brecha técnica
El riesgo del capitalismo tecnológico en la Universidad
Las TIC han permitido adaptarse a la pandemia en tiempo exprés y dar continuidad a la docencia por vía telemática. Pero esto no debiera hacernos caer en visiones tecno-optimistas, como pueda pensar algún ministro
Joan Pedro-Carañana 28/05/2020
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Ante la situación de confinamiento actual debido a la pandemia por el covid-19, estudiantes y docentes estamos haciendo un esfuerzo muy grande para dar continuidad a la enseñanza por vía online. Muchos nos preguntamos qué será de la educación y la investigación a partir de ahora. ¿Qué pasará si se hace necesario el distanciamiento físico durante tiempo prolongado? ¿Qué pasará con la enseñanza online? Un enfoque sociohistórico puede ayudarnos a tomar decisiones en el presente.
Las universidades nacieron en la Baja Edad Media a partir de la llegada de estudiantes de los cuatro rincones de Europa. Para proteger a los nuevos viajeros de los peligros de la peregrinatio academica, las autoridades tuvieron que emitir protecciones y privilegios, mientras que los maestros y los estudiantes empezaban a organizarse en gremios o corporaciones (universitas) para cooperar, defenderse, desarrollarse institucionalmente y asegurar su continuidad.
La Estrategia Nacional para Influenza Pandémica de EE.UU. instó ya en 2006 a que los centros preparasen planes para reducir el impacto de una posible pandemia
El apoyo de los poderes públicos ha resultado clave, pero habitualmente ha sido a cambio de ejercer algún control u obtener algún beneficio, por lo que la autonomía institucional y la libertad académica se fueron erigiendo en los principales baluartes de la universidad. Humboldt, el padre de la universidad moderna, definió que la misión de la educación superior era facilitar que “el concepto de humanidad adquiera en nosotros un contenido tan rico como sea posible”, subrayando que su consecución solo se alcanzaría mediante “la acción vital”, la protección pública, la movilidad, la cooperación y la libertad. No cabe duda de que para poner en práctica estos principios sería fundamental la comunicación, el intercambio que permite poner en común.
La respuesta a la peste negra de 1348 se basó precisamente en los principios de cooperación y movilidad (a su debido tiempo, claro). Había que estrechar los vínculos entre teoría y práctica para combatir la plaga. Por ejemplo, a solicitud del rey Felipe V, los maestros de la Facultad de Medicina de París trabajaron conjuntamente para elaborar “un breve compendio de las causas remotas e inmediatas de la actual epidemia universal [...] y de los remedios saludables”. En la corona de Aragón, Martín I el Humano solicitó a los Consellers de Barcelona la protección del estudio de medicina para lidiar con la peste. La Universidad de Perugia recibió nada menos que el rango de universidad imperial por parte de Carlos IV en 1355, mediante un decreto que concedía a la ciudad el derecho permanente a albergar una universidad y procuraba ventajas económicas y seguridad para entrar y salir a todos aquellos que quisiesen estudiar, incluyendo a los que venían de tierras lejanas.
La desigual respuesta de los centros educativos a la entonces censurada y hasta hace poco olvidada gripe de 1918 mostró que la gravedad de las consecuencias disminuía allí donde se actuó más temprana y contundentemente mediante distanciamiento y aislamiento. Se cerraron muchas universidades, mientras que en otras se utilizaron mascarillas en clase, se discutió sobre el número de alumnos que debía haber por aula, se prohibieron grupos grandes o se contempló realizar exámenes al aire libre. Algunos centros mantuvieron actividades deportivas sin público. Se impulsó la investigación y la contratación médica, se abrieron enfermerías para tratar a los estudiantes y se impartieron cursos de higiene. Muchos alumnos se presentaron voluntarios o participaron en programas para realizar trabajos de cuidados y salud. Surgieron “las granjeras”, estudiantes que se pusieron a cultivar y cosechar para evitar escasez de alimentos. No faltaron pruebas de solidaridad, aunque también hubo quien instrumentalizó la epidemia para atacar a adversarios ideológicos.
Durante los siglos XX y XXI se ha ido confiriendo una importancia creciente a la protección de la salud de estudiantes, docentes y personal de administración y servicios. La Estrategia Nacional para Influenza Pandémica de EE.UU. instó ya en 2006 a que los centros preparasen planes para reducir el impacto de una posible pandemia. Incluye medidas socio-sanitarias e indicaciones para continuar las clases vía online o por radios y televisiones locales, encargarse del hospedaje y alimentación del alumnado que depende de las universidades y hacer acopio de alimentos no perecederos y equipamiento.
El caso que destaca es el de Singapur. Antes de la actual pandemia, la norma ya era entregar termómetros a los estudiantes y medirles la temperatura antes de entrar a cualquier edificio. El plan anti-pandemia incluye realizar un seguimiento y mapeo exhaustivo de los contagios mediante geolocalización y reconocimiento facial, al tiempo que se mantiene firmeza respecto a la distancia física, se cancelan los encuentros con muchas personas y se suspenden las visitas. También se ha transitado a la docencia online, si bien, a diferencia de la mayoría de discusiones, sí que se ha reflexionado sobre algunas consecuencias importantes. El personal docente recibe desde hace años cursos de formación online y las instituciones están preparadas para una transición rápida. Sin embargo, han surgido problemas con la posibilidad de plagio a gran escala en los exámenes online. Hay quien propone que solamente se evalúe como aprobado o suspenso. También se están discutiendo las consecuencias para el trabajo de laboratorio y de campo, así como para los exámenes prácticos. Además, ya tienen experiencia en separar las clases en dos grupos que trabajan alternativamente desde el aula y desde casa.
Estos casos muestran la importancia de fortalecer la colaboración y la solidaridad. Sin embargo, hay muy poca discusión sobre cómo mantener la cooperación, el diálogo y el propósito educativo de favorecer el pleno desarrollo de los alumnos en un contexto exclusivamente digital, particularmente si se da el caso de que el distanciamiento físico se hace necesario durante un tiempo prolongado.
Si se acaba imponiendo la educación online, la universidad dejaría de ser lo que es porque el aprendizaje y el conocimiento no son posibles sin la cooperación que viene con el diálogo presencial
Cuando pase la pandemia actual, quedará para siempre la amenaza de nuevos brotes hasta que pueda llegar una vacuna, nuevos virus y múltiples problemas derivados del calentamiento global. Y, sin embargo, la movilidad y la cooperación académica seguirán siendo intrínsecamente necesarias para la universidad. Ciertamente habrá que repensar el modelo mercantil de congresos académicos y las condiciones de movilidad, igual que habrá que repensar el turismo masivo y la movilidad global. Pero el diálogo presencial, las estancias de investigación y docencia o los encuentros que crean comunidad son necesarios para el intercambio y avance del conocimiento.
En el contexto del actual capitalismo tecnológico, comunicativo y cognitivo, las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) han adquirido mayor trascendencia en la educación superior. La flexibilidad horaria y geográfica que permiten, junto a sus posibilidades interactivas y la inmediatez, abaratamiento y facilidad para la producción, difusión y acceso a una cantidad de contenidos antes imposible hacen de las TIC una herramienta muy útil en la enseñanza de las universidades tanto presenciales como a distancia. En el caso de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) ayuda que haya también una parte presencial y que el alumnado suela tener mayor edad. La Universitat Oberta de Catalunya (UOC) es exclusivamente online y tiene un fuerte componente colaborativo. Pero esta forma de enseñanza es un complemento, especialmente valioso para personas que están trabajando o tienen poco tiempo, en un sistema principalmente presencial. No hay que olvidar las limitaciones del uso de TIC en la educación. Las altas tasas de abandono en las titulaciones online o el escaso éxito educativo de los anteriormente idealizados Cursos Online Gratis (MOOCs, por sus siglas en inglés) da buena muestra de las dificultades de la enseñanza exclusivamente online.
Las TIC han permitido adaptarse a la pandemia en tiempo exprés y dar continuidad a la docencia por vía telemática. El hecho de que esto no haya sido posible en ningún otro periodo histórico nos ayuda a valorar la revolución tecnológica, pero no debiera hacernos caer en visiones tecno-céntricas ni tecno-optimistas, como pueda pensar algún ministro, porque minimizan no solo las propias limitaciones de las TIC, sino también aquellas que impone el sistema social al uso educativo de las tecnologías, exagerando la bondad de sus consecuencias.
Lo más preocupante quizá sea que no es posible una enseñanza como la que hemos tenido hasta ahora en una situación de obligatorio distanciamiento físico. Si esta circunstancia se alarga y se repite, hay dos alternativas: Enseñanza online o una mejora drástica de la ratio de alumnos por profesor para que todos puedan caber en las aulas manteniendo la distancia. Las universidades no están preparadas para el segundo supuesto. Un enorme esfuerzo de financiación, coordinación y creación de nuevas instalaciones sería necesario. Algunas universidades ya han anunciado la reducción del número de estudiantes por grupo en un esfuerzo importante, si bien siguen siendo demasiados estudiantes por aula.
Cuando sea posible, sería deseable combinar presencialidad y virtualidad desde la primacía de la primera. Pero si la educación online relega a la educación cara a cara corremos serio riesgo de transitar hacia la post-universidad. Mantendría elementos de la universidad, pero ya no lo sería, porque la educación, el aprendizaje y el conocimiento no son posibles sin la cooperación que viene con el diálogo presencial.
Los límites del diálogo online suponen una menor diversidad de ideas y dificultan la construcción intersubjetiva de conocimiento
Hay evidencia de que la comunicación online no tiene la riqueza de la comunicación cara a cara. El proceso de comunicación deviene más vertical y menos participativo y dialógico. La autonomía se convierte en aislamiento y menguan las posibilidades para las muestras de respeto y aprecio, el compañerismo y la reciprocidad. Disminuye la empatía y la atención que son necesarias para la cooperación y el aprendizaje. La pantalla y el contexto de recepción dificultan el proceso de aprendizaje por identificación con el emisor e introducen todo tipo de ruido. Se reduce la capacidad de transmisión e intercambio de información y de emociones que tiene la comunicación no verbal (los gestos, las expresiones faciales, el contacto visual) y se abre más espacio a las malinterpretaciones. Se debilita el estímulo del emisor y la eficacia de la escucha. La capacidad de adaptarse a la audiencia y la auto-monitorización se ven afectadas. Lo mismo sucede con el seguimiento académico de los estudiantes y las competencias sociales que éstos puedan desarrollar mediante la práctica discursiva. Los límites del diálogo online suponen una menor diversidad de ideas y dificultan la construcción intersubjetiva de conocimiento.
El diálogo es necesario, dentro y fuera de las aulas, para aprender, conocerse y desarrollar vínculos personales y habilidades sociales. Facilita la negociación, la motivación y la concentración en un contexto de saturación tecno-comunicativa. Más aún, la interacción presencial permite todo tipo de mezclas que ayudan a que el conocimiento y la humanidad avancen. La comunicación interpersonal no mediada es precisamente la que permite poner en común los saberes mediante la movilidad, la cooperación y la libertad. La movilidad nos permite compartir espacio y tiempo, acercándonos como humanos. La cooperación nos permite producir, intercambiar y confrontar conocimientos. La libertad es ese impulso que nace del interior y que necesita ser favorecido por las circunstancias para que el pensamiento pueda ejercitarse y compartirse.
Como es bien sabido, otro factor a considerar respecto a la docencia online es que la desigualdad social se refleja en diferencias de rendimiento y certificación académica y en brechas tecnológicas. Cuanto más abajo en la escala social más dificultades para el estudio y el uso de TIC. No debiera ser necesario recordar que hay familias que se preguntan cómo pagar internet a final de mes. Tampoco que la clase social, la “raza”, el nivel de instrucción y la edad inciden notablemente en la salud. Además de afectar a las posibilidades de desarrollo humano y a la salud, tal y como muestra un estudio del prestigioso economista Jared Bernstein, puede observarse una interrelación negativa entre la desigualdad en los ingresos, la desigualdad educativa y el crecimiento económico: A menor nivel económico menores oportunidades educativas, con lo que la tasa de movilidad socioeconómica se reduce. Al mismo tiempo, las clases altas educadas suelen intervenir en el proceso político promoviendo reformas que les resultan beneficiosas y que tienen el efecto de contribuir al aumento de la desigualdad, por ejemplo incidiendo en el sistema fiscal, el salario mínimo o la inversión en educación y sanidad. Una mayor desigualdad económica contribuye a una menor igualdad de oportunidades educativas, generando una fuerza de trabajo menos capacitada y productiva y un menor consumo, lo que afecta negativamente al crecimiento económico. A su vez, un bajo crecimiento se utiliza como argumento para no abordar la desigualdad. Se deduce que la política educativa post-pandemia deberá ir acompañada de toda una serie de medidas públicas orientadas a mejorar la igualdad.
Una mayor desigualdad económica contribuye a una menor igualdad de oportunidades educativas, generando una fuerza de trabajo menos capacitada y productiva
También conviene resaltar que la enseñanza online pone a la educación bajo la mediación tecnológica de grandes empresas más o menos oligopólicas que han encontrado un nuevo nicho de mercado, lo que reduce la autonomía universitaria y puede inhibir el ejercicio de la libertad académica. La función de servicio público de la educación contrasta con la función privada de maximizar el beneficio de un tecno-mercado basado en el entretenimiento y la compra-venta de datos personales. Este modelo impulsa la creciente mercantilización de la universidad y, por tanto, la competencia frente a la cooperación, la privatización del conocimiento frente a su libre intercambio y el modelo gerencial que pone trabas a la libertad crítica. No hay que olvidar que la creciente dependencia que tienen los proyectos de investigación de financiación proveniente de grandes empresas puede comprometer los resultados. Se requiere una apuesta decidida por un marco tecnológico de servicio público y defensa de los comunes. La colaboración con centros tecnológicos, como muestra Euskadi, puede ser de gran valor.
Por último, surgen problemas prácticos que requieren resolución inmediata de la que no siempre es fácil disponer: Bloqueos de la página web por saturación, incompatibilidades, insuficiente pericia tecnológica, infinitos e-mails, la difícil decisión de cómo evaluar, la privacidad, qué hacer con la experimentación o con los derechos de autor y de imagen... Son de difícil solución, pero pueden ser abordados con tiempo, financiación, formación y personal.
La historia nos enseña que la universidad requiere protección e inversión de los poderes públicos para que pueda continuar con su misión de contribuir a la humanización de las sociedades. Esto implica la implementación efectiva de medidas socio-sanitarias, pero también asegurar las condiciones para la cooperación y el diálogo, la movilidad y la autonomía. Solo bajo estas condiciones y estas prácticas podrá la universidad ser la “vida espiritual del ser humano”, como deseaba Humboldt, y no “cosa muerta por dentro”, mera “oficina del Estado” (o de las empresas), como lamentaban Macías Picavea y Unamuno. Condiciones y prácticas para que los enormes retos que nos esperan no logren vencernos.
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Joan Pedro-Carañana, Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Periodismo y Nuevos Medios. Doctor Europeo en Comunicación, Cambio Social y Desarrollo con la tesis Las misiones de las universidades europeas y estadounidenses. Un análisis sociohistórico de sus transformaciones. Su trabajo está disponible en https://ucm.academia.edu/JoanPedroCarañana.
Ante la situación de confinamiento actual debido a la pandemia por el covid-19, estudiantes y docentes estamos haciendo un esfuerzo muy grande para dar continuidad a la enseñanza por vía online. Muchos nos preguntamos qué será de la educación y la investigación a partir de ahora. ¿Qué pasará si se hace necesario...
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