1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

  307. Número 307 · Abril 2024

  308. Número 308 · Mayo 2024

  309. Número 309 · Junio 2024

  310. Número 310 · Julio 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

EL TERROR DEL VACÍO

Aprende a tener miedo

Tenemos miedo. Sabemos que algunos miedos son inducidos por las representaciones artísticas. Proponemos un repaso por cómo se ha construido el miedo en los videojuegos

Miquel Bonet 25/06/2020

<p>Imagen del tráiler de <em>The last of us 2</em></p>

Imagen del tráiler de The last of us 2

Youtube

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

¿El miedo nace o se hace? ¿Es un fenómeno natural –biológico– o un constructo de la mente, si es que se puede discernir lo uno de lo otro? No hay respuesta, y eso que hace siglos que nos lo preguntamos. Se rumorea que Jacques Necker, el ministro de Finanzas de Luis XVI, y uno de los fundadores del tinglado económico que ahora parece –he leído– dar sus últimos coletazos, dijo que la moral está dentro de la naturaleza de las cosas. Visto así, el miedo, como instinto o como resorte, tiene mucho menos interés que el miedo como herramienta ideológica o como conjura. Sigo pensando en ello. Lo que parece claro es que cada época codifica sus propios temores en el arte y en el folklore, o en lo que en la era digital se conoce como relato, que sería la mezcla de ambas cosas con algunos aderezos simpáticos y virales.

A veces nuestra imaginación proyecta horrores que aún no hemos experimentado. El enjambre humano diseña nuevos mundos con sus nuevos miedos; nos prepara, nos enseña. A poco que uno observe se encuentra con indicios y señuelos que conforman un clima cultural que nos inclina al terror. Una serie de manifestaciones narrativas que nos entrenan para algo que viene. Y a tenor de la cultura del miedo que transmitimos, parece que va a ser algo gordo. Con el universo deconstruyéndose y volviéndose a montar con bits delante de nuestros ojos, y sin tiempo de haber consolidado una religión sustitutiva del cristianismo que lo contrapese, el miedo –su gestión– va a ser pieza clave de los nuevos equilibrios de poder, en lo económico y en lo político. Y será mejor que empecemos a asumir otro poder que tenemos, más íntimo: el de autocumplir nuestras profecías: todo lo que la mente pueda concebir va a ser vivido.

El miedo –su gestión– va a ser pieza clave de los nuevos equilibrios de poder, en lo económico y en lo político

No es tan abstracto como parece, ni tan místico. Ejemplo básico y campechano: antes de que Spielberg nos metiera en la cabeza que había tiburones sanguinarios en las playas, metíamos los pies en el agua con mayor confianza y seguridad. Alguien objetará que el instinto, el miedo cerval a las criaturas del mar u otros medios hostiles, era preexistente, y que la efectividad del mito de Jaws se rinde a la identificación certera de dicha conexión entre narración e instinto. Es verdad, pero eso no quita que dos o tres generaciones de humanos hayan adquirido, si no un trauma, sí la leve prevención estival de echar un ojo al horizonte en busca de aletas sospechosas. Aun cuando en el Mediterráneo lo más terrorífico que te pueda pasar en la playa sea pincharte con un erizo o que se te enrede un pulpo en el tobillo. La historia de esas conexiones artísticas, que se establecen arbitrariamente en momentos puntuales por obra y gracia de genios individuales es la historia del miedo colectivo, de su relato. Visto así, desde la potencia de la ficción performativa, los nuevos o renovados miedos que nos acechan –como el miedo a la infección, al estado policial o a la soledad del confinamiento– podrían no estar a la espera de una manifestación artística que los fijase y les diese significado, como he oído en algún sitio. Podría ser peor. Podríamos haber creado el marco cultural que los haya generado. Podríamos haber invocado la pandemia. Incluso podríamos asistir, por primera vez en la Historia, a la creación del miedo en tiempo real.

Corre por las redes una digamos parodia de Los pajáros. Son treinta segundos de trailer en los que, manteniendo los planos de una Tippi Hedren horrorizada, se ha suprimido digitalmente toda presencia avícola, de modo que el origen del miedo queda elidido y solo aparece la emoción humana sin su justificación. La voz en off dice: “Pero qué pasaría si nada pasara? Y qué pasaría si siguiera pasando nada? Nunca mirarás igual a nada en particular. Alfred Hitchcock presenta: La Nada Absoluta”. Te tienes que reír, porque es realmente gracioso y pocas cosas nos gustan más que reírnos de alguien que está poseído por un miedo que nosotros no sentimos o que hemos superado. Pero el gag plantea el núcleo de la cuestión: cuánto de ficción cocinada hay en el temor, cuánto de justificada realidad, cuánto de calculada manipulación previa. ¿Estaremos teniendo miedo de lo que los urdidores del relato quieren que tengamos miedo?

Entre la cultura más o menos de masas, que es la que me interesa hoy, The Leftovers, la serie de Damon Lindelof basada en la novela de Tom Perrotta, también juega con este espejo del miedo y el vacío. En principio, una historia que gira alrededor de la desaparición repentina y simultánea del 2% de la población mundial, dejando atrás la estupefacción y la psicosis en sus seres queridos, tendría que ser una tragedia mayúscula. Y lo es. Sin embargo, a medida que avanzan sus capítulos, los devenires de unos personajes que no se enfrentan a la muerte sino a su ausencia, a la nada y a la imposibilidad de la despedida, convierte el drama en un absurdo delirante que, como sucedía con la parodia de Los Pájaros, también convoca la hilaridad. Encontramos en el género de la distopía y el postapocalipsis, el estilo del terror más acorde con nuestra época, una clara colindancia con lo humorístico. O al menos así me lo parece a mí, que me hacen bastante gracia la grandilocuencia del Cormac McCarthy de La carretera o la taradura suprema de los escenarios de J.G. Ballard. Aunque –y esto es otro tema– sospecho que, si bien en el primero se trata de un humor negro colateral e indeseado, en el segundo se convierte en el objetivo último de la narración.

Las menciones precedentes no son gratuitas. Todas conectan de un modo u otro con el objeto primero de este artículo, que era hablar de The Last of Us, un videojuego peculiar cuya segunda parte está a punto de “publicarse”, en medio de una gran expectación. Se me ha ido la mano con la previa, pero vamos allá. La dicotomía simplona entre luz y oscuridad que sustenta los productos culturales de terror más básicos (como las pelis de sustos o las novelas de Javier Cercas) no sirve para explicar The Last of Us. Ya no le sirve a nadie, sospecho. Estamos inmunizados ante los resortes básicos del género del terror –al miedo sin moral– y, para que un relato nos atemorice, tiene que incluir, entre el bien y el mal, otro eje. Precisamente el del vacío: la ausencia, la nada, imágenes sublimadas de la muerte. Este mecanismo para mantener nuestra seguridad en vilo no es, evidentemente, nuevo. Sigue la estela de Henry James en The turn of the screw, y es el miedo que más miedo nos da. En realidad lo otro, el susto y el sobresalto, no es miedo, es una apelación al acto reflejo y a lo extático, de manera que se aproxima más a la pornografía. O para decirlo de manera más prosaica: ofrece la misma relación entre la tensión –y jiñe– acumulada en la cola de espera de una montaña rusa y la liberación de esa misma tensión una vez montados en la atracción.

Ya no eran tan importantes los ataques de las hordas de zombies sino los largos pasajes de juego donde se ausentaban: atravesar las ruinas de una civilización desolada

En los videojuegos, un lenguaje aún en fase muy prematura de desarrollo narrativo y al que le cuesta mucho avanzar –a menudo plagiando argumentos de la literatura, de las series o del cine–, se aprecia muy claramente cómo evoluciona el miedo y cómo “se coloca” el terror. Los mecanismos más empleados tienen un aire adolescente: el zombie tras la puerta, los seres oscuros que encarnan un Mal nada complejo... se trata de una forma de entretenimiento y cultura popular muy proclive al maniqueísmo. Pero como cantaban Peter, Paul and Mary los dragones viven para siempre mientras que los niños crecen. Si nos centramos en el mainstream, el género de terror ha tenido una presencia permanente en la historia del entretenimiento digital, y desde siempre ha intentado elevar sus referentes. A principios de los noventa, por ejemplo, Alone in the Dark recurría sin apenas disimulo a los recursos de Lovecraft. Con los juegos interactivos se inauguró una manera especial de tratar el miedo –con elementos de acción, supervivencia, sangre y armas de fuego– que se bautizó como Survival Horror y que tuvo su mayor impacto en la cultura popular con la saga Resident Evil, Parasite Eve o Silent Hill, quizás el intento más sólido de la industria de acercarse al terror adulto. Prueba de ello es que Hideo Kojima, uno de los creadores más singulares de videojuegos –autor de la saga Metal Gear o del extraño Death Stranding–, ideó junto a Guillermo del Toro una revisión de Silent Hill que debía superar todos los tópicos y todos los sustos, y dar miedo ‘de verdad’. El proyecto se quedó en una demo jugable de media hora, y se desestimó.

Como el gamer empedernido que admito ser, nunca me interesó el survival horror. Hasta jugar a The Last of Us, en el que entré con reticencias y salí con entusiasmo. El juego de Neil Druckmann y Naughty Dog, de 2014, sin dejar de servir a la estructura clàsica del género, invirtió los términos. Ya no eran tan importantes los ataques de las hordas de zombies sino los largos pasajes de juego donde se ausentaban: horas de silencio, de soledad, de atravesar las ruinas de una civilización desolada por una pandemia. Un viaje a través de la nada –otra vez– en búsqueda de sentido, que bebe en gran medida de La carretera de McCarthy, con la misma exploración de un conflicto paternofilial, con una mirada postapocalíptica semejante, entre complaciente y admonitoria, sobre la misma América destruida y con sus pertinentes guiños al canibalismo. The Last of Us plantea un mundo devastado por una infección contagiosa. Un hongo llamado Cordyceps ataca por esporas el cerebro humano y transforma las personas en monstruos en tres fases: primero ‘corredores’ que persiguen los no infectados para morderlos y contagiarlos, luego ‘chasqueadores’, ciegos y ya con la cabeza deformada por el hongo, para acabar transformándose en ‘hinchados’, seres acorazados de pústulas que actúan como bosses de nivel. Sus apariciones, sin embargo, son contadas. Su amenaza se intuye más de lo que se manifiesta. Los esperamos cada vez que nos adentramos en un edificio oscuro, que se escudriña mediante el uso compulsivo de una linterna, un recurso ya explotado en Alone in the Dark. No siempre aparecen.

El grueso del juego lo protagoniza el viaje –en las coordenadas conocidas del western: de Boston a Salt Lake City– de Joel, un hombre que perdió a su hija, asesinada por la policía en los primeros tumultos sociales originados por la enfermedad; y Ellie, una preadolescente que es el primer humano al que se le conoce inmunidad al Cordyceps. La ironía, y lo que convierte The Last of Us en una narración adulta y compleja, es que en ningún momento los personajes saben muy bien cómo usar el poder de la inmunidad; las relaciones personales viciadas contaminan el horizonte del bien común, y el desarrollo de una hipotética vacuna resulta imposible con el tejido social y la confianza mutua arrasados por la violencia. El resultado es una guerra de todos contra todos: el gobierno que impone zonas de cuarentena y la ley marcial, la resistencia organizada que se le opone desde la clandestinidad, el resto de supervivientes que se precipitan hacia la deshumanización, eremitas que se toman la ley por su cuenta o grupos de nostálgicos de la civilización que se autoorganizan en pequeñas comunidades fortificadas para defenderse del resto. En este contexto, los terribles zombies mordedores son casi lo que menos miedo da, incluso generan buenas dosis de conmiseración por lo que son al fin y al cabo: enfermos. El triunfador de todo el cóctel resulta ser una mentira. Una mentira gorda que salva la vida de Ellie pero condena a la humanidad y que debería ser el motor de la segunda parte que se “publica” el 19 de junio.

The Last of Us no da sustos –o da muy pocos– y, si no fuera por las apariciones esporádicas de los infectados, que nos recuerdan por qué el mundo ha acabado así de desquiciado, podría incluso no ser un videojuego de survival horror; sino otra entrega de la saga de aventuras Uncharted de la misma compañía Naughty Dog. En muchos momentos, su fascinación por la vacuidad conmueve, en otros deriva hacia el absurdo. Cabe destacar, además, que contra la tendencia actual de la industria del videojuego a crear mundos abiertos y dispersos que favorecen la multiplicidad de la experiencia de los usuarios, The Last of Us es un mundo cerrado, lineal; y casi se regocija en ello. Más que un mundo, un camino narrativo del que no podemos escapar y que linda con lo profético. Cuando lo jugué en su día me pareció un entretenimiento de calidad, frío y alejado de mi mundo. Pero al revisarlo mientras las noticias hablan de rebrotes infecciosos, catástrofes económicas y altercados armados entre policía y civiles, me he cagado de miedo. Sin necesidad de llegar a ver ningún zombie.

Quizás entonces, como escribió Gabriel Ferrater, “olíamos el miedo que era el aroma de aquel otoño, pero nos parecía bueno. Era un miedo de los mayores”. Visto lo visto, ya somos mayores y quizás no estemos tan lejos de un escenario que nunca debió dejar de ser una distopía y un cuento sobre un futuro improbable. Algo habremos aprendido. Por lo que parece: todo lo que la mente puede concebir corre el riesgo de ser vivido.

¿El miedo nace o se hace? ¿Es un fenómeno natural –biológico– o un constructo de la mente, si es que se puede discernir lo uno de lo otro? No hay respuesta, y eso que hace siglos que nos lo preguntamos. Se rumorea que Jacques Necker, el ministro de Finanzas de Luis XVI, y uno de los fundadores del tinglado...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Miquel Bonet

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí