Cholismo
El fútbol como metrónomo de la vida social
Simeone no solo ha sido responsable de la etapa más exitosa del Atlético de Madrid, sino que ha conseguido implantar su estilo y filosofía en una liga dominada por los gigantes Real Madrid y Barcelona
Rayco González 9/03/2020
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Este artículo apareció originalmente en el número de marzo de 2020 de la revista The Blizzard con el título “Innovation in Conservatism”.
Fútbol, estilos y culturas
24 de abril de 2012. Camp Nou. El Barcelona, entrenado por Pep Guardiola, está venciendo al Chelsea, entrenado por Roberto Di Matteo, 2-1. Es el partido correspondiente a la vuelta de las semifinales de la Liga de Campeones y el resultado global de la eliminatoria es de 2-2. El tanto de Ramires al final del primer tiempo implica que el Barça debe ganar por dos goles de diferencia para jugar la final dado el valor doble de los goles fuera de casa. A falta de pocos segundos para la conclusión, el Chelsea muestra claros signos de cansancio, tras haber jugado con un hombre menos desde que John Terry fuera expulsado en el minuto 37 de la primera mitad. En ese momento el balón que Xavi trata de introducir en el área es despejado por Ashley Cole. Aprovechando que los diez jugadores de campo del Barcelona están en terreno rival, Fernando Torres recoge el balón despejado completamente solo y con todo el campo libre hasta la puerta de Víctor Valdés. Estamos ante uno de esos extraños momentos del fútbol en que una sola acción reduce las opciones a dos únicas e inmediatas posibilidades: ganar o perder. El delantero madrileño cruza el balón hacia la izquierda del portero para sortearlo y lo desliza hacia la portería vacía, logrando así el pase del Chelsea en una final que permitirá al equipo blue ganar su primer y único título de la Liga de Campeones.
Si se escuchan las típicas conversaciones que se dan en un bar, se entiende fácilmente que el fútbol puede servir como metrónomo de nuestra vida social
Al día siguiente fui a mi bar habitual para desayunar. Si se escuchan las típicas conversaciones que allí se dan, se entiende fácilmente que el fútbol puede servir como metrónomo de nuestra vida social. Al entrar me vi envuelto en una acalorada conversación entre el dueño y un cliente habitual. Unas pocas líneas en un periódico abierto dejaron claro el tema de su discusión: ¡Qué injusto es el fútbol! Me uní educadamente a la conversación. “El anti-fútbol debería prohibirse”, dijo el dueño del bar. “¿Pero quién –respondí con deliberada provocación– decide qué es el anti-fútbol?” La respuesta fue inmediata: el último Barcelona, iniciado por Frank Rijkaard y continuado por Pep Guardiola, y la selección española que había ganado la Eurocopa 2008 y la Copa del Mundo 2010. Eso era fútbol, todo lo demás era anti-fútbol.
De hecho, mis interlocutores se limitaban a calcar la retórica de los sumos sacerdotes de tiquitaca –por más que Guardiola odie el término, prefiriendo el juego de posición–, un estilo hegemónico cuyos éxitos lo habían protegido de toda crítica. La acusación que siempre se lanzaba a sus detractores en aquel momento era precisamente la de “anti-fútbol”. Y en esa perenne batalla entre el tiquitaca y el anti-fútbol se enmarcaba aquella eliminatoria entre Barça y Chelsea, de la que pocos recuerdan vicisitudes o circunstancias concretas, porque, a fin de cuentas, lo importante es la reminiscencia de este sistema de valores altamente reductivo adoptado por la cultura futbolística española: el fútbol contra el anti-fútbol.
A guisa de conclusión de aquella conversación, el propietario hizo una comparación bastante común en este tipo de debates. Me dijo: “En mi bar he contratado camareros que viven su profesión con pasión y les motiva poder aprender, mientras otros lo ven como un trabajo: vienen, cobran y se van y, después, si te he visto no me acuerdo... en fin, como en el fútbol, se trabaja y se juega como se vive”. Ese punto final se me quedó en la memoria y creo entender claramente los verdaderos motivos. Unos meses antes, en diciembre de 2011, un exjugador del Atlético regresó a España para convertirse en un joven y prometedor entrenador. Sus únicos éxitos en los banquillos eran un Torneo Apertura con Estudiantes de La Plata (2006) y un Torneo Clausura con River Plate (2008). Se trataba de Diego “Cholo” Simeone, uno de los líderes de aquel glorioso Atlético que en 1996 logró el doblete, y quien, a la postre, sabría desarrollar la mejor respuesta a la hegemonía del tiquitaca. Curiosamente Simeone repetiría las mismas palabras del dueño de ese bar de viejo estilo, “se juega como se vive”, vinculando las esferas del juego y de la vida.
Nada nuevo bajo el sol, ya que uno de los hábitos culturales más universales consiste en valorar nuestras propias prácticas por aquello que no son. En otras palabras, cuando explicamos cualquiera de nuestras prácticas –que es la forma elemental de construir o explicitar su valor– tendemos a usar alguna otra práctica equivalente o contraria como unidad de medida. Para la economía, la filosofía o la semiótica, donde la llamada teoría del valor ha tenido un especial desarrollo, esto resulta evidente: el valor expresa la relación y la jerarquía entre diferentes elementos y formas culturales. Al final, las lógicas del valor agrupan y clasifican diferencias, es decir, compara y mide entre lo distinto. De hecho, cada cultura tiene sus propios sistemas de valor que explican cómo los individuos se definen a sí mismos como grupo y en relación con otros grupos. La cultura del fútbol no escapa a esta regla.
El valor expresa la relación y la jerarquía entre diferentes elementos y formas culturales. La cultura del fútbol no escapa a esta regla
Así pues, el valor no solo regula esferas separadas o aisladas de las culturas. A menudo, para valorar una actividad sociocultural buscamos comparaciones esclarecedoras y metáforas en otras esferas distantes y aparentemente incomparables. Esto ocurre, por ejemplo, cuando comparamos los códigos de conducta o de vestimenta con los estilos de alimentación; o cuando –en un caso célebre analizado por Claude Lévi-Strauss en una importante obra– algunas culturas tribales hacen equivalentes elementos que son aparentemente tan distantes como las cenizas y la miel según criterios difíciles de comprender si no se participa de los propios valores de esa cultura. Este método habitual de explicación esclarecedora y lúdica de nuestras prácticas encuentra una feliz expresión en alemán, witz, que subraya la agudeza con la que una eficaz comparación capta algún profundo significado cultural.
En nuestra cultura contemporánea el fútbol se ha convertido en un gran depósito de comparaciones y metáforas a través de las cuales valoramos y, por consiguiente, damos sentido a nuestras actividades colectivas cotidianas y a situaciones históricas. Además, cuando un estilo de juego futbolístico se acepta suficientemente, suele ocurrir un fenómeno interesante: el término utilizado para describirlo se convierte en un concepto de movimiento y expande su uso a esferas distantes de nuestra vida colectiva.
En la última década ha aparecido un nuevo término que ha marcado la historia del fútbol español, el cholismo, con el que se designa el estilo robusto y pragmático de juego defendido por Simeone. Para entenderlo, vale la pena preguntarse por su valor deportivo y por el conjunto de otras prácticas culturales que son explicadas hoy en día con este estilo.
Pero partamos de una cuestión importante: si todo estilo surge en respuesta u oposición a otro estilo contemporáneo o pasado, ¿cómo surge en el fútbol la diferenciación entre estilos de juego? El éxito es el factor fundamental. Por ejemplo, es indudable que el valor diferencial de un estilo como el tiquitaca está estrechamente ligado a sus éxitos recientes. Pese a la aparente homogeneidad que el término destila, bajo el tiquitaca se incluyen estilos de juego basados en la alta posesión de balón y en la precisión del pase corto. El origen de la palabra se pierde en la historia, aunque parece probado que fue utilizada por Javier Clemente durante los años ochenta para criticar ese estilo de fútbol de posesión que privilegiaba el pase seguro a la verticalidad.
Bajo el tiquitaca se incluyen estilos de juego basados en la alta posesión de balón y en la precisión del pase corto. Parece probado que la palabra fue utilizada en su origen por Javier Clemente durante los años ochenta
En 1994, Ángel Cappa, quien trabajó con César Luis Menotti y que en ese momento era el segundo entrenador de Jorge Valdano, escribió un artículo en El País titulado 'El tiqui y el toque', en el que explicaba los principales elementos de lo que él consideraba el núcleo del fútbol y lo que, en oposición, debería entenderse como anti-fútbol. Cappa acusaba a esta hipotética categoría estilística de hacer trampas sistemáticamente. Lo definía con una metáfora ajedrecista: “Es como pretender hacer jaque mate dando una patada al tablero y así apresurar la partida”. Desde su perspectiva, el anti-fútbol es solo “fuerza y velocidad”, mientras que su “tiqui-toque” se basa –peculiar hipótesis– en “una necesidad esencial del fútbol”.
Para él el “tiqui-toque” no es un mero entretenimiento o una opción estética, no se trata de diferenciar la poesía de la prosa como hizo Pier Paolo Pasolini en un célebre artículo, sino que este estilo se identifica plenamente con el fútbol, lo define esencialmente. En realidad, Cappa considera que el anti-fútbol alude a un problema de game y no de play, es decir, excluye el anti-fútbol del abanico de posibles variantes estilísticas válidas. Es como decir que quienes practican el anti-fútbol incumpliesen las reglas básicas del deporte.
La conexión con la concepción de Menotti es más que evidente. De hecho, Menotti escribe sus memorias (Fútbol sin trampas, 1986) bajo la curiosa forma de entrevista o diálogo con Cappa. En las primeras páginas, Cappa le pide a Menotti que defina el fútbol y él responde resumiendo su propia idea “individualista” del juego: “El fútbol como juego nace en el jugador y con el jugador, en su capacidad de creación”. Además, Menotti afirma que detrás de cualquier estilo siempre hay una herencia previa, una historia, que es la de los barrios y que el fútbol argentino, en definitiva, tiene un “estilo obrero”, cuyas características son “audacia, picardía, diversión, despreocupación”. Hurgando en la esencia del fútbol, Menotti y Cappa no pueden evitar acentuar lo individual por encima de lo colectivo, pareciendo olvidar que, en última instancia, el fútbol es un deporte de equipo.
Es imposible negar que el estilo tiquitaca debe mucho a Menotti y a Cappa, sobre todo en su apropiación histórica por el Barcelona y la selección española. El término quedó definitivamente fijado en la memoria de nuestra cultura por el difunto periodista Andrés Montes, quien lo usó como elogio del estilo de España durante las retransmisiones televisivas de la Copa del Mundo de 2006. El nuevo seleccionador español, Luis Aragonés, había revolucionado su juego, eligiendo jugadores con gran capacidad técnica y propensos al juego de posesión, lo que relegó a figuras hasta entonces importantes.
Es imposible negar que el estilo tiquitaca debe mucho a Menotti y a Cappa, sobre todo en su apropiación histórica por el Barcelona y la selección española
El estilo tiquitaca lograría su primer éxito en la Eurocopa de 2008 en Austria y Suiza. Aragonés dimitió tras conseguir el primer título de la selección en cuarenta y cuatro años, precisamente casi al mismo tiempo en que Guardiola sustituyó a Rijkaard en el banquillo del Camp Nou. La Federación Española eligió a Vicente del Bosque para reemplazar a Aragonés, buscando dar continuidad al estilo que había permitido el reencuentro con la gloria.
A pesar de los evidentes vínculos con el menottismo, el tiquitaca también tiene algunos rasgos distintivos que lo vinculan más a los estilos y las teorías de Rinus Michels y de Johan Cruyff. Hablo, por supuesto, del “fútbol total”, a partir del que el Barcelona construyó su propia identidad estilística. En este sentido, el tiquitaca también se presentó como una forma de juego colectivo cuyo propósito central era generar las condiciones idóneas para que el talento individual pudiera expresarse. Su mayor éxito histórico se produjo entre 2009 y 2010, durante cuyo periodo el Barça de Guardiola ganó el memorable ‘sextete’ y España ganó la Copa del Mundo en Sudáfrica. Pero, como siempre ocurre en la historia de los estilos de fútbol, hay un momento en el que el estilo dominante en un período comienza a ser contrarrestado por otros estilos que tratan de desplazarlo y de ocupar su hegemonía.
Desde un punto de vista particular, todos estos hechos pueden parecer poco más que fortuitas coincidencias. Pero hay una lógica de los hechos que conduce inevitablemente a cualquier estilo dominante de la acumulación de éxitos a la decadencia, es decir, de la hegemonía al fracaso. El objetivo de una ‘historia sin nombres’ del fútbol sería el de encontrar regularidades en estas alternancias de estilos y formas de juego, más allá de nombres propios. El estilo representado por el Barcelona y España alcanzó sus mayores éxitos deportivos bajo la égida del tiquitaca –aunque la variante de la selección era más ‘prudente’ que la de Guardiola–. 2012 fue un año crucial: en abril Guardiola anuncia su salida del Barça, en mayo el ultradefensivo Chelsea de Di Matteo gana la Liga de Campeones, en julio España gana su último título internacional hasta la fecha... y por último, pero no menos importante, Cholo Simeone comienza su carrera en el Atlético ganando dos títulos europeos. El 9 de mayo el Atlético vence la Europa League contra el Athletic Club de Bilbao de su compatriota Marcelo Bielsa y el 31 de agosto fulmina al Chelsea del ‘Niño’ Torres por 4-1 en la Supercopa de Europa. Así comenzó lo que muchos consideran una revolución estilística en el fútbol español: el cholismo.
Rupturas y continuidades
No sé si Simeone aplica su propio estilo de vida al fútbol o, viceversa, su estilo de fútbol a la vida. Es la pregunta habitual: ¿qué fue primero, la gallina o el huevo? La mejor respuesta tal vez sea la que ofreció Samuel Butler: “La gallina es la forma en que el huevo crea otro huevo”. O, en otras palabras, no creo que separar estas dos esferas y colocarlas en diferentes niveles sea la forma correcta de entender el relación entre el estilo de juego y estilo de vida. Tal vez sería mejor definir el fútbol como un medio para expresar diferentes formas de entender la vida. Al igual que artes como el teatro, la literatura o la pintura, el fútbol ofrece suficiente variedad estilística para que la cultura contemporánea lo considere un medio capaz de expresar sus propias cuitas y preocupaciones presentes. Observar ambas esferas como polos comunicantes nos permite entender que el concepto ‘cholismo’ no solo se construyó durante el período más exitoso del Atlético, sino mediante las discursos con los que Simeone cimentaba su sentido, bajo fórmulas de profundas enseñanzas sobre la vida misma y cuyo uso se expandió con gran rapidez merced a otros discursos, como los periodísticos, con los que a menudo chocaban.
‘Cholismo’ es, en realidad, un término acuñado por el periodista Mario Torrejón en 2012 en alusión exclusiva a este estilo de juego del Atlético de Simeone. Desde el punto de vista de las variantes del juego en España, este estilo poseía un valor particularmente innovador, ya que, como ya dije, se oponía directamente a la hegemonía del tiquitaca. Una serie de características de este último lo vinculan al denominado “estilo criollo” argentino, especialmente en su pertinaz acento en el factor individual frente al colectivo. Precisamente, el fútbol ha sido concebido habitualmente como un dualismo entre individuo y sociedad, en la que el primer término adquiere el valor de liberación y el segundo de opresión y sumisión. Esta frecuente polarización del fútbol “individuo/sociedad” tiende a deformar lo que realmente ocurre durante el juego. De esta fuerte oposición surge también el valor romántico que se atribuye tanto al estilo tiquitaca como al estilo criollo. Para muchos, ambos significan la liberación de los talentos individuales sometidos al orden colectivo del equipo.
El fútbol ha sido concebido habitualmente como un dualismo entre individuo y sociedad, en la que el primer término adquiere el valor de liberación y el segundo de opresión y sumisión
Por supuesto, el tiquitaca introduce también elementos colectivos. Es cierto que este estilo propone un nuevo equilibrio entre los polos individual y colectivo, pero lo colectivo se concibe aquí como un medio óptimo para hacer aparecer el genio individual. Podría decirse que el tiquitaca es uno de los estilos más sofisticados entre los que buscan privilegiar la improvisación individual. Tanto el Barça como España tenían un número de jugadores que introducían su propio genio en momentos específicos de los partidos: Ronaldinho, Messi, Iniesta...
Estos estilos especialmente centrados en lo individual surgen en respuesta a estilos altamente colectivos. Echemos un vistazo a algunos ejemplos históricos. Por ejemplo, el fútbol brasileño cambió en los años cincuenta cuando la individualidad se incorporó en una estructura de 4-2-4. Esta dualidad histórica del fútbol brasileño –excelentemente explicada por Paolo Demuru en su libro Essere in gioco (2014)– reaparece en otras historias nacionales. Por su parte, el fútbol argentino parece haber incorporado desde sus orígenes este antagonismo estilístico, hasta generar una especie de doble identidad nacional, como explican Eduardo Arquetti y Jonathan Wilson, entre otros. De hecho, sabemos que el fútbol contribuyó sustancialmente a la construcción del carácter nacional específico de la Argentina, la llamada argentinidad. En las canchas de los primeros años del fútbol, comenzó a afirmarse ese “estilo criollo”, celebrado por los periódicos populares como un rasgo nacional distintivo. Especialmente a partir de 1928, Borocotó, editor del diario El Gráfico, apoyó la teoría de dos fundamentos diferentes del fútbol nacional argentino.
Por un lado, aquel estilo británico, enseñado en las escuelas privadas y en los clubes deportivos, se centraba en la condición atlética del jugador y en un extremo cuidado por la organización colectiva del juego, atributos que la prensa argentina relacionaba con la sociedad industrial y la modernidad. Por el otro, el estilo criollo era asociado a la imagen de los ‘canchitas’, es decir, de los muchachos criados futbolísticamente en los potreros, jugando en los terrenos baldíos de las villas más pobres de Argentina. El canchita aprende sin maestros, labrándose un carácter astuto y cultivando el regate como expresión máxima de esta libertad en el juego, ya que ese gesto técnico representa la maña y la individualidad futbolísticas. Según Eduardo Galeano (El fútbol a sol y sombra, 1995), el regate posee el valor evocativo de un origen mítico del fútbol y de una libertad individual perdida.
En el fútbol moderno esta dualidad reaparece bajo la rivalidad de dos grandes entrenadores: Menotti y Carlos Bilardo. Si Plutarco hubiese vivido lo suficiente para poder contarlo, sin duda los habría incluido en sus Vidas paralelas después de las parejas ilustres de Alejandro Magno y Julio César, de Demóstenes y Cicerón o de Pericles y Fabio Máximo. Repletas de analogías y divergencias biográficas, las figuras de Menotti y Bilardo poseen un lugar especial en la historia como defensores respectivos de estos dos estilos nacionales antagónicos. Por un lado, el llamado menottismo representaba tanto la improvisación individual como el juego de posesión y, por otro lado, el bilardismo encarnaba el orden y el rigor tácticos, poniendo irremediablemente al jugador al servicio del equipo. El menottismo representaba los ideales del ‘gaucho’, en cuyos orígenes históricos encontramos a ese criollo rural independiente y rebelde, que no respetaba ni obedecía a la autoridad. Pero la relación entre ambos estilos es mucho más compleja de lo que podría parecer, ya que, por ejemplo, el apogeo del estilo tacticista del bilardismo llegó en la Copa del Mundo de 1986 bajo el liderazgo de Diego Maradona, el más recordado de todos los ‘canchitas’.
Simeone ha reconocido la influencia que han ejercido en su propio estilo las enseñanzas de Bilardo, a cuyas órdenes jugó en la temporada 1992-93 en el Sevilla. Esta filiación estilística vincula estrechamente al cholismo con la polarización histórica del fútbol argentino. Tanto para Bilardo como para Simeone el individuo debe estar al servicio de la colectividad. O, en palabras de Simeone, en un sistema colectivo “cada uno trabaja como la pieza de una máquina, pero el rendimiento de la pieza no vale nada si está suelta”. Es comprensible que, frente al regate que identifica al estilo criollo, el gesto técnico que mejor representa el cholismo es el tackle: el sacrificio como valor ético encuentra su mejor expresión en el pleno estiramiento de las extremidades inferiores en lucha por el balón. Sus características plásticas son las que encarnan con mayor precisión la fuerza, el vigor y la potencia que definen el sacrificio individual en favor de la colectividad. Es así como un gesto logra adquirir un significado social.
Simeone siempre ha afirmado que el sacrificio es el valor fundamental de su estilo de juego. Vale la pena recordar aquí dos momentos de la carrera profesional de Simeone relacionados a esta cuestión. El primero se produjo tras el primer gol del Atlético en el partido de ida de los octavos de final de la Liga de Campeones 2018-2019 contra el Juventus de Turín. Simeone lo celebró con un ostentoso magreo de sus genitales. Al final del encuentro intentó explicarlo: “Significa que tenemos muchas pelotas”, en clara referencia al coraje de sus jugadores. De modo semejante, al final del partido de vuelta de la semifinal de la Liga de Campeones contra el Chelsea en 2013-14, Simeone rindió homenaje a la agónica victoria de su equipo agradeciendo a las madres de sus jugadores “porque nacieron con pelotas así de grandes”, haciendo otro gesto criticado públicamente en su momento. Estos gestos, por obscenos que sean, están cargados de un gran potencial expresivo, ya que ambos identifican la capacidad de sus jugadores para proporcionar el sacrificio físico necesario para superar la adversidad.
Simeone siempre ha afirmado que el sacrificio es el valor fundamental de su estilo de juego. El sacrificio tiene un gran simbolismo religioso, ya que a menudo se encarna en la figura mesiánica de un líder que renuncia a sí mismo por el bien de los demás
Todos estos gestos expresan constantemente un valor, ‘sacrificio’, que define el espíritu mismo tanto del bilardismo como del cholismo. El sacrificio tiene un gran simbolismo religioso, ya que a menudo se encarna en la figura mesiánica de un líder que renuncia a sí mismo por el bien de los demás. Este gesto de renuncia explica la valencia positiva que, desde la perspectiva de estos estilos, poseen el sacrificio y otros valores afines como la generosidad y el altruismo. En todos ellos se expresa una cierta noción de la relación entre individuo y sociedad.
Sin embargo, aparece aquí una extraña contradicción. Si el cholismo representa una concepción bastante conservadora de la sociedad, considerando al individuo al servicio de la colectividad, ¿cómo es posible que haya adquirido un valor revolucionario e innovador en un momento dado de la historia? Más allá de los nombres propios de esta historia, el cholismo surge bajo la égida de varios factores que habían desestabilizado el rumbo de la historia. Tales factores, causados principalmente por la crisis económica mundial, provocaron también una crisis de identidad nacional en España y es lo que puede explicar parcialmente la expansión del término ‘cholismo’. Su uso se extendió tanto durante el año 2013 que la Fundación del Español Urgente (Fundéu) lo eligió entre los candidatos a ser “la palabra del año”. Efectivamente, el término tuvo resonancia en una amplia gama de territorios culturales: enemigos políticos, cadenas de televisión, actores y otras figuras emblemáticas se fueron declarando progresivamente como ‘cholistas’. Contra la crisis económica y política, el cholismo parecía expresar el nuevo espíritu de una época. Pero, ¿cómo es posible esta inversión de sentido? Frente a la improvisación individual del estilo criollo y del menottismo, ahora son el cálculo y el orden del bilardismo y del cholismo los que representan la rebelión . ¿Cómo ha podido darse este cambio de sentido y, por tanto, de valor?
Sacrificio y constancia
Uno de los momentos más significativos del cholismo ocurrió aproximadamente a las 21 horas del 18 de mayo de 2014 en la Plaza de Neptuno, Madrid. Una alegre multitud se había reunido allí. Muchos de los presentes iban vestidos con camisetas en cuyo frente se podía leer el lema “La historia se escribe golpe a golpe”. Cuando el speaker anunció la aparición de Simeone, hubo un entusiasmo unánime. Allí arriba, sobre el podio y frente a todos sus hinchas, lanzó su corto, aunque muy elocuente, mensaje: “No es solo una liga, es algo mucho más importante que estos chicos os enseñen a todos: si creéis y trabajáis, podéis”.
Este discurso fue escrito en 2017 en una de las paredes del túnel de vestuarios del Wanda Metropolitano, conmemorando así un hito histórico: el décimo título de la Liga del club, después de 18 años de sequía y contra cualquier pronóstico. Junto a él, toda una constelación de otras citas de importantes figuras del club como Luis Aragonés y de su propio himno: “Porque luchan como hermanos”, “coraje y corazón”(…) Esta colección de sentencias se organiza, precisamente, en torno a la idea de sacrificio, valor que también es clave para entender la identidad del club, fundamentada en buena medida en su oposición a los éxitos del Real Madrid y del Barcelona.
De hecho, sus seguidores son conocidos principalmente por su capacidad de afrontar la adversidad con resignación. El sacrificio radica en la persistente defensa de su club a pesar de los reveses históricos. El cambio que representa el cholismo radica justamente en este punto, al proponer una rebelión contra este proverbial pesimismo. Las experiencias históricas del club habían inculcado un sólido fatalismo que se condensó en el famoso epíteto de “el Pupas”, acuñado por Vicente Calderón después de aquella fatídica final contra el Bayern en 1974.
Los atléticos son conocidos principalmente por su capacidad de afrontar la adversidad con resignación. El sacrificio radica en la persistente defensa de su club a pesar de los reveses históricos
El término Pupas sedimentó un particular sentido de identidad de club, el de un estoicismo a prueba de fallos, condensando a su vez todo un sistema de valores que podríamos definir como “frustración obstinada ante un destino inevitable”. Parece que en el desarrollo histórico del Atlético, a pesar de la aparente contradicción, se está destinado a esperar lo imprevisto, algo cercano a la idea de error fatal (hamartia) de la tragedia griega clásica.
Precisamente, cuando casi nadie se lo esperaba, el ‘imprevisto’ Simeone cambió el rumbo del Atlético, ganando siete trofeos en sus primeros ocho años como entrenador. Así el cholismo coincide con el periodo histórico más exitoso del club, transformando los errores desastrosos del pasado en una secuencia histórica de triunfos. Hay un antes y un después.
Ahora bien, ¿cómo se produjo esta transformación? Creo que hay una identidad plena entre el trabajo y la vida en la figura de Simeone. Curiosamente, algunos medios de comunicación lo han relacionado con figuras revolucionarias como el Che Guevara –recuerdo una célebre portada de La Gazzetta dello Sport–, creando una ideologización solo aparentemente contradictoria. Simeone aprovechó estas circunstancias para nombrar a su club como “el equipo del pueblo”. Esta aparente contradicción está, entre otros elementos, en la forma en que Simeone asume el trabajo como su propio destino, lo cual transpira una fuerte componente vocacional que lo acerca a algunos sistemas éticos de naturaleza protestante y conservadora. Basta con recordar que el término Beruf [“vocación”] es central en los trabajos analíticos del sociólogo Max Weber, especialmente en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), con dos significados superpuestos: “vocación” y “profesión”. Este doble significado se basa en el vínculo entre las primeras sectas protestantes y el estilo de vida profesional capitalista.
El término Beruf tenía originalmente un significado divino, es decir, el trabajo era una obligación ante Dios. A medida que se secularizó con el auge del luteranismo, el término llegó a identificar la ocupación a la que el individuo da un fuerte sentido de propósito, perdiendo progresivamente su originario significado religioso. Weber entiende que el sentido del trabajo como vocación es lo más característico de la ética capitalista y se encarna en el tipo ideal llamado Berufsmensch, una persona que, en una total identificación con su ocupación profesional, carece de otro sentido de la vida más allá de un horizonte inmediato.
La figura de Simeone tiene las características de esta tipología weberiana y su vocación se expresa en diferentes elementos. El propio Simeone ha descrito su total dedicación profesional en libros y entrevistas: “Vivo el fútbol y la vida intensamente. [...] Me concentro en los objetivos que me propongo y me dedico a ellos las 24 horas del día. Para mí no hay otras cuestiones. Tengo tal grado de pasión que [...] me entrego a mi tarea”. El propósito de su tarea es obviamente la victoria: “No tengo ningún compromiso con nadie. Solo lo tengo con la victoria”. La expresión “partido a partido” expresa también esta idea de futuro inmediato.
En contraste con los estilos afines al tiquitaca, que defienden el genio individual y la libertad, el cholismo promovía un fútbol construido sobre el trabajo y la dedicación plena, relacionándose así con aquellos estilos considerados pragmáticos. Pero es sorprendente que una noción inicialmente ‘protestante’ de juego pueda interpretarse como un modelo revolucionario. El problema de esta cuestión parece residir exclusivamente en la rivalidad con los grandes ganadores del fútbol español: Real Madrid y Barcelona. Pero hay algo más. Simpatías hacia los clubes que han arrebatado títulos a los grandes siempre han existido: Valencia, Deportivo la Coruña y Sevilla son ejemplos de la historia reciente. Sin embargo, el hecho de que un estilo se convierta en un concepto de movimiento (‘cholismo’) parece revelar alguna razón más profunda.
Estilos como el criollo, el menottismo y el tiquitaca pueden ser relacionados con algunos principios y preceptos básicos del capitalismo, especialmente aquellos que promueven las libertades individuales. Por el contrario, el cholismo se centra en el orden social
El menottismo y el bilardismo también corresponden a momentos cruciales en la historia social y política de Argentina. Por ejemplo, las dos únicas Copas Mundiales de la selección argentina fueron ganadas precisamente por Menotti (1978) y Bilardo (1986) y coinciden con significativos momentos históricos: Menotti, un comunista declarado, gana su Mundial durante la dictadura, mientras que Bilardo, abiertamente defendido por las clases militares, lo gana durante el periodo democrático. Ambos parecían ir a contracorriente en momentos especialmente críticos. De forma semejante, el cholismo apareció en un momento crítico de la historia de España: por un lado, el perdurable dominio futbolístico del Real Madrid y el Barça había arrastrado a los seguidores de los demás clubes al aburrimiento; y por otro lado, la crisis económica había generado un incesante y preocupante desempleo y miedo social. En ambas áreas, un cambio de rumbo se hacía necesario.
Se necesita una figura fuerte para derrocar la hegemonía, una figura con ideas fuertes y persuasivas. Simeone construyó su imagen también con interpretaciones de sus éxitos en las que convergen vida y deporte. Un ejemplo de esto es su habitual saludo navideño donde se apropia de frases de importantes personajes históricos. Es emblemática la que tomó de Winston Churchill en 2017, condensando todo el espíritu del cholismo: “Un pesimista ve la dificultad en cada oportunidad, un optimista ve la oportunidad en cada dificultad”. En 2019 recupera una cita de Aristóteles: “Somos lo que hacemos todos los días, así que la excelencia no es un acto sino una costumbre”.
Éxito y crisis, los dos ingredientes fundamentales para que el deporte trascienda sus fronteras y convierta sus estilos de juego en estilos de vida. Desde aquella conversación en aquel bar en 2012, el tema del anti-fútbol ha ido desapareciendo del discurso mediático y cotidiano. No es que la dialéctica fútbol/anti-fútbol, que es en realidad una forma posible de expresar la vieja oposición entre civilización y barbarie, haya desaparecido definitivamente; lo que ha sucedido es que en el momento de la crisis, la dicotomía individuo/sociedad ha reaparecido sobre una nueva base interpretativa. La crisis económica de 2007 puso en duda los modelos individualistas del capitalismo tardío.
Estilos como el criollo, el menottismo y el tiquitaca pueden ser relacionados con algunos principios y preceptos básicos del capitalismo, especialmente aquellos que promueven las libertades individuales. Por el contrario, el cholismo se centra en el orden social, es decir, en el propio sacrificio por el bien social, lo que lo convirtió en una referencia para una forma específica de entender la vida en capas sociales muy diferentes. En primer lugar, la frustración del Atlético, incapaz de recuperar el camino del éxito, se transformó en optimismo. En segundo lugar, la frustración social derivada de la grave crisis encontró una nueva esperanza en un estilo de fútbol que revertió las malas expectativas del momento. En tercer lugar, la desesperación ante el dominio imbatible de los dos gigantes del fútbol nacional se transformó en una nueva expectativa. Por tanto, el cholismo puede leerse como síntoma de un periodo.
Lo que hace interesante a los estilos de fútbol en el plano social y cultural es su enorme variabilidad interpretativa: ninguno de ellos tiene por sí mismo un valor conservador o innovador. De hecho, sus interpretaciones se renuevan o cambian en cada presente histórico, de modo que un estilo centrado en el fomento de aspectos más individuales u otro centrado en el orden colectivo puede adquirir sentidos más o menos revolucionarios, según el momento histórico. ¿Debemos encontrar las causas del cholismo en determinados deseos, necesidades y expectativas colectivos de un momento histórico o, por el contrario, es el cholismo una de las causas principales que hizo emerger deseos, necesidades y expectativas colectivos?
Es difícil saberlo, de la misma manera que es imposible dar una respuesta concluyente a si el entusiasmo musical de los años cincuenta y sesenta fue anterior o posterior a los grandes disturbios de la juventud de esos años. A la pregunta de si la innovación musical de los Beatles, Bob Dylan o Peter Seeger precedió o siguió al entusiasmo político y social respondió Eric Hobsbawm: “El avance del socialismo depende de la movilización del pueblo, que recuerda más la ruptura de los Beatles que las grandes huelgas”.
La ruptura es la respuesta a los movimientos futbolísticos: la búsqueda de nuevos caminos que serán recordados y servirán como inspiración para las culturas futuras. Tal vez esto es lo que hizo que un estilo inicial y aparentemente “conservador” como el cholismo tuviera el valor de innovación en un presente pesimista. Unas veces es oportuno tomar la vida social como metrónomo de los estilos futbolísticos y otras, por el contrario, se puede leer el fútbol como metrónomo de la vida social.
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Rayco González es semiólogo miembro del GESC (Grupo de Estudios de Semiótica de la Cultura) y profesor en la Universidad de Burgos.
Este artículo apareció originalmente en el número de marzo de 2020 de la revista The Blizzard con el título “Innovation in Conservatism”.
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Rayco González
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