MITO FUTBOLERO
La gente se acuerda: un adiós al Trinche Carlovich
Cuentan que el argentino estaba, como mínimo, a la altura de Cruyff, Pelé o Maradona. El miércoles, fue asaltado en plena calle por un tipo que le robó la bici y murió a causa de la caída
Santini Rose 9/05/2020
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«Los hechos y la verdad son primos lejanos, no son hermanos de sangre»
- Edward Bunker
Como muchos, conocí al Trinche Carlovich gracias a Informe Robinson. Fue en noviembre de 2011. En el primer tercio de su quinta temporada, el programa dedicó media hora al gran mito de una de las capitales mundiales del fútbol: Rosario. La tercera ciudad más poblada de Argentina, situada en el sureste de la provincia de Santa Fe, “una forma exagerada de ser argentino”, según Jorge Valdano, es cuna de una manera de entender el deporte: el jugador de potrero es artístico, desgarbado, aparentemente anárquico, habilidoso, y, en sus especímenes más destacados, te recorre la mente cuando apagas la luz y tratas de conciliar el sueño. Hablo de Lionel Messi, del Tata Martino, de Éver Banega, de Ángel Di María. Y sobre ellos, el Trinche Carlovich. “Es indiscutible –cuenta Ernesto Ricci, que jugó con él en el Gaboto, un equipo amateur rosarino–, el ídolo más grande. A Messi siempre hay quien le discute. Al Trinche, ninguno”.
El miércoles, Carlovich fue asaltado en plena calle por un tipo que le robó la bici. La caída le provocó “lesiones hemorrágicas internas”. Entró en coma. Su cuerpo no conseguía reabsorber la sangre del derrame. Ayer, durante una operación de urgencia, murió en el hospital Clemente Álvarez. Tenía 74 años. Ya hacía años que su maltrecha cadera no le permitía jugar, así que no se puede decir que el mito acabe de nacer. Sería inexacto.
“Pero cuéntame, contame”
Tres años después del documental conocí a Fernando Avilés. Nos encontramos en Barcelona. Buscábamos un futuro en el periodismo. Él había cruzado el Atlántico y yo había cogido el Talgo Murcia El Carmen – Sants. Ahí estábamos empatados, pero en el resto, uh, ni de coña: Fernando había visto mundo, sabía idiomas, tocaba tangos, tenía experiencia y eso que llaman conversación interesante. Yo era un zagal de pueblo que creía que el Nuevo Periodismo seguía siendo nuevo y que la vida era un videoclip de Pavement. El pobre todavía recordará cuando, apurando una cerveza en la Ovella Negra, me dijo de pasada que era rosarino. Le pregunté por el Trinche y levantó las cejas. “Pero cuéntame, contame”, le dije, con esa habilidad mía para convertir un intento de trazar puentes en una ofensa imperdonable. “Tenía un programa de radio –me dijo, sonriente– y llamamos al Trinche para hacerle una entrevista. Nos dijo que sí. Llega el día y nos da plantón. Una hora llamando a su casa. Nos coge el teléfono su mujer y dice que Tomás se fue al bar a tomar una cerveza con sus amigos. Terrible”. Con la misma expresión de cariño por algo que no se acaba de entender, César Luis Menotti explicaba que llamó al Trinche para jugar en la selección y no se presentó.
Se cuenta que una vez lo expulsaron y la grada se puso a abuchear y el árbitro tuvo que retractarse para que siguiera jugando
¿La excusa? Se fue a pescar con su cuñado y no pudo volver. El río había crecido. “Hicimos el programa como pudimos –continuó Fernando–, llamamos a un periodista que tenía mucha información sobre él. Le preguntamos qué tipo de jugador era. Nos respondió que era como Redondo, pero más fuerte”. El nombre de El Príncipe siempre aparece cuando se intenta trazar un perfil futbolístico del Trinche. No queda otra: de su carrera solo hay un par de minutos grabados, así que todo es relato. Todo es oralidad. José Pékerman, Marcelo Bielsa –viejo maestro de Newell´s que llegó a hacerse socio de su gran rival, Rosario Central, para verle jugar–, Valdano, Menotti, Carlos Aimar, Aldo Poy o Enrique Wolff se apresuran a nombrar a Redondo, Riquelme o Xabi Alonso. Cuentan que Carlovich estaba, como mínimo, a la altura de Cruyff, Pelé o Maradona. El propio Diego lo tenía claro: “Yo creía que era el mejor, pero desde que llegué a Rosario escuché maravillas de un tal Carlovich, así que ya no sé…me dijeron que la dejaba así de chiquitita”. Hace unos meses se conocieron. “Le hablé al oído a Diego y le dije que estoy hecho con esto, mi vida está completa y ya puedo partir tranquilo”, contaba Carlovich. Maradona le firmó una camiseta: “Al Trinche, que fue mejor que yo”.
“Saquen al número 5, por favor”
Aunque dio sus primeros pasos en Rosario Central, con el que llegó a jugar dos partidos en primera, el grueso de la carrera del Trinche se desarrolló en el subsuelo del fútbol argentino. ¿La razón? Él contaba que en Central le dijeron que iba a ser titular y, de pronto, dejó de serlo. Consideraba que le habían engañado, así que se largó. Jugó en Flandria, en Independiente de Rivadavia, en Colón de Santa Fe, en Deportivo Maipú, en Andes Talleres y en Newell´s de Cañada de Gómez, pero donde encontró lo más parecido a una estabilidad fue en Central Córdoba. Llegó en 1972, gracias a un conocido. En su primer partido marcó dos goles. Pronto se convirtió en el gran ídolo charrúa. Ganaron la Primera C en 1973 y subieron a Primera B en 1982. Y luego está lo de la selección.
17 de abril de 1974. Rosario. En el último partido de una gira de amistosos previos al Mundial de Alemania, Argentina juega contra un combinado de la ciudad entrenado por Juan Carlos Montes (Newell´s Old Boys) y Carlos Timoteo Griguol (Rosario Central). Cinco de cada equipo y un invitado: el 5 de Central Córdoba, un tipo semidesconocido, “de pelo largo y tranco cansino” llamado Tomás Carlovich. Lo que debería ser un entrenamiento para la albiceleste se convierte en un martirio. El equipo de Rosario, con Carlovich al frente enseñando su clásico doble caño, baila a la selección. Al descanso, 3-0. Cuenta la leyenda que el seleccionador, Vladislao Cap, se acercó a Montes y Griguol para pedirles que se calmaran y un ruego muy concreto: “Saquen al número 5, por favor”. Minuto 60. El Trinche sale ovacionado por todo el estadio y alcanza el vestuario. Sin esperar a que acabe el partido, se larga. Había quedado con unos amigos para cenar. Cuando le preguntaban, se encogía de hombros: “Habrá sido como dice la gente, yo no me di cuenta. Vos entrás a la cancha y ves treinta mil personas y decís: ¿Cómo voy a jugar mal? No puedo jugar mal, si no no tendría que estar acá adentro. Ese partido quedó en la historia porque fue contra la Selección, pero aquel equipo rosarino era muy bueno y todo salió así, redondo. Y la gente se acuerda mucho”.
Es una de muchas. Se cuenta que una vez lo expulsaron y la grada se puso a abuchear y el árbitro tuvo que retractarse para que siguiera jugando, que una vez no presentó el documento de identidad y le tuvieron que dejar jugar igualmente, que el precio, bajo el reclamo Esta noche juega el Trinche, era uno si jugaba y otro si no, que prefería jugar descalzo, que le anularon un gol después de un autopase que a nadie se le había ocurrido siquiera regular, que cuando fichó por Independiente de Mendoza fue tan bien recibido que después de un entrenamiento volvió a Rosario para contarle a sus amigos lo bien que lo estaban tratando y se olvidó de volver a Mendoza, que en Central Córdoba le decían ‘El panadero’ porque los lunes y martes (días de entrenamiento físico) no aparecía, que no iba a jugar si su mujer se encontraba mal. “Después entrábamos a la cancha y era el mejor –cuenta el exportero Quinto Pagés–, se las dábamos todas. Es como si lo tenés a Messi y se hace el caprichoso. Te callás la boca. ¿Qué? ¿Vas a jugar sin Messi? Jugar con Trinche era jugar con doce”. Se juntó todo: su poco profesionalismo, su necesidad de estar en Rosario, su carácter esquivo y el momento particularmente gris del fútbol argentino que le tocó vivir. “No hizo ningún esfuerzo por adaptarse. Por eso, además de leyenda, es símbolo”, remata Valdano.
En 2005 se operó por una osteoporosis gracias al apoyo económico de amigos, excompañeros, hinchas y periodistas
Después de retirarse, el hijo de Mario y Elvira, dos inmigrantes yugoslavos, siguió pisándola cada vez que pudo. Jugó en el Gaboto, un equipo veterano que pertenece al organismo que organiza torneos amateur en toda Rosario, el Club Atlético Provincial. Allí coincidió con Ernesto Ricci hace 35 años. “El tipo la rompía –comenta Ricci–. En un partido, teniendo yo la pelota, giró hacia la derecha para desprenderme de un contrario. Noto que el Trinche murmura. Le digo: ¿Qué pasa, Trinche? Dice: Es que tendrías que haber girado hacia la izquierda, porque de esa forma te quedaba un mejor panorama de toda la cancha. Era increíble”.
Desde 2002 era Deportista Ilustre de Rosario y recibía una pensión de la Municipalidad. No tenía un trabajo fijo. Vivía en 7 de septiembre, un barrio obrero al oeste de la ciudad. Pasaba el tiempo con sus nietos, viendo a Central Córdoba en el Gabino Sosa y paseando en bicicleta. Dicen que era habitual verle aparcar cuando se encontraba con cuatro críos dándole a una pelota en cualquier parque. Nunca se fue con un partido a medio. En 2005 se operó por una osteoporosis gracias al apoyo económico de amigos, excompañeros, hinchas y periodistas. Su vida dio un penúltimo quiebro en 2014, cuando murió Nancy, su esposa. “La vida te da mucho, pero te quita más, ¿viste?”, contaba entre lágrimas. En lo referente a la pelota, el Trinche siempre lo tuvo claro: “Si alguien, un ser superior, qué sé yo, Dios, me dice: Trinche, jugás 45. 45 minutos podés jugar. A estadio lleno. Y después partís para arriba o para abajo. Y yo lo juego. Y a muerte».
Yo, por mi parte, ya sé que el Nuevo Periodismo ya no es nuevo y que la vida no es un videoclip de Pavement, pero sigo poniéndole el Informe Robinson del Trinche a cualquier persona que estime mínimamente. Siempre en el mismo punto, justo cuando están a punto de ser importantes de verdad, cuando es posible que hayan venido para quedarse. Y quién sabe, quizá algún día omita a Fernando y vaya por ahí contando que fui yo quien tuvo un programa radiofónico en Rosario y que el Trinche me dejó plantado.
Descanse en paz.
«Los hechos y la verdad son primos lejanos, no son hermanos de sangre»
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Como muchos, conocí al Trinche Carlovich gracias a Informe Robinson. Fue en noviembre de 2011. En el primer tercio de su quinta temporada, el programa dedicó...
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Santini Rose
Santini Rose, seudónimo bajo el que escribe Santos Martínez (Fuente Librilla, 1992), es periodista. Hubo un tiempo en que las abuelas de su pueblo pensaban que tenía en sus manos el futuro, pero eso ya no lo piensa nadie. Autor del libro de relatos Mañana me largo de aquí (La marca negra ediciones).
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