “la crisis de salud pública que surge debido al coronavirus COVID-19 también está comenzando a sentir los efectos de la desinformación”, advierten. 

En un artículo publicado en la revista científica BMC Medicine, Mian y Khan, llaman a “promover la evidencia científica y la unidad sobre la desinformación y la conjetura”, que “han ahogado fuentes de información creíbles” sobre este virus. 

Los investigadores calcularon que existían “más de 52 millones de sitios web con información engañosa y teorías conspirativas” a mediados de marzo

Estos investigadores calcularon que existían “más de 52 millones de sitios web con información engañosa y teorías conspirativas” a mediados de marzo. Una muestra del enorme potencial de la mentira en la Red. 

“La influencia de estos falsos argumentos puede ser tan contagiosa, que puede influir en la política gubernamental, que tiene el potencial de ser fatal”, advierten estos científicos. Porque una de las grandes utilidades públicas de la ciencia es, como ya hemos mencionado, servir como herramienta fiable para tomar decisiones individuales y colectivas. Y si quienes tienen que decidir sobre nuestro bienestar, progreso y salud pública son individuos como Donald Trump en Estados Unidos o Santiago Abascal (Vox) en España –dos de los líderes de la nueva ultraderecha que ha emergido en Occidente tras la crisis económica global–, debemos estar seguros de que no lo harán en base a evidencias científicas, sino con pura ideología política. Poner nuestra salud en manos de individuos que imponen sus creencias sobre demostraciones empíricas nos arroja a la fatalidad. 

La ignorancia política no es la única amenaza para nuestro bienestar. Mian y Khan también señalan a los medios, más preocupados por “aumentar sus audiencias” que por ofrecer información veraz y contrastada. “Las principales organizaciones de medios están creando titulares dramáticos, incitando al pánico entre el público”, denuncian. 

“Si bien los profesionales de la salud aún están aprendiendo sobre el virus, los medios de comunicación ya han comenzado a especular sobre el posible impacto en la salud que el virus puede tener, y al publicar los peores efectos potenciales del virus, solo alimentan el pánico entre el público en general”, lamentan Mian y Khan. 

Otra amenaza que señalan estos científicos es la que proviene de los irresponsables y peligrosos consejos o falsas informaciones que circulan por Internet sobre presuntas soluciones milagrosas, sin base científica alguna, para la COVID-19. “Si bien muchos de estos son inofensivos, algunos son potencialmente muy peligrosos”, alertan. 

“La difusión de información falsa ahoga las fuentes creíbles y, a su vez, genera una mayor confusión pública, lo que en última instancia conduce a una mayor difusión y a una mitigación ineficiente de la transmisión del virus”, dejando a los ciudadanos “sin preparación para combatir una crisis de salud pública”, insisten estos expertos. 

Es el momento de los científicos y sanitarios, no de los políticos

Mian y Khan también advierten del peligro de politizar una crisis de salud pública mundial como la que estamos padeciendo. A nadie se le escapa que en todos los países los partidos que gobiernan o aspiran a gobernar –sean del color que sean– están realizando un importante –y extenuante para el ciudadano– ejercicio de propaganda para ganarse el favor de los potenciales votantes. 

Ante la refriega política, no son pocos los científicos que han solicitado que se centren los esfuerzos en salvar vidas y en buscar soluciones a la pandemia, y se dejen de lado en estos momentos las contiendas partidistas. Y para ello, cada gobierno –de derechas o de izquierdas, liberal, conservador, socialdemócrata o comunista– debe hacer un ejercicio poco común: “En momentos como este, el mensaje de los gobernantes debe ser coherente para que el público pueda recuperar la confianza en los funcionarios públicos”, aconsejan los investigadores del Imperial College. 

A nadie se le escapa que en todos los países los partidos que gobiernan o aspiran a gobernar  están realizando un importante ejercicio de propaganda para ganarse el favor de los potenciales votantes

En la misma línea, investigadores españoles han pedido a los líderes políticos que “no exploten la situación para obtener ganancias políticas” de esta crisis sanitaria causada por el coronavirus. 

Aunque no estemos acostumbrados, ahora, y por extraño que parezca, no es tiempo para los políticos, sino para los sanitarios y científicos. Son ellos quienes deben gobernar la situación –aunque le pese al señor Pablo Casado–, con el apoyo de la clase política y de los periodistas. 

“Los gobiernos y las figuras mediáticas deben utilizar el conocimiento de los expertos, particularmente de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades y de la OMS, para entregar información precisa y sensata para no provocar el pánico entre el público. La aparición de este virus ofrece una oportunidad para que los profesionales de la salud pública luchen unidos contra esta amenaza común. Si las autoridades sanitarias manejan, educan y abordan adecuadamente las inquietudes de las personas, existe la oportunidad de reducir el nivel de desconfianza que ha surgido por los movimientos contra la ciencia en los últimos tiempos”, exhortan Mian y Khan. 

En la misma línea argumentativa, Laurie Garrett –periodista científica que ganó en 1996 el Premio Pulitzer por una serie de artículos sobre el brote del virus del ébola en la República Democrática del Congo–, considera que “el único bastión de defensa contra el creciente pánico público, la histeria del mercado financiero y los malentendidos no intencionados de la ciencia y la epidemiología del SARS-CoV-2 es una contrainformación ágil, precisa y disponible en todo el mundo, con un gran fundamento moral y que transmita una narrativa constantemente impulsada por la ciencia”. 

En un artículo publicado en la revista médica The Lancet, Garrett asume algo que los científicos saben pero mucha gente no comprende: que la verdad “en ciencia puede y debe cambiar a medida que avanzan las investigaciones y el análisis de datos”, también en el caso de este coronavirus, “pero su resultado final debe reflejar consistentemente el empirismo, una dosis sólida de escepticismo y escrutinio, y una convicción absoluta en la diseminación temprana de investigaciones y análisis de emergencia. Y esos bastiones deben resistir los intentos de influir en sus mensajes para reflejar intereses institucionales o políticos”, advierte. 

Garrett nos recuerda lo que es una evidencia, pero algunos quieren negar por simpatías con la dictadura China: la censura del Partido Comunista, que ocultó el brote de la epidemia durante casi un mes, y sus represalias contra el médico que identificó los primeros casos, nos han retrasado en la lucha contra este coronavirus.

“Si China hubiera permitido al médico Li Wenliang y sus valientes colegas de Wuhan informar de sus sospechas sobre una nueva forma de neumonía infecciosa a otros colegas, redes sociales y periodistas, sin arriesgarse a una sanción, y si los funcionarios locales no hubiesen publicado durante semanas información falsa sobre la epidemia, puede que ahora no nos estuviésemos enfrentando a una pandemia”, expone esta experta, cuyas críticas no se ciñen al régimen chino. 

Garrett extiende su queja a más países, con sistemas políticos, gobiernos y culturas distintos: “Si los funcionarios japoneses hubieran permitido la divulgación completa de sus procedimientos de cuarentena y pruebas a bordo del abandonado crucero Princess Diamond, consideraciones cruciales podrían haber ayudado a prevenir la propagación a bordo del barco y haber prevenido a otros países sobre el regreso a casa de pasajeros potencialmente infecciosos. Si la Iglesia Shincheonji [una secta] y sus partidarios en el Gobierno de Corea del Sur no se hubieran negado a proporcionar los nombres e información de contacto de sus miembros y no hubieran bloqueado los esfuerzos de los periodistas para conocer la propagación del virus en sus filas, se podría haber evitado muchas infecciones y muertes en ese país. Si el viceministro de Salud de Irán, Iraj Harirchi, y los miembros del consejo gobernante del país no hubieran tratado de convencer a la nación de que la situación de la Covid-19 estaba ‘casi estabilizada’, incluso cuando Harirchi sufría visiblemente la enfermedad cuando se presentaba ante las cámaras, Medio Oriente podría ahora no encontrarse en grave peligro por la propagación de la enfermedad, con Arabia Saudita suspendiendo las visas a los peregrinos que quieren visitar La Meca y Medina. Ni Irán ni Arabia Saudita tienen un periodismo libre y abierto, y ambas naciones buscan controlar las narrativas a través de las redes sociales, la censura, el encarcelamiento o incluso ejecuciones. Y si la administración Trump no hubiera declarado que las críticas a su lenta respuesta a la epidemia eran un ‘engaño’, alegando que eran un ataque político de la izquierda, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos podrían haber sido presionados para realizar pruebas generalizadas a principios de febrero, descubriendo focos de transmisión del virus antes de que se dispersara ampliamente”. 

En el caso de China, la errática actitud del Gobierno y su censura al inicio de la pandemia contrasta con la labor que han desarrollado sus científicos, que “han trabajado con diligencia y eficacia para identificar rápidamente el patógeno detrás de este brote, adoptar medidas significativas para reducir su impacto y compartir sus resultados de manera transparente con la comunidad sanitaria mundial”, destaca un grupo de 27 científicos de salud pública en un manifiesto firmado en The Lancet, en solidaridad con sus colegas chinos. 

Estos científicos –pertenecientes a instituciones de Estados Unidos, España, Alemania, Reino Unido, Italia, Australia, Países Bajos, Hong Kong y Malasia– aplauden “el intercambio rápido, abierto y transparente de datos sobre este brote”, pero avisan de que este “ahora se ve amenazado por rumores y desinformación” sobre el origen de la pandemia. 

“Nos unimos para condenar enérgicamente las teorías de la conspiración que sugieren que la COVID-19 no tiene un origen natural” y que “no hacen más que crear miedo, rumores y prejuicios que ponen en peligro nuestra colaboración global en la lucha contra este virus”, exponen en su manifiesto, en el que referencian varios trabajos que demuestran “de manera abrumadora que este coronavirus se originó en la vida silvestre, como muchos otros agentes patógenos emergentes”. 

Hay acuerdo en la comunidad científica y sanitaria sobre la necesidad de disponer de información contrastada, transparente y abierta, accesible a todo el mundo, “para reducir el miedo y la discriminación” y frenar la pandemia de mentiras, además de la vírica. Y en esto es fundamental la implicación de las autoridades sanitarias y gubernamentales de todos los países.

Hoy, más que nunca, “la verdad se ha convertido en una cuestión de vida o muerte”.

----------------------

Alberto Quian es doctor en Investigación en Medios de Comunicación. Profesor de Periodismo Científico en la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) y de Periodismo de Investigación en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). 

Este artículo no reproduce ninguna de las falsedades que circulan por Internet sobre el SARS-CoV-2 para no amplificar la mentira. Es un repaso a evidencias y advertencias científicas contra la epidemia de desinformación que acecha al conocimiento y, por lo tanto, a la verdad contrastada sobre este...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Guillermo

    Estoy en desacuerdo con el contenido de este artículo, pretendiendo dar la razón a OMS, que todo el mundo sabe que está financiada por las grandes compañías farmaceúticas. . De hecho Trump ha dicho que USA va a dejar de financiarla por la pésima gestión de la pandemia del coronavirus .Tampoco se acepta oficialmente el hecho ya probado científicamente de la relación entre el 5G con la propagación del virus, dados los intereses que hay detrás de esta tecnología. Y no digamos todos los intereses creados que hay en torno a las vacunas, que aunque algunas puedan ser efectivas , los casos de efectos secundarios son tremendos con estudios científicos que lo demuestran .

    Hace 4 años 6 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí