1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

  311. Número 311 · Agosto 2024

  312. Número 312 · Septiembre 2024

  313. Número 313 · Octubre 2024

Ayúdanos a perseguir a quienes persiguen a las minorías. Total Donantes 1404 Conseguido 70146€ Objetivo 140000€

MIEDO EN BRASIL

La Gestapo de Bolsonaro

Mientras los cadáveres se cuentan de a miles cada día y la política negacionista y genocida de Bolsonaro conduce al país hacia una catástrofe histórica, el presidente usa el aparato del Estado para difamar, perseguir y amenazar a sus adversarios

Bruno Bimbi 23/05/2020

<p>Bolsonaro, en una exhibición de tiro durante su viaje oficial a Israel en 2019.</p>

Bolsonaro, en una exhibición de tiro durante su viaje oficial a Israel en 2019.

Instagram

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

El mismo día en que Brasil alcanzaba el tercer lugar en el ranking mundial de muertes diarias por covid-19 –ahora ya está segundo y el martes 20 de mayo tuvo 1.179 muertes notificadas en apenas un día–, en la cloaca bolsonarista de las redes sociales y los grupos de Whatsapp comenzaron a circular nuevas fake news contra el exdiputado Jean Wyllys, el congresista abiertamente gay y activista de derechos humanos que, durante los ocho años anteriores a la elección de Jair Bolsonaro, había sido su principal enemigo político y personal. Hace más de un año que vive en el exilio, luego de haberse visto obligado a renunciar a su escaño por las amenazas de muerte que recibía, pero aún continúa en la mira del presidente y la secta de fanáticos que lo apoya.

Bolsonaro necesita desviar el foco de la pila de cadáveres que su gobierno está produciendo y las teorías de la “conspiración gay” funcionan para movilizar a sus seguidores

La banda entera se movilizó: diputados, senadores, blogueros, youtubers, el propio Psicópata de la República y sus hijos divulgaron informaciones comprobadamente falsas, tratando de vincular al exdiputado con el loco que, durante la campaña, atacó a Bolsonaro con un cuchillazo que lo ayudó a ganar la elección. El gobierno y sus aliados dicen que Wyllys instigó a Adélio Bispo, o bien le pagó para matar al candidato. Cualquier brasileño bien informado sabe que eso es absurdo, pero el presidente necesita desviar el foco de la pila de cadáveres que su gobierno está produciendo cada día y las teorías de la “conspiración gay” siempre han funcionado para movilizar a sus seguidores, que consumen más fake news que aire y agua.

Hubo memes, videos, lives, tuits, declaraciones y “noticias” falsas sobre investigaciones policiales que no existen, publicadas en páginas apócrifas que luego fueron divulgadas masivamente por los miembros de la banda. Dijeron que había pruebas de que Adélio había visitado al diputado en su oficina del Congreso, que Wyllys le había pagado los abogados, que había dejado el país para escapar de la justicia. Un supuesto “testigo” recorrió los despachos de los diputados bolsonaristas para grabar videos con acusaciones contra Wyllys que luego, cuando declaró ante la policía, no mantuvo: dijo que una persona le contó que otra había comentado que escuchó a alguien decir alguna cosa que no recuerda muy bien. Sin embargo, un senador bolsonarista llegó a amenazar en vivo por Facebook con pedir la extradición del congresista exiliado, que está en Estados Unidos, donde realizaba antes de la pandemia una estancia de docencia e investigación en la Universidad de Harvard.

Vale la pena aclarar, para quienes no leían noticias de Brasil dos años atrás, que Adélio Bispo de Oliveira, el loco que acuchilló a Bolsonaro, era un fanático evangélico que, antes del atentado, pasaba todo el día leyendo la Biblia y estaba obsesionado con teorías conspirativas sobre la masonería. En sus publicaciones delirantes en las redes sociales, defendía la abolición del Estado laico y la instauración de una “república cristiana”, atacaba las marchas del orgullo LGTB y criticaba la decisión del Supremo brasileño que reconoció el derecho a la identidad de género de las personas transexuales. Justo el tipo de persona de la que Jean Wyllys, activista gay y diputado por un partido de izquierda, podría ser un gran amigo.

El día del cuchillazo, cuando la policía le preguntó quién lo había mandado a hacer eso, Adélio respondió: “Fue Dios, desde allá arriba”. Fue absuelto por insanidad mental por el juez Bruno Savino e internado en una penitenciaría de máxima seguridad para su tratamiento. El presidente, que podría haber apelado la sentencia absolutoria, no lo hizo, de modo que el caso fue cerrado. La Policía Federal, bajo las órdenes de su gobierno, investigó a Adélio y concluyó que había actuado solo, motivado por su propia locura. El exdiputado jamás fue investigado o sospechoso de nada.

El día del ataque contra Bolsonaro, yo estaba con Jean Wyllys en la casa de nuestra amiga Noemia, en Río de Janeiro. Estábamos conversando sobre la campaña, con la televisión encendida, pero muda. De repente, uno de nosotros levantó la vista y vio las imágenes. Después que subimos el volumen y entendimos lo que estaba pasando, nos asustamos mucho y nos inundó una sensación de rabia e impotencia. No porque estuviésemos preocupados por la salud de Bolsonaro –al menos, yo no lo estaba–, sino porque entendimos que, gracias a esa herida sangrante en su abdomen, el psicópata fascista tendría más chances de ser electo. Y sabíamos –aunque aún nos costara decirlo– que si ganaba las elecciones nos tendríamos que ir del país.

Hacía varios meses que Jean andaba en un auto blindado y las amenazas de muerte eran cada vez peores: “Te voy a matar con explosivos”, “¿ya te imaginaste ver a tus familiares violados y sin cabeza?”, “te voy a quebrar el pescuezo”, “esas cámaras de seguridad que pusiste no hacen la menor diferencia”. Los mensajes llegaban con copia para su madre y sus hermanos. Soy amigo personal de Jean Wyllys desde hace casi diez años y fui su principal asesor político en el Congreso durante sus dos mandatos de diputado, pero nunca tuve el email de su mamá, que no es una persona pública, jamás apareció en los medios y vive en una pequeña ciudad del interior de Bahía. Esos delincuentes lo tenían, lo que revelaba una estructura de inteligencia por detrás de las amenazas. Jean no podía salir de casa solo, viajar en un auto particular, tomar el transporte público, ir a la playa, tomar una cerveza en un bar con sus amigos. “Me siento como si estuviese cumpliendo prisión domiciliaria, sin haber cometido ningún crimen”, me dijo una vez.

A veces, estábamos yendo a una actividad de campaña y los agentes de la policía legislativa que cuidaban su vida paraban el auto y nos hacían volver, porque habían recibido algún tipo de alerta. Tuvimos que acostumbrarnos. Si la coordinación de campaña planeaba una charla con vecinos de algún barrio, antes teníamos que preguntar al equipo de seguridad si él podía ir. Durante un evento en una ciudad del interior del estado de Río de Janeiro, un grupo de hombres armados con remeras de Bolsonaro comenzó a amenazarlo y hubo que retirarlo del local y suspender la actividad siguiente, donde lo esperaba mucha gente. Una vez, en el aeropuerto de Brasilia, empujé sin medir las consecuencias a un tipo que vino a agredirlo. Por suerte la policía llegó a tiempo.

El miedo

Después del asesinato de Marielle Franco, nuestro miedo ganó otra materialidad. Marielle era concejala en Río de Janeiro, del mismo partido. Habíamos defendido juntos la misma tesis interna en las asambleas. Era una mujer joven, negra, nacida en la favela, lesbiana, y defendía una agenda muy parecida a la nuestra. Era nuestra compañera, alguien a quien queríamos mucho, y un grupo de asesinos profesionales –que luego sabríamos que tenían relación con la familia Bolsonaro– le pegó cuatro tiros en la cabeza. Las amenazas contra Jean, cada vez más frecuentes, pasaron a tener otro significado, más real, más efectivo. Siempre aparecía aquella frase: “Ya van a ver cuando llegue el capitán”. Todo ese submundo de psicópatas, fascistas, neonazis, homófobos, misóginos y racistas, a medida que el candidato del odio crecía, se sentía empoderado, se ponía más agresivo. Precisábamos cuidarnos.

Ustedes no se imaginan lo que es andar en un auto blindado. Cuando se cierra la puerta, te imaginás todas las posibilidades y te preguntás cómo fue que tu vida se transformó en eso. Lo que yo sentía, acompañando a Jean en el asiento de atrás durante la campaña, no se compara a lo que sentía él, que era el blanco de las amenazas, pero todos vivíamos bajo mucha tensión. Recuerdo cuando conversé por primera vez, después del asesinato de Marielle, con la compañera que viajaba con ella. La recuerdo hablando del ruido de los tiros, de su cabeza agachada, del miedo, de los vidrios del coche estallando, de lo último que le oyó decir a Mari, del momento en el que finalmente entendió que estaba viva, que sólo ella estaba viva. 

Todo ese horror –y el horror actual de Brasil– no fue un accidente inevitable. Las amenazas que Jean recibía en aquellos días no habían nacido en el vacío. Al igual que las que hoy reciben otros enemigos de la famiglia Bolsonaro –periodistas, diputados, gobernadores, artistas y hasta científicos que cuestionan su discurso negacionista sobre la pandemia–, fueron resultado de una gigantesca campaña de destrucción de reputación que atacó a este exdiputado durante ocho años y lo transformó, para parte de la sociedad –una minoría, pero muy intensa– en un paria, un enemigo público. Alguien cuya vida no valía “la bala que lo mate y el trapo que limpie el enchastre”, como escribió con total impunidad la jueza Marília Castro Neves, la misma que divulgó fake news sobre Marielle. De hecho, las cloacas bolsonaristas comenzaron a difamarla –acusándola de vínculos con el tráfico de drogas– cuando su cuerpo aún estaba en la morgue. Mucha gente, infectada de odio gracias a esa mafia que ahora está en el Palacio del Planalto, estuvo de acuerdo con la jueza: personas como Marielle y Jean merecían morir.

Una investigación de la revista Veja mostró que el exdiputado era uno de los diez políticos más citados en fake news; el único de la lista sobre el que todas las noticias falsas eran negativas. Su equipo de comunicación, que coordiné en los últimos años, llegó a dedicar más tiempo a desmentir bulos y calumnias en su contra que a informar sobre sus proyectos de ley. El equipo jurídico trabajaba día y noche para conseguir que las plataformas borraran millones de mentiras que lo difamaban y llevar a sus autores a la justicia. Era un bombardeo diario, constante, infinito, y la banda tenía mucha estructura y muchísimo dinero. Cuando acabábamos con un bulo ya había otros cinco.

Los bulos

“Jean Wyllys presentó un proyecto para alterar pasajes de la Biblia”, “Jean Wyllys defiende la pedofilia”, “Jean Wyllys quiere legalizar el matrimonio entre adultos y niños”, “Jean Wyllys hizo arrestar a una profesora cristiana”, “Jean Wyllys dijo que la Biblia es una broma y que los cristianos son unos payasos”, “Jean Wyllys quiere instaurar la enseñanza obligatoria del Islam en las escuelas”, “Jean Wyllys quiere obligar a los niños a cambiar de sexo”.

El mecanismo está bien organizado: primero inventan mentiras sobre la víctima, inclusive contradictorias entre sí. Después, transforman las mentiras en virales 

Todas las semanas, millones de mensajes de Whatsapp y publicaciones en las redes sociales eran disparados a través de cuentas falsas y robots, miles de robots, que usaban como fuente sitios web apócrifos que simulaban ser portales de noticias. Mientras los grandes medios cerraban sus ediciones digitales con paywall, lo que más proliferaba eran los sitios de noticias falsas. Usaban, también, imágenes que simulaban ser un tuit que el diputado no había escrito, frases que jamás había dicho, fotos y videos editados. Varios integrantes de la banda –de la que también formaba parte la poderosa “bancada evangélica” del Congreso, representante de una de las mafias más peligrosas de Brasil– fueron condenados en los tribunales por difamar a Jean, pero era inútil. La banda tenía dinero para pagar las indemnizaciones, después de apelar varias veces. No les importaba. Hubo inclusive un político condenado por difamar a Jean que hizo una live burlándose de la jueza minutos antes de entrar a la sala de audiencias. 

El jefe de la banda era Jair Messias Bolsonaro.

Todos lo sabían, no seamos hipócritas. Jean hizo varias denuncias a la Policía Federal y, cuando quedó claro que no servía para nada, llevó el caso a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA. Después de analizar las pruebas, la CIDH emitió una resolución que constataba que la vida del diputado estaba en riesgo y reclamaba al Estado brasileño que lo protegiera. Pero eso fue poco antes de la elección de Bolsonaro. ¿Qué protección podría ofrecerle un Estado comandado por el jefe de la banda? ¿Cómo podría Jean sentirse seguro si el nuevo presidente era quien ordenaba difamarlo y amenazarlo? Un hombre que lo odiaba y que tiene vínculos con milicias, policías corruptos y asesinos a sueldo, como los que habían matado a Marielle.

No le quedaba otra: Jean renunció a su escaño y se fue del país. 

Fue muy triste: tuvo que alejarse de su familia, sus amigos, la política y hasta de sus libros, que no pudo llevarse. Yo también me fui. En primer lugar, porque tenía miedo: mis padres vivieron el período de la dictadura en Argentina y yo no quería pasar por algo parecido. En segundo lugar, porque sentía mucho asco: cuando vi el porcentaje de votos que el psicópata fascista había recibido en la escuela donde voté –por Fernando Haddad y Manuela D’Ávila, en primera y segunda vuelta–, decidí que no quería más convivir con toda esa gente que, como los alemanes de la década de 1930, fingía que no sabía lo que estaba pasando. 

Cuando tomé la decisión, no sabía aún que Jean también se iría, ni él sabía sobre mí, pero después lo conversamos y quedó todo claro. Su convicción reforzó la mía. Antes de irnos, nos encontramos, nos abrazamos y nos deseamos suerte. Dejé Brasil lleno de rabia y dolor, decepcionado y triste por el país que diez años atrás había elegido para vivir; mi segunda patria, que ahora –diría Pessoa– son dos lenguas. Recuerdo cuando llegué, cuando Lula transformaba al gigante sudamericano en modelo de progreso e inclusión social y era admirado en el mundo. Aún me cuesta creer que aquel Brasil lleno de esperanza y de futuro se haya transformado en este otro, enloquecido, enfermo, presidido por un lunático que, cuestionado por las muertes de miles de compatriotas por una pandemia que su gobierno niega, responde, perverso: “¿Y qué?”.

Chistes sobre la pandemia

Años atrás, Bolsonaro dijo que, para arreglar el país, hacía falta que murieran por lo menos treinta mil personas. Su política genocida y negacionista, que boicotea la cuarentena dispuesta por los gobernadores y receta cloroquina como remedio milagroso por televisión, ya mató a casi veinte mil. Y el presidente se ríe. Dice: “yo no soy sepulturero” y se ríe. Dice “¿y qué?” y se ríe. Sale a andar de jet ski y se ríe. Este martes, cuando la cifra de muertos diarios superó los mil por primera vez, Bolsonaro hizo una live en Facebook y contó chistes sobre el coronavirus. Chistes sobre una pandemia que está llenando su país de entierros sin funeral.

Después de varias semanas sin vernos, nos reencontramos con Jean a principios del año pasado en el aeropuerto de Barcelona. Yo llegaba a la ciudad donde aún vivo y él hacía una conexión, viajando hacia Berlín. Después, volvimos a vernos varias veces en Europa. Nuestra amistad sobrevivió al exilio y va a sobrevivir a Bolsonaro y su gobierno fascista, sobre el que hablamos a diario. Espero que un día podamos reunirnos nuevamente en algún botiquín de la Lapa, en Río de Janeiro, y celebrar con tantos amigos que hace tiempo que no vemos que la pesadilla por fin acabó. Espero que sea pronto, porque cada día que este hombre continúe en el poder habrá más muerte, más odio, más destrucción, más perversidad.

Cuando Jean reveló a Folha de São Paulo que estaba en el exilio y no volvería, el presidente fue a Twitter a celebrar: “¡Un gran día!”. Poco después, la máquina difamatoria se puso en marcha otra vez, ahora con todo el peso del Estado. Dijeron que Jean le había vendido el escaño a su suplente, que había pagado la defensa de Adélio Bispo, que la policía lo consideraba sospechoso de ser el instigador de la tentativa de asesinato de Bolsonaro y otras locuras que ahora han vuelto a circular. El propio presidente repitió las fake news ante los periodistas y se refirió a Wyllys como “esa nena que está afuera de Brasil”. La policía aclaró que el exdiputado no era sospechoso de nada y algunos medios lo publicaron, pero la desinformación viaja más rápido por Whatsapp y llega más lejos. 

Cada mentira bolsonarista, después de usada, sobrevive en las redes, latente, esperando para ser reaprovechada cuando haga falta, como ahora en este caso. Acorralado por las denuncias de corrupción, las revelaciones de su exministro de Justicia y cómplice Sérgio Moro, las renuncias de dos ministros de Salud, las revelaciones sobre los negocios ilegales de sus hijos y los números aterradores de muertos e infectados por la pandemia, Bolsonaro decidió resucitar la campaña de fake news contra Wyllys –y otras, contra otros enemigos del elenco variable de villanos del comunismo imaginario– para alimentar a la secta de perros rabiosos que lo sigue en su camino a Waco y darles un fantasma al que ladrarle. 

Así funciona lo que la prensa brasileña llama “gabinete del odio”. ¿No es impresionante que esa expresión se haya naturalizado en el lenguaje periodístico? Existe desde mucho antes de que la banda llegara al poder, como explico en mi libro El fin del armario, pero ahora se transformó en la Gestapo del presidente. Brasil se sumergió tan profundo en la mierda del fascismo evangélico-miliciano que ahora parece normal, algo cotidiano, parte del juego, que el presidente use el aparato del Estado para difamar, calumniar y perseguir a ciudadanos y ciudadanas, inclusive un exdiputado que fue obligado a renunciar y dejar el país amenazado de muerte.

El mecanismo está muy bien organizado: primero inventan mentiras sobre la víctima, que pueden inclusive ser contradictorias entre sí. Después, transforman las mentiras en virales en las redes. Sitios web financiados por la banda –cuyas operaciones son dirigidas por Carlos Bolsonaro, el hijo más desequilibrado del presidente– publican cada mentira, disfrazada de “noticia”. Bolsonaro y sus hijos la mencionan en alguna live. Los diputados de la banda hacen memes, declaraciones, y hasta presentan pedidos de investigación en el Congreso y denuncias policiales, basadas en la “información” que millones de personas ya están recibiendo en los grupos de Whatsapp. Muchas veces, las mentiras son segmentadas, valiéndose de la minería de datos, para que a cada uno le llegue aquella que más va a enojarle. En sus cultos, miles de pastores evangélicos fundamentalistas las repiten, las confirman en nombre de Dios y reciben el diezmo de los fieles. Todo eso genera una ola de odio insano entre los bolsominions y la víctima comienza a recibir amenazas.

Así ha sido con periodistas, cineastas, políticos, científicos e inclusive ciudadanos anónimos que, por algún motivo, se transformaron en blanco del Psicópata de la República y su cría. También es a través de este mecanismo que hoy divulgan información falsa sobre la pandemia, inclusive contradictoria: que el coronavirus no existe, que existe pero no es peligroso, que es un complot chino para dominar el mundo, que es invento de los medios, que a la TV Globo la paga Lula, que los gobernadores enemigos de Bolsonaro están mandando a enterrar ataúdes vacíos para asustar a la población, que la cloroquina previene y cura la infección. Así movilizan a sus fanáticos por las calles, cada vez más violentos y desatados, aumentando los contagios y amenazando a la prensa, las instituciones democráticas y los ciudadanos.

Wyllys, conejillo de indias

Pero antes de llegar a este punto, antes inclusive de las mentiras contra Haddad y Manuela –candidatos a presidente y vice del Partido de los Trabajadores en las últimas elecciones–, antes de que Bolsonaro llegara a la presidencia, el mecanismo fue usado durante ocho años contra Jean Wyllys. Fue el ensayo, el conejillo de Indias, la primera víctima. La única de las fake news que, gracias a las amenazas de muerte, consiguieron hacer realidad fue la que anunciaba que Jean se iría del país. Lo dijeron durante años y no era verdad, pero al final lo consiguieron.

¿Cómo fue posible que todo eso haya pasado a la vista de todos durante tantos años y nadie haya hecho nada para impedirlo? ¿Cómo fue posible que la Policía Federal y el Ministerio Público no hayan investigado las denuncias del diputado, que la prensa rara vez las haya publicado –y, cuando lo hacía, haya sido de la peor forma, reproduciendo las mentiras– y hasta algunos políticos de izquierda no se hayan preocupado o hayan minimizado el problema? ¿Cómo fue posible que no vieran lo que se estaba engendrando? ¿Por qué lo subestimaron tanto?

¡Porque Jean es gay!

Homosexual, maricón, culo roto, como le gritaba Bolsonaro durante la votación del impeachment de Dilma. Su discurso contra el golpe, que está en el documental La democracia en peligro (Netflix), fue el más aplaudido en las afueras del Congreso por los manifestantes que defendían a la presidenta derrocada y fue visto en las redes por decenas de millones de personas. Pero, dentro del recinto de la Cámara de Diputados, fue tal la lluvia de insultos que Jean explotó y escupió a Bolsonaro en la cara. Lo recuerdo como si fuera ayer: mucha gente se ofendió más por ese escupitajo que por los ocho años de acoso, difamación y amenazas que había sufrido el único diputado abiertamente gay del Congreso. Muchos se indignaron más por ese gesto que por el “homenaje” de Bolsonaro al torturador Carlos Alberto Brilhante Ustra, el Billy El Niño brasileño, que les ponía ratas en la vagina a las mujeres en la mesa de tortura durante la dictadura militar. Bolsonaro le dedicó su voto a favor del impeachmenty lo llamó “el terror de Dilma Rousseff”, también torturada.

En los años anteriores, miles de personas habían compartido las mentiras contra Jean Wyllys, aun sabiendo o sospechando que lo eran, porque servían para justificar un odio profundo, un miedo irracional, un prejuicio estúpido, un asco mal disfrazado; porque no admitían que ese maricón ocupara un espacio de poder como autoridad de la República. ¿Qué hacía esa bicha arrogante en el parlamento? La policía no investigó sus denuncias porque debían ser exageración de ese veado. Mucha gente se sintió autorizada a amenazarlo de muerte usando alguna de las fake news como justificación, pero el verdadero motivo era otro. Bolsonaro lo sabía y se aprovechó. Durante una década, la ultraderecha construyó, desarrolló y testeó, a la vista de todo el mundo, lo que hoy la prensa llama “gabinete del odio”. Pero, en aquel entonces, a nadie le importó. Si lo hubiesen escuchado a Jean diez años atrás, hoy Bolsonaro no sería presidente, pero ¿quién le iba a prestar atención a un marica? 

Muchas veces he dicho que Jair Bolsonaro es un fascista, no como mero adjetivo, sino como caracterización teórica. Pero cada vez más me convenzo de que, si bien eso es verdad, hay algo más: la verdadera fuente de inspiración de este hombre es el nazismo de Adolf Hitler y Joseph Goebbels, el ministro de Propaganda del Tercer Reich al que Roberto Alvim, su exsecretario de Cultura, le plagió un discurso. No lo digo solo por las referencias cada vez más explícitas de su gobierno al nazismo –el discurso de Alvim, la ópera de Wagner, la frase de Auschwitz “el trabajo libera” en la publicidad oficial, las ceremonias de “imposición de manos” frente al presidente que se asemejan al saludo nazi o el pedido de Bolsonaro para “perdonar” el Holocausto–, sino por la forma en que el “Mito” ha utilizado durante toda su carrera –y continúa haciéndolo en su gobierno– una serie de elementos fundamentales de la lógica nazi: la identificación de un grupo entero de personas –la población LGTB– como enemigo público, el odio como motor principal de su discurso, las repetición planificada y perversa de mentiras a través de la propaganda oficial, la voluntad gubernamental de dirigir y censurar la producción cultural y la información, el uso sistemático de teorías conspirativas y la banalización constante de la muerte de miles de seres humanos.

El “kit gay” (nombre de fantasía que Bolsonaro usó para referirse a un inexistente proyecto para transformar a los alumnos de las escuelas en homosexuales, con bulos similares a los que usó Vox en España para defender el “pin parental”), la “ideología de género” (otra teoría conspirativa usada por la extrema derecha en todo el mundo) y las mentiras utilizadas contra la comunidad LGTB y contra Jean Wyllys por Bolsonaro y sus aliados de la mafia evangélica fundamentalista tienen como antepasados inmediatos a los libelos de sangre contra los judíos y los Protocolos de los Sabios de Sión, que también recurrían a una falsa amenaza contra los niños y a la idea de la “gran conspiración”. El antisemitismo y sus fake news primitivas existían antes de Hitler, como la homofobia existe antes de Bolsonaro. Ambos usaron prejuicios que ya estaban en el inconsciente colectivo como pasaporte al poder, pero nadie lo quiso ver, nadie reaccionó, porque primero fueron a buscar a los judíos, o a los gays.

Afortunadamente, estamos en otra época, en otro contexto histórico, y hay cosas monstruosas que es imposible que se repitan, pero el horror que vemos hoy en día en Brasil nos recuerda que no podemos subestimar a esa clase de líderes. Cada día me pregunto cuánto tiempo necesitará mi segunda patria, a la que extraño desde lejos, para comprender el tipo de fenómeno al que se enfrenta. 

¿Cuándo reaccionarán el Congreso Nacional, el Supremo Tribunal Federal y las instituciones representativas de la sociedad civil y extirparán por fin a la Gestapo bolsonarista del Estado brasileño? ¿Llegarán a tiempo? ¿O sucederá, como en el famoso poema de Martin Niemöller, que un día llamen también a sus puertas y ya no quede nadie para defenderlos?

El mismo día en que Brasil alcanzaba el tercer lugar en el ranking mundial de muertes diarias por covid-19 –ahora ya está segundo y el martes 20 de mayo tuvo 1.179 muertes notificadas en apenas un día–, en la cloaca bolsonarista de las redes sociales y los grupos de Whatsapp comenzaron a circular nuevas fake...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes iniciar sesión aquí o suscribirte aquí

Autor >

Bruno Bimbi

Periodista, narrador y doctor en Estudios del Lenguaje (PUC-Rio). Vivió durante diez años en Brasil, donde fue corresponsal para la televisión argentina. Ha escrito los libros ‘Matrimonio igualitario’ y ‘El fin del armario’.

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí