Responsabilidad social
Ética y empresa en una pandemia
Las decisiones que ahora se concreten afectan a la recuperación económica. Y esto no atañe solamente a los números. Va de algo más tangible: la confianza
Miquel Seguró 7/05/2020
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“La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios”. La afirmación es de Milton Friedman, premio Nobel de Economía en 1976, y asesor, entre otros, de Richard Nixon, Ronald Reagan, o George W. Bush. Promotor de la Escuela de Economía de Chicago, institución que sigue atesorando premios Nobel, su nombre continúa siendo una de las referencias ideológicas de la economía de mercado.
La frase, que da título al artículo que Friedman publicó en septiembre de 1970 en el New York Times, glosa la principal crítica que se esgrime a la importancia de la responsabilidad social corporativa, o de la empresa, y es una de las piedras de toque de la ética de la empresa. Una disciplina de la cual ahora, con una crisis sanitaria que traza en el horizonte su impacto en la economía, se presume que veremos plasmado su auténtico alcance.
El paralelismo entre la ética y la economía de empresa con la bioética y la acción biosanitaria es, en algunos aspectos, directo. En sendos casos son el profesional biomédico y el empresario los que ponderan éticamente las acciones que emprenden. Así que no es finalidad de quien se dedica a la bioética o la ética de la empresa prescribir cómo se tienen que hacer las cosas. La función de los que se preguntan por estas cuestiones sin ser profesionales en la materia, es decir, los que no profesamos como vocación esa tarea, ha sido y es describir perspectivas, a veces más plausibles, otras menos según la casuística, que amplíen las variables a considerar. Y de paso que el profesional sienta que, primero, sus problemas en el terreno cotidiano de la acción preocupan a otros segmentos de la sociedad; y, segundo, que, aun a pesar de no estar en el fragor del día a día, se intuye la gran complejidad y contradicción de las decisiones que en ocasiones hay tomar.
El momento actual no permite que la toma de decisiones sufra dilaciones. No solamente por la urgencia de los “números”, sino también porque las decisiones que ahora se concreten afectan, inmediatamente, al tiempo y al espacio de la consiguiente recuperación económica. Y esto segundo no atañe solamente a los números. Va, y mucho, de algo más tangible: la confianza.
Como con tantas otras cosas, hablamos de confianza y nos quedamos ahí. ¿Qué es? ¿Cómo se puede promover? ¿De qué modo podemos sostenerla? Para seguir pensando estas preguntas el controvertido sociólogo Niklas Luhmann escribió un libro así titulado que año a año adquiere mayor actualidad. Luhmann establece un nexo entre confianza y complejidad. La confianza no es la razón del mundo, admite, pero una visión estructurada del mundo no puede hacerse sin una sociedad que tenga su fundamento en la confianza. A más complejidad, y por lo tanto más incerteza, más sed de confianza.
Volviendo al artículo de 1970 de Milton Friedman, leemos en uno de sus primeros parágrafos: “¿Qué significa decir que ‘la empresa’ tiene responsabilidades? Solo las personas pueden tener responsabilidades”. Puede ser verdad que exista esta antropologización, pero más cierto es que sin personas no hay empresas. Sin personas que trabajen en ellas y sin personas que les permitan retrotraer beneficios, en dependencia compartida. Y lo que tampoco parece un invento es que con menos confianza se vive peor que con más confianza, lo que afecta a la economía.
La confianza, como toda palabra dada, es performativa. Se la afirma actuando. Se la valida manteniéndola. En un circuito que debería ser virtuoso, a mayor confianza prestada, mayor confianza recibida. De modo que si se construye confianza, por ejemplo haciendo todo el esfuerzo posible para mantener la seguridad y continuidad laborales, posponiendo en todo caso las decisiones más drásticas o compartiendo sus efectos, luego será más fácil propiciar, y con más legitimidad, una mayor implicación laboral por parte de todo el grupo.
Alguien podrá decir que el papel todo lo aguanta, pero que en la vida empresarial, en la cotidianidad, las cosas no van así. Entre otras razones porque entran en juego las voluntades o las instituciones. Se asume la crítica, porque las cosas son, en efecto, interdependientes. Y ya se ha dicho: una reflexión ética, es decir, del “carácter” que puede tomar una acción, queda en manos de los actores hacerla o no viable. Cada empresario toma sus decisiones, como el ciudadano responde de las suyas. Y es en conciencia con la propia deliberación donde se toma partido. Pero en todo caso hay que decidir, y en última instancia apostar. Y esto no es otra cosa que hacer un voto de confianza. La cuestión es para qué.
“La responsabilidad social de la empresa es incrementar sus beneficios”. La afirmación es de Milton Friedman, premio Nobel de Economía en 1976, y asesor, entre otros, de Richard Nixon, Ronald Reagan, o George W. Bush. Promotor de la Escuela de Economía de Chicago, institución que sigue atesorando premios Nobel,...
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